“La Resurrección de Cristo, fundamento de la resurreción de todos los hombres” (Carta Pastoral de Su Beatitud Daniel, año 2022)
Irradiemos a nuestro alrededor la luz que proviene de la luz de la Resurrección de Cristo; veamos el rostro de cada uno de nuestros semejantes a la luz de la Resurreción de Cristo, cual cirio pascual encendido en el mundo por el amor de Cristo a la humanidad; veamos a cada persona como alguien que viaja junto a nosotros hacia el Reino de los Cielos, a la Resurrección general y a la gloriosa venida de nuestro Señor Jesucristo.
Por la Gracia de Dios, Arzobispo de Bucarest, Metropolitano de Muntenia y Dobrogea, Lugarteniente del Trono de Cesárea de Capadocia y Patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rumana.
Piadosísima comunidad monástica, muy venerable clero y cristianos ortodoxos de la Metropolía de Bucarest.
Gracia, paz y alegría de nuestro Señor Jesucristo, y de parte nuestra, paternales bendiciones.
¡Cristo ha resucitado!
“Cristo ha resucitado de entre los muertos como primicias (de la resurrección) de los que mueren […]; y como todos mueren en Adán, así también todos resucitarán en Cristo”
(I Corintios 15, 20 şi 22)
Piadosísimos y muy venerables Padres,
Amados fieles,
Ya que Cristo Resucitado de entre los muertos es llamado en la Santa Escritura “primicias (de la resurrección) de los que mueren” (1 Corintios 15, 20) y “el Primero que resucitó de entre los muertos” (Colosenses 1, 18), la celebración de la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo no es solamente la conmemoración y el testimonio de la verdad de Su Resurrección, sino también una visión espiritual o el ícono profético de la resurrección general de todos los hombres de todos los tiempos y de todas las naciones.
La sólida fe en la Resurrección de Cristo es, en la Ortodoxia, una fe fuerte en la resurrección de todos los hombres. Por eso, el Credo ortodoxo que pronunciamos en la Iglesia concluye con estas palabras: “Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro”.
La Resurrección de nuestro Señor Jesucristo es anunciada, en la noche de Pascua, no al interior de la iglesia, sino afuera de ella, precisamente porque se dirige no solo a los cristianos, sino a todos los hombres en general.
La Resurrección de Cristo no es un retorno a la vida terrenal mezclada con el sufrimiento y la corrupción, sino el comienzo de una vida nueva: la vida celestial, eterna para el alma y el cuerpo. En este sentido, el Santo Apóstol Pablo dice: “Como todos mueren en Adán, así también todos resucitarán en Cristo” (I Corintios 15, 22), y “el último enemigo que será vencido es la muerte” (I Corintios 15, 26).
La relación entre la verdad de la Resurrección de Cristo y la verdad de la resurrección general o universal es tan fuerte, que, quien rechace la verdad de la Resurrección de Cristo, estará rechazando también la verdad de la resurrección universal; y quien crea y confiese la verdad de la Resurrección de Cristo, creerá y dará testimonio de la verdad de la resurrección de los muertos.
En este orden de ideas, el Santo Apóstol Pablo les escribe a los corintios: “Si se anuncia que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo algunos de ustedes afirman que los muertos no resucitan? ¡Si no hay resurrección, Cristo no resucitó! Y si Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación y vana también la fe de ustedes […] En consecuencia, los que murieron con la fe en Cristo han perecido para siempre. Si nosotros hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solamente para esta vida, seríamos los hombres más dignos de lástima” (I Corintios 15, 12-14 y 18-19).
Entendemos, pues, que el misterio de la Resurrección de Cristo y de la resurrección de todos los hombres es el corazón o centro del Evangelio promulgado por los Santos Apóstoles, y fundamento de la fe ortodoxa atestada por la Iglesia.
Por eso, la celebración de la Santa Pascua es llamada en la Ortodoxia “la Fiesta de las fiestas”, y el ícono de la Resurección de Cristo se encuentra impreso en la primera cubierta del Santo Evangelio, mismo que es presentado a los fieles para que lo besen y veneren.
De igual manera, cada semana del calendario ortodoxo empieza con el “primer día de la semana”, o el día de la Resurrección del Señor, es decir, el domingo (dies Domenica) (cfr. Mateo 28, 1; Marcos 16, 2; Lucas 24, 1; Juan 20, 1; Hechos 20, 7; 1 Corintios 16, 2 y Apocalipsis 1, 10), orientando así el tiempo de la Iglesia y de la historia a la resurrección general o universal y a la vida eterna.
Entonces, la luz de la Resurrección de Cristo le da sentido a la vida diaria del cristiano, porque Cristo Resucitado se halla místicamente presente en Su Iglesia, hasta el final de los tiempos: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28, 20).
Al mismo tiempo, la luz de la Resurrección de Cristo le da sentido a la historia universal de la humanidad, porque la guía a la resurrección universal. Además, la luz de la Resurrección de Cristo le da sentido a la creación entera, es decir, al universo completo o cosmos, porque lo dirige a “un nuevo cielo y una nueva tierra”, en donde “ya no habrá muerte”(Apocalipsis 21, 1-4).
En este sentido, la Iglesia Ortodoxa canta, en la noche de la Santa Pascua: “Hoy todo se ha llenado de luz, el cielo, la tierra y todo lo que hay debajo de esta”. Es decir que todo se ha llenado de sentido, porque toda la existencia creada es liberada de la esclavitud y lo absurdo de la muerte (cfr. I Corintios 15, 51-58).
La luz eterna de la Resurrección de Cristo está ahora presente, de forma mística, en la Iglesia, latiendo en las almas de los fieles por medio de la fe y la oración —como vínculo vivo con Cristo Crucificado y Resucitado—, con la proclamación y obediencia al Evangelio de Cristo, la comunión con los Santos Misterios, el cumplimiento de los mandamientos del amor a Dios y el prójimo, y la práctica de una vida pura y santa.
La luz de la Resurrección de Cristo también está representada por las resplandecientes vestimentas sacerdotales, los íconos y los demás objetos litúrgicos áureos que adornan la iglesia en la noche de la Pascua.
La belleza visible de la Fiesta de la Resurrección de Cristo eleva nuestra mente y nuestro corazón a la luz celestial no-creada e invisible, a la gloria perpetua del Reino de Dios, conocida por los discípulos de Cristo en el Monte Tabor (cfr. Mateo 17,1-9; Marcos 9, 2-8; Lucas 9, 28-36), en donde morarán los justos y los santos después de la resurrección general o universal (cfr. Apocalipsis 21, 23-26).
Debido a que la Cabeza de la Iglesia es Cristo Crucificado y Resucitado de entre los muertos (cfr. Colosenses 1, 18), la misión de la Iglesia se desarrolla en el mundo, para santificar el tiempo de la salvación, es decir el intervalo que transcurre entre la Resurrección de Cristo y la resurrección de todos los hombres, o resurrección universal.
Amados hermanos y hermanas en el Señor,
La Santa Escritura nos enseña que la resurrección de todos los hombres tendrá lugar con el fin de este mundo visible, cuando nuestro Señor Jesucristo habrá de venir con gloria y gran poder a juzgar a vivos y muertos: “Llegará la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán Su voz y saldrán; los que hicieron el bien resucitarán para la vida, y los que hicieron el mal resucitarán para la condenación” (cfr. Juan 5, 28-29; cfr. Mateo 16, 27; 25, 31-46; Romanos 14, 10; II Corintios 5, 10; I Tesalonicenses 4, 16; II Tesalonicenses 1, 7-10).
La relación entre la gloriosa venida de Cristo, la resurrección de los muertos y el juicio universal de todos los pueblos y personas, está manifestada en el Credo de la Iglesia Ortodoxa, en el cual decimos, sobre Cristo Resucitado de entre los muertos y ascendido gloriosamente a los Cielos, que “vendrá con gloria a juzgar a vivos y muertos, y Su Reino no tendrá fin”.
En consecuencia, la luz de la gracia de la Santísima Trinidad, que une los Sacramentos de la Iglesia con el misterio de la resurrección de los muertos, el del juicio final de los actos cometidos por los hombres en esta vida y el del gozo de la vida eterna en el Reino de los Cielos, es la luz que orienta la vida y misión de la Iglesia en el mundo.
Por eso, cuando nos preparamos para celebrar la Resurrección del Señor, durante el Gran Ayuno de la Pascua, nos arrepentimos de nuestros actos por medio del Sacramento de la Confesión, juzgándonos a nosotros mismos con la contrición, y pidiendo el perdón de las faltas que hemos cometido con nuestra mente, nuestras palabras y nuestras acciones.
Después, comulgamos con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, “para el perdón de los pecados y la vida eterna”. Paralelamente, nos esmeramos en renovar y santificar nuestra vida, amando más a Dios, por medio de la oración, y a nuestros semejantes, por medio de nuestras buenas acciones, el perdón y la caridad.
Con estos sacrificios del Ayuno, se realiza —en misterio— la resurrección del alma desde la muerte que le había causado el pecado; es decir que nuestro amor egoísta y posesivo se transforma en un amor humilde y compasivo o generoso.
Por esta razón, en la noche de la Santa Pascua, la Iglesia nos exhorta a “perdonar todo por la Resurrección y llamar ‘hermanos’ a quienes nos odian”.
A este respecto, el Santo Apóstol Pablo nos enseña que las acciones virtuosas, brotadas del amor humilde y compasivo, son una preparación para la resurrección y para el día en que tendrá lugar el juicio universal: “considerando que el Señor retribuirá a cada uno todo el bien que haga, lo mismo al esclavo que al libre” (Efesios 6, 8; cfr. II Corintios 5, 10; Romanos 2, 6-16).
Lleno de un amor compasivo por los que sufren por la muerte de sus seres queridos, el Señor resucitó al hijo de la viuda de Naín (cfr. Lucas 7, 11-16), a la hija de Jairo (cfr. Mateo 9, 18-26; Marcos 5, 21-43; Lucas 8, 40-56) y a su amigo Lázaro, hermano de Marta y María de Betania (cfr. Juan 11, 1-46).
Estas tres personas jóvenes volvieron a la vida terrenal ordinaria, aunque, años más tarde, murieron de vejez como cualquier individuo. Sin embargo, al resucitar a Lázaro, Jesús le reveló a Marta, la hermana de este, la verdad de que el alma del hombre que cree en Cristo vive para siempre, aunque su cuerpo muera. En este sentido, Jesús dice: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en Mí, aunque muera, vivirá. Y todo el que vive y cree en Mí, no morirá para siempre” (Juan 11, 25-26).
Por eso, los santos textos del Nuevo Testamento están llenos de exhortaciones a vivir en la luz de la Resurrección de Cristo y a prepararnos para la resurrección general: “¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? […] Así también vosotros, consideraos como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús” (Romanos 6, 3 şi 11).
“No os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente […]. Que vuestro amor sea sin fingimiento; detestando el mal, adhiriéndoos al bien […]. Con la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación; perseverantes en la oración […]. Sin devolver a nadie mal por mal; procurando el bien ante todos los hombres” (Romanos 12, 2-17).
Cristianos ortodoxos,
La Fiesta de la Santa Pascua, como celebración de la Resurrección de Cristo y adelanto de la alegría eterna del Reino de la Santísima Trinidad, nos insta al arrepentimiento y el perdón, las buenas acciones y una vida santa.
Pidámosle al Señor Jesucristo Resucitado de entre los muertos que nos conceda el amor santo de Su amor humilde y compasivo, así como Su don y el auxilio que necesitamos para poder vivir y obrar de acuerdo con Su Evangelio, en el amor a Dios y a nuestros semejantes.
Hoy, cuando a nuestro alrededor vemos solo señales de muerte física y espiritual: codicia y violencia, sufrimiento e incertidumbre, pobreza e indiferencia, pidámosle a nuestro Señor Jesucristo que nos fortalezca en nuestra labor de asistencia a los enfermos, los ancianos, los huérfanos, los pobres, los afligidos y los apesadumbrados.
Irradiemos a nuestro alrededor la luz que proviene de la luz de la Resurrección de Cristo; veamos el rostro de cada uno de nuestros semejantes a la luz de la Resurreción de Cristo, cual cirio pascual encendido en el mundo por el amor de Cristo a la humanidad; veamos a cada persona como alguien que viaja junto a nosotros hacia el Reino de los Cielos, a la Resurrección general y a la gloriosa venida de nuestro Señor Jesucristo (cfr. Mateo, 25, 31-46).
Es importante recordar que el Santo Sínodo de la Iglesia Ortodoxa Romana proclamó el año 2022 como “Año de homenaje a la oración en la vida de la Iglesia y del cristiano”.
¿Por qué? Porque la oración es el fundamento de la vida y del crecimiento espiritual del hombre; es salvadora y santificadora, porque nos llena de la presencia de Dios, el Muy Compasivo. La oración nos da fuerzas para soportar las cargas de la vida y gustar ya desde este mundo la paz y el júbilo de la vida eterna.
Nada puede reemplazar a la oración y no hay actividad más valiosa que ella, porque nos llena de inspiración y vitalidad para pronunciar palabras bellas y de provecho para nuestros semejantes, y también nos ayuda a practicar las virtudes y el amor caritativo.
En el contexto actual, marcado por la violencia y el enorme sufrimiento en Ucrania, es necesario perseverar y multiplicar nuestras plegarias para que cesen las hostilidades, así como fortalecer espiritualmente a quienes sufren por causa de este conflicto. Sigamos ayudando a los refugiados ucranianos, deviniendo en “las manos piadosas de Cristo” para con ellos, porque Él los protege y les da fuerzas, paciencia y esperanza para regresar a su patria.
Al cumplirse 1000 años de la muerte de San Simeón el Nuevo Teólogo (†1022) y 300 del nacimiento de San Paisos de Neamț (†1722), el Santo Sínodo de la Iglesia Ortodoxa Romana ha proclamado, asimismo, el año 2022 como “Año conmemorativo de los santos hesicastas Simeón el Nuevo Teólogo, Gregorio Palamás y Paisos de Neamț”.
Partiendo del llamado del Santo Apóstol Pablo: “¡Orad sin cesar!” (I Tesalonicenses 5, 17), bajo la guía del Espíritu Santo, los Santos Padres hesicastas nos enseñaron la oración: “¡Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador!”, llamada también “oración de la mente” y “oración del corazón”. Esta oración se ha convertido en el mejor camino para la iluminación del alma y la santificación de la vida del cristiano.
¡Deseamos que la Fiesta de la Pascua traiga para todos los rumanos, tanto los que viven dentro de nuestras fronteras como los que están lejos de casa, mucha salud, paz, regocijo y esperanza!
Con amor paterno, nuestros saludos pascuales para todos: ¡Cristo ha resucitado! ¡En verdad ha resucitado!
Suyo en Cristo el Señor, orando con ustedes y deseándoles todo bien,
† Daniel
Patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rumana
Fuente: doxologìa.org
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