La plenitud de la negación de sí mismos antecede a la realización de la perfección
Archimandrita Zacarías Zaharou
La riqueza de los dones espirituales depende de la profundidad y la medida de la renuncia a uno mismo, a la cual el cristiano llega humillándose.
El Camino del Señor es un viaje descendente. ¿Por qué? Porque tiene como ley y fundamento la palabra del Señor: “El que se humille será ensalzado” (Lucas 14, 11). En consecuencia, el Camino del Señor es, primero, un descenso, y sólo después un ascenso. El Apóstol Pablo afirma que el descenso de Cristo “a las partes inferiores de la tierra” y Su ascenso “más allá de todos los cielos” se hizo motivo de todos los dones del Espíritu Santo (Efesios 4, 8-10). Teniendo, así, esa humilde visión divina del doble camino del Señor, el padre Sofronio confirma que “quienes son guiados por el Espíritu Santo no dejan jamás de condenarse a sí mismos, considerándose indignos de Dios”. Y, obedeciendo el deseo de humillarse a sí mismos, se menosprecian y siguen a Cristo, esmerándose en apartar toda inclinación al orgullo, para convertirse en moradas de la Santísima Trinidad. El padre Sofronio subraya, igualmente, que “en este viaje ascético hacia abajo, la plenitud de la negación de sí mismos antecede a la realización de la perfección”. En otras palabras, la riqueza de los dones espirituales depende de la profundidad y la medida de la renuncia a uno mismo, a la cual el cristiano llega humillándose. El Camino del Señor pasa por la muerte y llega al abismo del infierno. Es un acto voluntario y libre de pecado. De igual forma, el descenso del hombre debe ser un acto voluntario y correspondiente con el mandamiento de Dios. Antes de ser glorificado, el Camino de nuestro Señor despertó en Sus discípulos asombro y temor (Marcos 10, 32). Sin embargo, después del descenso del Señor, los mismos discípulos “marcharon de la presencia del Sanedrín contentos por haber sido considerados dignos de sufrir ultrajes en Su Nombre” (Hechos 5, 41) y se alegraban de los padecimientos soportados por Él (Colosenses 1, 24).
Fuente: Doxología.org
Pravoslavie.cl