San Juan de Kronshtat

 

Padre Juan, Taumaturgo de Kronstadt, nació el 19 de octubre de 1829, en el pueblo de Sur, distrito de Pinezh en la provincia de Archangelsk (localizado al norte de Rusia), procedía de la familia de un pobre lector de iglesia rural, Elías Sergieff y su esposa Teodora. El hijo recién nacido pareció débil y enfermizo por lo cual, sus padres se apresuraron en bautizarlo inmediatamente. Se le puso el nombre de Juan en honor a San Juan de Ryla, puesto que nació el día en que se celebraba la festividad del santo. Corto tiempo después de su bautizo, el pequeño Juan comenzó a tener mejor aspecto. Los devotos padres, atribuyendo esto a la acción llena de gracia del sagrado misterio del Bautismo, comenzaron con un particular fervor a dirigir sus pensamiento y sentimiento hacia Dios, instruyéndolo en la fervorosa oración en el hogar y en la iglesia. Desde su infancia, su padre constantemente lo llevó a la iglesia, fomentando en él un especial amor por los Oficios Divinos.

Viviendo en circunstancias de extrema pobreza, el joven conoció la triste experiencia de la privación, aflicción, lágrimas y sufrimientos. Esto lo hizo serio, pensativo y reservado, además se desarrolló en él una gran simpatía y un compasivo amor por los pobres. No teniendo interés en los acostumbrados juegos de niños y llevando la constante memoria de Dios en su corazón, amó la naturaleza, lo que hizo despertar en él la ternura y admiración por la majestuosidad del Creador del universo.

A la edad de seis años, el niño Juan comenzó a aprender a leer y a escribir con la ayuda de su padre. Pero, al principio, las lecciones no fueron fáciles para él. Esto le molestaba, pero también lo llevaba a la oración especialmente ferviente hacia Dios para que lo ayudara. Cuando su padre hubo juntado su último centavo, lo envió a la escuela parroquial de Archangelsk.

En los momentos en que sentía mucha soledad y falta de ayuda allí, sólo encontraba consuelo en la oración. Oraba frecuente y ardientemente, implorando intensamente la ayuda de Dios. Después de una ferviente oración, en la noche, el niño se sentía profundamente estremecido “como si una cortina cayera de sus ojos, como si su mente se abriera”; “se sentía tan alegre y dichoso en su alma.” El maestro y la lección que tuvo ese día, se aparecieron claramente e incluso recordó lo que se le había dicho. El amanecer estaba comenzando a rayar cuando saltó de su cama, corrió a sus libros y ¡asombraos! comenzó a leer mucho mejor, pudo entender todo y recordaba lo que había leído.

Desde entonces, Juan pudo estudiar perfectamente: fue uno de los primeros de su escuela cuando terminó y primero al finalizar el seminario en Archangelsk. Puesto que era un hijo cariñoso y considerado, Juan quiso dejar el seminario inmediatamente y asumir un puesto como diácono o lector para ayudar a su anciana madre que había quedado sin medios. Pero, ella no quiso que su hijo se privara de una educación teológica superior por amor a ella e insistió en que ingresara a la Academia.

Después de ingresar a la Academia, el joven estudiante no dejó a su madre en el desamparo; luego de salvar algunas dificultades, encontró un trabajo de oficina en la administración de la Academia y enviaba todas sus escasas ganancias a su madre.

Mientras estudiaba en la Academia, Juan decidió dedicarse al trabajo misionero en la región desierta de Siberia o Norteamérica, pero por la Providencia de Dios fue llamado a otro tipo de actividad pastoral. Un día, mientras caminaba solo por el jardín de la Academia, meditó sobre su futuro servicio a la Iglesia de Cristo. Después de retornar al hogar, se quedó dormido y se vio en el sueño como un sacerdote, sirviendo en la Catedral de San Andrés en Kronstadt donde nunca había estado antes. Pronto el sueño se cumplió enteramente. En 1855, cuando Juan Sergieff terminó sus estudios en la Academia, recibió un ofrecimiento de matrimonio con la hija (de nombre Elizabet) del arcipreste de la Catedral de San Andrés de Kronstadt, C. Nesvitsky; también se le ofreció el puesto de sacerdote en la Catedral. Aceptó los ofrecimientos al recordar su sueño.

El 12 de diciembre de 1855, fue ordenado sacerdote. Cuando fue por primera vez a San Andrés, se detuvo en el umbral, anonadado: era exactamente la misma iglesia que tiempo atrás se le había aparecido en sus primeras visiones. El resto de la vida del Padre Juan y su actividad pastoral se centró en Kronstadt, de modo que muchos olvidaron su apellido “Sergieff” y lo llamaron “de Kronstadt”; incluso él mismo a menudo firmaba su nombre de este modo.

El matrimonio del padre Juan, que es el estado usualmente exigido por la Iglesia Ortodoxa  respecto de los sacerdotes que sirven en el mundo, fue simulado, pero necesario como pantalla para sus abnegadas labores pastorales. De hecho, él y su esposa vivieron como hermano y hermana. “Lisa, hay muchas familias felices, aun sin nosotros. “Adelante, tú y yo, dediquémonos al servicio de Dios” – así le habló a su esposa el primer día de su vida de casado y hasta el fin de sus días permanecieron puros y vírgenes.

Aunque el Padre Juan una vez dijo que no llevaba una vida ascética, obviamente, habló así sólo por su profunda mansedumbre. Cuidadosamente ocultó sus actividades espirituales de los demás y de hecho fue un muy gran ascético. Fundamental en todas sus labores espirituales fue su incesante oración y el ayuno. Su maravilloso diario “Mi vida en Cristo,” testifica claramente su lucha ascética con los pensamientos pecaminosos, esta “lucha invisible” que los ancianos y grandes padres ascéticos aconsejan a los verdaderos cristianos. Naturalmente se exigió a sí mismo un ayuno estricto, tanto en cuerpo como en espíritu y se impuso como norma la celebración diaria de la Liturgia Divina.

En su primer trato con su rebaño, el Padre Juan vio que se enfrentaba con una no menos fructífera y abnegada labor pastoral que en las lejanas tierras paganas. El escepticismo, la heterodoxia y el sectarismo, sin mencionar la completa indiferencia religiosa, florecían en Kronstadt, ya que era un lugar de deportación administrativa desde la capital para diversos tipos pervertidos de personas. Además, había muchos trabajadores no especializados allí empleados principalmente en el puerto. Se agrupaban en su mayor parte en miserables chozas y refugios, y se dedicaban a mendigar y a beber. Los lugareños sufrían mucho por estos individuos moralmente degradados, quienes fueron llamados “suburbanos.” En la noche, no siempre era seguro caminar por las calles, puesto que se corría el riesgo de ser asaltado por ladrones.

Allí, apareció, nuestro Gran Pastor, lleno del espíritu de genuino amor cristiano, puso su atención en estas personas moralmente caídas, que eran despreciadas por todos. Entre éstos, comenzó la maravillosa labor de su abnegada actividad pastoral.

Comenzó a ir a sus miserables hogares todos los días, charlaba con ellos, los consolaba, cuidaba a los enfermos y los ayudaba materialmente, distribuyendo todo lo que tenía, retornando con frecuencia a su hogar sin ropa e incluso sin sus botas. Estos “vagabundos” de Kronstadt, la escoria de la sociedad,” a quienes transformó en personas, restaurándoles la imagen humana que habían perdido, fueron los primeros en revelar la santidad del Padre Juan. Y esta “revelación” fue rápidamente percibida por todos los fieles rusos.

Un trabajador cuenta, con inusual ternura, la historia sobre un caso de regeneración espiritual lograda por el Padre Juan: “Tenía aproximadamente 22 o 23 años en ese tiempo. Ahora, soy un viejo. Pero, recuerdo perfectamente la primera vez que vi a batiushka (Batiuska: Sacerdote o Padre). Tenía una familia – dos pequeños hijos. Trabajaba y bebía. Mi familia pasaba hambre. Mi esposa salía a mendigar. Vivíamos en una miserable choza. Una vez llegué a casa muy bebido. Vi al joven sacerdote sentado allí, con mi pequeño hijo en sus brazos, contándole algo con mucho afecto. El niño escuchaba atentamente. Me pareció como si el sacerdote fuera Cristo en persona bendiciendo a los niños. Quise insultarlo – andando de aquí para allá. Pero los tiernos y penetrantes ojos de batiushka se fijaron en mí. Me sentí avergonzado, levanté mi mirada, él estaba mirando – directo a mi alma. Comenzó a hablar. No me atrevo a transmitir todo lo que dijo, pero afirmó que tenía el paraíso en mi hogar, porque donde hay niños, siempre hay calor y bienestar y que no debía cambiar ese paraíso por las emanaciones de la cerveza. No me culpó – no, perdonó todo, pero en realidad no había excusa para mí. Me alejé, me senté y me quedé en silencio. No lloré, pero tuve un profundo sentimiento dentro de mí al igual que el que se tiene antes de que le broten las lágrimas. Mi esposa me miraba. Y es así como desde entonces, me convertí en un hombre.

Tal inusual obra pastoral del joven sacerdote comenzó a generar una desfavorable crítica e incluso ataques en su contra desde todos lados. Por largo tiempo, mucha gente no percibió la sinceridad de sus sentimientos y se mofó de él y lo calumnió, oralmente y en publicaciones, llamándolo tonto. Una vez, las autoridades diocesanas prohibieron que se le diera un sueldo directamente a él, dado que tan pronto como llegaba a sus manos lo distribuía a todos los mendigos, hasta el último centavo. Le exigieron una explicación. Pero, el Padre Juan, animosamente soportó todas esas tribulaciones y mofas y no cambió su modo de vida en lo absoluto por complacer a los que lo atacaban. Y con la ayuda de Dios, venció a todos los que lo insultaban y se reían de él, lo calumniaron y lo persiguieron durante los primeros años de su ministerio, pero más tarde se dieron cuenta que ante ellos estaba un verdadero seguidor de Cristo, lo glorificaron como un genuino pastor entregando su vida a su rebaño.

“Debemos amar a todos los hombres, tanto pecadores como indecorosos” dijo el Padre Juan, “No podemos confundir al hombre, quien está en la imagen de Dios, con el demonio que está en él.” Con esta actitud, se aproximó a las personas, conquistándolas y renovándolas con la fuerza de su compasivo amor verdaderamente pastoral.

Pronto, se reveló en el Padre Juan el maravilloso don de obrar milagros por los cuales fue famoso a través de toda Rusia e incluso en el extranjero. Es absolutamente imposible enumerar todos los milagros realizados por el Padre Juan. Nuestra intelectualidad incrédula y su persuasión apaciguaron deliberadamente estas innumerables manifestaciones del poder de Dios. Pero, aun así, muchos de los milagros se conocieron por escritos y otros se recordaron posteriormente. Se conserva el registro exacto de la historia del primer milagro del Padre Juan, relatado por un compañero sacerdote. Esta historia demuestra su profunda mansedumbre. “Cierta persona en Kronstadt se sintió enferma,” comienza la narración del Padre Juan. “Se me pidió ayudar con mis oraciones. En esa época, ya me había formado el hábito de no rechazar ninguna solicitud a nadie. Comencé a orar y a encomendar al paciente en las manos de Dios, suplicando al Señor que cumpliera Su santa voluntad con la persona enferma. Pero, inesperadamente una anciana vino a mí, a quien yo había conocido por largo tiempo. Era una mujer temerosa de Dios con una profunda fe que condujo su vida de una manera cristiana y terminó su vida terrenal con temor al Señor. Ella vino a mí e insistentemente me buscó para orar por la recuperación de la persona enferma. Y el Señor le concedió su misericordia a él – recobró su salud. Agradecí al Señor por su gracia.” En otra ocasión, se repitió una cura a través de mis oraciones.

“Inmediatamente reconocí la voluntad de Dios en estas dos instancias – una nueva obediencia impuesta a mí por Dios – orar por los que lo solicitaban.”

Así, por las oraciones de San Juan, de hecho, una multitud de maravillosos milagros se llevaron a cabo e incluso ahora, largo tiempo después de su bendecido descanso, continúan realizándose. Los enfermos más graves eran curados por las oraciones y quedaban en manos del Padre Juan, cuando la medicina había sido inútil. Las recuperaciones sucedieron privadamente y entre grandes concurrencias de personas, con mucha frecuencia cuando la persona enferma estaba ausente. Algunas veces bastaba con sólo escribir una carta al Padre Juan o enviar un telegrama para recibir una cura milagrosa. Especialmente extraordinaria, por ejemplo, fue un milagro que se produjo frente al pueblo de Kontchansky (en la región Suvorovsky) y fue descrito por un comité de maestros de la academia militar que se encontraban allí en ese momento (1901).

Una mujer que estaba poseída por muchos años fue traída ante el Padre Juan en estado insensible. En algunos momentos, fue completamente curada por él y restablecida a la condición normal de una persona absolutamente saludable. Mediante las oraciones del Padre Juan, el ciego recobró la vista. El artista Zhivotovsky describió un aguacero milagroso de lluvia (que ocurrió como resultado de las oraciones del Padre Juan) en un lugar asolado por la sequía y amenazado por incendios forestales.

El padre Juan curó con el poder de sus oraciones no solamente a personas ortodoxas rusas, sino también a mahometanos, judíos y otros extranjeros que se dirigieron a él. Este gran don de obrar milagros fue naturalmente un regalo por el gran ascetismo espiritual del Padre Juan – sus labores en oración, ayunos y abnegados actos de amor por Dios y su prójimo.

Pronto, todos los fieles de Rusia se dirigieron hacia el gran y maravilloso Taumaturgo. El segundo período de su vida gloriosa y obras había comenzado. Al principio, él mismo iba a visitar a las personas dentro de los límites de su ciudad solamente, pero ahora la gente de toda Rusia, de todos los confines, lo asediaban. Cada día, miles de personas llegaban a Kronstadt en un esfuerzo por ver al Padre Juan y recibir la ayuda de un tipo u otro de su persona. Recibía un gran número de cartas y telegramas. El correo de Kronstadt tuvo que abrir una sección especial para su correspondencia. Junto con las cartas y telegramas, grandes sumas de dinero para la caridad del Padre Juan. Su cantidad solamente puede ser estimada, puesto que tan pronto como recibía el dinero, lo regalaba. No menos de un millón de rublos (una enorme suma de dinero en esos días), con un cálculo mínimo, pasó por sus manos en un año. Con ese dinero, el Padre Juan diariamente alimentó a miles de mendigos y construyó en Kronstadt una única institución – “La Casa de Laboriosidad,” con una escuela, iglesia, talleres y un orfanato. Fundó en su propio pueblo un convento y erigió una gran iglesia de piedra. En San Petersburgo había construido en la parte de Karpovka de la ciudad, un convento, donde fue sepultado después de su muerte.

Para la aflicción general de los habitantes de Kronstadt, durante el segundo período de su vida, una época de fama a través de toda Rusia, el Padre Juan tuvo que interrumpir la enseñanza de la Ley de Dios (Catecismo) en el Instituto Ciudad y la escuela secundaria de Kronstadt donde había enseñado por más de veinticinco años. Fue un maestro maravilloso. Nunca recurrió a esos métodos de enseñanza que a menudo se practicaban en las instituciones educacionales, es decir, una excesiva estrictez o moral que empequeñecía al incapaz. Con el Padre Juan, las notas no servían como medio de aliciente o amenaza de castigo. El éxito era fomentado por su cariño, su actitud sincera para con su enseñanza, como también para con sus alumnos. Por lo tanto, no tenía “incompetentes.” En sus clases, todos, sin excepción, se concentran ávidamente en cada palabra. Esperaban sus lecciones. Sus clases eran más un placer, un descanso, para sus alumnos, que una difícil tarea o labor. Consistían en una animosa conversación o una fascinante conferencia o una interesante historia que captaba la atención de todos. Y estas conversaciones del padre-pastor con sus hijos sobre la vida produjo una profunda impresión en sus alumnos. En sus disertaciones que impartía a los maestros antes del comienzo del año académico, explicaba como objetivo de enseñanza, la necesidad de dar a la patria, sobre todo, un ser humano y cristiano, considerando el tema del conocimiento como secundario. Surgieron ocasiones en que el Padre Juan, habiendo defendido a algún alumno flojo sentenciado a la expulsión, se encargaba de su corrección. Después de algunos años, el niño que había parecido más allá de toda esperanza se convertía en un útil miembro de la sociedad.

El Padre Juan le otorgaba una especial importancia a la lectura de la Vida de los Santos y siempre llevaba a clases vidas individuales que distribuía a los alumnos para que las leyeran en su hogar. El carácter de dicho método de enseñanza de la Ley de Dios del Padre Juan se enfatizó claramente en la dirección que fue entregada ante él con ocasión del 25 aniversario como maestro en el Gimnasio de Kronstadt: “No fueron fórmulas áridas – textos y citas – las que expusieron ante ellos, no sólo fueron lecciones aprendidas de memoria las que ustedes exigieron de ellos; en almas receptivas y brillantes, ustedes sembraron la semilla de la Palabra de Dios eterna y dadora de vida.”

Pero, el Padre Juan tuvo que abandonar esta gloriosa labor de fructífera enseñanza en favor de su aún más fructífera y más grande labor de vigilar las almas de toda la tierra rusa.

Uno sólo necesita imaginarse cómo pasaba un día en la vida del Padre Juan para entender y compadecerse de la extrema dificultad y grandeza de su sin igual labor espiritual. Todos los días se levantaba a las 3:00 de la mañana para prepararse a ofrecer la Divina Liturgia. Aproximadamente a las 4:00, partía a los maitines en la catedral. Allí, se encontraba con multitudes de peregrinos que esperaban recibir, al menos, una bendición de él. Había también muchos mendigos a quienes el Padre Juan distribuía limosnas. Durante los maitines, el mismo Padre Juan leía el Canon (himnos a los santos), atribuyendo gran importancia a su lectura. La confesión tenía lugar antes del comienzo de la Liturgia. Por necesidad, el Padre Juan realizaba una confesión general, debido al inmenso número de personas que deseaban confesarse. Esta confesión general producía un tremendo impacto en todos los participantes y testigos oculares: muchos se confesaban en voz alta, gritando, sin vergüenza ni timidez, sus pecados. La Catedral de San Andrés, que tenía una capacidad para hasta 5.000 personas, siempre estaba llena y por esa razón la Comunión tomaba mucho tiempo y la Liturgia no terminaba antes del mediodía. Ante el testimonio de los testigos y los con celebrantes con el Padre Juan, su celebración de la Divina Liturgia iba más allá de toda descripción. La tierna mirada conmovedora y pesarosa en su rostro, el resplandor de un alma llena de gracia; suspiros piadosos, lágrimas se derramaban interiormente; movimientos espontáneos; la llama de la gracia sacerdotal que llenaba sus poderosas exclamaciones; la oración ardiente – estas son algunas de las características del Padre Juan durante los Oficios Divinos. Un oficio del Padre Juan representaba un continuo, ferviente y devoto impulso hacia Dios. Durante el oficio, realmente era un mediador entre Dios y el hombre, un protector contra nuestros pecados, un vínculo humano que unía la iglesia militante, para el cual intercedía, con la iglesia triunfante, entre los miembros de los cuales su alma vagaba durante esos momentos. La lectura del padre Juan en kliros (coro) no era sólo una recitación de memoria, sino una conversación entusiasta y llena de vida con Dios y los Santos; leía en voz alta, con claridad, con sinceridad y su voz penetraba en las almas de los que oraban. En la Divina Liturgia, todas las exclamaciones y oraciones eran pronunciadas por él como si sus ojos iluminados vieran al Señor cara a cara ante él y estuviera conversando con El. Lágrimas de compunción brotaban de sus ojos, pero él no se percataba de ellas. Era obvio que el padre Juan, durante la Divina Liturgia, experimentaba la historia entera de nuestra salvación y sentía profunda y fuertemente el amor del Señor hacia nosotros y su sufrimiento. Tal oficio tenía un extraordinario efecto en todos los presentes. No todos venían a él con una firme fe; algunos tenían dudas, otros desconfiaban e incluso otros venían por curiosidad. Pero una vez en su presencia, todos nacían de nuevo y se sentían como si el hielo y el escepticismo se derritieran gradualmente y se entregaban al calor de la fe. Siempre había muchos comulgantes después de una confesión general por lo que algunas veces se colocaban varios cálices grandes en el altar sagrado, desde los cuales numerosos sacerdotes daban la Comunión a los fieles simultáneamente. Y tal comunión a menudo duraba más de dos horas.

Durante el oficio, las cartas y telegramas eran llevados ante el Padre Juan y colocados en el altar y él las leía allí, orando por los que le habían pedido recordarlas.

Después del oficio, acompañado por miles de fieles, el Padre Juan dejaba la catedral y se iba a San Petersburgo a innumerables visitas médicas. Rara vez regresaba a casa antes de la medianoche. Presumiblemente, en muchas noches no tuvo tiempo para dormir.

Era posible vivir y trabajar de tal modo solamente a través de la presencia de la ayuda sobrenatural de la gracia de Dios.

Pero, la mayor gloria del Padre Juan fue su inmenso ascetismo espiritual, un trabajo difícil. Uno debe darse cuenta de que prácticamente aparecía por todas partes, instantáneamente surgía a su alrededor una multitud de personas que ansiaban tocar, si podían, al Taumaturgo. Sus admiradores se lanzaban tras su carruaje, agarrándolo por las ruedas a pesar del peligro de lesionarse.

A solicitud de los fieles, el Padre Juan tuvo que emprender viajes a diferentes ciudades de Rusia. Estos viajes eran reales triunfos para el manso siervo de Cristo. Las masas de personas que totalizaban decenas de miles se reunían y todas estaban llenas de sentimientos de sincera fe y reverencia, con el temor a Dios y un anhelo de recibir bendiciones curativas. Durante los viajes en bote del Padre Juan, multitudes de personas corrían por las orillas del río y muchos se arrodillaban en las cercanías del bote. En la propiedad de “Rizhovka” cerca de Kharkov donde se alojaba el Padre Juan, el césped, las flores y jardines fueron destruidos por la multitud que llegaba de muy lejos y que pasaba los días y noches acampando en su cercanía. La catedral en Kharkov durante el oficio del Padre Juan el 15 de julio de 1890, no pudo contener a los que habían venido. No sólo la catedral, sino también la plaza a su alrededor no pudo acomodar a las personas, las que llenaban todas las calles adyacentes. En la catedral, el coro fue forzado a entrar en el Santuario. Las barandillas de hierro en todas partes quedaron resquebrajadas por la presión. El 20 de Julio, el Padre Juan ofreció un moleben (Te Deum) en la plaza de la catedral – había más de 60.000 presentes. El mismo tipo de escena se produjo en los pueblos a lo largo del Volga – Samara, Saratov, Kazan, Nizhni Novgorod.

El Padre Juan se encontró en el palacio imperial de Livadia durante los últimos días del Emperador Alejandro III y de hecho, la muerte del Emperador ocurrió mientras estaba allí. El monarca enfermo se acercó al Padre Juan con las palabras: “No me atreví a invitarlo yo mismo. Le agradezco que haya venido. Le pido que rece por mí. Me siento bastante mal.” Eso fue el 12 de octubre de 1894. Después que el Emperador y el Padre Juan se arrodillaron y oraron juntos en privado, se produjo un significativo mejoramiento en la salud del paciente y hubo una esperanza de su completa recuperación. Esto continuó durante cinco días; el 17 de octubre comenzó a empeorar. En las últimas horas de su vida, el Emperador dijo al Padre Juan: “Eres un hombre santo. Eres un hombre justo. Es por eso qué el pueblo ruso te ama.” “Sí “, replicó el Padre Juan, “Tu pueblo me ama.”

Después de recibir la Santa Comunión y ser ungido, el moribundo Emperador le pidió al Padre Juan poner sus manos en su cabeza, diciéndole: “Cuando colocas tus manos sobre mi cabeza, siento un gran alivio, pero cuando las alejas, sufro mucho – no las alejes.” El Padre Juan continuó con sus manos sobre la cabeza del moribundo Zar hasta que entregó su alma a Dios.

Habiendo alcanzado el más alto nivel de devota contemplación y desapasionamiento, el Padre Juan tranquilamente aceptó los suntuosos atavíos que sus admiradores le presentaron y los usó.

Tuvo que hacer esto como una pantalla para sus labores. Regaló todas las donaciones que recibió, hasta el último centavo. Por ejemplo, un día, en presencia de una enorme masa de personas, recibió un paquete de manos de un mercader; sin abrirlo el Padre Juan, inmediatamente se lo dio a un hombre pobre que tenía su mano extendida. El mercader se molestó y dijo: “¡Batiushka! contiene mil rublos.” “Su buena fortuna” replicó calmadamente el Padre Juan. Sin embargo, algunas veces, rechazaba aceptar donaciones de ciertas personas. Hay un caso bien conocido en que no tomó 30000 rublos de una dama adinerada. Este ejemplo muestra la clarividencia del Padre Juan, puesto que ella había recibido el dinero de una manera deshonesta, lo que más tarde confesó.

El Padre Juan era un notable predicador improvisado – hablaba de una manera bastante simple y con frecuencia, sin ninguna preparación especial. No buscaba palabras finas ni expresiones originales, pero sus sermones se distinguían por un pensamiento profundo y un inusual poder, junto con una especial erudición teológica, sin embargo, tenían una simplicidad entendible incluso para el ignorante. En cada una de sus palabras, se podía sentir una fuerza especial, que reflejaba el poder de su propia alma.

A pesar de toda su inusual actividad, el Padre Juan encontraba el tiempo para conservar un diario espiritual y todos los días escribía los pensamientos que le venían a la mente mientras oraba y contemplaba, como consecuencia de la iluminación llena de gracia del alma de la que él se consideraba digno de recibir del iluminado Espíritu de Dios.” Estos pensamientos están expresados en un notable libro, publicado bajo el título “Mi Vida en Cristo.”

Este libro representa una auténtica mina espiritual y puede situarse al mismo nivel que las obras inspiradas de los antiguos Padres de la Iglesia y ascetas de la piedad cristiana. En la completa colección de las obras del Padre Juan impresas en 1893, “Mi Vida en Cristo” comprende el tercer volumen de mil páginas. Es un diario completamente original, en el que encontramos reflexiones de la vida espiritual del autor que son especialmente instructivas para todo lector. Este libro seguirá siendo todo el tiempo una sobresaliente ilustración de cómo vivió el gran hombre justo y cómo deben vivir los que desean no sólo ser llamados cristianos, sino ser realmente cristianos.

También hay tres volúmenes de sus sermones, que contienen aproximadamente 1800 páginas – un maravilloso recordatorio de la personalidad santa del Padre Juan y una inagotable fuente constructiva. Posteriormente, otras obras separadas del Padre Juan fueron acumuladas e impresas en volúmenes separados en gran cantidad. Todas las palabras y preceptos del Padre Juan son el genuino vestigio del Espíritu Santo que nos revela la profundidad no explorada de la sabiduría de Dios. En ellos se refleja una maravillosa originalidad – la exposición, el pensamiento, el sentimiento. Cada palabra viene desde el corazón – lleno de fe y pasión. Los pensamientos tienen una asombrosa profundidad y sabiduría; hay una sorprendente simplicidad y claridad en ellos.

No hay palabras superfluas o “frases finas.” Es imposible leerlas solamente una vez – uno debe releerlas continuamente y siempre encontrará en ellas algo nuevo, vivas y santificantes. Inmediatamente después de ser impreso, “Mi Vida en Cristo” atrajo tanta atención general que fue traducido a varios idiomas extranjeros e incluso entre los sacerdotes anglicanos se transformó en obra de referencia favorita.

El pensamiento que sustentan todas las obras escritas del Padre Juan es la necesidad de la verdadera y ardiente fe en Dios y la necesidad de vivir según esa fe, en lucha incesante con las pasiones y placeres y la devoción a la Fe y a la Iglesia ortodoxa como el único medio de salvación.

 

En su actitud hacia su tierra natal, Rusia, el Padre Juan fue la Imagen del riguroso profeta de Dios que predicó la verdad, descubrió la falsedad, convocó al arrepentimiento y profetizó la cercanía del castigo de Dios por los pecados y la apostasía.

Siendo él mismo la imagen de la mansedumbre, sumisión y amor por todos los hombres sin consideración de su nacionalidad o religión. El Padre Juan observó con gran indignación a todos los ateos, materialistas y libre pensadores de tendencias liberales, que socavaron la fe del pueblo ruso y destruyeron el sistema político milenario de Rusia.

“Aprende, Rusia, a creer en Dios, el Todopoderoso, que gobierna el destino del mundo y aprende de la fe, la sabiduría y coraje de tus santos antepasados. El Señor confió a nosotros los rusos, el gran talento salvador – la fe ortodoxa. ¡Levántate, hombre ruso! ¿Quién te enseñó la insubordinación y la rebelión sin sentido, lo que no existía anteriormente en Rusia? ¡Que cese esta locura! ¡Basta! Basta de beber la amarga copa de veneno – por ti y por Rusia.” Y profetizó firmemente: “El trono ruso tambalea y tiembla, y se aproxima al colapso.” “Si las cosas se conducen así en Rusia y los anarquistas insanos y ateístas no están sujetos al justo castigo de la ley, y si Rusia no está libre de muchas malezas, entonces caerá como los antiguos reinos y ciudades, arrasadas por el justo castigo de Dios de la faz de la tierra por su ateísmo y anarquía.” “Patria desventurada, ¿cuándo prosperarás? Sólo cuando con todo tu corazón te aferres a Dios, a la Iglesia, al amor por el Zar y la Patria y a la pureza de la Moral.”

Los posteriores eventos de la sangrienta Revolución rusa y el triunfo del bolchevismo mostró cuánta verdad había en las calamitosas advertencias y los presentimientos proféticos del gran hombre recto de Rusia.

En los últimos años de la vida del Padre Juan, una agonizante enfermedad física se agregó a la dura labor de servir a la humanidad – una enfermedad que soportó sumiso y pacientemente, sin quejarse nunca ante nadie. Resueltamente, rechazó las órdenes de los doctores que lo trataron – de mantener su fuerza con alimento, sin ayuno. Estas son sus palabras: “Agradezco a mi Señor por concederme el sufrimiento para la purificación de mi alma pecadora. La Sagrada Eucaristía vivifica.” Y recibió la Comunión todos los días, como en otro tiempo.

El 10 de diciembre de 1908, habiendo reunido todas las fuerzas restantes que tenía, el padre Juan celebró la Liturgia Divina por última vez en la catedral de San Andrés en Kronstadt. El 20 de diciembre de 1908 a las 7:40 a.m. el Gran Hombre justo partió de este mundo para estar en presencia del Señor, habiendo pronosticado antes el día de su muerte.

Diez mil personas tomaron parte y estuvieron presentes en el funeral del Padre Juan y ningún milagro ocurrió en su sepulcro entonces ni después. ¡Qué extraordinario fue su funeral! Toda el área desde Kronstadt hasta Oranienbaum y desde la Estación báltica en San Petersburgo hasta el Monasterio Ioannovsky en Karpovka se llenó con una enorme multitud de miembros de la comitiva fúnebre. Nunca había habido un número tal de personas en un funeral – fue un evento sin paralelo en Rusia. La procesión del funeral fue escoltada por una guardia de honor mientras las bandas militares tocaban el cántico “Qué Glorioso es Nuestro Dios” a lo largo del camino a través de la ciudad las tropas estaban en posición firme. El oficio del funeral fue celebrado por Antonio, metropolitano de San Petersburgo, encabezando una asamblea de obispos y un innumerable clero. Aquellos que besaron la mano del difunto testifican que no se había vuelto fría ni tiesa. Los oficios conmemorativos fueron acompañados de lamentaciones generales de los presentes, quienes sintieron que habían quedado huérfanos. Se escucharon exclamaciones: “Nuestro sol se ha puesto, ¿Al cuidado de quién nos has dejado, Querido Padre? Pero no hubo nada pesaroso en el oficio del entierro: éste hizo recordar más bien a los radiantes maitines pascuales y a medida que prosiguió el oficio, creció el modo festivo de los que oraban. Uno podía sentir que un poder lleno de gracia emanada del féretro y llenaba los corazones de los presentes con un tipo de gozo del otro mundo. Estaba claro para todos que un santo, un hombre de rectitud, yacía en la tumba y que su espíritu estaba invisiblemente presente en la iglesia, envolviendo con amor y ternura a todos los que se habían reunido para presentarle sus últimos respetos.

El Padre Juan fue enterrado en el sepulcro, especialmente construido para él en el sótano del monasterio que él fundó en Karpovka. La capilla completa estaba hermosamente revestida con mármol blanco; el iconostasio y la tumba también eran de mármol blanco. En la tumba (situada a la derecha de la iglesia) yacía el Santo Evangelio y una mitra tallada, bajo lo cual yacía encendida una luz eterna lampadka (costumbre en la iglesia ortodoxa, aceite) de color rosado. Una multitud de lámparas preciosas y labradas artísticamente alumbraban constantemente sobre la tumba. Un mar de luz proveniente de las velas, encendidas por los devotos, fluía a través de la resplandeciente y maravillosa iglesia.

 

Fuente: https://www.fatheralexander.org/booklets/spanish/tesoros_j_cronstadt.htm

 

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