La cultura humanística y la cultura de Dios-Hombre por San Justín Popovich
¿Cuál es el objetivo de la cultura ortodoxa? Introducir y sustanciar la Divinidad, lo más posible en el hombre y en el mundo que lo rodea; encarnar a Dios en el hombre y en el mundo. Por eso, la cultura ortodoxa es el incesante servicio a Cristo Dios, un incesante servicio divino. El hombre sirve a Dios a través de toda la creación; él sistemática y metódicamente introduce la Divinidad alrededor suyo en cada una de sus tareas, en cada una de sus obras; él despierta toda la divinidad que hay en la naturaleza a su alrededor, para que ella entera, bajo la dirección del hombre, sirva a Dios. De esta manera toda la creación participa en el servicio a Dios; porque la naturaleza sirve al hombre, el cual sirve a Dios.
La cultura de Dios-Hombre transfigura al hombre internamente y a través de esto ejerce influencia sobre el aspecto exterior, o sea transfigura al alma y con el alma al cuerpo. Para esta cultura, el cuerpo es el templo del alma, aquel vive, se moviliza y existe con ella. Si separamos el cuerpo del alma ¿qué nos queda, sino un hediondo cadáver? Dios-Hombre transfigura primero el alma y luego el cuerpo. El alma transfigurada transfigura al cuerpo, a la materia.
El objetivo de la cultura de Dios-Hombre es transfigurar no sólo al hombre y a la humanidad, sino a través de ellos también toda la naturaleza. Pero, ¿cómo alcanzar este objetivo? Sólo por los medios pertenecientes a Dios-Hombre: con las virtudes evangélicas, como ser la fe, el amor, la esperanza y la oración; la abstinencia y la humildad, la mansedumbre y la condescendencia, el amor a Dios y al prójimo. A través de estas virtudes se forma la cultura ortodoxa de Dios-Hombre. Esforzándose sobre estas virtudes, el hombre transfigura su desfigurada alma haciéndola hermosa. Ella se transfigura de lo sombrío a la luz, de la pecaminosidad a la santidad, de un rostro oscuro a la semejanza de Dios. Del mismo modo el hombre transfigura su cuerpo, haciéndolo templo que contiene su alma semejante a Dios. A través del denodado cumplimiento de las virtudes evangélicas, el hombre adquiere el dominio sobre sí y sobre la naturaleza que lo rodea. Expulsando al pecado de sí y del mundo que lo rodea, el hombre expulsa a la salvaje, destructora y devastadora fuerza; se transfigura enteramente a sí mismo y al mundo; domina a la naturaleza en sí mismo y a su alrededor. Los mejores ejemplos de esto son los santos: habiéndose santificado y transfigurado a través del cumplimiento de las virtudes evangélicas, ellos santifican, transfiguran hasta la naturaleza que los rodea. Existen muchos santos que fueron servidos por criaturas salvajes, y quienes con su sola aparición domaron leones, osos y lobos. Su relación con la naturaleza era devota, suave, dulce, condescendiente, tierna; no era ruda, áspera, enemiga ni salvaje.
No es la atadura exterior, forzada y mecánica la que forma el Reino de Dios en la tierra y crea la cultura ortodoxa; sino la asimilación interior, voluntaria y personal del Señor Jesucristo a través del ininterrumpido esfuerzo por las virtudes cristianas. Porque el Reino de Dios no viene a través de caminos externos y visibles, sino a través de sendas internas, espirituales e invisibles. El Salvador dice: “El Reino de Dios no vendrá de manera visible, y no dirán: ‘Está aquí’ o ‘Está allí’, porque el Reino de Dios está dentro de vosotros” (S. Lucas 17:20-21). El Reino de Dios está dentro del alma, creada por Dios a su semejanza y santificada por el Espíritu Santo; porque “El Reino de Dios no es cuestión de comida ni bebida, dino de rectitud, paz y regocijo en el Espíritu Santo” (Rom. 14:17). Sí, en el Espíritu Santo, y no en el espíritu del hombre. El Reino de Dios puede estar en el espíritu del hombre la medida en que el hombre se colme del Espíritu Santo a través de las virtudes evangélicas. Porque el primer y mayor mandamiento de la cultura ortodoxa es: “Buscad primero el Reino de Dios y su verdad, y todas estas cosas os serán añadidas” (S. Mateo 6:33), es decir, os será añadido todo lo necesario para el sostén de la vida corporal: el alimento, la vestimenta y el hogar (S. Mateo 6:25-32). Todo esto es el condimento del Reino de Dios, y la cultura occidental busca primeramente este suplemento. En esto reside su paganismo, porque, en palabras del Salvador, los paganos buscan este suplemento antes que nada. Esa es la tragedia de su situación, porque la cultura occidental agotó el alma con las preocupaciones mundanas; y el Inmaculado Señor dijo una vez y para siempre: “No os afanéis por vuestras vidas, qué habéis de comer o beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir… Porque todo esto buscan los gentiles. El Padre Celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Buscad primero el Reino de Dios y su verdad, y todo esto os será añadido” (S. Mateo 6:25, 32-33).
Enorme es la extensión de las necesidades que el hombre contemporáneo inventa apasionadamente. Para satisfacer estas exigencias sin sentido, la gente transformó nuestro admirable y divino planeta en un matadero. Pero el Señor Amante de la humanidad ya hace tiempo reveló que “una única cosa es necesaria” para cada hombre y para toda la humanidad. ¿Qué es? Jesucristo Dios-Hombre y todo lo que Él trae consigo: el amor divino, las divinas verdad, justicia, bondad, santidad, inmortalidad y eternidad, y todas las cualidades divinas restantes. He aquí “la única cosa necesaria” para el hombre y la humanidad, pues todas las restantes necesidades humanas, comparándolas con ésta, son tan insignificantes que hasta casi no son necesarias (S. Lucas 10:42).
Cuando el hombre reflexiona seriamente desde un punto de vista evangélico sobre el misterio de su vida y de la vida alrededor suyo, entonces debe llegar a la conclusión de que lo esencial es negarse a todas las necesidades y seguir decididamente a Nuestro Señor Jesucristo, unirse a Él con el cumplimiento de los esfuerzos evangélicos. Al no hacer esto, el hombre queda espiritualmente imposibilitado de dar fruto, carece de sentido y de vida; su alma se seca, se desmorona, se derrumba, y poco a poco él va muriendo hasta que lo hace totalmente, porque los divinos labios de Cristo dijeron: “Permaneced en Mí, y Yo en vosotros. Como el pámpano no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en Mí. Yo soy la Vid y vosotros los pámpanos, el que permanece en Mí, y Yo en él, éste da mucho fruto; porque sin Mí nada podéis hacer. El que no permanece en Mí, será echado afuera, como pámpano y se secará; y a estos pámpanos los recogen, los echan en el fuego y arden” (S. Juan 15:4-6).
Sólo a través de la unión espiritual y orgánica con Cristo Dios-Hombre, el ser humano puede continuar su vida en la vida eterna, y su esencia en la esencia eterna. El hombre de la cultura del Dios-Hombre nunca está solo: cuando piensa – piensa por medio de Cristo; cuando actúa – en Cristo actúa; cuando siente – siente en Cristo. En una palabra, él incesantemente vive en Cristo Dios. Porque ¿qué es el hombre sin Dios? Al principio es medio-hombre, y al final no es hombre. Sólo en el Dios-Hombre el ser humano encuentra la plenitud y la perfección de su esencia: su primera imagen, su infinidad, su inmortalidad y eternidad, su valor absoluto. Nuestro Señor Jesucristo mismo exaltó al alma humana, entre las gentes y todas las criaturas, como el tesoro más grande. “Así que no los temáis; porque nada hay encubierto, que no haya de ser manifestado; ni oculto, que no haya de ser sabido” (S. Mateo 10:26).
Todas las estrellas y los planetas juntos no valen tanto, cuanto vale un alma. Si el hombre hecha a perder su alma con pecados y vicios, no la podrá rescatar aunque fuera constituido señor de todos los sistemas estelares. Aquí al hombre le queda sólo una salida: Cristo Dios-Hombre, el único que da inmortalidad al alma humana. El alma no se libera de la muerte con las cosas, sino que se esclaviza, sólo el Dios-Hombre libera al hombre de la tiranía de lo material. Las cosas no tienen poder sobre el hombre cristiano, sino que él tiene poder sobre ellas. Él determina el real valor a todas las cosas, porque las valora de la misma forma que las valoraba Cristo. Y por cuanto el alma humana, de acuerdo con el Evangelio de Cristo, posee un valor incomparablemente mayor que el de todas las criaturas y cosas en el mundo, entonces la cultura ortodoxa es antes que nada la cultura del alma.
El hombre es grande sólo con Dios – he aquí la consigna de la cultura de Dios-Hombre. El hombre sin Dios son 70 Kg. de barro con sangre, es una tumba ya antes de la tumba. El hombre europeo condenó a muerte a Dios y al alma, pero ¿no se habrá condenado de esta manera a sí mismo a la muerte, de la cual no hay resurrección? Examinemos detenida e imparcialmente la esencia de la filosofía europea, de la ciencia europea, de su política, cultura y civilización y veremos que ellas aniquilaron a Dios y a la inmortalidad del alma del hombre europeo. Y si seriamente reflexionamos en la parte trágica de la historia del hombre, veremos que el Teocidio siempre culmina con el suicidio. Recordemos a Judas, él primero mató a Dios y luego a sí mismo. Esto es una ley ineludible de la historia de nuestro planeta.
“La estructura de la cultura europea, edificada sin Cristo, debe destruirse, y debe hacérselo muy rápidamente”, profetizó el clarividente Dostoievski 100 años atrás y el sentido Gogol más de 100 años atrás. Y las predicciones de estos profetas eslavos se están cumpliendo ante nuestros ojos. Hace 10 siglos que se está construyendo la torre de Babel europea, pero he aquí que ante nuestros ojos sólo hay un trágico cuadro: se construyó un enorme ¡cero! Comenzó una confusión general: el hombre no comprende al hombre, el alma al alma, un pueblo al otro. El hombre se levantó contra el hombre, un reino contra otro, un pueblo contra el otro y hasta un continente contra otro.
El hombre europeo llegó hasta la vertiginosa altura que determina su destino. En la cima de su torre de Babel él colocó al superhombre, y con él quiere concluir el edificio. Pero el superhombre enloqueció frente a la misma cima y cayó de la torre, y la torre tras de él es derrumbada, destruida y deshecha por soldados y revoluciones. Homo europaeicus tenía que transformarse en suicida. “Wille zur Macht” (el deseo de la fuerza) se convirtió en “Wille zur Nacht” (el deseo de la noche). La noche, la pesada noche cubrió Europa. Sus ídolos se desploman, y no está lejos aquel día cuando no quede piedra sobre piedra de la cultura europea, creadora de la ciudad y devastadora del alma, deificadota de lo creado y rechazadora del Creador…
El pensador ruso Hertsen, enamorado de Europa, vivió en ella por largo tiempo, pero en el ocaso de su vida, 100 años atrás, escribió: “Por bastante tiempo hemos estudiado el carcomido organismo de Europa, en todas sus capas vimos síntomas de muerte… Europa se acerca a una terrible catástrofe… Las revoluciones políticas se desploman bajo el peso de su enfermedad; ellas hicieron grandes cosas, pero no cumplieron su tarea, destruyeron la fe mas no suministraron libertad; inflamaron los corazones con deseos que no debían realizarse… Yo soy el primero que palidezco y me atemorizo por la noche que se avecina… ¡Adiós, agonizante mundo! ¡Adiós, Europa!”.
El cielo está vacío, no está Dios en él; vacía la tierra, no hay en ella un alma inmortal; la cultura europea convirtió a sus esclavos en muertos y ella misma pasó a ser un cementerio. “Yo quiero viajar a Europa – dice Dostoievski – y sé que viajo hacia el cementerio” (T. M. Dostoievski “Notas invernales sobre impresiones de verano”).
Hasta la Primera Guerra Mundial, el perecimiento de Europa lo presentían y predecían sólo los melancólicos profetas eslavos. Luego, lo notaron y percibieron algunos europeos más. Entre ellos el más valiente y sincero indudablemente fue Shpengler, quien conmovió al mundo con su libro “Untergangs des Avendlandes”. En su trabajo, él, con todos los recursos que sólo podían otorgarle la ciencia europea, la filosofía, la política, la técnica, el arte, la religión, etc…, demuestra que el occidente está muriendo. Desde tiempos de la Primera Guerra Mundial, Europa emite el estertor que precede a la muerte. La cultura occidental, o faustista, que según Shpengler tiene su comienzo en el siglo X, ahora está pereciendo y desplomándose, para que finalmente muera a fines del siglo XXII (ahora este proceso evidentemente está acelerándose). Detrás de la cultura europea, razona Shpengler, viene el tiempo de la cultura de Dostoievski, la cultura de la Ortodoxia.
Con cada descubrimiento cultural nuevo, el hombre europeo se putrefacta y muere más rápidamente. El enamoramiento del hombre europeo en sí mismo es una tumba, de la cual no desea y por lo tanto no puede resucitar. El enamoramiento en su razonamiento es una pasión fatal que devasta a la humanidad europea. La única salvación de esto es Cristo, dice Gogol. Pero el mundo, en el cual “hay desparramados millones de brillantes objetos que distraen los pensamientos, no tiene la fuerza de encontrarse directamente con Cristo”.
El tipo de hombre europeo capituló ante el fundamental problema de la vida; el Dios-hombre ortodoxo los resolvió a todos, del primero al último. El hombre europeo resolvió el problema de la vida con el nihilismo; el Dios-hombre – con la vida eterna. Para el hombre darwino-faustino europeo, lo principal en la vida es conservarse a sí mismo; para el hombre de Cristo – ofrecerse a sí mismo. El primero dice: ¡Sacrifica a los demás para ti!, mientras que el segundo: ¡Sacrifícate a ti mismo para los demás! El hombre europeo no resolvió el desgraciado problema de la muerte; el Dios-hombre lo hizo con la Resurrección.
Indudablemente, los principios de la cultura y civilización europea son Teoclastas. Largo tiempo se elaboró el tipo de hombre europeo, hasta cambiar a Cristo Dios-Hombre por su filosofía y ciencia, su política y técnica, su religión y ética. Europa aprovechó a Cristo “sólo como puente de la barbarie inculta a la barbarie culta, es decir de la barbarie tosca a la barbarie fina” (O. Nicolai Velimirovich, “Discurso acerca del todo-hombre”).
En mis conclusiones acerca de la cultura europea abunda lo catastrófico, pero que esto no los maraville, porque nosotros estamos hablando acerca del período más catastrófico de la historia, acerca del Apocalipsis de Europa, cuyo cuerpo y espíritu es desgarrado por horrores. Indudablemente Europa contiene contradicciones volcánicas, que si no se eliminan pueden concluir en la destrucción definitiva de la cultura europea.
Del libro “La Iglesia Ortodoxa y el ecumenismo”
Traducido por Esteban Jovanovich