San Porfirio, Obispo de Gaza
Cuyo celo dio los últimos golpes al paganismo en Fenicia († 420) Griego, como indica su nombre, un macedonio de Tesalónica que a los veintitantos años deja su familia y sus riquezas para hacerse monje en las soledades del desierto egipcio. Más tarde querrá estar cerca de Jerusalén con el fin de poder ir todos los días al Calvario, y le encontraremos viviendo en una cueva a orillas del Jordán. Tal vez allí se ganaba la vida haciendo de zapatero, y se nos dice que el rigor de sus mortificaciones y la humedad de aquellos parajes le daban, a pesar de su relativa juventud, el aspecto de un viejo muy encorvado que tenía que andar apoyándose en un bastón. Así le ve el joven Marcos, su futuro biógrafo, cuando admirado por su ejemplo pide ser su discípulo. Hacia los cuarenta años su reputación es tal que se le ordena de sacerdote, y en el 396 es consagrado obispo de Gaza, en las tierras paganas del sur donde murió Sansón. Su labor no iba a ser fácil, y ante las resistencias con que tropieza cabe la posibilidad de que el buen Porfirio olvidara la virtud de la paciencia. Si hay que elegir, mejor ser yunque que martillo, desde entonces modera su celo comprendiendo que los métodos violentos son tan tentadores como contraproducentes, y se dedica con santa mansedumbre a colaborar con la gracia de Dios sin empeñarse en hacerlo todo él por su cuenta. Sin duda fue la mayor de las mortificaciones con que se ganó el Cielo.
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