Mensaje de Ignacio, Metropolita de Argentina y Sudamérica con motivo de la Navidad de Jesucristo

 

“¡Cristo está naciendo, alábenle! ¡Cristo desde el Cielo, salgan a su encuentro!” (del Canon del oficio de la Natividad de Jesucristo)

 

¡Queridos hermanos y hermanas, amigos y todos los que sirven a Dios y a Su Santa Iglesia, los saludo en la Fiesta de la Natividad!

En los diferentes países se celebran muchas fiestas: estatales, nacionales, familiares y personales. Todas ellas en verdad diversas. Pero la Navidad de Jesucristo es aquello que más se celebra por la mayoría de la gente en todo el mundo. Pues todos los cristianos de Europa y Asia, de Oceanía, África, desde América del Norte y hasta la Antártida, recuerdan y veneran este acontecimiento, uno de los más significativos en la historia de la humanidad. Nosotros, los que vivimos en América del Sur, por supuesto, salimos a Su encuentro con esperanza y regocijo. ¿Porque nos regocijamos? Es que toda nuestra vida, es la vida cristiana. Es que todos nosotros somos cristianos: creemos en Cristo Jesús, nuestro Señor y Salvador, intentamos seguir Sus mandamientos, deseamos vivir con Él y en Él aquí en la Tierra y después en el Cielo. Es que tenemos una familia cristiana. Educamos a nuestros niños según esta Fe. Es que pensamos, sentimos, nos comunicamos como cristianos. Es que, de nuevo, somos cristianos. ¿Porqué esperamos en Él? Porque Él se entregó a Sí mismo exclusivamente por cada uno de nosotros, nos trajo la salvación, abrió las puertas del Reino Celestial, realizó la eterna comunión con Él ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Pero, primeramente, nació y, según San Atanasio el Grande: “Dios se hizo hombre para que el hombre sea dios”.

El mismo santo escribe: “El Verbo se encarnó para que las gentes, habiendo estado muertos, puedan volver a la vida, tomando para Sí mismo el cuerpo humano y así, destruyó en ellos la muerte a través de la gracia de Su Resurrección, como el fuego consume la paja”. Durante la Nochebuena esperamos regalos. Esta costumbre muy antigua, tiene su raíz en el Nacimiento: recordemos como los sabios de Oriente, ofrecieron al Divino Niño, oro, incienso y mirra; los pastores, su adoración; la Tierra, una cueva; los Cielos, la estrella. Y nosotros también, debemos obsequiarle algo. ¿Qué? Lo que Él desea de nosotros, lo que es más salvífico en nosotros, esto es, el amor hacia nuestro Dios y Salvador, El que está naciendo ahora y siempre. Esto significa, como dice el mismo Jesucristo, vivir según sus mandamientos. “Si me aman, guarden mis mandamientos” (Juan 14:15). En la Nochebuena que se acerca, las puertas de los templos ortodoxos estarán abiertas a cada uno de nosotros, allí se oirán preciosos cánticos navideños. Vengamos, pues, y recibamos al Niño recién llegado al mundo y regalémosle nuestro corazón, nuestro amor y nuestra entera vida para vivir con bienaventuranza en el Reino Celestial y con felicidad en esta vida terrenal. Amén.

¡Feliz Navidad!

Ignatiy, Metropolita de Argentina y Sudamérica.

 

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