Juan Clímaco: “Escala al Paraíso” (Scala Paradisi, o Escala Espiritual)
Basada en la edición del Obispo Alejandro (Mileant)
Corrección e introducción: Rolando Castillo.
Advertencia: Este libro se realizó con el único objetivo de dar a conocer una obra fundamental del pensamiento bizantino, y solamente se permite su uso personal con fines de su estudio y el placer de su lectura.
Primer Escalón: de la Renunciación.
Segundo Escalón: del Desapego.
Tercer Escalón. La Verdadera Peregrinación.
Cuarto Escalón: De la Bienaventurada Obediencia.
Quinto Escalón: de la Penitencia.
Sexto Escalón: del Recuerdo de la Muerte.
Séptimo Escalón: de la Aflicción Purificadora.
Octavo Escalón: de la Mansedumbre.
Noveno Escalón: del Resentimiento.
Décimo Escalón: de la Maledicencia.
Decimoprimer Escalón: de la Locuacidad y del Silencio.
Decimosegundo Escalón: de la Mentira.
Decimotercer Escalón: de la Pereza.
Decimocuarto Escalón: de la Gula.
Decimoquinto Escalón: de la Castidad.
Decimosexto Escalón: de la Avaricia y de la Pobreza.
Decimoséptimo Escalón: de la Insensibilidad.
Decimoctavo Escalón: del Sueño, de la Oración en Comunidad.
Decimonoveno Escalón: de las Vigilias.
Vigésimo Escalón: de la Pusilánime.
Vigésimo primer Escalón: de la Vanagloria en sus Múltiples Formas.
Vigésimo segundo Escalón: del Orgullo.
Vigésimo tercer Escalón: de las Blasfemias.
Vigésimo cuarto Escalón: de la Simplicidad.
Vigésimo quinto Escalón: de la Humildad.
Vigésimo sexto Escalón: del Discernimiento.
Vigésimo séptimo Escalón: Hesiquia.
Vigésimo octavo Escalón: de la Oración.
Vigésimo noveno Escalón: de la Impasibilidad.
Trigésimo Escalón: de la Caridad, la Esperanza y la Fe.
Carta al Pastor (Final).
Introducción
Una de las obras principales del emperador Justiniano fue fundar el monasterio de Santa Catalina, al pie del monte Sinaí, el cual al poco tiempo se transforma en uno de los centros espirituales del mundo bizantino.
Sobre Juan se sabe que nació en la región bizantina de Palestina, que vivió a fines del siglo VI hasta promediar el siglo VII, que fue un hombre excepcionalmente dotado de sensibilidad e inteligencia, que fue un gran maestro espiritual, que tuvo infinidad de seguidores, que estaba dotado de estupendos conocimientos intelectuales y que luego de llegar al Sinaí a los dieciséis años, esperar cuatro años haciendo méritos para poder ordenarse monje, y pasar gran cantidad de tiempo como eremita, es decir, monje solitario, se le ofrece el puesto de abad del monasterio aproximadamente a sus setenta años de edad, para morir diez años después.
Sabemos también que no apreciaba la comida, y que vivía con muy poco, lo que en su tiempo lo convirtió en el más virtuoso de los monjes bizantinos.
El monje Juan de Raithu, uno de sus más fieles seguidores, le suplica a Juan que escriba para dejar sentado en un libro todos sus conocimientos, y gracias a ese ruego, Juan escribe la Escala al Paraíso (en griego Clímaco, por eso su nombre), su obra, que condensa todo su saber y su espiritualidad.
En su obra Juan Clímaco nos pone en conocimiento de la existencia de una escala de treinta escalones, la edad de Cristo cuando llega a su madurez, cuyo ascenso nos asegura llegar a esa misma madurez, subiendo a través de la obtención de las virtudes descritas en ellos hasta el escalón treinta, donde fluye el amor de Cristo que bendice el ascenso.
El mismo Juan de Raithu ha escrito unos excelentes comentarios sobre la obra de Juan Clímaco.
La “Scala Paradisi”, luego de darse a conocer, llegó a ser la obra más leída por los monjes y por muchos ciudadanos bizantinos, subsistiendo aún enorme cantidad de manuscritos que manifiestan la veracidad de su popularidad.
También existen tempranas traducciones de la época y los siglos siguientes al siríaco, latín, francés, eslavo y español, lo que demuestra que se ha leído bastante en otros países tanto cercanos como alejados de Bizancio.
Esta obra influenció a gran cantidad de bizantinos a abrazar el ascetismo monástico, el cual a partir de ella puede decirse que logra encontrar entre sus motivos a la divinización del alma mediante la depuración de sus ardores carnales, luego de lo cual el alma llega a poder contemplar a Dios.
Esta obra indujo a miles de ciudadanos bizantinos de los siglos siguientes a llenarse de espiritualidad, a purificar su alma y su cuerpo para llegar a Dios, lo cual es la quintaesencia del pensamiento espiritual bizantino.
Es innegable la influencia del Fedón de Platón y de los pensamientos de los estoicos en esta obra, por lo cual podemos deducir que Juan Clímaco era un experimentado intelectual componiendo una especie de manual de vida, ya que todo lo que ha escrito ha sido vivido por él, que fue durante tantos años un asceta reconocido y un pensador aventajado.
Es por eso que esta obra no puede considerarse únicamente como una obra teológica, sino que es más bien una obra que contiene abundantes elementos filosóficos, tomados de Platón esencialmente y de los escritos estoicos, pero ordenados de tal forma que sirvan al objetivo que Juan tenía bien en claro, que era la purificación del cuerpo y la divinización del alma, para poder contemplar a Dios.
Tampoco es esencialmente una obra filosófica, pues contiene muchos misterios y es de un carácter eminentemente místico, con esa mística bizantina que ya en el temprano siglo VII se manifestaba en todo su esplendor, y que luego seguiría su camino con tantos pensadores tan importantes, hasta culminar en Simeón el nuevo Teólogo.
También puede considerarse que todos estos autores prepararon el camino al hesicasmo con esa mezcla de filosofía helenística y mística bizantina, traducida en tantos escritos tan valiosos, que nos dan una muestra excelente del pensamiento bizantino a través de los siglos.
Este libro es esencial para poder penetrar en la mente del ciudadano bizantino de esa época, preocupado por el desmoronamiento de su imperio, atacado por enormes cantidades de bárbaros, por los problemas y las divisiones religiosas, por las pestes y las guerras civiles tan frecuentes y por una sociedad que se mostraba cada día más peligrosa, donde la muerte acechaba a cada lado del camino y el que se despertaba a la mañana no sabía si se volvería a dormir tranquilamente alguna vez.
Esto es una muestra de que el pensamiento de Bizancio jamás se alejó del pensamiento filosófico helenístico, simplemente lo adaptó a la idea cristiana, tomó los elementos necesarios para su sustento, y le agregó su propio pensamiento intelectual, el de los grandes pensadores bizantinos de todos los siglos.
Para finalizar, solo decir que en los menologios ortodoxos se menciona, todos los 30 de Marzo, que Juan “llevó la vida en solitario con amor ardiente durante cuarenta años, inflamado por el fuego del amor divino y que su peregrinar no era sino plegaria incesante y amor inefable hacia Dios”
Rolando Castillo
Primer Escalón: de la Renunciación.
1. Dios. Nuestro Señor y Rey, que es bueno, más que bueno y enteramente bueno – es cosa muy conveniente, cuando uno se dirige a los servidores de Dios, comenzar nuestra oración con su santo nombre-, tuvo por bien honrar a todas las criaturas racionales que Él creó, con la dignidad del libre albedrío. Entre estas criaturas, unas son sus amigos, otras sus fieles servidores, otras sus servidores inútiles, otras le son extrañas y otras, por fin, son sus totalmente impotentes adversarios.
2. Amigos de Dios, venerado Padre, según nosotros lo entendemos — ignorantes y rudos como somos —, son aquellas substancias intelectuales e incorporales que lo rodean. Sus fieles servidores son aquellos que en todo, infatigablemente y sin hesitar, hacen Su santísima voluntad. Sus servidores inútiles son aquellos que, habiendo sido lavados con el agua del Santo Bautismo, no cumplen el compromiso contraído. Nosotros consideramos como extraños y enemigos de Dios a todos aquellos que viven sin el bautismo o cuya fe está plagada de errores. Sus adversarios, finalmente, son aquellos que, no contentos con haber sacudido de sí el yugo de la ley de Dios, persiguen con todas sus fuerzas a quienes procuran guardarla.
3. Extendernos acerca de cada una de estas categorías requeriría, llegado el caso, un tratado especial, y no conviene a mi ignorancia disertar ahora tan largamente sobre este tema.
Hablaremos entonces, a continuación, acerca de aquellos que, justamente, merecen ser llamados fidelísimos siervos de Dios. Ellos, con la potentísima fuerza de su caridad, son quienes nos impulsan a tomar esta carga. Por obediencia a ellos extendemos sin dilaciones nuestra ruda mano, y tomando de la suya la pluma de la enseñanza, la humedecemos en la tinta de la humildad, oscura y resplandeciente a la vez, para escribir con ella sobre sus blancos y humildes corazones como sobre un pergamino, o mejor, como sobre espirituales tablas, las palabras de Dios, que son, en verdad, divinas simientes, y según este principio:
4. Dios es la vida y la salvación de todos los seres dotados de libre albedrío; de los fieles y de los infieles, de los justos y de los pecadores, de los piadosos y de los impíos, de aquellos que están sometidos por sus pasiones y de aquellos que alcanzaron la impasibilidad, de los monjes y de los seculares, de los sabios y de los ignorantes, de los sanos y de los enfermos, de los jóvenes y de los viejos, y como la efusión de la luz, como la visión del sol, como la alternancia de las estaciones, a todos beneficia, ya que “Dios no hace acepción de personas” (Rom. 2:11).
5/9. Y para definir algunos de los vocablos que más hacen a nuestro propósito, decimos que impío es aquel ser racional y mortal que se aparta voluntariamente del camino, y que considera a su propio Creador, Siempre — existente, como no existente. Inicuo es aquel que interpreta la ley divina según su propio sentido pervertido, que se cree poseedor de la fe cuando en verdad profesa una herejía que se opone a Dios. Cristiano es aquel que, tanto como le es posible a un hombre, imita a Cristo en palabras, en obras y en pensamientos, creyendo firmemente en la Santísima Trinidad. Amigo de Dios es aquel que usa debidamente, y en forma ordenada, las cosas naturales, sin dejar jamás, en cuanto ello está en sus manos, de hacer el bien. Continente es aquel que, puesto en medio de tentaciones y trampas, trata de imitar la forma de ser de quienes han trascendido todo eso.
10/14. Monje: esta es la condición y el estado de los incorporales en un cuerpo material y sucio; monje es aquel que lleva los ojos del alma puestos siempre en Dios, y hace oración en todo tiempo, en todo lugar y en todo negocio; monje es una perpetua contradicción y violencia ejercidas sobre la propia naturaleza, y una vigilantísima e infatigable guarda de los sentidos; monje es un cuerpo casto, una boca pura y un espíritu iluminado; monje es un alma afligida y triste, que tanto en el sueño como en la vigilia, se ocupa sin cesar con el recuerdo de la muerte sin dejar jamás de ejercitarse en la virtud.
15/16. Renunciación y menosprecio del mundo, es odio voluntario, negación de la propia naturaleza, a fin de alcanzar aquello que está por encima de la naturaleza. Todos los que abandonan y desprecian los bienes de esta vida, suelen hacer esto por la gloria del Reino por venir, por la memoria de sus pecados, o tan sólo por amor de Dios. Si alguien hiciese esto, y no por alguna de estas causas, no sería razonable su renunciación. Sea cual fuere el fin y el término de nuestra vida, tal será el premio que recibiremos de Cristo, juez y remunerador de nuestros trabajos.
17. Quien desee aliviarse de la carga de sus pecados, debe imitar a los que están sobre las sepulturas llorando a los muertos — derramando continuas y fervientes lágrimas, y gemidos profundos en lo íntimo de su corazón — hasta que venga Cristo, quite la piedra del monumento, que es la ceguera y dureza del corazón, y libere a Lázaro, que es nuestra alma, de las ataduras de sus pecados, y mande a sus ministros (que son los ángeles), cutiéndoles: “Desatadlo de las ataduras de sus vicios y dejadlo ir hacia la bienaventurada impasibilidad” (Cf. Jn. 11:44).
18. Todos cuantos deseamos salir de Egipto y de la dominación del Faraón, tenemos necesidad (después de Dios), de algún Moisés que nos sirva de mediador para con Él, de alguien que, guiándonos por este camino con la ayuda de sus obras y de su oración, eleve por nosotros sus manos a Dios, para que logremos atravesar el mar de los pecados y podamos volver la espalda a Amalee, príncipe de los vicios, quien engañó a algunos que, confiados en sí mismos, creyeron que no tenían necesidad de guía.
19. Los que salieron de Egipto tuvieron a Moisés como guía, y los que huyeron de Sodomía, tuvieron como guía un ángel. Los primeros, los que salieron de Egipto, son aquellos que procuran sanar las enfermedades de su alma con la ayuda del médico espiritual; mas los segundos, los que huyeron de Sodomía, son aquellos que, llenos de inmundicias y torpezas corporales, desean fervientemente verse libres de ellas.
Éstos tienen necesidad, si me es permitido expresarme así, de un ángel, o por lo menos de un hombre que se asemeje a un ángel. Pues la eficacia de la medicina debe ser proporcional a la corrupción de nuestras llagas.
20-21. Aquellos que, revestidos de esta carne mortal desean emprender la ascensión al cielo, deberán necesariamente hacerse violencia y sufrir sin cesar (cf. Mt. 11:12), sobre todo al comienzo de su renunciación, hasta que la inclinación al placer de su corazón insensible se vea transformada en una disposición estable de amor por Dios y por la pureza gracias a una compunción manifiesta. Grandes y penosos esfuerzos serán necesarios, en efecto, y muchas penas secretas, sobre todo después de una vida de negligencia, para lograr que nuestro intelecto, semejante a un niño goloso y regañón, a fuerza de dulzura, de simplicidad y de celo, pueda amar tan sólo la vigilancia y la pureza. Mientras tanto, será menester mucho coraje. Si dominados por las pasiones, débiles como somos, nos presentamos ante Cristo con una fe viva, con nuestras flaquezas y nuestra impotencia espiritual, confesándolas ante él, nosotros obtendremos, ciertamente, su asistencia más allá de nuestros merecimientos, y alcanzaremos Su favor y Su gracia si con eso procuramos sumirnos en el abismo de la humildad.
22. Todos los que osan emprender este combate, duro, áspero, y al mismo tiempo fácil, deben saber que les será preciso arrojarse al fuego a fin de hacer que el fuego inmaterial habite en ellos. Que cada cual, por lo tanto, se pruebe a sí mismo, que coma de este pan celestial con amargura, que beba de este cáliz suavísimo con lágrimas, no sea que el combate se torne su juicio y su condenación. Si es verdad que no todos los bautizados alcanzan la salvación, miremos con atención por temor a que este peligro se haga extensivo a quienes profesan la religión.
23. Aquellos que emprenden este combate deben renunciar a todo y menospreciarlo todo, reírse de todo y rechazarlo todo, a fin de poseer un fundamento sólido. Este buen fundamento está sustentado por tres columnas: inocencia, ayuno y templanza, y todos los que se vuelven niños en Cristo deben comenzar por allí, tomando ejemplo de los que son niños en edad — en quienes no se puede encontrar perversidad ni disimulo, codicia desmedida ni vientre siempre insatisfecho, fuego de lujuria ni ardor salvaje en sus cuerpos —, porque conforme a la leña de los manjares se producen los incendios.
24. Es, en verdad, una cosa odiosa y peligrosa el hecho de que aquel que comienza, lo haga con flojedad y blandura, pues suele ser esto el indicio de la caída venidera. Por tal causa es en extremo provechoso comenzar con gran ánimo y fervor, aun cuando más tarde se deba en cierta medida reducir este rigor. Porque aquellas almas que comenzaron su combate en forma varonil para después debilitarse, pueden encontrar, en el recuerdo de su antigua virtud y diligencia, un estímulo y un azote que los lleve nuevamente al rigor pasado y les permite renovar sus alas.
25. Cuando el alma se traiciona a sí misma y pierde este benéfico y deseable fervor, que investigue, procurando encontrar la causa que la llevó a perderlo, y que con ella se trabe en combate con todo su celo, ya que no podrá recuperarlo si no lo introduce a través de la misma puerta por la cual salió.
26. Aquel que renuncia al mundo movido por un sentimiento de temor es semejante al incienso cuando se quema: al principio huele bien, mas termina transformándose en humo. Aquel que renuncia al mundo con la esperanza de una recompensa se asemeja a la piedra del molino que muele siempre del mismo modo. Pero aquel que renuncia al mundo por amor a Dios adquiere desde el comienzo el fuego interior, y este fuego, como si estuviera en medio de un gran bosque, se transforma en un gran incendio.
27. Algunos, sobre ladrillos edifican en piedras, otros, sobre la tierra levantan columnas, otros, marchan lentamente durante un tiempo; luego, al calentarse sus músculos y sus articulaciones, aceleran su paso. Aquel que posee inteligencia comprenderá este discurso simbólico. Los primeros, los que sobre ladrillos asientan piedras, son los que a partir de excelentes obras de virtud se levantan a la contemplación de las cosas divinas; sin embargo, al no estar fundados sobre la humildad y la paciencia, caen ante el embate de la tempestad. Los segundos, los que sobre la tierra levantan columnas, son los que sin haber pasado por los ejercicios y trabajos de la vida monástica, quieren volar a la vida solitaria, siendo fácil presa de los enemigos invisibles por carecer de virtud y de experiencia. Los terceros, los que avanzan paso a paso, son los que caminan con humildad y obediencia. A ellos les infunde el Señor el espíritu de Caridad, por el cual son encendidos e impulsados para terminar prósperamente su camino.
28. Puesto que es un Dios y un Rey el que nos llama a su servicio, corramos hacia El ardientemente, para no arriesgarnos — si el plazo de nuestra vida por ventura fuera breve — a morir de hambre por encontrarnos sin frutos en la hora de la muerte. Procuremos agradar a nuestro Rey y Señor, como los soldados al suyo, ya que al final de esta gloriosa milicia nos será exigida una cuenta exacta de nuestros servicios.
29. Temamos a Dios, al menos como algunos temen a las fieras. Me ha tocado ver, en efecto, a ciertos hombres que si bien no dejaron de hurtar por temor a Dios, sí lo hicieron por temor a los perros que ladraban. De este modo, lo que no terminó en ellos por temor a Dios, acabó por temor a los perros.
30. Amemos a Dios, al menos como amamos a nuestros amigos. Porque también he visto muchas veces que algunos, habiendo ofendido a Dios y provocando su ira con maldades, ningún cuidado tuvieron por recobrar su amistad. Esos mismos hombres en cambio, habiendo suscitado con una pequeña ofensa el enojo de un amigo, trabajaron luego con toda diligencia a fin de reconciliarse con el ofendido, y presentaron todo tipo de excusas y confesaron su culpa, e involucraron en todo esto a parientes y amigos ofreciéndoles muchas dádivas y presentes.
31. En los comienzos de la renunciación, la práctica de las virtudes requerirá de nosotros muchas penas y muchos esfuerzos. Más, después de haber realizado algún progreso, esa práctica no nos costará tanta pena, o apenas un poco. Y cuando nuestra mentalidad terrestre haya sido consumida y vencida por nuestro celo, entonces las practicaremos todas con gozo, con fervor, con amor y con un ardor divino.
32. Cuanto más dignos de alabanza son aquellos que desde el comienzo abrazan las virtudes y cumplen los mandamientos de Dios con alegría y devoción, tanto más dignos son de piedad los que, después de haber vivido largo tiempo de este modo, dejan de hacerlo, y si por ventura lo hacen, es con mucho trabajo y pesar.
33. Cuidémonos de sentir aversión o de condenar aquellas renuncias al mundo que parecen ser solamente fruto de una combinación de circunstancias. Porque he visto algunos hombres que habiendo huido hacia el exilio, involuntariamente reencontraron en esas tierras a su soberano; y fueron tomados a su servicio y contados entre sus caballeros, y recibidos a su mesa y en su palacio. He visto también que muchos granos caídos por azar sobre la tierra, germinaban y daban luego abundantes y excelentes frutos; y del mismo modo he visto lo contrario. He visto algunos que al ir a la casa del médico por un motivo cualquiera, acertaron a recibir en ella la salud que no tenían, recuperando la vista ya casi perdida. Es así como muchas veces lo involuntario resulta más seguro y más eficaz que aquello que se hace con un propósito determinado.
34. Que ninguno, bajo el pretexto de la multitud y gravedad de sus pecados, se declare indigno de profesar la vida monástica, y que no crea el que si así lo hace, que está procediendo con humildad, ya que por amor al placer, él “busca excusas en sus pecados.” Cuando la corrupción es grande, a fin de drenar totalmente la infección, se hace necesario un tratamiento enérgico.
35. Si un rey mortal y terreno nos convoca a su servicio y a su milicia, no hay nada que nos detenga ni buscamos excusas para no acudir. Antes, dejadas todas las cosas, corremos a servir y a obedecer con suma alegría. Por lo tanto, cuando el Rey de reyes, el Señor de los señores, el Dios de dioses nos llame a su celestial servicio, debemos estar atentos a fin de no recusarnos por pereza y negligencia, pues en ese caso nos encontraremos sin excusas ante su gran tribunal.
36. Es posible avanzar, aunque dificultosamente, aun estando encadenado por los asuntos del mundo y su cuidado, ya que también pueden caminar, con impedimento y trabajo, quienes llevan grilletes en sus pies. El célibe, retenido
en el mundo solamente por los negocios y su cuidado, se asemeja al que tiene sus manos esposadas. Así, cuando él desea entregarse a la vida monástica o solitaria, puede hacerlo libremente. Aquel que está casado, en cambio, es semejante al que lleva tanto sus manos como sus pies encadenados.
37. Me preguntaron cierta vez unos negligentes que vivían en el mundo: ¿cómo podríamos nosotros, morando con nuestras mujeres y cercados por el cuidado de nuestros negocios, vivir la vida monástica? A los cuales yo respondí: Todo el bien que pudiereis hacer, hacedlo; no injuriéis a nadie, no digáis mentiras ni toméis lo ajeno, no os levantéis contra nadie ni queráis mal a nadie; frecuentad las iglesias y los sermones, usad de misericordia con los necesidades, no escandalicéis ni deis mal ejemplo a nadie, no os empeñéis en suscitar discordias sino en deshacerlas, y contentaos con el uso legítimo de vuestras mujeres, porque si esto hiciereis no estaréis lejos del reino de Dios.
38. Aprestémonos para el buen combate con amor y alegría, sin dejarnos intimidar por nuestros enemigos. Porque ellos ven muy bien, a pesar de no ser vistos por nosotros, la figura de nuestras almas, y si nos vieran acobardados y medrosos, con mayor furia se lanzarían contra nosotros. Por lo tanto, con gran coraje, alcemos nuestras armas contra esos picaros, que no atacan a los combatientes resueltos.
39. En su deseo de adaptar el combate a nuestras fuerzas, suele el Señor suavizar las primeras batallas de los principiantes y de los nuevos guerreros, a fin de que ellos no retornen al mundo espantados por la grandeza del peligro. Gozaos, por lo tanto, siempre en el Señor, y tomad esto como una señal de su llamado y de su amor por vosotros.
40. Pero también suele suceder que el mismo Señor, cuando desde un principio ve a las almas generosas, en su deseo de coronarlas cuanto antes les apareja las más fuertes batallas.
41. El Señor oculta a los ojos de los hombres del siglo las dificultades de esta milicia — que desde otro punto de vista es fácil- porque si ellas fueran conocidas, no habría quien quisiese abandonar el mundo.
42. Ofrenda a Cristo los trabajos de tu juventud y podrás gozar en la vejez el tesoro de la impasibilidad, ya que son los bienes acumulados durante la mocedad los que nos reconfortan y alimentan en la debilidad de nuestra vejez. Trabajemos los jóvenes ardientemente, y corramos con sobriedad y vigilancia, ya que la hora incierta de la muerte nos aguarda en todo instante. Nuestros enemigos son en verdad perversos, astutos, poderosos, invisibles, desprovistos de todo impedimento corporal y nunca duermen; ellos tienen el fuego en sus manos y se esfuerzan por incendiar el templo vivo de Dios.
43. Que nadie en su juventud preste atención a los demonios que suelen decir: “No maltrates a tu carne, para no caer en la dolencia y en la enfermedad” pues de este modo ellos hacen al hombre blando y piadoso consigo mismo. Son muy pocos en efecto, en estos tiempos que corren, los que mortifican en todo a su carne, aunque algunos se abstienen de muchos y delicados manjares. Tal es una de las principales astucias de nuestro adversario: hacernos blandos y flojos al principio de nuestra profesión, para que después el fin sea semejante al comienzo.
44. Quienes verdaderamente se han resuelto a servir a Cristo — con la ayuda de los Padres espirituales y a partir del conocimiento que tienen de ellos mismos — deben buscar, antes que cualquier otra cosa, un lugar, un modo de comportarse, una forma de vivir y aquellos ejercicios que les sean apropiados. Porque no a todos conviene la vida cenobítica, particularmente por causa de la gula; del mismo modo, tampoco la vida eremítica es para cualquiera, en este caso, por causa de la ira. Que cada cual examine, ahora, el estado que más le cuadra.
45. El estado monástico, de una manera general, comprende tres modos de vivir. El primero es de vida solitaria, el de los monjes llamados anacoretas; el segundo es el que adoptan dos o tres monjes que comparten la soledad; el tercero es el de los que viven en la obediencia del monasterio: “Que nadie se desvíe ni a derecha ni a izquierda, dice el Sabio (Pr. 4:27), mas siga el camino real” (Num. 20:17). Entre estos tres géneros de vida, el del medio es para muchos el más conveniente, pues está escrito: ” ¡ay del solo, que si cae (en la tristeza espiritual, en la negligencia, en la somnolencia, en la pereza o en la desesperación) no tiene quien lo levante!” (Ecl. 4:10) en cambio “donde están dos o tres congregados» en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt. 18:20).
46. ¿Cuál es el monje fiel y sabio? Monje fiel y sabio será aquel que haya conservado íntegro su fervor hasta el fin de su vida, sin haber dejado de acrecentar, día tras día, fuego sobre fuego, fervor sobre fervor, deseo sobre deseo y celo sobre celo.
Segundo Escalón: del Desapego.
1 Aquel que en verdad ama al Señor, que en verdad desea gozar del Reino de los cielos, que en verdad se duele de sus pecados, que en verdad está herido con la memoria de las penas del infierno y del juicio eterno, que en verdad está animado por el temor de su propia muerte, a ninguna cosa de este mundo amará desordenadamente: no se fatigará con los cuidados del dinero ni la hacienda, ni de los padres, ni de los hermanos, ni de cosa alguna mortal y terrena. Mas, habiendo rechazado toda atadura y aborrecido todos los cuidados concernientes a esas cosas, y más todavía a su propia carne, desnudo y ligero seguirá a Cristo elevando siempre sus ojos al cielo en espera del socorro según las palabras del Profeta: “Yo no me turbé siguiéndote a ti, pastor mío; nunca deseé el día ni el reposo del hombre.”
2. Grandísima confusión es, por cierto, la de aquellos que después de haber sido llamados, no por hombres sino por Dios, después de haber abandonado todo lo que antes enumeré, se preocupan por alguna otra cosa que tampoco les será de utilidad en la hora de la necesidad, es decir en el momento de la muerte. A esto llamó el Señor: “mirar atrás y no ser digno del Reino de los Cielos” (Lc. 9:62).
3. El Señor conocía muy bien nuestra fragilidad en los comienzos, y cuan fácilmente nos volvemos al siglo cuando tenemos conversación familiar con personas del siglo. Por tal motivo, al que le pidió: “Señor, dame licencia para ir a enterrar a mi padre,” Él le respondió: “Deja a los muertos enterrar a sus muertos” (Mt. 8:22).
4. Suelen los demonios, después que hemos dejado el mundo, incitarnos a felicitar a algunos seculares misericordiosos y compasivos, haciéndonos creer que ellos son bienaventurados y nosotros miserables, por carecer de las virtudes que aquellos tienen. Esto lo hacen los demonios a fin de que esta adúltera y falsa humildad nos vuelva al mundo, y si permanecemos en la religión, para que vivamos desconsolados y desconfiando.
5. Hay quienes desprecian a los hombres que viven en el mundo por soberbia y presunción. Hay otros que, no por soberbia, sino a fin de escapar de este abismo de desconsuelo y desconfianza, a fin de concebir una esperanza y alegrarse por haber sido apartados del mundo, tienen en poco las costumbres de los que viven en él.
6. Quienes deseamos correr rápida y alegremente por este camino, estimándolo en lo que merece, miremos con atención la condena que el Señor pronunció contra todos aquellos que viven en el mundo, y que estando vivos están muertos, al decir: “Deja a los que están en el mundo, y están muertos, sepultar a los que están muertos corporalmente” (cf. Mt. 8:22).
7. Y oigamos lo que el Señor dijo al joven que había guardado casi todos los mandamientos: “Una cosa te falta: ve y vende todos tus bienes, y dalos a los pobres, y hazte, por amor de Dios, pobre y necesitado de la ajena misericordia.”
8. No fueron las riquezas la causa de que aquel joven dejase de recibir el bautismo; se engañan quienes suponen que por tal motivo le mandaba el Señor que vendiera su hacienda. No era esta la causa, sino querer elevarlo a la altura del estado de nuestra profesión.
9. Para conocer su gloria debería bastarnos este argumento: quienes viviendo en el mundo se ejercitan en ayunos, vigilias, trabajos y aflicciones semejantes, cuando vienen a la vida monástica como a una escuela de virtud, tienen en menos aquellos primeros ejercicios suponiéndolos como falsos y fingidos.
10. Yo he visto que muchas y diversas plantas de virtud sembradas por aquellos que viven el mundo -las cuales eran regadas con el agua cenagosa de la vanagloria, escardadas por la ostentación y abonadas con el estiércol de las alabanzas humanas — al ser trasplantadas en tierra desierta y apartada de la vista y de la compañía de los hombres, se secaban por carecer del agua maloliente de la vanidad. Ya que las plantas que aman esa humedad no pueden producir frutos en el suelo seco y árido de los ejercicios.
11. Aquel que haya logrado aborrecer al mundo, ése estará libre de la tristeza del mundo. Pero aquel que tiene todavía afición por las cosas del mundo, no estará del todo libre de esta pasión, ya que ¿cómo dejaría de entristecerse cuando se viera privado de lo que ama?
12. Para con todas las cosas tenemos necesidad de gran templanza y vigilancia. Más, por encima de todas ellas, debemos esforzarnos por alcanzar esta libertad y la pureza de corazón. Pues he conocido algunos hombres, los cuales viviendo en el mundo con muchos cuidados y ocupaciones, con muchas congojas y mucha vigilia, escaparon de los movimientos y ardores de la propia carne. Pero estos mismos, al entrar en los monasterios, al vivir libres de esos cuidados, se dejaron corromper, torpe y miserablemente, por el ardor del cuerpo.
13. Velemos sobre nosotros mismos, no nos suceda que royendo caminar por el camino estrecho y dificultoso, lo estemos haciendo por el camino largo y espacioso y así vivamos engañados. Camino estrecho es la aflicción del bien, la perseverancia en las vigilias, el agua con medida y el Pan con parsimonia, absorber la purificante poción de las humillaciones, soportar la mortificación de nuestra voluntad, el sufrimiento de las ofensas, el menosprecio de nosotros mismos, la paciencia sin murmuración, el tolerar las injurias, el no indignarse contra los que nos infaman, el no quejarse de los que nos desprecian, el no replicar cuando nos condenan. Bienaventurados los que caminan por esta senda, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
14. Ninguno entrará a la celeste cámara nupcial para recibir la corona que recibieron los grandes santos, a no ser aquel que hubiera cumplido con la primera, con la segunda y con la tercera renunciación, a saber: en la primera
ha de renunciar a todas las cosas que están fuera de él, como son los padres, los parientes, los amigos y todo lo demás; en la segunda ha de renunciar a su propia voluntad; en la tercera, por fin, ha de renunciar a la vanagloria que algunas veces suele acompañar a la obediencia, porque a este vicio están más sujetos los que viven en compañía que los que moran en soledad.
15. “Salid, dice el Señor por medio de Isaías (Is. 52:11), salid de allí, no toquéis nada inmundo.” Porque, ¿cuál de los hombres del mundo ha hecho jamás milagros? ¿Quién resucitó a los muertos y arrojó a los demonios? ¡Atended! Estas son las insignias de los verdaderos monjes, las cuales el mundo no merece recibir. Porque si él las mereciese, superfluos serían nuestros trabajos y la soledad de nuestro apartamiento.
16. Cuando después de nuestra renunciación los demonios encienden nuestro corazón con el recuerdo de nuestros padres y hermanos, entonces, principalmente, debemos tomar contra ellos las armas de la oración, y a nuestro turno encender nuestro corazón con el recuerdo del fuego eterno para apagar con su fuego la llama dañosa de aquel otro fuego.
17. Si alguien, creyéndose libre de ataduras se entristece en su corazón al verse privado de algún objeto, él está por completo en manos de la ilusión.
18. Cuando los jóvenes, después de haberse entregado a los deleites y vicios de la carne quieren entrar en la religión, procuren ejercitarse con toda atención y vigilancia en estos trabajos, para que no venga a ser peor su fin que su comienzo (cf. Mt. 12:45). Muchas veces el puerto, que suele ser la causa de la salud, lo es también de peligros. Esto lo saben muy bien aquellos que navegan por este mar espiritual. Y es cosa miserable ver perderse los navíos en el puerto, cuando estuvieron salvos en medio de la mar.
Tercer Escalón. La Verdadera Peregrinación.
1. Peregrinación es el abandono constante y voluntario de todas aquellas cosas que nos impiden el propósito y el ejercicio de la piedad, que es honrar y buscar a Dios. Peregrinación es un corazón vacío de toda desconfianza, una sabiduría desconocida, una prudencia secreta, una vida retirada, un propósito secreto, amor del desprecio, apetito de angustias, deseo del amor divino, abundancia de caridad, renuncia a la vanagloria, un abismo de silencio.
2. Está en la naturaleza de las cosas que, en un principio, un pensamiento agite de un modo incesante e intenso a los amantes del Señor, como si ellos se consumieran en el fuego divino de este deseo de alejarse de la patria y de los suyos, el cual también los incita a querer ser afligidos y despreciados por amor de Dios. No obstante a pesar de ser loable este sentir, es necesario, además, un gran discernimiento, porque en último término, no toda peregrinación es igualmente buena.
3. Ningún profeta es honrado en su tierra (Jn. 4:44), ha dicho el Señor; debemos velar, sin embargo, a fin de que nuestro exilio voluntario no se transforme en ocasión para la vanagloria, porque la peregrinación verdadera es el perfecto apartarse de todas las cosas con la intención de que nuestro pensamiento jamás se aparte de Dios. El Peregrino es un amante perpetuo del llanto arraigado en sus entrañas por la memoria de su Creador. Peregrino es el que siempre aparta de sí la memoria y el afecto, tanto de parientes como de extraños por ser impedimentos para ir a Dios.
4. Aquel que se haya resuelto por esta peregrinación, por esta soledad, no debe detenerse en el mundo para escuchar a las almas amigas, por temor de ser asaltado, en ese tiempo, por el Enemigo. Ya que hubo muchos que pretendiendo llevar consigo a estos perezosos y negligentes, perecieron junto con ellos, apagándoseles en el ínterin la llama del fuego divino. Por lo tanto, cuando sintieras en ti esta llama y esta divina inspiración, corre presuroso, pues no sabes en qué momento ha de apagarse dejándote a oscuras. No todos somos llamados a salvar a los otros, porque, como dice el Apóstol: “Cada uno dará a Dios cuenta por sí” (Rom. 14:12), y en otro sitio: “Tú, en suma, que enseñas a otros, ¿cómo no te enseñas a ti mismo?” (Rom. 12:21). Como si dijera: “En lo que concierne a los demás, no sé, mas cada cual responderá, seguramente, por sí mismo.”
5. En tu peregrinar guárdate del demonio del vagabundaje y del amor a los placeres, pues la peregrinación suele dar ocasión a este demonio.
6. Gran cosa es haber mortificado el apego a las cosas pasajeras, y la peregrinación es la madre de esta virtud.
7. Los que son peregrinos por amor a Dios, han de abandonar todos sus apegos, y estar como muertos para con todas las cosas, a fin de no estar por una parte alejados del mundo, y por la otra atrapados por sus lazos.
8. Quienes se han alejado del mundo, que no vuelvan a tocarlo, pues muchas veces los vicios largo tiempo adormecidos, suelen despertar a su contacto.
9. Nuestra madre Eva contra su voluntad salió del Paraíso, mas el exilio del monje es voluntario. Aquella fue arrojada a fin de que no comiera nuevamente del árbol de la desobediencia; éste debe alejarse por el peligro que representan, para su anhelo, los parientes según la carne.
10. Huye entonces, como de un grandísimo azote, de la vecindad de estos lugares del mundo, pues cuando el fruto está ausente, menos mueve al corazón.
11. Otro modo que tienen estos ladrones de engañarnos, es sugerirnos que no nos apartemos de los seculares, diciéndonos que mayor será nuestra recompensa, si viendo mujeres y andando en medio de ellas, permanecemos castos. No debemos escucharlos sino, más bien, hacer todo lo contrario.
12. Después de habernos alejado un tiempo de nuestra patria y de haber adquirido un poco de piedad, de compunción y de abstinencia, los demonios comenzarán a combatirnos, generando en nosotros pensamientos de vanidad e incitándonos a retornar a nuestra patria para edificación y ejemplo de todos aquellos que antes nos vieron vivir desordenadamente en el siglo. Y si por ventura tenemos alguna ilustración o alguna gracia en el hablar, entonces nos empujan fuertemente hacia el siglo, para que nos transformemos en maestros y salvadores de almas. Todo esto a fin de que la hacienda que con mucho trabajo adquirimos en el puerto, la perdamos en alta mar.
13. Esforcémonos por imitar a Lot, y no a la mujer de Lot; porque el alma que retornara al lugar del cual salió, ha de transformarse en sal y permanecerá inmóvil como una estatua (cf. Gen. 19:24).
14. Huye, entonces, de Egipto, y hazlo de tal manera que nunca jamás vuelvas, porque los corazones que allí volvieron no alcanzarán la Jerusalén de la impasibilidad.
15. Con todo esto, sin embargo, no es malo para aquellos que al principio de su conversión dejaron la patria, y todas las cosas con ella, por conservarse en la infancia de su profesión y a fin de cerrar las puertas a todo cuanto podía dañarlos, que después de confirmados y adelantados en la virtud, y perfectamente purificados, vuelvan a ella para hacer partícipes a otros de la salvación que ellos mismos alcanzaron. Porque aquel gran Moisés que vio a Dios y que por Él fue enviado para salvar a su pueblo, pasó muchos peligros en Egipto, y muchas aflicciones y trabajos en este mundo por tal causa.
16. Más vale entristecer a nuestros padres que a nuestro Señor, porque El nos creó y redimió, pero aquellos muchas veces destruyeron a los que amaron, y los entregaron al tormento eterno.
17. Peregrino es aquel que, como hombre de otra lengua que mora en una nación extranjera entre gente que no conoce, vive solo consigo en el conocimiento de sí mismo.
18. Que nadie piense que nos separamos de nuestra patria y de nuestros deudos porque los aborrezcamos (nunca quiera Dios que tal sea nuestra intención), sino para evitar el daño que de su parte puede llegarnos.
19. En ese punto, como en todo lo demás, tenemos a nuestro Salvador por maestro y por ejemplo, el cual muchas veces se alejó de la Virgen y del santo José. Y cuando le dijeron: “Tu madre y tus hermanos te buscan” (cf. Mt. 12:47), nuestro buen maestro nos enseñó este santo odio y esta libertad del corazón al responder: “Mi madre y mis hermanos son los que hacen la voluntad de mi Padre, que está en los cielos” (cf. Mt. 12:50).
20. Ten por padre, entonces, a aquel que puede y quiere trabajar contigo para ayudarte a descargar el fardo de tus pecados; sea tu padre la compunción, que tiene el poder de lavar la suciedad de tu alma; sea tu hermano aquel que trabaja y lucha a tu lado en tu curso hacia el cielo; sea tu mujer y compañera, que de tu lado no se aparte, la memoria de la muerte; sean tus hijos bienamados, los gemidos del corazón; que tu siervo sea tu cuerpo, y tus amigos las santas potencias, que te serán de utilidad en la hora de la muerte, si tú cultivaras ahora su amistad. Ésta es la familia espiritual de aquellos que buscan a Dios.
21. El amor de Dios excluye el amor desordenado de los padres — se engaña aquel que pretende poseer a los dos al mismo tiempo —, pues El ha dicho: “Nadie puede servir a dos señores” (Mt. 6:24).
22. “No penséis que he venido a poner paz, sino espada” (Mt. 10:34) — dice el Señor en otra parte — porque vine a apartar a los amadores de Dios de los amadores del mundo, y a los terrenos y ambiciosos de los espirituales, y a los ambiciosos de los humildes. Porque el Señor se regocija de los conflictos y separaciones cuando ellos se producen por amor a Él.
23. ¡Ten cuidado!, no estés secretamente atado por el amor de los tuyos, pues te arriesgas, al verlos andar naufragando en el diluvio de las miserias y trabajos de este mundo y tratar de socorrerlos, a perecer junto con ellos en ese mismo diluvio. No te dejes conmover, entonces, por las lágrimas de tus padres y de los amigos que lloran tu salida del mundo, para no tener que llorar tú mismo, por toda la eternidad.
24. Cuando ellos te cercaran como abejas, o mejor, como avispas, y comenzaran a lamentarse sobre ti, no lo dudes un solo instante: fija, sin abstracciones, los ojos de tu alma sobre tu muerte y sobre el recuerdo de tus acciones pasadas, a fin de arrojar, con tu pena, a otra pena.
25. Los nuestros, que de hecho, no son los nuestros, nos prometen, muchas veces engañosamente, que todas las cosas se harán según nuestra voluntad y que no nos impedirán nuestros buenos propósitos. Más ellos, de este modo, tratan de desviarnos de nuestro curso para lograr sus propios fines.
26. Cuando nos alejemos del mundo, busquemos nuestro sitio en los lugares más humildes, menos públicos y más apartados de las consolaciones del mundo. De otro modo podremos vernos envueltos por las pasiones.
27. Oculta la nobleza de tu origen si fueras noble, y en nada muestres la claridad y nobleza de tu linaje, a fin de no aparecer uno en tus palabras y otro en tus actos.
28. Entre todos los peregrinos ninguno hubo como aquel Patriarca a quien le fue dicho: “Sal de tu tierra y de entre tus parientes, y de la casa de tu padre ” (Gen. 12:1), siendo por esta vía llamado a marchar entre gente bárbara y de lengua desconocida.
29. El Señor, algunas veces, ha tornado ilustres a ciertos hombres que a ejemplo de aquel gran Patriarca eligieron el exilio. Más, si bien esta gloria viene de Dios, es bueno que ella sea preservada con el escudo de la humildad.
30. Cuando los demonios, o los hombres, nos alaban por nuestro exilio o por alguna virtud, debemos recurrir con gran atención al recuerdo de aquel Señor que peregrinó del cielo hasta la tierra por nosotros, y hallaremos que, ni aun viviendo todos los siglos, podríamos nosotros imitar la pureza de su exilio.
31. Peligrosas son todas las ataduras, tanto las que nos unen a uno de los nuestros como las que nos ligan a un extraño: ellas pueden arrastrarnos insensiblemente hacia las cosas del mundo y amortiguar en nosotros el fuego de la compunción.
32. Porque así como es imposible mirar con un ojo el cielo y con el otro la tierra, es igualmente imposible, estando en el cuerpo y con el ánimo aficionado al mundo, tener una afición pura por las cosas del cielo.
33. Con gran trabajo y fatiga se alcanza la virtud y se establecen los buenos hábitos. Mas puede ocurrir que aquello que sólo se consiguió tras mucho trabajo y en mucho tiempo, se pierda en un instante; pues “las malas compañías corrompen los buenos hábitos” (cf. 1 Cor. 15:33), y estas compañías son a la vez mundanas e inmundas.
34. Aquel que después de haber renunciado al mundo quiere vivir y relacionarse con los hombres que viven según el mundo, o morar cerca de ellos, ha de caer, ciertamente, en los mismos peligros que ellos y ha de ensuciar su corazón con sus mismos pensamientos. Y si así no se ensuciara, al juzgar y condenar a los que así se ensucian, se ensuciará él mismo. De los sueños con que suelen ser tentados los principiantes
35. Me es imposible negar que mi espíritu posee apenas un conocimiento imperfecto y que está lleno de ignorancia. Pues, así como el paladar juzga la calidad de los alimentos, el oído juzga la verdad de las sentencias, y así como el sol revela la debilidad de los ojos, así también las palabras muestran la ignorancia del alma. Mas la ley del amor nos obliga a tratar cosas que exceden nuestras facultades. Yo creo de utilidad, sin pretender imponerlo, agregar a este capítulo algo sobre los sueños, para que no ignoremos del todo esta astucia de nuestros adversarios. Para ello conviene saber, en primer lugar, qué cosa es el sueño.
36. El sueño es un movimiento del espíritu mientras el cuerpo está inmóvil.
37. La fantasía es una ilusión de los ojos interiores, que hace aparecer como real aquello que no lo es en un alma adormecida. La fantasía es una alienación del alma que tiene lugar en un cuerpo despierto. La fantasía es una visión que no se fundamenta en la realidad.
38. La causa por la cual me pareció apropiado hablar sobre los sueños en este lugar, es manifiesta. Cuando nosotros, por amor de Dios abandonamos nuestras casas y parientes, y nos alejamos de ellos y nos entregamos a la peregrinación, comienzan los demonios a perturbarnos entre sueños, representándonos a nuestros padres y a nuestros parientes afligidos, tristes o muertos por causa nuestra, y pasando necesidades o en su lecho de muerte. Mas el que a sueños como estos da crédito, se asemeja al que corre tras su sombra para darle alcance.
39. Los demonios de la vanagloria profetizan en nuestro sueño. Siendo muy ingeniosos, ellos conjeturan sobre algunas cosas por venir y nos las anuncian. Cuando estas cosas suceden, nos sentimos maravillados y nos elevamos a nosotros mismos a la categoría de poseedores de la pre-ciencia. Y con esto nos ensoberbecemos.
40. Y muchas veces sucede, por secreto juicio de Dios, que el demonio resulte veraz para con aquellos que creen en él, del mismo modo que resulta mentiroso para con los que no le hacen caso. Siendo un espíritu, él ve todas las cosas que suceden en el aire que nos rodea, y cuando adivina que alguno ha de morir se lo comunica en sueños a alguno de los que creen en él, y así lo engaña.
41. Pero ninguna cosa futura la saben de ciencia cierta, sino por conjetura; y por esta vía hasta los médicos pueden predecirla muerte de un enfermo.
42. Muchas veces ocurre que los demonios toman la figura de un ángel de luz, o la de un mártir, y así se nos presentan en sueños, despertando nosotros llenos de alegría y soberbia. Esto último debe ser tomado como una de las señales de su engaño.
43. Porque los ángeles buenos nos hacen ver la representación de los suplicios, los juicios y las separaciones, y cuando despertamos lo hacemos tristes y temerosos.
44. Aquellos que comienzan a creer a los demonios en sus sueños, terminan siendo engañados fuera de los sueños. Por todo esto, es de locos y malvados el dar crédito a tales vanidades; mas el que ningún crédito les da, este es un verdadero sabio.
45. Debes creer, entonces, solamente en aquellos sueños que te predican pena y juicio. Y si esto te mueve a desesperación, debes entender que también esto te viene del demonio.
Cuarto Escalón: De la Bienaventurada Obediencia.
1. Habiendo hablado de la peregrinación y del menosprecio del mundo, es muy oportuno, ahora, hacerlo sobre la obediencia para doctrina de los nuevos caballeros y guerreros de Cristo. Porque así como la flor precede al fruto, así también el exilio voluntario, sea del cuerpo, sea de la voluntad, precede a la obediencia. Con estas dos virtudes, como con dos alas doradas, se eleva en rápido vuelo hacia el cielo el alma santa, a la cual se refería el Profeta lleno del Espíritu Santo cuando dijo: “¡Quien me diera alas como de paloma, yo volaría y descansaría!” (cf. Sal. 54:7). Es decir: yo volaría por la acción y descansaría por la contemplación y la humildad.
2. Hemos de describir a continuación, en nuestro discurso, el hábito y las armas de estos poderosos guerreros. Ellos portan por escudo su fe en Dios y su lealtad para con el maestro que los ejercita. Con este escudo rechazan todo pensamiento de infidelidad o desconfianza. Ellos empuñan continuamente la espada del Espíritu para cortar con ella todas sus voluntades personales. Revestidos con la coraza i hierro de la paciencia y la dulzura, ellos son invulnerables rente a todos los insultos, todas las injurias y todas las paladas hirientes. Y por yelmo llevan ellos la oración espiritual, en la cual protegen la cabeza de su alma. Además de esto, s no están juntos, sino que uno de ellos avanza hacia servicio mientras el otro permanece inmóvil apoyado en Jalón. Tales son los hábitos y tales son las armas de los verdaderos obedientes. Veamos ahora qué cosa es la obediencia.
3. La obediencia es un perfecto renunciamiento a la propia alma que se expresa claramente por medio del cuerpo. Pero también es obediencia la perfecta negación del cuerpo, practicada con fervor y voluntad. Porque en lv. perfecta obediencia tanto concurren el alma como el cuerdo, y todo debe ser negado cuando la obediencia lo demanda. Obediencia es obra sin examen previo, muerte voluntaria, vida sin curiosidad, puerto seguro, excusa delante de Dios, menosprecio del temor a la muerte, navegación sin miedo, camino que durmiendo se pasa. Obediencia es sepulcro de la propia voluntad y resurrección de la humildad. Aquel que en verdad es obediente, en nada resiste, en nada discute lo que le mandan, porque el que está muerto no discierne ni emite juicios sobre lo que es bueno o parece malo. Aquel que santamente mortificara su alma de este modo, dará razón de sí a Dios. Obediencia es renuncia al propio discernimiento por plenitud de discernimiento.
4. En sus comienzos, esta ejercitación de mortificar tanto los miembros del cuerpo como las voluntades del alma, es un trabajo penoso. A mitad de camino, a veces es penoso y a veces descansado. Mas al final del camino hay perfecta paz y tranquilidad, y mortificación de toda perturbación desordenada y de todo trabajo. Este bienaventurado muerto en vida, entonces, sufre solamente cuando ve que ha hecho alguna vez su propia voluntad pues teme cargar con ese fardo.
5. Vosotros, que habéis osado despojaros de vosotros mismos a fin de entrar en el estado de confesión espiritual; vosotros, que deseáis poner el yugo de Cristo sobre vuestros cuellos; vosotros, que os esforzáis por depositar vuestro propio fardo sobre las espaldas de otro; vosotros, que deseáis inscribir vuestro nombre en el libro de los siervos para recibir en cambio la perpetua libertad; vosotros, que deseáis atravesar a nado el ancho mar de este mundo sostenidos por la mano de otro, sabed que hay para esto un camino corto, aunque áspero (particularmente en su comienzo), al que llamamos estado de obediencia. Existe en este camino un peligro fundamental, el cual es la libre disposición de uno mismo; mas aquel que escapare de este peligro alcanzará, ciertamente, todas las cosas espirituales y honestas. Porque la obediencia consiste en desconfiar de uno mismo en todas las cosas, por buenas que ellas parezcan, hasta el fin de la vida.
6. Cuando por amor al Señor determinemos inclinar nuestra cerviz y confiarnos a otro con el deseo de alcanzar la verdadera humildad y la salvación, antes mismo de ingresar en esta milicia (si es que hay en nosotros una chispa de juicio y discreción), debemos examinar, escudriñar, someter a prueba, por así decirlo, al pastor que tomamos, para que no nos suceda, al tomar marinero por piloto, enfermo por médico, vicioso por virtuoso, que en lugar de arribar a un puerto seguro, naufraguemos en alta mar. Mas, después de haber entrado nosotros en este estado de piedad y de obediencia, ya no nos será lícito juzgar a nuestro buen maestro en ninguna cosa, aun cuando encontremos en él, hombre como nosotros al fin, algunos defectos. Si así no lo hiciéramos, poco nos podrá aprovechar la obediencia.
7. Es absolutamente necesario que todos aquellos que desean tener una confianza inquebrantable en sus superiores, guarden en su corazón un recuerdo constante e indeleble de sus buenas acciones. De este modo, cuando los demonios pretendan sembrar en ellos la desconfianza, podrán tapar sus bocas con estos recuerdos que conservan en su memoria. Y cuanto más viva estuviera esta fe en el corazón, tanto más pronto estará el cuerpo para los trabajos de la obediencia, s el que hubiera caído en infidelidad contra su padre (espiritual), téngase por caído de la virtud de la obediencia.
Por tal motivo, cuando algún pensamiento te instigare e juzgues o condenes a tu superior, huye de él como lo del espíritu de la fornicación. Y jamás le des lugar, ni da, ni descanso, ni dejes iniciativa alguna en manos de serpiente. Habla con este dragón y dile: “¡Oh perverso engañador!, no soy yo el que ha de juzgar a mi superior, sino él a mí. Yo no soy su juez sino el mío.
9. Los padres enseñan que la salmodia es un arma, que la oración es una muralla y que las lágrimas son un baño; mas, de la bienaventurada obediencia, dicen que ella es semejante a la confesión de fe, porque con ella hace el hombre sacrificio de sí mismo.
10. Aquel que está sujeto a obedecer a otro, pronuncia sentencia contra sí mismo. Aquel que por amor de Dios obedece perfectamente, aun creyendo que no obedece de ese modo, con esto se sustrae al juicio divino y lo carga sobre su superior; pero si en algunas cosas hiciese su propia voluntad, aun creyendo que obra por obediencia, entonces él cargará con su propio fardo. El prelado hará muy bien en reprender al que así procede; mas si callara, yo no sabría qué decir.
11. Aquellos que con simplicidad obedecen en el Señor, recorren felizmente su camino sin dar ocasión a que los demonios exciten su espíritu crítico.
12. Por sobre todas las cosas, confesemos nuestras faltas sólo a nuestro excelente juez, y si él así lo dispusiera, hagámoslo en público. Porque las llagas, sacadas a luz y expuestas públicamente, se curarán en lugar de corromperse.
De los Memorables Hechos Acaecidos en un Monasterio. Historia de un ladrón penitente.
13. Cierta vez, en un monasterio, vi al muy buen juez y pastor que lo gobernaba, pronunciar un terrible juicio. Estando yo allí, en efecto, acudió un ladrón con el fin de tomar los hábitos, al cual el buen pastor y sapientísimo médico mandó que lo dejasen estar en toda quietud y reposo por espacio de siete días para que durante ese tiempo observase el señero de vida que se practicaba en el lugar. Pasado ese tiempo le llamó el pastor, y a solas le preguntó si le parecía bien morar en aquella compañía; y como el otro respondió, con toda sinceridad, en forma afirmativa, tornó a preguntarle qué males había cometido en el mundo. Y como el aspirante prontamente los confesó todos, para mejor probarle le dijo el padre: “Quiero que todas esas culpas las confieses en presencia de todos los religiosos.” El otro, como verdadero penitente y como hombre que aborrecía de corazón todas sus maldades, dejando de lado toda vergüenza humana y toda confusión, respondió, sin dudarlo, que así lo haría. “Y si así lo pides, aun en medio de la plaza de Alejandría las diría a voces.”
Reunidos, pues, todos los religiosos (cuyo número era de doscientos treinta) en la iglesia, en un día domingo, una vez leído el Evangelio y acabados los divinos misterios, mandó el padre que trajesen a aquel reo que en nada resistía. Trajeron lo entonces algunos religiosos, atadas las manos a su espalda, vestido con un áspero cilicio y cubierta la cabeza con ceniza. Al contemplarlo con este aspecto tan doloroso todos quedaron espantados, prorrumpiendo en lágrimas y gemidos porque ninguno de ellos entendía lo que estaba sucediendo. En cuanto al reo, apenas que hubo llegado a las puertas de la iglesia, aquel sagrado padre y clementísimo juez le ordenó con voz terrible que se detuviera, “porque no eres, le dijo, merecedor ni siquiera de llegar hasta el umbral de esa puerta. El otro entonces, herido por el golpe de ese grito, que con toda sabiduría aquel verdadero médico había dado -y que después con juramentos nos afirmó que le pareció como un trueno, se desplomó temblando de pavor. Y estando él así, cubriendo la tierra con sus lágrimas, aquel maravilloso medico que ordenaba todo esto para su salud y para dar un ejemplo de verdadera humildad, le mandó decir en público todos los pecados que había cometido. El lo confesó todo gran humildad para gran espanto de todos los presentes, dejar de enumerar todo tipo de homicidios, hechicerías hurtos y otras cosas que no es lícito decir ni escribir. Y después de haberse así confesado, le mandó el padre a que se tonsurara para ser recibido en el número de los hermanos.
14. Maravillado yo ante la sabiduría de este santo padre, le pregunté más tarde y en secreto: “¿Por qué causa has hecho tú una demostración tan extraordinaria?” A lo que este verdadero médico me respondió: “Hice esto por dos causas: la primera, intentando librar a ese penitente, por una confusión presente, de la confusión eterna. Y así fue, efectivamente, ya que no se levantó del suelo, ¡oh padre Juan!, hasta no haber recibido totalmente el perdón por sus pecados. Y en esto deseo que no tengas escrúpulos ni dudas: uno de los religiosos que estuvo presente me afirmó después que había visto allí a un hombre de gran estatura, el cual tenía un papel escrito en una mano y una pluma en la otra, y cuando el penitente postrado en tierra confesaba un pecado, este hombre lo borraba con la pluma. Y esto es justo, porque está escrito: “Te confesé mi pecado y no oculté mi iniquidad. Digo: ‘Confesaré a Yahvé mi pecado’, y tú perdonaste la culpa de mi pecado” (Sal. 32:5). En segundo lugar hice esto porque tengo aquí algunos religiosos que no han confesado enteramente sus pecados, los cuales, con este ejemplo, se sentirán movidos a hacerlo. Pues sin esta confesión nadie puede alcanzar el perdón.
Otras muestras de virtud.
15. Muchas otras cosas, admirables y dignas de memoria, pude ver en aquel monasterio y en su ilustre pastor, de las cuales intentaré transmitir algunas. Porque permanecí allí no poco tiempo, observando atentamente su modo de vivir y maravillándome grandemente al ver como aquellos ángeles de la tierra imitaban a los del cielo.
16. En primer lugar estaban todos ellos unidos por un estrecho vínculo de caridad y, lo que es verdaderamente hermoso, amándose tanto como se amaban, no había entre ellos ni atrevimientos ni excesiva familiaridad, ni palabrería inútil. Así trabajaban los hermanos, poniendo gran cuidado en no escandalizarse los unos a los otros y en no darse ocasión para el mal. Y si acontecía que uno de ellos tenía un rencor contra otro, el buen pastor lo desterraba a otro monasterio apartado, y si alguno maldecía a otro hermano, el santo juez lo arrojaba fuera de la compañía diciendo: “No hay razón para soportar en el monasterio, además de los demonios invisibles, a uno visible.”
17. Yo vi entre aquellos santos cosas verdaderamente útiles y admirables, pues se trataba de una comunidad de muchos — que eran como uno solo en el amor de Cristo — , todos muy ejercitados tanto en las obras de la vida activa como en las de la vida contemplativa, los cuales de tal manera se despertaban y se aguijoneaban para las cosas de Dios que casi no necesitaban de las amonestaciones de su padre espiritual. Pues ellos, en efecto, habían concertado ciertas reglas, ciertas prácticas santas y divinas: así, si en ausencia del superior alguno utilizaba un lenguaje ofensivo, o comenzaba a murmurar, o simplemente se entregaba a un palabrerío inútil, otro hermano le hacía secretamente una señal para que mirase por sí y moderase sus palabras. Y si por ventura el amonestado no cambiaba su actitud, entonces el otro se prosternaba ante él y luego se alejaba. Cuando estos hermanos se reunían para conversar, sólo lo hacían sobre la muerte y sobre el juicio venidero.
18. Y no puedo pasar por alto la singular práctica del cocinero de aquel monasterio, el cual, a pesar de estar continuamente ocupado, no sólo observaba siempre un perfecto recogimiento, sino que además había alcanzado la gracia de las lágrimas. Al preguntarle lleno de curiosidad cómo había él obtenido tal gracia, me respondió: “Jamás pensé que servía a los hombres sino a Dios; nunca me consideré digno de la quietud y el reposo; y ante la vista del fuego material siempre acude a mi mente la memoria del fuego futuro.”
19. Otra extraordinaria práctica que era habitual entre los hermanos, era la de continuar con sus ejercicios espirituales aun sentados a la mesa. Tenían para esto ciertas señales con las cuales se exhortaban los unos a los otros al estudio de la oración incluso mientras comían. Y del mismo modo procedían, no solamente cuando estaban a la mesa, sino toda vez que se encontraban.
20. Cuando alguno cometía una falta, cada uno de los que lo habían visto le suplicaban les permitiera dar cuenta de ella al superior y recibir la penitencia. Y aquel gran varón, como conocía este proceder de sus discípulos, les imponía las más blandas correcciones. Sabiendo que el culpado era inocente, no quería, sin embargo, averiguar cual era el verdadero culpable.
21. ¿Podía existir entre los hermanos la más leve sospecha de habladuría o murmuración? Si acontecía que una querella se suscitaba entre dos de ellos, aquel que casualmente pasara por allí debía tenderse a sus pies hasta ver que se calmaran. Mas si este último sentía que en los otros restaba algún rencor, entonces debía acudir al superior, quien trataría de reconciliarlos de modo que el sol no se pusiese sobre su ira. Si de todos modos ellos permanecían enojados, se les privaba de alimentos hasta que se perdonaran mutuamente; y si aún así no se reconciliaban, entonces eran expulsados del monasterio.
22. No en vano, por cierto, se aplicaba tal rigor, ya que él producía abundantes frutos. Había muchos, en efecto, entre aquellos bienaventurados, que eran señalados como muy admirables en la vida activa y en la contemplación, en la discreción y en la humildad. Era un espectáculo realmente magnífico, y digno de los ángeles, poder ver a esos hombres venerables y de una santa majestad que, corriendo como niños ante el llamado de la obediencia, encontraban la gloria en este estado de humildad.
23. Vi algunos de estos que hacía cincuenta años que militaban bajo la obediencia, los cuales, como yo les preguntase qué consolación, o qué fruto habían alcanzado a través de un trabajo tan rudo, unos me respondían que por este medio habían llegado al abismo de la humildad, la que les había permitido rechazar todos los ataques del enemigo; y otros dijeron que por este camino habían perdido toda sensibilidad y toda pena frente a las injurias y los ultrajes.
24. Vi entre aquellos hombres dignos de eterna memoria, a viejos de blancos cabellos, de rostros angelicales, que habían llegado, por la acción de Dios y la generosidad de su voluntad, a una profunda inocencia y a una gran simplicidad, mas no una simplicidad irracional y carente de sabiduría como la de los ancianos que viven en el mundo, a los que solemos llamar tontos; por lo contrario, sin que en sus palabras y modales hubiera nada de fingido, de exagerado, de falsificado, ellos se mostraban exteriormente suaves, mansos, agradables y alegres, mientras que interiormente se hallaban, como niños inocentes, postrados a los pies de Dios y de sus superiores con los ojos de su espíritu ferozmente clavados sobre los demonios y las pasiones.
25. Todo el tiempo de mi vida no sería suficiente para describir las virtudes y la vida totalmente celestial de aquellos bienaventurados; por tal motivo, a fin de impulsaros a su imitación, antes que con la bajeza de mis palabras, he optado por adornar esta doctrina con los ejemplos de sus trabajos y sus virtudes. Con todo, primeramente os ruego no penséis que en este proceso pueda yo decir alguna cosa fingida, o que no sea verdadera, pues está claro que donde hay falsedad no puede haber utilidad.
Historia de Isidoro.
26. Un religioso llamado Isidoro, que anteriormente revistiera la dignidad del arconte en la ciudad de Alejandría, había renunciado al mundo en este monasterio hacía ya algunos años. Aquel maravilloso pastor, al recibirlo, conjeturando por su aspecto y por otros detalles que se trataba de un hombre áspero, intratable, soberbio y henchido de vanidad, determinó en su sabiduría vencer con su ingenio humano la astucia de los demonios. Le dijo entonces: “Isidoro, si verdaderamente has decidido tomar sobre ti el yugo de Cristo, quiero, ante todo, que te ejercites en los trabajos de la obediencia.” A lo cual respondió Isidoro: “Así como él hierro está sujeto a las manos del herrero, así yo, padre santísimo, me sujetaré a todo lo que mandes.” “Pues quiero dijo el pastor- que permanezcas a la puerta del monasterio y que te arrojes a los pies de todos los que entran o salen, diciendo: ‘Ruega por mí, padre, que soy epiléptico’. Y a todo esto obedeció Isidoro como un ángel al Señor.
Habiendo pasado siete años en aquella obediencia, y alcanzado por este medio una profundísima humildad y compunción quiso el padre — después de este ejercicio de paciencia de la que tan gran ejemplo había dado — sumarlo al número de los religiosos y honrarlo con sus órdenes por encontrar que verdaderamente era merecedor de ellas. Pero Isidoro, por intermedio de otras personas y de mí mismo, miserable como soy, le suplicó que lo dejase en ese mismo lugar y haciendo lo que hasta ese momento había hecho hasta el fin de su carrera, dando a entender, de modo enigmático y oscuro, que su fin se aproximaba. Y así ocurrió, pues pasados diez días de haberle permitido el santo maestro permanecer en ese lugar, por medio de aquella sujeción e ignominia el buen Isidoro pasó a la gloria, y siete días después de dormirse llevó consigo al portero del monasterio, al cual prometiera que si después de su muerte obtenía algún crédito con el Señor, lo pediría por compañero perpetuo. Todo esto fue para nosotros indicio cierto de sus merecimientos, de su perfecta obediencia y de su sagrada y divina humildad.
27. Cuando aún vivía, pregunté cierta vez a Isidoro qué pasaba por su espíritu mientras él se comportaba según lo había dispuesto su superior frente a la puerta del monasterio. Deseando ser de utilidad, este santo varón me respondió: “Al principio hacía de cuenta que había sido vendido como esclavo por causa de mis pecados. Así, haciéndome gran violencia, con gran amargura, me arrojaba a los pies de todos los que entraban o salían. Pasado apenas un año, realizaba esto sin violencia y sin tristeza, esperando de Dios el galardón por mi paciencia. Pasado otro año comencé, de todo corazón, a tenerme por indigno tanto de la compañía, de la conversación y de la vista de los padres del monasterio, como de la participación en los divinos sacramentos. Finalmente ya no pude siquiera levantar mis ojos para mirar a nadie a la cara; por tal razón, con la vista y el corazón, no menos que el cuerpo clavado en la tierra, rogaba a los que entraban y salían que pidieran por mí
Historia de Laurencio.
28. Estando sentados cierta vez a la mesa, aquel gran pastor, acercando su sagrada boca a mi oreja, me dijo: “¿Quieres que te muestre una sabiduría toda divina en una cabeza toda blanca?” Como yo lo pidiera con insistencia, él llamó, de la mesa más cercana, a alguien cuyo nombre era Laurencio, que había vivido en ese monasterio durante casi cuarenta y ocho años y que era segundo presbítero del sagrario. El tal Laurencio acudió al llamado y, poniéndose de rodillas ante el abad, recibió de éste su bendición; mas, después que se hubo levantado, el superior lo dejó estar allí, sin comer, de pie y sin dirigirle palabra alguna. Permaneció así el religioso durante largo tiempo, tanto, que por vergüenza no osaba yo mirarlo a la cara. Recién al finalizar la comida le habló el abad ordenándole que recitara el principio del Salmo 39.
29. Como yo era muy malicioso, no dejé de tentar a aquel santo anciano — pues tenía más de ochenta años — preguntándole qué pensaba mientras permanecía de ese modo en el refectorio. Y él me respondió: “Yo he puesto la imagen de Cristo en mi Pastor, y todos sus mandamientos no los veo como salidos de él sino de Cristo. Por lo cual, ¡oh Padre Juan!,pareciéndome que estaba, no delante de la mesa de los hombres, sino ante el altar de Dios, hacía oración y no daba entrada a ningún tipo de pensamiento malo contra mi pastor, por la sincera fe y por la gran caridad que tengo para con él. Porque está escrito: ‘La caridad no piensa mal’. También quiero que sepas, padre, que después de haberse entregado a la simplicidad y a la inocencia, uno ya no da tiempo ni lugar a los ataques del maligno.”
Historia de un ecónomo.
30. Y así como era de bienaventurado aquel pastor y padre de espirituales ovejas, así también lo era el ecónomo que la gracia de Dios había dado al monasterio: casto y moderado como cualquier otro, y manso como muy pocos. Aquel gran maestro quiso cierta vez tentarlo reprendiéndolo para edificación de los otros; mandó entonces, sin que hubiera causa para ello, que lo echasen de la iglesia. Como yo sabía de la inocencia del ecónomo en relación a la falta por la cual había sido castigado, asumí su defensa frente al superior. Y el sapientísimo maestro me dijo: “Bien sé, padre, que él es inocente; mas, así como es cosa cruel quitar el pan de la boca de un niño que se muere de hambre, del mismo modo es perjudicial, para el prelado y para los súbditos, si el que tiene a cargo sus almas no les procura a toda hora cuantas coronas viere que pueden alcanzar, ejercitándolos, en la medida que cada uno de ellos puede soportar, con injurias e ignominias, con objeciones y escarnios, porque si esto no hace surgirán tres grandes injusticias. En primer lugar se privará al súbdito devoto del mérito de la paciencia. En segundo lugar, se privará del ejemplo de la virtud a los otros hermanos.
En tercer lugar — y esto es lo más grave — suele ocurrir muchas veces que los que parecen más cercanos de la perfección, y más endurecidos por el sufrimiento, si el superior deja pasar más tiempo del debido sin probarlos, reprenderlos o ejercitarlos con alguna maña, con de nuestros o injurias, como si ya fueran hombres de virtud acabada, terminan ellos por perder toda la dulzura y paciencia que tenían, porque aunque la tierra sea buena, gruesa y generosa, si le falta labranza y riego, o sea el ejercicio del sufrimiento de las humillaciones, suele hacerse salvaje, infructuosa, y producir las espinas del orgullo, de la malicia y de la presunción. Sabiendo esto, el gran Apóstol escribe a Timoteo: “Insiste, reprende, exhorta, oportuna e importunamente” (cf. 2 Tim. 4).
31 Yo repliqué, no obstante, a aquel verdadero guía, alegando la debilidad de nuestra generación e insinuando que muchos de los reprendidos sin causa, y a veces también los con causa, se desviaban y se apartaban de la manada. El respondió a mi objeción diciendo: “El alma que por amor de Dios está enlazada con vínculos de amor y fe con su pastor, sufrirá hasta derramar su sangre y nunca desfallecerá; mayormente si antes hubiere sido ayudada por él en la cura de sus llagas y agraciada con los beneficios y consolaciones espirituales, pues: ‘ni ángeles ni principados, ni virtudes ni criatura alguna, podrán apartarnos de la caridad de Cristo’. Mas la que no estuviere así enlazada y fundida, por así decirlo, con su superior, maravilla será que no esté demás en el monasterio, porque su obediencia será fingida y no verdadera.” Y, en verdad, aquel gran Varón jamás fue defraudado; por lo contrario; él enderezó, perfeccionó y ofreció a Cristo muchas de estas ofrendas puras y limpias.
Historia de Abaciro.
32. Cosa admirable de ver y de oír es la sabiduría divina encerrada en vasos de arcilla. Estando en aquel monasterio, en efecto, no dejaba yo de maravillarme al verla fe y la paciencia de los jóvenes hermanos, y la constancia invencible que les hacía soportar castigos, injurias e ignominias, no sólo de manos del abad, sino también de parte de otros que eran menores que él. Por esto, y para mi edificación, me decidí a interrogar a uno de aquellos religiosos, cuyo nombre era Abaciro, el cual hacía quince años que estaba en el monasterio y al que veía yo continuamente injuriado por casi todos y, a veces, hasta ser echado de la mesa por los ministros, por ser este hermano algo incontinente de la lengua. Le pregunté, pues: “¿Qué es esto, hermano Abaciro, que te veo cada día ser injuriado, echado de la mesa y algunas veces acostarte sin cenar?” Y él me respondió: “Créeme, padre, lo que te digo: mis padres no obran así para injuriarme sino para probarme. Y sabiendo yo que esa es la intención del superior, así como la de ellos, fácilmente, y sin molestia alguna, lo soporto todo. Pensando de este modo he sufrido quince anos; y espero sufrir más, porque cuando entré al monasterio ellos me dijeron que hasta los treinta años probaban a los que dejaban el mundo. Lo cual, ¡oh padre Juan!,tengo yo por muy acertado; porque el oro no se purifica sino en el crisol.”
33. Este noble y generoso Abaciro, que falleció a los dos años de mi llegada al monasterio, estando ya para morir dijo a los Padres: ” ¡Gracias doy al Señor y a vosotros, padres, que para bien de mi alma continuamente me probasteis, ya que por tal causa he vivido hasta ahora libre de las tentaciones del enemigo!” Y aquel santo Pastor, con toda justicia, mandó sepultarlo como a un confesor de Cristo, junto con los santos que allí estaban sepultados.
Historia de Macedonio.
34. Sería del todo injusto para con aquellos que son celosos amantes de la verdad, si yo dejara en la tumba del silencio la virtud y las batallas de un religioso llamado Macedonio, el cual era primer diácono del monasterio. Cierta vez, a dos días de la fiesta de la Epifanía, este religioso varón, rogó al abad le diera licencia para ir a Alejandría a fin de atender determinados asuntos personales, prometiendo regresar con la antelación que requería la preparación de la fiesta. Pero el demonio, enemigo de todo bien, enredó el asunto de tal manera que Macedonio no pudo retornar a tiempo. El abad entonces, como el religioso volviese un día tarde, lo privó de su oficio y le mandó ocupar el último lugar entre los novicios. Mas este buen diácono de paciencia, este archidiácono de constancia, aceptó el castigo tan sin tristeza y tan sin pesadumbre, como si otro, y no él mismo, fuera el castigado. Habiendo cumplido cuarenta días en esta penitencia, dispuso el sapientísimo Padre que volviera a su antiguo puesto; pero, pasado un día, acudió el religioso al abad para pedirle que lo dejara regresar a la humillación de aquella ignominia, diciendo que había cometido en la ciudad un cierto delito que no era para decir. El Pastor, sin embargo, sabiendo que decía esto más con humildad que con verdad, dio lugar al honesto deseo de aquel buen trabajador (espiritual). Pude ver, entonces, aquellas venerables canas en medio de los novicios, pidiendo sinceramente a todos que rogasen por él a Dios, diciendo: “¡He caído en la fornicación de la desobediencia!” Pero a mí, pobre e indigno como soy, este gran Macedonio me confió más tarde por qué causa había él abrazado con tantas ganas este estado de humildad y penitencia: “Jamás me había sentido tan libre de todo género de tentaciones, y tan lleno de la dulzura de la luz divina, como en aquellos días.”
Historia del ecónomo del monasterio.
35. No caer es propio de los ángeles, de los hombres lo propio es caer y levantarse después, pero lo más conveniente, en cuanto a los demonios, es que jamás se levanten después de haber caído. El hermano que estaba a cargo del economato del monasterio me confió una vez: “Cuando yo era joven -tenía a mi cargo algunos animales — caí en una falta muy funesta para mi alma. Sin embargo, como no tenía por hábito guardar nada oculto en la cueva de mi corazón, tomando a la serpiente por la cola (que es el fin de la obra) se la mostré al médico. Éste, mirándome sonriente, me palmeó levemente en la cara y me dijo: ‘Anda, hijo, y cumple con tus obligaciones como lo hacías antes, sin temor alguno’. Yo me sentí entonces fortificado en mi fe; y a los pocos días, recobraba la salud perdida, marchaba por mi camino lleno de alegría.”. Lo cual he dicho a fin de mostrar claramente la fortaleza que sigue al hecho de revelar las llagas a nuestro padre espiritual.
36. Entre los diferentes órdenes de criaturas, como algunos dicen, existen muchos grados -y diferencias. Así también, en la sociedad de aquellos hermanos, había diferencias entre el progreso y las disposiciones de cada uno. El Pastor entonces, cuando veía que algunos tenían tendencia a mostrarse y a llamar la atención de los seculares que visitaban el monasterio, los curaba dirigiéndoles, frente a esos visitantes, las palabras más ásperas e injuriosas y mandándoles a ejercer los oficios más bajos de la casa. De tal modo sanaban estos hermanos que luego, al ver llegar algún visitante, ellos huían con gran prisa. Era algo cómico ver a la vanagloria persiguiéndose a sí misma al huir de los hombres, cuya presencia antes procuraba.
Historia de San Menna.
37. No quiso el Señor que me alejase de aquel lugar privado de las oraciones de un bienaventurado padre, un hombre santo y admirable llamado Menna, que ocupaba el segundo rango después del abad en la dirección de ese monasterio, en el cual había pasado cincuenta años cumpliendo todos los diferentes servicios. Menna falleció una semana antes de mi partida; tres días después de su muerte, mientras se celebraba el oficio por el descanso del bienaventurado, el sitio en que este se encontraba se llenó de un perfume de maravillosa suavidad. Quiso entonces aquel gran Pastor permitirnos descubrir el cuerpo del difunto; hecho esto, todos pudimos ver que de las preciosísimas plantas de sus pies, como de dos fuentes, brotaba un aromático ungüento. En ese momento, volviéndose hacia nosotros, el Padre del monasterio dijo: “¿Veis, hermanos, cómo los sudores de sus cansancios y trabajos fueron recibidos por Dios, cual ungüento preciosísimo?”
38. De este bienaventurado padre Menna contaban los religiosos de aquel lugar numerosísimos actos de virtud, por ejemplo éste: “Cierta vez, viniendo él de afuera y habiéndose postrado ante el abad pidiéndole su bendición (según era costumbre), el superior, queriendo probar aquella paciencia que Dios le había dado, lo dejó estar así, postrado en tierra desde el principio de la noche hasta la hora de los maitines. Recién entonces acudió a darle la bendición; después lo reprendió severamente, reprochándole su impaciencia y diciéndole que todo lo hacía por vanidad y ostentación. Sabía muy bien el santo padre que Menna podría soportar todo aquello generosamente. En realidad había armado toda la escena para edificación de los otros.” El discípulo de aquel bienaventurado Menna, que conocía todos los secretos de su maestro (y que a veces contaba algunos), nos confió más tarde que al preguntarle a su maestro si no se había dormido mientras estaba allí postrado, él respondió que a lo largo de la noche había rezado todo el Salterio.
39. No dejaré de entretejer en la corona de esta obra, la presente esmeralda: Cierta vez inicié una conversación sobre la “hesiquia” con algunos de aquellos santísimos ancianos; ellos, con el rostro sereno y alegre, y sonriéndose, me dijeron: “Nosotros, oh padre Juan, somos seres materiales, y hemos adoptado una manera de vivir material. Nosotros estimamos, en efecto, que debemos emprender un combate a la medida de nuestra debilidad, pareciéndonos más apropiado luchar con los hombres, que a veces son feroces y a veces son mansos, que con los demonios, los cuales siempre están enfurecidos y armados contra nosotros.”
40. Otro de aquellos hombres dignos de eterna memoria (que me amaba mucho en el Señor y tenía conmigo una gran familiaridad) me dio en pocas palabras una suma de toda la vida religiosa, diciendo así: “Si verdaderamente tienes en ti, muy sabio, la fuerza del que dijo: ‘Todo lo puedo en Aquel que me conforta’; y si juntamente con esto el Espíritu Santo ha sobrevenido en ti con el rocío de la castidad y te ha hecho sombra con la virtud de la paciencia, ciñe entonces tus riñones — como el Hombre, el Cristo — Dios — con el lienzo de la obediencia. Levántate de la cena de la “hesiquia” y lava con espíritu de contrición los pies de tus hermanos, o mejor, derríbate a los pies de toda la comunidad con un corazón abatido y humillado. Pon a la puerta de tu corazón guardianes severos y vigilantes. Esfuérzate siempre por mantener a tu alma inmóvil e inmutable en ese cuerpo movedizo, que permanezca ella en la quietud entre esos miembros que se mueven y se agitan. Y lo más paradojal: en medio de todos los desasosiegos y de todos los tumultos, guarda tu alma impávida. Refrena la desvariada y furiosa lengua para que no se lance a contradecir y a porfiar, pelea contra esta despótica señora setenta veces al día. Fija tu espíritu a tu alma como al madero de una cruz, de modo que ella pueda, como el yunque, después de ser golpeada repetidamente por el martillo de la burla, del escarnio, de la injuria, permanecer siempre entera, lisa, llana e inmóvil. Desnúdate de todas tus propias voluntades, como de una vestidura ignominiosa, y así, desnudo, comienza a correr por el camino de la virtud.
Reviste la coraza de la confianza hacia aquel que preside tu combate y no permitas que ninguna duda la falsee o la corrompa. Detén, con el freno de la castidad, al sentido del tacto, que desvergonzadamente se suele desmandar. Refrena, con la continua meditación sobre la muerte, la curiosidad de los ojos, para que no quieran en todo instante mirar vanamente la gracia o la hermosura de los cuerpos. Refrena también, con el perpetuo cuidado de ti mismo, la curiosidad de tu espíritu que, descuidado de sí, quiere siempre condenar al prójimo; antes procura, en todo tiempo, mostrarle y usar con él toda caridad y misericordia. Porque en esto nos conocerán todos, oh padre Juan, que somos discípulos de Cristo, si en nuestra vida de comunidad nos amamos los unos a los otros (cf. Jn. 13).
¡Aquí, aquí! — Me decía este excelente amigo —, ven aquí a estar junto con nosotros, y bebe a cada instante, así los escarnios y los vituperios, como el agua viva. David, en efecto, después de haber experimentado todos los placeres posibles debajo del cielo, declaró finalmente: ‘Cuan bueno y alegre es vivir los hermanos en unión’ (cf. Sal. 132:1). Mas si no hemos alcanzado todavía este gran bien de paciencia y obediencia, es preferible, conociendo nuestra debilidad, permanecer en la soledad, al margen de esta batalla reservada a los atletas, proclamando bienaventurados a los que combaten en ella y pidiendo a Dios les de paciencia.”
Confieso que fui conquistado por las palabras de este buen padre y excelentísimo maestro, el cual combatió contra mis pareceres con la autoridad del Evangelio y los profetas, y mucho más con la fuerza de su amor sincero. Así fue, que sin hesitar, yo le di de buena gana la victoria al estado de la obediencia.
Aún me queda por contar una muy provechosa virtud de aquellos bienaventurados; contada ésta, como quien sale del Paraíso, volveré a entrar en el zarzal de mi inútil y desgraciada doctrina.
41. Estando nosotros un día en la oración, vio el santo padre algunos religiosos que estaban hablando entre sí. Los mandó, entonces, ponerse a la puerta de la iglesia por espacio de siete días, debiendo postrarse delante de todos cuantos entrasen y saliesen de ella, fueran clérigos o hermanos.
42. Mirando yo cierta vez a uno de los religiosos que estaba más atento que los otros en el cantar de los Salmos, y cuya actitud, sobre todo al principio de los himnos, parecía la de alguien que conversaba con otro, le rogué me dijese qué era lo que esto significaba. Sabiendo él que podría serme de utilidad, no quiso ocultarlo, diciendo: “Yo, padre Juan, al principio del oficio divino, suelo recoger con gran cuidado mi corazón y mis pensamientos, y llamándolos ante mí, les digo: ‘Venid, adoremos y postrémonos ante Cristo, nuestro Dios y nuestro Rey.”
43. Vi también, en el refectorio del monasterio, a un religioso qué llevaba colgado de su cintura un pequeño librito en el cual escribía cada día todos los pensamientos que comunicaba a su superior. Y no sólo a éste, sino a otros muchos, vi allí hacer lo mismo porque tal era el mandamiento de aquel santo pastor.
44. Apartó una vez el padre de la compañía de los religiosos a uno que había maltratado de palabra a otro hermano. El culpable perseveró siete días a la puerta del monasterio pidiendo humildemente el perdón y la entrada. Aquel pastor, que tanto amaba a las almas, se preocupó al saber que durante todo ese tiempo el hermano no había probado bocado. Le mandó decir, entonces, que si deseaba reingresar al monasterio, debía morar en la casa de los penitentes, y como el otro aceptara esta condición, dispuso el padre que fuera llevado a ese sitio, donde estaban los que hacían penitencia por sus pecados. Y porque se ha ofrecido la ocasión de hacer mención de este lugar, la necesidad me obliga a decir algo de él.
45. Se hallaba esa casa a una milla de distancia del monasterio principal. Se le llamaba la Prisión, y era, verdaderamente, como una cárcel: totalmente desprovista de todo consuelo. No se veía brotar de allí el humo de ningún fuego; nada de vino, nada de aceite con la comida, solamente pan y algunas legumbres. En este lugar mandaba el padre encerrar a todos los que, después de su llamamiento, habían pecado gravemente, y no los sacaba de allí hasta que el Señor no le comunicase el perdón de sus errores. Y no estaban todos juntos, sino apartados, cada uno por su lado o, cuando mucho, de dos en dos. Había nombrado el padre, como representante suyo, a un gran anciano, llamado Isaac, el cual obligaba a todos aquellos que estaban a su cargo a estar casi en perpetua oración. Había allí gran abundancia de hojas de palmas (que trenzaban) como ocupación, y que les servía para desterrar la pereza de aquel santo lugar. Tal es la vida, tal es la condición, tal es el modo de vivir de quienes buscan verdaderamente la cara del Dios de Jacob (cf. Sal. 23:6).
46. Cosa digna de admirar los trabajos de los santos; querer rivalizar con ellos trae la salud, mas pretender imitar de un solo golpe su género de vida, ello es irrazonable e imposible.
47. Cuando nos acongojamos y afligimos por los reproches de nuestros superiores, traigamos a la memoria nuestros pecados hasta que el Señor, viendo la violencia que nos hacemos a nosotros mismos, nos descargue de los pecados y transforme en alegría el dolor que roe nuestro corazón. Porque está escrito: “Según la multitud de dolores de mi corazón, así su consuelo alegra mi alma” (cf. Sal. 93:19) en el momento oportuno. En este tiempo no nos olvidemos de aquel que dijo al Señor: ” ¡Cuántas y cuan grandes tribulaciones me diste, Señor! Mas luego regresaste para resucitarme y me sacaste de los abismos de la tierra donde estaba caído” (Sal. 70:20).
48. Bienaventurado aquel, que provocado cada día con denuestos e injurias, sufre con paciencia, violentándose a sí mismo, porque éste con los mártires se alegrará, y con los ángeles será coronado. Bienaventurado el monje que en todas las horas del día se considera merecedor de toda humillación y de toda confusión. Bienaventurado el que mortificó su propia voluntad hasta el fin de su vida, y que abandonó su carga en manos de su maestro espiritual, porque éste será colocado a la diestra del Señor que fue obediente hasta la muerte.
49. El que rechaza la objeción, justa o injusta, rechaza la vida, mas el que la sufre con trabajo o sin trabajo, rápidamente alcanzará el perdón de sus pecados.
50. Representa a Dios en espíritu, la confianza del amor sincero que tienes hacia tu padre espiritual, y El secretamente le descubrirá este afecto y este amor que le tienes, para que de ahí en adelante así te ame, y trate los asuntos de tu salud con más estudio y atención.
51. Aquél que descubre (a su padre espiritual) todas las serpientes (de sus pensamientos malvados), muestra claramente su confianza hacia él, mas el que las oculta en lo secreto de su corazón se pierde en los desiertos sin caminos.
52. Si alguno desea examinar la caridad y el amor que tiene para con sus hermanos, mire si llora en las culpas de ellos, y si se alegra en sus gracias y progreso.
53. Aquel que en una conversación quiere imponer sus propias opiniones, aunque sean correctas, tenga por cierto que el demonio es el que lo mueve a ello. Si esto hiciera solamente con sus iguales, las reprimendas de los ancianos podrán curarlo. Más si él procede del mismo modo con los mayores y con los más sabios, su mal, entonces, humanamente es incurable.
54. El que no es humilde en las palabras, no lo será en las obras, porque el que en lo poco es infiel, también lo será en lo mucho; él no hará caso de la autoridad de los ancianos. Así, trabajará en vano, porque no sacará fruto, sino juicio, del estado de obediencia,
55. Aquél que guardare la conciencia limpia viviendo en sujeción a su padre espiritual, ese esperará la muerte sin temor, como quien espera un sueño, o mejor, la vida, sabiendo que llegada la hora no le pedirán cuentas a él sino a su padre espiritual.
56. Si alguien, sin haber sido forzado por la obediencia aceptó de su padre espiritual algún cargo o administración desmandándose luego en su desempeño, no atribuya la causa de esta falta a quien le dio las armas, sino al que las tomó. Porque habiendo recibido armas para pelear con los enemigos, las volvió contra sí y atravesó su corazón. Mas si esto lo hubiera hecho por obediencia, no se acongoje, porque si cayere no morirá.
57. Había olvidado, amigos míos, presentaros este suavísimo pan de virtud: he visto, en aquel monasterio, algunos obedientes en el Señor a los cuales cada día se los maltrataba con deshonras, injurias e ignominias. De este modo, si en otro sitio eran realmente injuriados, estaban, por esta ejercitación, por esta esgrima, preparados de antemano para recibir cualquier insulto sin acongojarse.
58. 59. El alma que siempre piensa en la confesión de sus pecados, con este freno se aparta de ellos. Porque son los pecados que evitamos confesar los que más fácilmente solemos cometer, como algo que se hace a oscuras y sin temor de nadie. Si estando ausente nuestro padre (espiritual), lo imaginamos y lo ponemos delante nuestro, y hacemos de cuenta que está mirando nuestra manera de conversar y de hablar, de comer y de dormir, y huimos de todas aquellas cosas que a él le desagradarían, entonces podemos creer que verdaderamente hemos alcanzado una libre y sincerísima obediencia. Porque los mozos débiles y perezosos suelen holgarse en ausencia del maestro, mientras que los diligentes e industriosos, suelen tenerla por gran daño.
60. Pregunté cierta vez a uno de aquellos probados varones, cómo la virtud de la obediencia trae consigo la humildad. A lo cual me respondió: “El devoto obediente, aunque tenga el don de las lágrimas y aunque resucite muertos, y aunque sea vencedor en todas las batallas, todo esto, piensa que lo alcanzó por las oraciones de su padre espiritual. Y así queda libre de la vana hinchazón de la soberbia. Porque ¿cómo podría vanagloriarse de aquellas cosas que sabe de cierto no las alcanzó por sí mismo, sino por la ayuda de su padre?
61. El solitario no conoce la práctica de que acabo de hablarte, por esto es más débil ante la vanagloria, cuando ella le sugiere que sólo por sus esfuerzos alcanzó lo que tiene.
Las dos trampas del demonio.
62. Cuando aquel que vive en la obediencia escapare de las trampas del demonio (que son la desobediencia y la soberbia), quedará para siempre obediente servidor de Cristo.
63. Trabaja el demonio contra los obedientes manchando sus cuerpos con sucios humores, haciéndolos duros de corazón, provocando en ellos desórdenes no habituales, haciéndolos secos, estériles, amigos de comer y beber, perezosos para la oración, proclives al sueño, cerrados de entendimiento, para que, viéndose así (como gente que ningún provecho saca del instituto de la obediencia), quieran salir de ese estado y volverse atrás. Ellos no pueden ver, entonces, que con esta sequedad y esta pobreza, que obedecen a una singular disposición de Dios, se les da un gran motivo para alcanzar la humildad.
64. 65. Muchas veces fue vencido el autor de estos engaños con sufrimiento y paciencia. Mas, derrotado este enemigo, detrás de él se levanta otro con otra tentación contraria a la anterior. Porque he visto yo muchos obedientes, devotos, alegres, abstinentes, estudiosos y fervorosos, los cuales, con el favor del padre (espiritual) habían alcanzado esto y vencido en muchas batallas, que fueron acometidos por los demonios diciéndoles que ya estaban preparados y capacitados para marchar a la soledad, por lo cual podrían llegar a la cumbre de la impasibilidad y la perfecta victoria. Y persuadidos con este engaño, dejando el puerto seguro, marcharon hacia alta mar. Y sobreviniéndoles alguna tempestad, como les faltaba el piloto que los gobernase, fueron tragados por el sucio y salobre mar.
66. Porque es necesario que se revuelva el mar, y se turbe y embravezca, para que torne a lanzar a tierra toda la materia y toda la basura que los ríos llevaron a él. Y así es necesario, también, que antes sea ejercitado y probado por muchas tempestades aquel que del mundo entra en religión, pues si bien observamos, veremos que después de la tempestad sobre el mar, se hace la gran calma.
67. El que en unas cosas obedece a su padre espiritual y en otras no, es semejante a aquel que unas veces pone colirio en sus ojos y otras veces cal viva. Porque tal como está escrito, “si uno edifica y otro destruye ¿qué provecho sacan ambos si no es la fatiga?” (Eclo. 34:28).
68. No quieras, hijo, que por amor de Dios obedeces, engañarte con espíritu de soberbia, revelando tus faltas al maestro como si otro fuera el culpable de ellas, porque nadie puede librarse de la vergüenza sin vergüenza. Abre, desnuda, descubre ante el médico tu llaga: manifiéstala y no te confundas. “Mía es, di, esta llaga, mía es esta herida, y la causa de ella fue, no la culpa de otro sino la mía; nadie fue su autor, ni hombre ni espíritu, ni cuerpo ni otra cosa, sino mi propia negligencia.”
69. Y, cuando así te confesares, has de estar, en la postura de tu cuerpo, en la expresión de tu rostro y en tus pensamientos, como un reo sentenciado a muerte, puestos los ojos en tierra; y si fuera posible, postrado con lágrimas ante el médico y maestro, como ante los pies de Cristo.
70. Suelen los demonios algunas veces incitarnos a que no nos confesemos, o al menos a que lo hagamos en nombre de terceros, como acusando a otros de algún pecado, cosa que de ningún modo conviene que obedezcamos. Si, como es cierto, la costumbre puede tanto que todas las cosas dependen de ella, sin duda tanto más poderosa será en el bien que en el mal, pues tiene la poderosa cooperación de Dios.
71. No quieras, Oh hijo, desfallecer en el trabajo de muchos años hasta no haber hallado en tu alma aquella bienaventurada quietud y paz hacia la cual todos caminamos.
72. Y si al principio te ofreciste por amor de Dios a todo género de humillaciones, no tengas por cosa indigna confesar, con rostro y ánimo humilde, todas tus culpas a tu maestro como si las confesases a Dios.
73. Porque he visto muchas veces algunos reos, con miserable hábito y con la fuerza vehemente de su confesión y de su súplica, ablandar la severidad del juez y trocar en misericordia su dureza. Es por esto que Juan el precursor, antes de bautizar a quienes a él venían, les pedía la humilde confesión de sus culpas, no para conocerlas sino para bien de su salud (cf. Mt. 3:6).
74. Y no nos maravillemos si después de esta confesión somos combatidos y tentados; porque más vale pelear con la soberbia de la carne que con la soberbia del espíritu.
75. No corras ni te entusiasmes al oír relatar la vida de los padres solitarios, a los que llaman anacoretas, porque tú militas en el ejército de los mártires, y aunque te acaezca ser herido en la batalla, no por eso has de salirte de ese ejército ya que entonces es cuando más necesitas del médico. Porque aquel que teniendo ayuda tropezó y cayó, careciendo de ayuda, no hubiera solamente caído, sino sucumbido.
76. Cuando de este modo alguna vez caemos, los demonios se aprovechan instigándonos a que huyamos y nos aislemos, para añadir de esta manera unas heridas a otras.
77. Y si ocurre que nuestro médico se excusa y revela claramente su impotencia y la insuficiencia de sus fuerzas, es preciso entonces buscar otro; porque sin la ayuda de un médico sabio pocos sanan. ¿Quién osará contradecirme, en efecto, si yo declaro que el navío que navega en medio de una tormenta bravía ha menester de un piloto experimentado?
78. De la obediencia, como dijimos más arriba, nace la humildad, y de la humildad la impasibilidad del alma. Porque el Señor, como dice el Profeta, se acordó de nosotros en nuestra humildad y nos libró de nuestros enemigos (cf. Sal. 135). Portal motivo no será inconveniente afirmar que de la obediencia nace la impasibilidad, que conduce a la humildad a su perfección. La humildad es, en efecto, el comienzo de la impasibilidad, así como Moisés es el comienzo de la Ley. Y después la hija perfecciona a la madre: esto es, la humildad a la obediencia, como María a la asamblea (cf. Ex. 15:1 y 20).
79. Merecedores son sin duda de gran pena delante Dios, aquellos enfermos que, después de haber experimentado en sus llagas la sabiduría de un médico, antes de estar perfectamente curados, lo despiden y toman otro.
80. No quieras, hijo, huir de las manos de aquél que primero te ofreció a Dios, y no reverencies en toda tu vida sino a él.
81. Tal como es peligroso para el soldado inexperto entrar solo al combate, del mismo modo es peligroso para el novicio marchar a la soledad en busca de la hesiquia antes de haber adquirido la experiencia necesaria y de haberse ejercitado largo tiempo luchando contra las pasiones de su alma. Porque así como el primero corre peligro en el cuerpo, así el segundo lo corre en el alma. “Más valen dos que uno solo” dice la Escritura (cf. Ecl. 4:9), es decir: es mejor que el hijo esté junto al padre para luchar, con su ayuda y la gracia divina, contra las predisposiciones malignas.
82. Privar al discípulo de esta providencia es como privar al ciego de guía, a la manada del pastor, al niño de la asistencia de su padre, al enfermo de su médico y al navío de su piloto; lo cual no puede ser hecho sin peligro para ambas partes. Y el que sin la ayuda de su padre (espiritual) pretendiera combatir contra los espíritus malos, de maravillarse será que no muera a sus manos.
83. Aquellos que al principio de la enfermedad acuden a la casa del médico para ser curados, que consideren la calidad de los dolores que padecen; y los que van a la casa de la obediencia que miren la humildad que tienen. Porque en los primeros la disminución de los dolores será señal de mejoría; y el acrecentamiento de la humildad, y el menosprecio y la condenación de sí mismos, indicarán el retorno a la salud de los segundos.
84. Sea tu conciencia el espejo donde mires la sujeción y la obediencia que tienes, porque ella te dirá la verdad.
85. Los que viven en soledad están sujetos al padre espiritual, sólo a los demonios tienen por adversarios; más los que viven en congregación, a los hombres y a los demonios. Los primeros, al tener al maestro siempre delante, guardan con mayor cuidado sus mandamientos; pero los segundos, como algunas veces los pierden de vista, más veces los transgreden. A pesar de esto, si ellos fueran diligentes y esforzados, suplirán estas faltas con el sufrimiento de las injurias y merecerán una doble corona.
86. Con toda vigilancia miremos por nosotros mismos, pues sucede muchas veces que las naves se pierden también estando en puerto, especialmente aquellas que crían dentro de él algún gusano que las roe, y que en nosotros es el vicio de la ira.
87. Ejercitémonos en guardar silencio y en manifestar una total ignorancia en presencia de nuestro superior, porque el hombre silencioso es hijo de la filosofía, y adquiere siempre un gran conocimiento.
88. Vi una vez un monje que tenía por hábito arrebatar la palabra de la boca de su maestro, dando a entender que él lo sabía todo; yo desesperé de su obediencia al ver que de ella sacaba más soberbia que humildad.
89. Miremos con toda vigilancia, y examinemos con toda diligencia, en qué tiempo y en cuáles ocasiones es provechoso anteponer el servicio al prójimo a la oración; porque no siempre se ha de hacer esto, sino cuando la obediencia o la necesidad de caridad lo pidieren.
90. Mira también, atentamente, cuando estás en compañía de otros hermanos, que no quieras parecer más santo que ellos, porque dos males haces en eso: el primero consiste en turbarlos con esta falsa y fingida apariencia; el segundo reside en que, de todo esto, tú sacas solamente soberbia y arrogancia.
91. Procura ser en lo interior de tu ánimo, diligente y solícito, mas no lo muestres exteriormente, ni con palabras ni dándolo a entender por señales. Así debes obrar aunque no te sientas inclinado a despreciar y a tener en menos a los otros; mas si tuvieras inclinación por ello, mucho más debes trabajar a fin de ser en todo semejante a los hermanos y no diferenciarte vanamente de ellos.
92. Vi una vez a un mal discípulo estar vanagloriándose delante de los hombres de las virtudes de su maestro. Pareciéndole que ganaba honra con la hacienda ajena, sacó de allí la deshonra, porque todos se volvieron contra él y le dijeron: “Pues, ¿cómo tan buen árbol produjo una rama tan estéril?”
93. No pensemos haber alcanzado la virtud de la paciencia cuando soportamos las reprensiones de nuestro maestro, sino cuando continuamente sufrimos las de los hombres, cuando continuamente somos acosados por ellos; pues al padre lo sufrimos porque lo reverenciamos, y le debemos esto por estar a cargo nuestro.
94. Bebe con gran alegría las reprensiones y escarnios que cualquier hombre te diera a beber, como si fueran agua de vida; porque el que esto hace te da la saludable purga que te hará despedir toda lujuria. Y sin duda nacerá en tu alma, por este brebaje, una profunda e íntima castidad, y la luz hermosísima de Dios brillará en tu corazón.
95. Que ninguno se glorifique en su espíritu cuando viere que su vida y su ejemplo son notablemente provechosos a la congregación de sus hermanos; porque los ladrones están más cerca de lo que nadie piensa. Acuérdate que dijo el Señor: “Después que hubiereis hecho todo cuanto os encomendaron, decid: ‘Siervos somos sin provecho, lo que estábamos obligados a hacer, hicimos” (cf. Lc. 17:10). El juicio de nuestros trabajos, lo conoceremos en la hora de la muerte.
96. El monasterio es un cielo terrenal, por esto procuremos tener nuestros corazones cual los tienen en el cielo los ángeles que sirven al Señor. Algunas veces los que están en este cielo tienen los corazones como de piedra, otros como de cera; para que los unos por esta vía huyan de la soberbia, y los otros se consuelen en sus trabajos.
97. Un poco de fuego basta para ablandar la cera; y un poco de la ignominia que se nos ofrece, sobrellevada con paciencia, basta muchas veces para ablandar, endulzar y quitar toda la fiereza, toda la dureza, y toda la ceguera de un corazón.
98. Vi una vez a dos hombres que secretamente escuchaban y miraban los esfuerzos y los gemidos de los combatientes. Uno hacía esto por deseos de imitarlo; el otro, en cambio, esperaba el momento oportuno para menospreciar y apartar a los siervos de Dios de sus trabajos. En lo cual verás cuan diferentes hace nuestras obras, el ojo de la intención.
99. No seas indiscretamente callado, para no cargar a los otros con la pesadumbre de tu silencio; porque, como está escrito, “hay un tiempo para hablar y un tiempo para callar” (cf. Ecl. 3); que no haya falsedad en tus palabras, ni provoques querellas y violencias cuando te hacen algo, porque esto es propio de perturbadores de la paz y la concordia. Pues he visto algunas veces perecer a las almas por su lentitud y pesadumbre, y otras veces por su excesiva rapidez, y me he asombrado ante la variedad de nuestra malicia.
100. Aquel que vive en comunidad no siempre aprovecha tanto con el canto de los salmos, cuanto con la oración secreta; porque muchas veces la atención del canto de los salmos impide alcanzar su virtud y su comprensión.
101. Combate con todas tus fuerzas, y reprime sin cesar y sin cansancio a la imaginación inquieta y vagabunda, recogiéndote dentro de ti mismo en todo tiempo, y más en el de la oración y los oficios divinos. Pues Dios no pide a los que viven en obediencia más que una oración sin distracciones. Si cuando oras el enemigo penetra sutilmente, y como un ladrón te roba en secreto la atención, no te entristezcas: confía en Dios y esfuérzate por hacer tu parte, que es trabajar siempre por recoger los pensamientos que corren velozmente de un punto a otro. Porque sólo los ángeles están exceptuados de estos hurtos.
102. Aquel que firmemente ha resuelto en su corazón no abandonar esta batalla hasta el último suspiro, y a sufrir mil muertes en cuerpo y alma, no será fácilmente combatido por los pensamientos ni por las fluctuaciones; porque las dudas interiores, la infidelidad y los cambios de lugar, siempre suelen engendrar peligros y trabajos, y guerra de pensamientos. Los que son inclinados a cambiar de lugar viven equivocados, porque nada, en tan gran medida produce la esterilidad, como este linaje de mudanzas hechas con facilidad y temeridad.
103. Si encontraras un médico o un hospital espiritual desconocidos, observa diligentemente, examina con atención todo cuanto allí vieres como un caminante curioso. Y si hallares por parte de estos ministros y oficiales algún socorro o remedio para aquellas enfermedades -especialmente para la hinchazón de la soberbia — que tú procuras evacuar, acércate con seguridad, y véndete allí por el oro de la humildad, y haz carta de venta firmada con la mano de la obediencia y llamando a los ángeles santos por testigos, a su presencia rompe la escritura de tu propia voluntad, para que desposeído de ti seas de aquellos que te han de curar y mejorar. Porque si dejaras este lugar y este sosiego por tu propia voluntad, y anduvieras de un lugar a otro, perderás el fruto de este contrato. Que el monasterio sea tu sepulcro antes del sepulcro del cual nadie sale hasta la común resurrección de todos. Y si algunos salieron como lo hizo Lázaro, piensa que después murieron: ¡Pídele al Señor que no te suceda a ti lo mismo!
104. Cuando los débiles y los perezosos sienten que les mandan cosas graves, suelen alabar la virtud de la oración; mas cuando les mandan cosas fáciles huyen de ella como del fuego.
105. Hay algunos que estando ocupados en algún oficio o ministerio, por la consolación o edificación del hermano interrumpen el oficio para asistir a su necesidad espiritual y hacen bien. Mas hay otros que hacen esto por pereza, y otros también por vanagloria, diciendo que quieren entregarse a cosas espirituales; estos borran el bien que hacen por la mala intención con que lo hacen.
106. Si estás en algún modo de vida, y ves claramente que los ojos de tu alma están del todo sin luz y sin provecho, esfuérzate prontamente por dejar esa manera de vivir y pasar a otra más propicia. Verdad es que el malo en todo lugar es malo, así como el bueno en todo lugar es bueno; pero la condición del lugar ayuda en ambos casos.
107. Injurias y afrentas fueron muchas veces en el mundo causa de muertes y discordias; mas, en las comunidades, la gula y la falta de templanza en el comer y en el beber fueron la causa de su perdición. Si tú trabajaras por sojuzgar a esta rabiosa señora, en todo lugar tendrás quietud y reposo; mas si ella tuviera señorío sobre ti, en todo lugar correrás peligro.
108. El Señor alumbra los ojos ciegos de los obedientes para que puedan ver las virtudes de sus maestros, y él mismo los ciega para que no vean sus defectos; mas el demonio, enemigo de todo bien, hace lo contrario.
109. Que el argento vivo (al cual llaman azogue) sea para nosotros, hermanos, ejemplo y modelo de una perfecta obediencia: aunque esté debajo de otros materiales, permanece siempre puro y libre de cualquier mezcla y suciedad.
110. Los que son cuidadosos y solícitos en la vigilancia de sí mismos, deben guardarse de no juzgar a los negligentes y a los débiles, a fin de no ser, por tal motivo, más gravemente condenados que los otros. Pienso que Job fue alabado como justo, porque viviendo en medio de los malos, no emitió juicio sobre ellos.
111. Hemos de esforzarnos siempre por tener el alma quieta y libre de perturbaciones, pero en mayor medida cuando cantamos u oramos, porque entonces, principalmente, es cuando los demonios trabajan para confundirnos y arruinar nuestra oración.
112. Verdadero servidor de Dios, sin duda alguna, es aquel que teniendo el cuerpo en la tierra y con los hombres, con el alma está en el cielo por la oración.
113. Las injurias, los agravios, los menosprecios, son, para el alma obediente, amargos como el acíbar; en cambio las honras, y las alabanzas, y la buena reputación, para los que andan en busca de estas cosas, son dulces como la miel. Sin embargo, en tanto el acíbar purga las heces de los malos humores, la miel acrecienta la cólera.
114. Confiemos plenamente en aquellos que están a cargo de nosotros, aunque a veces nos manden cosas que a primera vista parezcan ser contrarias a nuestro propósito y provecho. Porque la fe que en ellos tenemos se prueba en la fragua de la humildad; y nuestra lealtad para con ellos la demostramos obedeciendo sin dudar cuando nos mandan cosas contrarias a las que esperamos.
115. De la obediencia, como ya dijimos, nace la humildad, y de la humildad la discreción — como lo prueba el gran Casiano en el sermón que escribió sobre la humildad —; y la discreción infunde en el alma una luz clarísima, por la cual algunas veces, por especial don de Dios, llega el hombre a conocer y prever las cosas futuras. ¿Quién dejará, pues, de correr con ánimo alegre por este camino de la obediencia, viendo que trae consigo tanta abundancia de bienes? De esta singular virtud decía aquel excelente cantor: “En tu bondad, Señor, tú has preparado para el alma del pobre que obedece, tu presencia en su corazón” (cf. Sal. 67).
116. No te olvides jamás, en toda tu vida, de aquel gran siervo de Dios, que durante dieciocho años jamás escuchó con sus orejas exteriores decir a su superior: ” ¡Dios te salve!”; pero que oía con sus orejas interiores, cada día, al Señor diciéndole, no ya: “Dios te salve,” que es palabra incierta y de futuro, sino “Ya eres salvo,” que es algo definitivo y cierto.
117. Algunos desobedientes, al ver la confianza y la bondad del superior, se trampean a sí mismos pidiéndole decisiones conformes a la propia voluntad. Sepan ellos que de este modo pierden la corona de la obediencia, porque obediencia es perfecta renunciación de la propia voluntad, y de todo artificio y fingimiento.
118. Hay algunos que al recibir el mandamiento, cuando entienden que no es del gusto y la intención del que lo manda, se niegan a cumplirlo. Y hay otros que, aun cuando barrunten la verdadera intención, obedecen simplemente a las palabras. Aquí es de ver: ¿cuál obedeció más perfectamente? A mi entender, aquel que no miró tanto a las palabras, como a la voluntad e intención.
119. No es posible que el diablo sea contrario a sí mismo: deben convencerse de esto todos cuantos viven negligentemente, sea en el monasterio, sea en la soledad. Pues el demonio, cuando los incita a mudar de lugar, no es porque haya cambiado su voluntad, sino para engañarlos más sutilmente. Por tal motivo, si somos tentados a dejar por otro el lugar en que vivimos, tomemos esto como indicio de nuestro adelanto, ya que de no haber adelantado, el enemigo no trataría de apartarnos de allí.
Historia de San Acacio.
120. No quiero ocultar injustamente ni encubrir inhumanamente, lo que sería maldad callar en este lugar. Y ha sido el ilustre Juan el Sabbaíta quien me ha narrado estas cosas admirables de oír y dignas de ser contadas. Por tu propia experiencia, venerado padre, tú sabes que se trata de un hombre que alcanzó la impasibilidad, libre de pasiones y de toda palabra o acción malvadas. He aquí lo que él me ha contado:
“Había en mi monasterio, que está en Asia — pues de allí había venido este santo hombre —, un viejo negligente y muy destemplado; y no digo esto para condenarle sino para transmitir la verdad de los hechos. Tenía este viejo un joven discípulo llamado Acacio — que ignoro como le llegó-, simple de corazón y prudente de espíritu, el cual hubo de soportar tantas cosas del viejo, que serían inenarrables si se las quisiese contar. Porque no sólo lo maltrataba con injurias, deshonras e ignominias, sino también con castigos corporales casi cotidianos. Mas el mozo todo lo sufría, no como insensible, sino como alguien que comprende la importancia de todo aquello. Al verlo cada día tan miserable y tratado cual esclavo, encontrándome con él muchas veces le preguntaba: “¿Qué es esto, hermano Acacio? ¿Cómo te va hoy?.” Y Acacio me señalaba con el dedo, ora un ojo morado e hinchado, ora una herida en la cabeza o quizás en la frente. Y sabiendo que él era un trabajador paciente, yo le decía: “Está bien, está bien: sufre virilmente, y al cabo de un tiempo verás los frutos.”
Y habiendo pasado nueve años obedeciendo a aquel cruel y áspero viejo, falleció el joven y fue sepultado en el cementerio de los padres. Transcurridos cinco días después de su muerte, acudió el maestro de Acacio a un gran Anciano que allí moraba y le dijo: “Padre, Acacio está muerto.” Oyéndole, el Anciano respondió: “En verdad, no podrás convencerme de eso.” Dijo entonces el otro: “Pues ven conmigo y has de verlo.” Se levantó el santo y acompañó al viejo al cementerio y elevando la voz, como cuando hablaba con él mientras estaba vivo (y verdaderamente estaba vivo en el cielo), dijo: ” ¡Hermano Acacio! ¿Por ventura estás muerto?” Y el santo obediente, que aun después de la muerte mostraba su obediencia, respondió desde el sepulcro: “¿Cómo puede ser, padre, que muera un hombre entregado a la obediencia?” Entonces el viejo aquel que poco antes se llamaba su maestro, espantado por lo que acababa de oír, cayó en tierra lleno de lágrimas y pidió al abad del monasterio le diese permiso para edificar una celda al lado de aquella sepultura. Y viviendo ya allí con templanza, decía siempre a los padres: “Soy un homicida.”
Otra historia, además de esta, me contó el padre Juan, como si la contara de otro. Mas no trataba de otro, sino de él mismo, según pude averiguar más tarde.
Historia de Juan el Sabbaíta (o de Antíoco).
121. “Otro monje de este mismo monasterio de Asia — me dijo él — fue dado por discípulo a un solitario manso y benigno. Y como viese el discípulo que el Anciano lo honraba y lo trataba mansamente, lo cual podía resultarle muy peligroso, prudentemente le rogó que le diera licencia para marcharse. El viejo, dado que tenía otro discípulo, accedió rápidamente. Partió, pues, el monje, con una carta de recomendación hacia un monasterio situado en la región de Ponto: y la primera noche que allí pasó, vio en visión a ciertas personas que le pedían cuenta de su vida. Esas personas, después de aquel terrible examen, le dieron a entender que debía cien libras de oro. Y al despertar, habiendo comprendido la visión, se dijo a sí mismo: “Pobre Antíoco — que así se llamaba —, grande es la deuda que tienes, mucho es lo que debes pagar. De esta manera estuve — dijo él — tres años en el monasterio, obedeciendo a todos sin distinción, menospreciándome e injuriándome todos como a peregrino y forastero, ya que no había allí ningún otro monje extranjero sino yo. Pasados esos tres años, volví a ver en sueños a una persona, la cual me dijo que de aquella deuda, diez libras ya estaban pagadas. Al despertar me dije: “¿No he pagado hasta ahora más que diez libras? Siendo así, ¿cuándo terminaré de pagar lo que aún queda? Pobre Antíoco, es necesario que pases por más trabajos y humillaciones.” A partir de ese momento comencé a fingirme tonto, sin dejar por eso de cumplir cosa alguna del cargo que tenía. Y viéndome los padres servir de ese modo, y con esa alegría, me echaban encima, con poca piedad, las mayores cargas y trabajos del monasterio. Al cabo de otros trece de perseverar en ese modo de vida, vi otra vez a los que antes habían aparecido, los cuales me dijeron que toda la deuda estaba ya pagada por entero. A partir de entonces, cada vez que los padres me trataban rudamente, me acordaba de esta deuda y lo soportaba con paciencia.”
Esta es la historia que me relató aquel sapientísimo padre Juan como siendo de otro, y por eso se puso por nombre Antíoco; mas, verdaderamente fue él quien rompió y borró la escritura de sus deudas con el mérito de la paciencia.
122. Quiero ahora contar cuan grande fue la virtud de la discreción que este santo Anciano alcanzó por su obediencia:
Estando él asentado en el monasterio de San Sabbas, se le acercaron cierta vez tres religiosos jóvenes que deseaban ser sus discípulos. Los recibió el padre con el rostro muy alegre, y les hizo toda la caridad y les dio el mejor trato que pudo a fin de aliviarlos del cansancio del camino. Pasados tres días, les dijo el Anciano: “Perdonadme hermanos, pero soy un mal hombre y no puedo recibir a ninguno de vosotros por discípulo.” Ellos no se escandalizaron porque conocían bien la santidad y las obras del Anciano. Pero, como después de mucho rogar no pudieron lograr que él los recibiese, postrados a sus pies le pidieron que, al menos, les diese una regla de vida, y les enseñase el lugar y la forma de vivir. El Anciano, sabiendo que pedían esto con humildad y con el alma dispuesta a la obediencia, accedió finalmente, diciendo al primero: “Quiere el Señor, hijo mío, que vivas en soledad y sujeto a un padre espiritual.” Al segundo le dijo: “Ve y vende todas tus propias voluntades y ofréndalas a Dios, y tomando tu cruz a cuestas vive en algún monasterio y así tendrás un tesoro guardado en el cielo.” Al tercero le dijo: “Escribe en tu corazón y abrázate permanentemente a aquella palabra del Salvador que dice: Έ1 que perseverare hasta el fin, serα salvo’ (cf. Mt. 10). Y si te fuera posible busca un maestro y guía de tus ejercicios, el más áspero y pesado que pudieras encontrar entre los hombres, y bajo él persevera, bebiendo siempre, cual leche y miel, sus reprensiones y menosprecios.” A lo cual respondió el religioso: “Padre, y si éste fuera negligente, ¿qué haré? Respondió el padre: “Aunque lo vieres fornicar, no te apartes de él, sino vuelve a ti mismo y di: ‘Amigo, ¿a qué has venido?’, y verás luego deshacerse la hinchazón de tu soberbia, y suavizarse el furor de tu ira.”
123. Todos nosotros, que tememos al Señor, debemos combatir con todas nuestras fuerzas, a fin de que en esta escuela no vengamos a adquirir, en lugar de la virtud que buscamos, la malicia y la astucia, la perversidad y la cólera, pues entonces, tal como lo quiere el enemigo, se detendrá nuestra carrera. Porque los enemigos del rey no se alzan contra labradores, marineros o personas comunes, sino contra aquellos que han sido armados caballeros por el rey, y han recibido de él el escudo, y la espada, y el arco, y la vestidura militar. Contra estos últimos se enfurecen y a ellos procuran dañar. Es por esto que no podemos descuidarnos.
124. He visto muchas veces que algunos niños hermosos e inocentes acudían a las escuelas para estudiar y adquirir la sabiduría, los cuales, en lugar de eso, obtuvieron astucia y malicia en su contacto con los otros. El que tiene juicio, que lea y entienda.
125. Es imposible que aquellos que con todo su corazón, se ejercitan en un arte no progresen día a día. Más, así como hay algunos que conocen su propio progreso, hay otros que lo ignoran por disposición de Dios.
126. Un buen banquero o comerciante jamás olvida, al final de la jornada, hacer la cuenta de sus pérdidas y sus ganancias. Mas él no podrá hacer esa cuenta con exactitud, si no anotare durante el día cada operación. Porque sólo así podrá hacer fácilmente su balance.
127. Cuando un insensato es reprendido y condenado, rápidamente se aflige y se acongoja a fin de acallar al que lo reprende: postrado a sus pies pide perdón, no por humildad sino para detener los reproches. Mas cuando tú fueras reprendido, calla y recibe en tu alma ese cauterio, o mejor, esas llamas purificadoras; y cuando el médico acabare de quemar, recién entonces humildemente pídele que te perdone, porque mientras él esté irritado, no aceptará tu pedido.
128. Los que vivimos en comunidad debemos combatir en todo momento contra todas las pasiones; pero especialmente contra dos enemigos es conveniente que lo hagamos: la ira y la gula, porque estos dos vicios tienen más lugar en la vida de comunidad que en la soledad.
129. A quienes viven en obediencia suele el demonio inspirarles el deseo por virtudes inalcanzables; y a los que viven en soledad, por el contrario, les hace desear aquello que no corresponde a su estado.
Si examinas atentamente el corazón de los cenobitas adúlteros tú encontrarás un pensamiento que se extravía: un gran deseo de quietud, de grandes ayunos, de la oración sin distracciones, de la total liberación de la vanagloria, del recuerdo continuo de la muerte, de la compunción permanente, de la perfecta mortificación de la ira, de un profundo silencio y de una castidad sobrehumana. El demonio les hace desear todas estas cosas antes de tiempo, a fin de que, engañados, se precipiten hacia otro género de vida sin estar preparados y maduros para ello. De este modo les impide obtener todo esto en el tiempo debido por su perseverancia en el monasterio.
Ante los ojos de los que viven en soledad, por el contrario, el enemigo hace brillar la gloria de la obediencia, la hospitalidad de los cenobitas, el cuidado de los huéspedes y peregrinos, el amor de los hermanos, la dulzura de la conversación familiar, la atención a los enfermos, y otras tantas cosas que no pertenecen a su estado, a fin de tornarlos a ellos tan inestables como a los primeros.
130. Pocos son, sin duda, los que viven como conviene en soledad. Solamente son capaces de hacerlo aquellos que nada más tienen que el consuelo divino para aliviarlos en sus trabajos y para ayudarlos en sus combates.
131. Para acertar en la elección del maestro, conviene que examines la naturaleza de tus pasiones e inclinaciones. Si te sientes inclinado a la lujuria y a los deleites del cuerpo, busca un padre que no le haga ningún tipo de concesiones al vientre, y no uno que deba siempre recibir huéspedes en su casa, a fin de que no se transforme este hecho en materia y ocasión de gula. Si eres de un natural altivo y soberbio, busca un padre ferviente y duro, no uno manso ni blando.
No busquemos padres que con espíritu profético alcancen las cosas venideras, sino aquellos que sean principalmente humildes, y que por sus costumbres y por el lugar en que viven resulten más convenientes para curar nuestras enfermedades.
132. Esfuérzate por imitar al justo Abaciro, a quien mencionamos más arriba, pues el mejor medio para obedecer prontamente es pensar que nuestro padre nos pone a prueba en cada cosa. De ese modo jamás te engañarás.
133. Si tu superior te reprende sin cesar, y cuanto más te reprende más unido te sientes a él, esto significa que el Espíritu Santo ha venido invisiblemente a morar en tu alma y que la virtud del Altísimo te hace sombra. Mas no te vanaglories ni te regocijes por sufrir las ignominias con paciencia, sino, antes, llora por haber hecho aquellas cosas que te hicieron merecedor de la ignominia, y por haber turbado un alma irritándola contra ti.
134. No te asombres ni dudes de lo que ahora he de decirte, pues me apoyo en la autoridad de Moisés para defender esta sentencia. Aunque sea verdad que es mayor culpa pecar contra Dios que hacerlo contra el padre (espiritual), sin embargo se puede decir, de alguna manera, que es más peligroso pecar contra el padre que contra Dios. Porque si provocamos la ira de Dios, nuestro padre lo aplacará, como Moisés a Dios cuando el pueblo pecó contra Él (cf. Ex. 32); mas si ofendemos a nuestro padre no tenemos quien nos reconcilie con Dios; como no lo hizo el mismo Moisés cuando pecaron contra él Dathan y Abiron (cf. Num. 16), los cuales perecieron por faltarles reconciliador.
135. Miremos y examinemos con mucha atención y vigilancia qué es lo que debemos hacer en cada tiempo. Porque algunas veces, cuando somos reprendidos por nuestro pastor, nos conviene callar y sufrir alegremente, y otras veces conviene dar razón de lo que hicimos. A mi entender, debemos siempre callar en aquellas cosas que redundan en ignominia nuestra, porque entonces es tiempo de ganar; mas en las cosas que redundan en perjuicio de otro, debemos dar razón y establecer la verdad, pues a ello nos obligan los lazos del amor y la paz.
136. Todos los que abandonaron la obediencia podrán muy bien declarar en favor de su utilidad, porque ellos pudieron conocer el cielo donde estaban cuando se vieron fuera de él.
137. Aquel que camina hacia Dios y procura alcanzar la perfecta quietud del alma, tenga por gran pérdida cada día que pase sin sufrir alguna humillación.
138. Porque así como los árboles que son sacudidos por fuertes vientos echan siempre más hondo sus raíces, así también los que viven la obediencia tienen almas fuertes e inquebrantables por los combates que padecen.
139. Aquel que reconoció su propia debilidad viviendo en soledad, y que reconociéndola se entregó a la obediencia, éste, siendo ciego, abrió los ojos, y sin trabajo pudo ver a Cristo.
140. ¡Hermanos atletas! ¡Los que corréis y los que lucháis! .escuchad lo que el Sabio dice de vosotros: “Como al oro en el crisol los probó, o sea en los trabajos de la vida monástica, y como a sacrificio de holocausto, los aceptó en su seno” (cf. Sab. 6:3).
Quinto Escalón: de la Penitencia.
1. Juan corrió antaño más velozmente que Pedro (cf. Jn. 20:4); esto es así porque la obediencia viene antes que la penitencia: aquel que llegó primero es imagen de la obediencia, y el otro lo es de la penitencia.
2. Penitencia es un modo de renovar el santo Bautismo. Penitencia es acordar con Dios una nueva vida. Penitente es el hombre que compra humildad. Penitencia es repudio perpetuo de todo consuelo corporal. Penitente es aquel que permanentemente se está acusando y condenando, el cual tiene un corazón descuidado de sí mismo por el continuo cuidado de satisfacer a Dios. Penitencia es hija de la esperanza y destierro de la desesperación. Penitente es el reo que está libre de confusión por la esperanza que tiene en Dios. Penitencia es reconciliación con el Señor, mediante la buena obra opuesta al pecado. Penitencia es purificación de la conciencia. Penitencia es sufrimiento voluntario de toda pena. Penitente es el artífice de su propio castigo. Penitencia es una fuerte aflicción del vientre, y una vehemente aflicción, y un gran dolor del alma.
3. Todos cuantos habéis ofendido a Dios, venid de todas partes, y juntos oíd, pues he de contaros las grandes cosas que para vuestra edificación descubrió Dios a mi alma. Pondremos en el primero, y más honrado lugar de esta narración, las obras de aquellos venerables trabajadores (espirituales) que voluntariamente tomaron hábito y estado de siervos obedientes. Oigamos, miremos, e imitemos su ejemplo los que hemos caído más allá de la esperanza. Levantaos, los que por culpa de vuestras maldades estáis caídos. Oíd atentamente todas mis palabras, e inclinad vuestros oídos los que deseáis por verdadera conversión volver a Dios.
4. Como oyese yo, pobre y falto de virtud como soy, que era muy sublime y extraño el estado y humildad de los santos penitentes que moraban en aquel monasterio al que llamaban “Cárcel,” que estaba cerca del monasterio principal y del cual hablamos más arriba, rogué a aquel santo padre que me hiciese conducir hasta allí a fin de observar lo que pasaba en el lugar. No queriendo por ningún motivo entristecer mi alma, él accedió benignamente.
5. Llegué pues al monasterio de los penitentes, a la verdadera tierra de los que lloran, y pude ver entonces, si es lícito decirlo, cosas que jamás vio el ojo del negligente, que jamás oyó la oreja del descuidado, y que jamás cupieron en el corazón del perezoso. Vi, digo, palabras y ejercicios capaces de hacer violencia a Dios, y acciones y actitudes capaces de inclinar su clemencia con gran presteza.
6. Porque a muchos de aquellos santos reos vi pasar las noches enteras al sereno velando hasta la mañana. Y cuando eran atacados por el sueño, violentando la propia naturaleza se negaban a tomar descanso, injuriándose y reprendiéndose a sí mismos.
7. Otros vi que tenían los ojos alzados hacia el cielo con aire lastimero mientras pedían con lágrimas y gemidos, el socorro de lo alto.
8. Otros vi que estaban en la oración con las manos atadas a la espalda, a la manera de los criminales y de los condenados, y que inclinaban hacia tierra sus rostros amarillentos diciendo a veces que no eran dignos de levantar los ojos al cielo ni de hablar con Dios en la oración por la confusión de su conciencia; diciendo que no encontraban qué pedir ni cómo pedirle a Dios. Y así ofrendaban al Señor sus almas calladas y enmudecidas, llenas de tinieblas y de confusión.
9. Otros vi que estaban sentados en el suelo, cubiertos de ceniza y de cilicio, con el rostro escondido entre las rodillas y dando en tierra con la frente.
10. Otros vi estar siempre golpeándose el pecho, los cuales parecía que se arrancaban el alma del cuerpo con grandes suspiros. Había entre estos algunos que rociaban el suelo con sus lágrimas, y otros que se lamentaban por no tenerlas. Muchos lanzaban alaridos sobre sus almas como se lo hace sobre los muertos, no pudiendo soportar la angustia de su espíritu. Otros rugían en su interior reteniendo el sonido en su corazón; pero algunas veces, no pudiendo contenerse, súbitamente explotaban dando voces.
11. Vi algunos que en la actitud del cuerpo, y en los pensamientos y en las obras, parecían estar como fuera de sí, y como hechos de mármol por la grandeza de su dolor, envueltos en tinieblas y casi insensibles para con todas las cosas de esta vida. Habían sumido sus almas en el abismo de la humildad, y secado las lágrimas de sus ojos con el fuego de la tristeza.
12. Otros vi estar allí sentados en tierra, tristes, con los ojos bajos y sacudiendo la cabeza hacia uno y otro lado, y arrancando gemidos y bramidos, como leones, desde lo profundo de su corazón. Había entre estos algunos que, llenos de esperanza, hacían oraciones buscando la perfecta remisión de sus pecados. Otros, con una inefable humildad, se tenían por indignos de perdón diciendo que no estaba en su poder el justificarse ante Dios. Unos había que pedían ser atormentados en esta vida, para poder hallar misericordia en la otra; y había otros que cargados y quebrantados por el peso de su conciencia, decían que les bastaría, si ello fuera posible y aunque no gozasen del Reino de Dios, con verse libres de los tormentos eternos.
13. Vi allí muchas almas humildes y contritas, que inclinadas hacia el suelo bajo el gran peso de la penitencia, hablaban y decían tales palabras a Dios que con ellas podían haber movido a compasión aun a las mismas piedras. Con los ojos puestos en tierra, decían: ” ¡Sabemos muy bien, sabemos que de todos los tormentos y de todas las penas somos merecedoras con justa razón! Porque aun reuniendo el mundo entero para que rogase por nosotros, no seríamos suficientes para satisfacer con esos ruegos la multitud de nuestras deudas. Por lo tanto sólo esto pedimos, sólo por esto oramos, sólo esto, con toda la atención de nuestras almas te rogamos, oh Señor: no nos castigues con tu ira ni nos atormentes conforme a las justas leyes de tu juicio, sino más blanda y misericordiosamente. Porque nos contentaríamos con quedar libres de aquella terrible y espantosa amenaza tuya, y de aquellos tormentos ocultos y nunca vistos ni oídos; porque no osamos pedirte que seamos del todo libres de trabajos y de penas. Pues ¿con qué rostro, con qué ánimo nos atreveríamos a esto, habiendo quebrantado nuestra profesión, y ensuciándola después del primero y misericordioso perdón?”
14. Allí, amigos míos, se podían ver realmente las palabras de David transformadas en obras: hombres cargados de miserias y tribulaciones andar tristes y encorvados todos los días, echando hedor sus cuerpos, ya medio podridos por el mal trato a que los sometían; hombres que vivían sin cuidado de su propia carne, que a veces olvidaban de comer su pan, y otras lo juntaban con ceniza y lo mezclaban con agua entre gemidos. Los huesos se les habían pegado a la piel, y se habían secado como el heno. No se oían entre ellos otras palabras sino estas: ” ¡Ay, ay, miserable de mí!3 ¡miserable de mí, Señor, y justamente! ¡Perdona, Señor! ¡Perdona, Señor!” Y otros decían: ” ¡Apiádate, Señor! ¡Apiádate!”
15. Muchos podían verse allí que tenían la lengua fuera de la boca, a la manera de los perros sedientos. Algunos se atormentaban quemándose bajo los rayos del sol, y otros, por el contrario, se afligían bajo un intenso frío. Algunos bebían apenas el agua suficiente como para no secarse de sed; sólo con esto se contentaban, sin beber lo que realmente necesitaban. Otros, del mismo modo, sólo comían un trocito de pan y arrojaban el resto, diciendo que no eran merecedores de comer el alimento de los hombres por haberse comportado como bestias.
16. .Entre tales ejercicios ¿qué lugar podía tener allí la risa o la palabra ociosa, o la ira o el furor? Apenas recordaban si existía la ira entre los hombres; hasta ese punto el oficio de llorar había apagado en ellos la llama del furor. ¿Dónde estaba allí la porfía? ¿Dónde la alegría desordenada? ¿Dónde la vana confianza? ¿Dónde el regalo y cuidado del cuerpo? ¿Dónde apenas el humo de la vanagloria? ¿Dónde la esperanza de deleites? ¿Dónde el recuerdo del vino? ¿Dónde el comer frutas, y el regalo de las viandas, y el apetito y las gratificaciones de la gula? De todas estas cosas no había allí ni memoria ni esperanza. Más, ¿acaso los acongojaba el cuidado de alguna cosa terrena? ¿Juzgaban allí los hechos de los hombres? Nada de todo esto encontraríais allí; ocupados como estaban en llamar al Señor, sólo la voz de la oración se oía entre ellos.
17. Unos había que golpeándose fuertemente en el pecho, como si ya estuvieran a las puertas mismas del cielo, decían al Señor: ” ¡Ábrenos, piadoso Juez, la puerta! ¡Ábrenos, ya que nosotros con nuestros pecados la cerramos!” Otro decía: “¡Muéstranos, Señor, tu rostro, y seremos salvos!” Otro decía: ” ¡Aparece, Señor, a estos pobrecillos, envueltos en las tinieblas de la muerte!” Otro decía: ” ¡Haznos llegar, Señor, tu misericordia, porque estamos perdidos, desesperados y totalmente empobrecidos!” Algunos otros decían: “¿Por ventura tendrá a bien el Señor enviar su luz sobre nosotros? ¿Por ventura habrá llegado nuestra alma a pagar ya esta deuda intolerable? ¿Por ventura volverá el Señor a tener contentamiento de nosotros? ¿Le oiremos alguna vez decir a los que están presos: salid libres, y a los que están sumergidos en un infierno de tinieblas: recibid luz?”
18. Tenían la muerte siempre ante los ojos, y los unos a los otros preguntaban y decían: “¿Qué os parece que será, hermano? ¿Qué fin será el nuestro? ¿Cuál será la sentencia? ¿Habrá podido por ventura nuestra oración llegar a presencia del Señor, o ha sido justamente desechada y confundida? Y si llegó a Él, ¿cuánto pudo? ¿Cuánto le aplacó? ¿Cuál fue su provecho? ¿Cuánto obró? Porque habiendo salido de cuerpos y de labios tan sucios, poca fuerza había ella de tener. ¿Estarán por ventura nuestros ángeles de la guarda acercándose a nosotros, o estarán muy lejos todavía? Pues si ellos no se nos acercan, inútil y sin fruto será nuestro trabajo; porque si los ángeles que tienen cargo de nosotros no lo toman y no la ofrecen, nuestra oración no tendrá ni virtud de confianza ni alas de pureza con qué llegar a Dios.
19. Algunas veces se preguntaban unos a otros: “¿Por ventura, hermanos, lograremos algo? ¿Alcanzaremos por ventura lo que pedimos? ¿Nos recibirá por ventura el Señor, y nos acogerá en su seno como antes?” A esto respondían los otros: “¿Quién sabe, hermanos, como dijeron los Ninivitas, si el Señor revocará su sentencia dejándonos libres de este castigo? (cf. Jon. 3:9). No dejemos nosotros de hacer nuestra parte: si él nos abriera la puerta, bien está; y si no lo hiciere, bendito sea él, que justamente la cerró. Perseveremos nosotros llamando hasta el fin de nuestras vidas, para que, vencido él por nuestra perseverancia, nos abra la puerta de su misericordia, porque el Señor es benigno y misericordioso.” Y con palabras como las siguientes, y otras semejantes, se despertaban y mutuamente se incitaban al trabajo: “Corramos, hermanos, corramos; porque es necesario correr, y correr mucho, pues hemos caído de aquel estado tan alto de la comunidad. Corramos, hermanos, y no perdonemos a esta sucia carne, sino crucifiquémosla, porque ella nos crucificó primero.” Esto es lo que aquellos bienaventurados decían y hacían.
20. Tenían ellos las rodillas rígidas por la gran cantidad de metanías, los ojos cansados y hundidos en sus cuencas, las cejas ya sin pelos. Tenían las mejillas enrojecidas y quemadas por el ardor de las lágrimas hirvientes que corrían por ellas. Sus caras estaban sumidas y amarillas como las de los muertos; sus pechos estaban lastimados por los golpes que se daban; a muchos les salía la saliva de la boca mezclada con sangre. ¿Dónde estaba allí la placidez del lecho y dónde los buenos vestidos? Todo estaba allí sucio y roto, y cubierto de piojos y pobreza. ¿Qué comparación hay entre todo este sufrimiento y el de los poseídos por los demonios, o el de aquellos que lloran sobre sus muertos, o el de aquel que vive en el exilio, o aun el de aquellos que son castigados por sus crímenes? Todos estos tormentos que los hombres padecen contra su voluntad son, en verdad, muy pequeños, comparados con las penas que voluntariamente padecían estos santos. Y os pido, hermanos, que no tengáis por fábula todo esto que decimos.
21. Rogaban estos santos varones algunas veces a aquel gran juez, el pastor del monasterio (que era un ángel entre los hombres), que les mandase echar cadenas al cuello y a las manos, y que los metiese de pies en un cepo, y que no los sacase de allí sino era para llevarlos a la sepultura.
22/23. Mas cuando la muerte llegaba, era cosa terrible y lastimera ver lo que allí pasaba; porque cuando alguno estaba ya por expirar, mientras aún tenía el juicio entero, se ponían los otros llorando a su alrededor, y con triste aspecto y más tristes palabras, meneando la cabeza preguntaban al que partía: “Y bien, hermano de condenación qué será de ti? ¿Qué dices? ¿Qué esperas? ¿Qué habrás de recibir? ¿Alcanzaste lo que buscabas con tanto ahínco? ¿Llegaste dónde deseabas? ¿Has concretado tu esperanza? ¿Tienes una firme confianza en Dios, o aún andas vacilando? ¿Alcanzaste verdadera libertad de espíritu? ¿Sentiste por ventura alguna luz en tu corazón, o estás todavía lleno de tinieblas y confusión? ¿Ha sonado en tus oídos aquella voz de alegría que pedía David (cf. Sal. 50) o escuchas en cambio la que dice: ‘Vayan los pecadores al infierno’ (cf. Sal. 9), o ‘atado de pies y manos echadle en las tinieblas exteriores, o ‘sea quitado el malo para que no vea la gloria de Dios’ (cf. Mt. 22). ¿Qué dices, hermano? Dinos, te lo pedimos a fin de que por este medio podamos conjeturar qué nos espera; porque tu plazo ha expirado y jamás volverás a recobrarlo; mas nuestra causa aún está pendiente.”
A esto respondían unos diciendo: “Bendito sea el Señor, que no permitió que cayésemos entre los dientes de nuestros enemigos” (cf. Sal. 123). Otros decían gimiendo: “¿Podrá mi alma atravesar el agua infranqueable y el encuentro con los espíritus del aire? (cf. Sal. 123). Lo cual decían ellos considerando lo incierto, lo terrible y lo temible del juicio divino. Otros, más tristemente, respondían: ” ¡Ay del alma aquella que no guardó inviolablemente sus votos, porque en esta hora conocerá lo que le está aparejado!”
24. Al ver y oír todas estas cosas, poco faltó para que cayese yo en una gran desesperación al poner los ojos en mi comodidad y en mi negligencia y compararlas con la aflicción de aquellos santos. Pues, pensad por un momento en ese lugar donde estaban, oscuro, hediondo, su ció, miserable, en todo merecedor del nombre de “cárcel.” En verdad, su solo aspecto ya era maestro de lágrimas y de perfecta penitencia para todo aquel que lo mirase.
Sin embargo, las mismas cosas que a otros parecen dificultosas e insoportables, se hacen fáciles y agradables a los que se acuerdan de como cayeron de la virtud y de las riquezas espirituales que poseían. Porque el alma que despojada de su antigua confianza ha perdido la esperanza que tenía de alcanzar aquella bienaventurada paz y tranquilidad, que perdió el sello de la castidad, que fue privada de las riquezas de la gracia y del consuelo divino, que rompió su alianza con el Señor y que secó aquella hermosísima fuente de lágrimas, cuando se acuerda de tan grandes pérdidas, es herida y compungida con tan extraño dolor, que no sólo recibe con toda alegría estos trabajos de que hablamos, sino que cuando queda en ella alguna chispa de verdadero temor y amor de Dios, trata de crucificarse y despedazarse con la violencia de tales ejercicios.
Y así eran, por cierto, las almas de estos bienaventurados, los cuales, conservando en su pensamiento la alteza de la virtud y del estado de donde habían caído, decían: ” ¡Acordémonos de la felicidad de aquellos días antiguos, y de aquel fervor de espíritu con que servíamos a Dios.” Y así clamaban, diciendo: “¿Dónde están, Señor, aquellas antiguas misericordias tuyas,” (cf. Sal. 88) que tuviste a bien revelar a nuestras almas en tu verdad? Acuérdate, Señor, de los ultrajes y de los sufrimientos de tus siervos (cf. Sal. 88).” Otro, con el santo Job, decía: “¿Quién me diera (volver) a los meses de antaño, a los días en que Dios me protegía (cf. Job. 29), cuando su luz resplandecía sobre mi corazón y con ella andaba yo entre las tinieblas.”
25. Trayendo de este modo a la memoria sus antiguas virtudes y ejercicios, lloraban como niños, diciendo: “¿Dónde está aquella pureza en la oración? ¿Dónde aquella confianza con que iba acompañada? ¿Dónde aquellas dulces lágrimas que ahora se nos han vuelto amargura? ¿Dónde la esperanza de aquella purísima y perfecta castidad? ¿Dónde aquella beatísima quietud que esperábamos alcanzar? ¿Dónde aquella fe y lealtad para con nuestro pastor? ¿Dónde aquella oración que hacíamos tan eficaz y tan poderosa? Perecieron todas estas cosas, y como si jamás hubiesen sido, desaparecieron.”
26. Y así, entre grandes lamentos y gemidos, unos rogaban al Señor que entregase sus cuerpos a todos los trabajos, para ser atormentados en esta vida; otros le pedían que les enviase grandes enfermedades; otros que les privase de la vista y que los transformase en un espectáculo miserable; otros que los hiciese contrahechos y mendigos para toda la vida, con tal de ser librados de los tormentos eternos.
En cuanto a mí, queridos padres, me olvidé de mí mismo viendo la compunción que reinaba entre aquellos santos penitentes; arrebatado y absorto en la admiración de cosas tan grandes, ya no fui dueño de mí. Pero volvamos a lo nuestro.
27. Después de permanecer treinta días en aquel lugar regresé, con el corazón a punto de estallar, al monasterio principal; y el padre aquel, al ver mi rostro tan demudado y casi atónito, comprendiendo la causa de este cambio, me dijo: “¿Qué es esto, padre Juan? ¿Viste las batallas de los que trabajan?” A lo cual respondí diciendo: “Vi, padre, vi, y quedé espantado, y tengo por más dichosos a los que se lloran a sí mismos después de haber caído, que a los que nunca cayeron y no se lloran; pues para aquellos sus caídas fueron ocasión de una segura y beatísima resurrección.” “Así es, ciertamente,” dijo él.
28. Y aquella lengua santa y veraz me narró lo siguiente: “Hubo aquí, hará diez años, un religioso muy solícito, diligente y gran trabajador; y como lo viese yo tan fervoroso, comencé a tener miedo de la envidia del demonio, y a temer que tropezase en alguna piedra como suele suceder con los que caminan tan a prisa. Finalmente ocurrió como yo lo temía. Y he aquí que él viene a mí, y me desnuda su herida, y busca el emplasto, y pide el cauterio lleno de angustia. Y viendo que el médico no deseaba tratarlo con demasiado rigor porque la culpa era digna de misericordia, se arrojó al suelo y se abrazó a sus pies, y regándolos con abundantes lágrimas pidió que lo condenase a aquella cárcel, diciendo que era imposible dejar de ir a ella. ¿Para qué más palabras? Por fin logró con su fuerza que la clemencia del médico se convirtiese en dureza, cosa desacostumbrada y muy admirable en los enfermos.
Marcha, pues, a aquel lugar, y se suma al número de los que lloran, y se hace partícipe de su tristeza. Y herido gravemente en el corazón con el cuchillo del dolor, el cual había afilado el amor de Dios, tan grande es su pena por haberle ofendido, que a los ocho días de haber ingresado allí, entregó el espíritu al Señor. Como merecedor de toda honra lo hice yo traer a este monasterio y lo sepulté en el cementerio de los padres. Y no faltó uno a quien el Señor señaló que cuando aún no se había levantado él de abrazar mis viles y sucios pies, ya el misericordioso Señor lo había perdonado. Lo cual no es para maravillarse, pues habiendo tomado él en su corazón la misma fe, la misma esperanza y la misma caridad de aquella pecadora pública, con las mismas lágrimas regó mis viles pies, y del mismo modo alcanzó el perdón. Ya me ha sucedido otras veces ver en esta tierra algunas almas que, sucias, servían a los amores del mundo casi hasta perder el seso, las cuales trasladaron todo su amor a Dios, y abrazándolo con insaciable caridad, obtuvieron el perdón por sus pecados como aquella a quien fue dicho: “sus muchos pecados le son perdonados, porque mucho amó” (cf. Lc. 7:47).
29. Bien sé, oh admirables padres, que las cosas que se han dicho más arriba les resultarán increíbles a unos, difíciles de admitir a otros, y serán para algunos otros motivos de desesperación. Mas, para el hombre valiente, estos ejemplos serán un estímulo y una flecha de fuego que aumentará el fervor encendido en su corazón. Y habrá otros que, por no ser como los anteriores no se encenderán tanto como ellos; sin embargo, tomando conciencia de su debilidad, y reprochándose y avergonzándose con este ejemplo, alcanzarán verdadera humildad, y así ocuparán el segundo lugar después de aquellos, y quizás los igualarán. Pero que el varón negligente no escuche estas cosas que hemos dicho, para que no deje por ventura de hacer lo poco que hace con excesiva confianza, y para que no se cumplan en él las palabras del Señor: .”..a quien no tiene, aun lo que tiene le será quitado” (cf. Mt. 25:29). Aunque éstos, en verdad, no sólo de aquí, sino de cuanto pueden, toman ocasión para favorecer su negligencia.
30. Debemos saber, todos cuantos hemos caído en el lago de la maldad, que jamás saldremos de allí si no nos sumergimos profundamente en el abismo de la humildad propio de estos penitentes.
31. Y es de hacer notar que una es la humildad triste de los que lloran, otra el remordimiento de conciencia de los que viven en el pecado, y otra la que opera Dios en el alma de los hombres perfectos, la cual es una rica y alegre humildad. No intentaremos explicar con palabras esta tercera forma de humildad, porque es una empresa imposible; pero de la segunda clase de humildad suele ser indicio la perfecta paciencia frente a las injurias. En cuanto a los primeros, las lágrimas suelen dar ocasión a que la presunción nos tiranice; no hemos de maravillarnos por esto, ya que los hábitos inveterados siempre tratan de tentarnos.
32. De las caídas de los hombres y de los juicios de Dios nadie podrá dar entera razón, porque esta materia excede todas las facultades de nuestro entendimiento. Algunas caídas, en efecto, tienen por causa nuestra negligencia; otras obedecen a un desamparo de Dios (que por una maravillosa y sabia disposición permite caer al hombre como permitió caer al Príncipe de los Apóstoles), y hay otras que nos vienen como castigo de Dios, merecido por nuestros pecados. Mas un padre afirmó que las caídas que sobrevienen por piadosa providencia del Señor, en poco tiempo se restauran, pues él no permite que perseveremos mucho tiempo en ese mal que para provecho nuestro permitió.
33. Todos los que hemos caído, trabajemos, por sobre todas las cosas, para resistir al espíritu de la tristeza desordenada; porque ella suele acudir en el tiempo de la oración para impedirla, privándola de aquella nuestra primera confianza.
35. Cuando la llaga está fresca, cuando aún mana de ella la sangre, fácil es el remedio. Mas la que está vieja difícilmente sana, y esto no sin gran trabajo, ni sin cauterio, hierro y fuego. Muchas heridas hay a las que el tiempo hace incurables; mas a Dios ninguna cosa le es imposible.
38. Antes de la caída nos hacen los demonios a Dios muy piadoso, y después de ella muy duro y riguroso.
37. Si tú haces penitencia y practicas buenas obras, no prestes atención al que te dice que todo eso de nada sirve en razón de las culpas pasadas; porque muchas veces pequeños servicios y presentes bastaron para mitigar la gran ira del juez. Del mismo modo las buenas obras, por pequeñas que fueren, aplacan a Dios, especialmente cuando proceden de la caridad y de la humildad del corazón.
38. Aquel que en verdad se aflige y se castiga por sus pecados, todos los días que no llora los tiene por perdidos, aunque hubiera hecho en ellos por ventura buenas obras, porque su principal cometido es hacer penitencia.
39. Que ninguno de los que se afligen con lágrimas de penitencia, tenga por cierto que al final de su vida habrá de recibir el perdón por sus pecados; pues lo que es incierto, nadie lo debe tener por cierto. Dice el Profeta: “Aparta de mí tu mirada (airada), para que yo respire, antes de que me vaya y ya no sea” (cf. Sal. 38:14).
40. Donde está el Espíritu del Señor, el lazo está roto; donde existe una profunda y perfecta humildad, el lazo está roto. Aquellos que no puedan dar testimonio de estas dos cosas, que no se confundan: aún están encadenados.
41. Quienes sirven al mundo no mueren con este consuelo que los buenos tienen; mas hay algunos, que ejercitándose en limosna y obras de piedad, conocen al final de la jornada el provecho de esos actos.
42. Aquellos que lloran sobre sí mismos deben ocuparse en llorar y en hacer penitencia. Que no tengan ojos para ver las lágrimas, ni las caídas, ni los asuntos de los otros.
43. El perro que es mordido por una bestia salvaje se vuelve ferozmente contra ella, y el dolor de la herida aumenta la ferocidad de su rabia. Así suele embravecerse el verdadero penitente contra su propia carne y contra el demonio que le hirieron, y de aquí suele nacer el mal tratamiento y el odio santo contra sí mismo.
44. Si nuestra conciencia dejara de hacernos reproches, cuidemos que ello no proceda más de una falsa confianza que de la propia inocencia.
45. Uno de los indicios de la remisión de nuestras faltas, es que nos tengamos siempre por deudores.
46. No por esto debemos dejar de confiar; porque nada hay mayor ni igual que la misericordia de Dios; con sus propias manos se mata, todo aquél que desespera.
47. Una señal de verdadero arrepentimiento, es reconocer que somos merecedores de todas las tribulaciones, visibles e invisibles que nos vinieren, y de muchas más.
48. Después que Moisés vio a Dios en la zarza, volvió a Egipto (o sea a las tinieblas del mundo) para entender en los ladrillos y obras de Faraón. Mas luego regresó a la zarza que había dejado, o mejor dicho, al monte de Dios. Del mismo modo aquel gran Job de rico se hizo pobre; mas, después de empobrecido, le fueron dobladas las riquezas. Quien entiende el misterio aquí encerrado, nunca jamás desespera.
49. La caída de aquellos que fueron negligentes después de haber sido llamados, es muy peligrosa porque debilita la esperanza de alcanzar la quietud y la paz que se hallan en Dios, hacia el que tienden todos nuestros intentos. Por muy bien librados se tendrían ellos, si se vieran salidos del pozo en que cayeren.
50. Mira con atención y considera que no siempre volvemos al lugar de donde salimos por el camino que salimos, sino a veces por otro más corto.
51. Así, vi yo dos religiosos que al mismo tiempo y del mismo modo caminaban; de los cuales uno, aunque era viejo, trabajaba mucho. Mas el otro, que era su discípulo, llegó más rápidamente que él y entró antes en el sepulcro de la humildad; la llamo sepulcro pues por ella desea ser sepultado, aniquilado y desconocido de los corazones de los hombres, aquel que es verdaderamente humilde. Y la causa por la que éste llegó más velozmente, fue que todo cuanto hacía lo hacía con mayor fervor, pureza y diligencia.
52. Guardémonos todos, y especialmente los que caímos, no vengamos a dar en el error de Orígenes, el cual dijo que en el día del Juicio nuestro Señor, por su misericordia, habría de salvar no sólo a los buenos sino también a los malos; error que a los malos resulta muy agradable y con el cual derogó Orígenes, no ya la verdad divina, sino la rectitud de su justicia.
53. En mi meditación, o por hablar más claramente, en mi penitencia, debe arder el fuego de la oración a fin de quemar la materia de todos mis vicios.
54. Finalmente, para terminar con este tema, si deseas hacer verdadera penitencia, debes tener por ejemplo y dechado y modelo, aquellos santos reos que hemos mencionado. Esto te evitará el trabajo de leer muchos libros hasta que la luz de Cristo Hijo de Dios amanezca en tu casa para resucitar tu alma con la perfecta penitencia.
Sexto Escalón: del Recuerdo de la Muerte.
1. Así como la consideración precede a la palabra, así también el recuerdo de la muerte y los pecados, precede a las lágrimas y a la compunción. Por tal motivo guardaremos ese orden, y antes de hablar sobre el llanto, lo haremos sobre la memoria de la muerte.
2. Memoria de la muerte es muerte cotidiana, es morir cada día. Memoria de la muerte es perpetuo gemido en todas las obras.
3/4. Temor a la muerte es propiedad de la naturaleza que nos vino por el pecado de la desobediencia; pero terror a la muerte es señal de que nuestras faltas no nos han sido del todo perdonadas. Este terror no lo tuvo Cristo, aunque sí receló de la muerte, a fin de mostrar la condición de la naturaleza que había tomado.
5. Así como el pan es el más necesario de los alimentos, así también la memoria de la muerte es el más necesario de todos los ejercicios.
6. La memoria de la muerte hace que aquellos que viven en monasterios se ejerciten en trabajos y asperezas, y que tengan un dulce deseo y un gran apetito de padecer injurias por amor de Dios. Mas, a los que viven en soledad, apartados de todos los desasosiegos del mundo, hace que, abandonando todo cuidado, insistan en una perpetua oración y en la guarda vigilante de sus almas. Estas, virtudes son madres y son hijas de esta virtud pues nacen de la memoria de la muerte y a ella ayudan; porque cuanto más libre está el hombre de las otras pasiones y cuidados, tanto más dispuesto está para pensar en su muerte; y cuanto más piensa en ella, tanto más se descuida de todo lo demás.
7. Asi’ como es clara para los conocedores la diferencia que existe entre el estaño y la plata, a pesar de la semejanza que pudiera haber entre ellos, así también resulta clara, a los ojos de los sabios, la diferencia que hay entre el temor natural a la muerte y aquel que no lo es; o sea, entre el que procede de la naturaleza y el que tiene por origen los pecados.
8. Grandes señales para conocer cuándo ha sido provechosa la memoria de la muerte, son la negación de la propia voluntad y el desapego por las cosas visibles.
9. Muy loable es aquel que todos los días espera la muerte, mas es santo el que en todas las horas la desea.
10. Sin embargo no todo deseo de la muerte es digno de alabanza. Porque hay algunos que, vencidos por el hábito, pecan continuamente; y por eso, para no pecar más, desean la muerte con humildad. Otros hay que no quieren hacer penitencia, y por esto llaman a la muerte con desesperación. Y hay otros aún que movidos por espíritu de caridad, desean salir de este cuerpo para verse con Cristo.
11. Algunos se preguntan por qué, siendo el recuerdo de la muerte algo tan provechoso, no quiso el Señor que supiésemos la hora cierta en que ella habrá de llegarnos. Ellos no ven cuan maravillosamente lo ordenó Dios de este modo para nuestra salud. Porque ninguno, si supiese la hora cierta de su muerte, recibiría luego el bautismo ni abrazaría la vida monástica, sino que, gastando primero todo el tiempo de su vida en maldades y pecados, recién cuando viese acercarse la hora de su partida, correría al bautismo y a la penitencia. Mas, después de haber envejecido durante tanto tiempo en los vicios, su penitencia no sería loable, ni tan virtuosa como es necesario.
12. Tú, que lloras por tus pecados. Tío des oídos al perro aquel que te muestra a Dios como muy blando o muy misericordioso; porque esto lo hace para robarte esa compunción que tienes, y ese temor que borra todo otro temor. Solamente debes encarecer y prometerte la misericordia de Dios cuando te vieres tentado por la desesperación.
13. Aquel que por una parte trabaja por llevar dentro de sí la memoria de la muerte y del juicio divino, y que por otra se entrega a los cuidados del mundo, es semejante al nadador que pretende dar palmadas con ambas manos.
14. La memoria de la muerte, cuando es poderosa y eficaz, quita el apetito de los manjares; y cuando ellos son quitados con humildad, también se quitan o debilitan las pasiones.
15. La falta de contrición y de dolor ciega los corazones; la abundancia de manjares seca la fuente de las lágrimas. La sed y las vigilias quiebran la piedra de nuestro corazón; y cuando ella se quiebra, brotan entonces las aguas vivas. Duras parecen estas cosas a los amigos de la gula, e increíbles a los negligentes; mas el hombre ejercitado los probará alegremente, y después de haberlas probado se alegrará con ellas. Pero el que no las probara quedará triste; y padecerá trabajos y dificultades en estos ejercicios, hasta que la costumbre de trabajar le haga dulces los trabajos.
16. Así como los padres determinan que la perfecta caridad hace al hombre perseverante en el bien, y lo libra del pecado por la gran virtud que tiene; así yo también determino que el perfecto sentimiento de la muerte libera estando lejos de ellos, nos compungimos y enternecemos?
23. Aquel que está muerto a todas las cosas, ése en verdad tuvo memoria de la muerte. Mas aquel que está demasiado aficionado a las criaturas, se amarra a sí mismo con su afición.
24. No quieras descubrir a todos el amor que les tienes; ruega en cambio a Dios para que él secretamente se lo muestre: de otro modo habrá de faltarte tiempo para atender tu relación con ellos y a la vez llorar por tus pecados.
25. No te engañes, obrero irreflexivo, pensando que puedes reparar la pérdida de un tiempo con otro. Porque no basta el día de hoy para descargar perfectamente las deudas de hoy.
26. Es imposible, dijo un sabio, vivir un día bien vivido si no se piensa que es el postrero. Y lo que es verdaderamente admirable: aun los gentiles sintieron que la suma de toda la filosofía era la meditación sobre la muerte.
Séptimo Escalón: de la Aflicción Purificadora.
1. La aflicción según Dios es tristeza del alma, disposición de un corazón penetrado por el dolor que busca con grandísimo ardor aquello que desea, lo cual, hasta no haberlo alcanzado, persigue laboriosamente, con solicitud y gimiendo dolorida.
2. O también: la aflicción es un aguijón de oro hincado en nuestro corazón por la santa tristeza, el cual despoja al alma de toda pasión y de toda afición a que pudiera atarse.
3. La compunción es un perpetuo tormento de la conciencia, la cual, mediante el humilde conocimiento de sí mismo, refresca el ardor y el fuego del corazón.
4. Compunción es olvido de sí mismo, ya que por ella hubo alguno “que olvidó comer su pan” (Cf. Sal. 101:5).
5. La penitencia es la alegre y voluntaria renunciación a toda consolación corporal.
6. La continencia y el silencio son virtudes propias de aquellos que sacan provecho de esta bienaventurada aflicción; y el no airarse y olvidarse de las injurias es propio de los que ya han avanzado en ella. Mas de los perfectos y de los consumados en la aflicción, es la profunda humildad del alma, el deseo de ser injuriados, el hambre voluntaria de ofensas y trabajos, el no condenar a los que pecan y tener para con ellos una compasión que trasciende lo humano. Los primeros son dignos de ser aceptados, los segundos son dignos de ser alabados; mas aquellos que tienen hambre de aflicciones y sed de ignominias son bienaventurados, porque ellos serán hartos de aquel manjar que jamás harta.
7. Si tú alcanzaste la virtud de la aflicción procura guardarla con todas tus fuerzas; porque si ella no estuviera fuertemente arraigada en el alma puede alejarse y desaparecer. Y especialmente la hacen huir los desasosiegos, los deleites y los cuidados de las cosas de este mundo; el mucho hablar, y los chismes sobre todo, la deshacen como el fuego a la cera.
8. Puro atrevimiento parece lo que diré a continuación, pero no deja, sin embargo, de tener algo de verdad. Más eficaz es algunas veces la aflicción que el propio bautismo, porque éste nos purifica de los pecados pasados, pero ella nos preserva de los venideros dando virtud y espíritu para evitarlos. Y la gracia de aquél la perdemos después que en la niñez lo recibimos, mas con ésta nos renovamos en su pureza primera. Y si Dios, en su amor por los hombres no les hubiese dado las lágrimas, muy pocos serían los que se salvaran.
9. La tristeza y los gemidos llaman a Dios, y las lágrimas de temor interceden en favor nuestro. Mas aquellas lágrimas que proceden del amor, esas nos dicen que nuestras oraciones fueron escuchadas y recibidas por el Señor.
10. Y así como nada está más de acuerdo con la aflicción que la humildad, así nada hay más opuesto a ella que la risa desvergonzada y mundanal.
11. Trabaja, pues, con todo empeño, por conservar esta bienaventurada y alegre tristeza de la santa compunción, y nunca dejes de trabajar en ella hasta que purificado ya del amor por las cosas terrenas, ella te eleve y te presente a Cristo.
12. No dejes de considerar e imprimir fuertemente en lo íntimo de tu corazón aquel abismo del fuego eterno, aquellos crueles ministros, aquel severo y espantoso Juez que a ningún malvado habrá de perdonar, y aquel infinito caos y aquella oscuridad del fuego infernal, y aquellas terribles cuevas y mazmorras profundas, y aquellos espantosos despeñaderos y abismos, y las horribles imágenes y figuras de los que están allí. Así, si hubieran quedado en nuestras almas algunos incentivos hacia la lujuria, ahogados por este temor, darán lugar a la pura y perpetua castidad que por la gracia del llanto resplandecerá más que la misma luz.
13. Persevera temblando en la oración, no de otra manera sino como el reo ante el juez; para que así, con el hábito tanto interior como exterior mitigues la ira del Señor. Pues él no desprecia al alma que, cual viuda (cf. Lc. 18:5), está delante suyo oprimida por el llanto, importunando a Aquel que no puede ser importunado.
14. Si alguno hubiera alcanzado las lágrimas interiores del alma, cualquier lugar le será propicio y oportuno para llorar; mas el que tiene lágrimas exteriores, debe buscar lugares y modos convenientes para este ejercicio.
15. Porque así como el tesoro oculto está más seguro que el que está en la plaza, así también lo está el tesoro de las gracias espirituales.
16. No seas semejante, tú que lloras, a los que entierran a sus muertos; los cuales hoy lloran, y mañana comen y beben sobre ellos; procura ser en cambio como esos prisioneros en las minas, que son castigados y azotados a toda hora por sus guardianes.
17. Aquel que llora ahora, y luego se desmanda en risas y deleites, es semejante al que pretende espantar a un perro — el de la voluptuosidad — no con piedras sino con pan. Así, aunque aparentemente lo persiga, en verdad lo retiene consigo.
18. Procura andar siempre recogido, absorbido por tu corazón, pero hazlo con modestia, para que esto no parezca ostentación de santidad. Y trabaja siempre por estar atento y cuidadoso sobre la guarda de tu corazón, porque no temen menos los demonios a la tristeza verdadera que al perro los ladrones.
19. No pensemos, hermanos, que fuimos invitados a fiestas y a bodas, sino a que lloremos sobre nosotros mismos.
20. Algunos, cuando lloran, se esfuerzan durante ese tiempo bienaventurado por no pensar en nada. Ellos no comprenden que las lágrimas, si no están acompañadas por la reflexión, son impropias de seres racionales. Las lágrimas son hijas de la reflexión, y tienen por padre al intelecto racional.
21. Cuando te acuestes en tu cama, piensa que la postura que en ella tienes es la que tendrás en tu sepultura. De este modo dormirás menos. Cuando estuvieras comiendo, acuérdate de la miserable suerte en que te has de ver cuando seas manjar de los gusanos. De esta manera mortificarás el placer de la comida. Y asi también, cuando bebieras, no te olvides de la encendida sed que padecen los malvados entre las llamas del infierno. De esta manera podrás violentar a la naturaleza.
22. Cuando nuestro padre espiritual nos ejercita con injurias, humillaciones y amenazas, acordémonos de la terrible sentencia y de la maldición del Juez eterno, y de esta manera, con mansedumbre y paciencia, cual con cuchillo de dos filos, degollaremos la tristeza que de allí suele surgir.
23. Poco a poco, como se dice en Job (Cf. Job 14:11), crece y decrece el mar; así también, con paciencia y perseverancia, poco a poco se adquieren y se perfeccionan todas estas cosas en nosotros.
24. Que el recuerdo del fuego eterno se acueste todas las noches contigo, y que contigo también despierte. De este modo no tendrá señorío sobre tí la pereza en el momento de entonar los salmos.
25. Procura, finalmente, que hasta los mismos hábitos que usas te inciten a la aflicción; y si no lloras, llora porque no lloras; y si lloras, reconoce que es justo que lo hagas; pues por tus pecados has caído, de un tan alto estado de quietud, a un estado tan bajo y miserable.
26. En el caso de las lágrimas, como en todo lo demás, nuestro justo y buen Juez tiene en cuenta las condiciones de cada naturaleza. Yo he visto, en efecto, unas pocas lágrimas derramarse con trabajo, cual si fuera sangre, y vi otras veces correr fuentes de ellas sin trabajo; y estimé en más la grandeza del dolor de los que lloraban que la abundancia de sus lágrimas: Y así pienso que lo estimó Dios.
27. No conviene a los que lloran, en cuanto tales, ocuparse en sutiles y profundas cuestiones de teología — las cuales pertenecen a otro oficio y a un estado más alto-porque la especulación suele impedir el llanto. El teólogo es comparado al que está sentado magistralmente sobre el trono de la cátedra, empleándose en altas y grandes materias; mas el que llora es comparado al que está en el muladar sentado sobre un cilicio, haciendo penitencia por sus pecados. Y por causa de esta desproporción, pienso que aquel gran David, que sin duda fue un doctor sapientísimo, respondió a los que le pedían cantares, diciendo: “¿Cómo cantaremos los cantares del Señor en tierra ajena?” (Cf. Sal. 136:4) como si dijera: “Cuando estamos atentos a la consideración de nuestros vicios y miserias, no estamos para cantar el cántico de las divinas alabanzas.”
28. Algunas veces las criaturas se mueven por sí mismas, y otras veces reciben el movimiento de otras; y así como ocurre en la naturaleza, sucede también en la compunción. Por tal motivo, cuando nos acaece que sin procurarlo ni trabajar por esto nos viene un gran llanto y una gran compunción, aceptémoslo de buena gana y aprovechémonos de ello. Pues el Señor entró por nuestras puertas sin ser llamado y nos ofreció misericordioso esta esponja de la divina tristeza — este refrigerio de lágrimas piadosas — con la cual se borra la escritura de nuestros pecados. Esfuérzate por conservar esta gracia como a la luz de tus ojos, hasta que se aleje por sus propias ganas; porque mucho mejor es la virtud de esta compunción que la que nosotros podemos obtener por nuestro estudio y trabajo.
29. No alcanzó la gracia del llanto el que llora cuando quiere, sino aquel que llora las cosas que quiere; ni aun tampoco éste, sino el que llora como Dios quiere.
30. Algunas veces se mezclan las engañosas lágrimas de la vanagloria con las lágrimas que son de Dios, lo cual reconoceremos, prudente y virtuosamente, cuando viéramos que al mismo tiempo que lloramos, tenemos propósitos malos en el corazón.
31. La verdadera compunción es un dolor del alma que carece de toda soberbia, y que no admite ninguna distracción, pensando todo el tiempo en la propia disolución, y esperando como al agua fresca la consolación de Dios que suele visitar a los monjes humildes.
32. Los que trabajaron con todas sus fuerzas por alcanzar este piadoso llanto, suelen comúnmente aborrecer su vida como materia perpetua de dolores y trabajos, y asi también aborrecen su propio cuerpo como a verdadero enemigo.
33. Cuando, en aquellos que aparentemente lloran según Dios, vieras obras o palabras de ira, o de soberbia, ten por cierto que las tales lágrimas no nacen de esta saludable compunción. ¿Porque “¿qué hay de común entre la luz y las tinieblas?” (Cf. 2 Cor. 6:14)
34. Pues la falsa compunción engendra el orgullo, y la verdadera, el consuelo.
35. Así como el fuego enciende y consume las pajas, así las lágrimas castas consumen todas las suciedades visibles e invisibles de nuestras almas.
36. La mayoría de los padres afirman que es muy oscura y dificultosa de averiguar la razón y valor de las lágrimas, sobre todo en los que comienzan. Las lágrimas, en efecto, nacen de causas múltiples y diversas: ellas pueden venir, por ejemplo, de la naturaleza, de Dios, de una tribulación nefasta o loable, de la vanagloria, de la fornicación, del amor, de la memoria de la muerte y de muchas otras causas.
37. Habiendo examinado a la luz del temor de Dios todas estas lágrimas, procuremos alcanzar, por nuestra parte, esas lágrimas puras y sinceras que engendran en nosotros la memoria de la muerte y el pensamiento de nuestra disolución, que son limpias y libres de toda sospecha, porque no hay en ellas olor a secreta soberbia, sino más bien mortificación de ella y progreso en el amor de Dios, y aborrecimiento del pecado, y una hermosísima y feliz quietud libre de todo estruendo y perturbación.
38. No es cosa nueva ni maravillosa que algunas veces los que lloran comiencen en buenas lágrimas y acaben en malas; mas comenzar en lágrimas malas o naturales, y acabar en buenas, es algo singular y digno de alabanza. Esto es algo que comprenden muy bien aquellos que son más inclinados a la vanagloria, porque ellos saben, por propia experiencia, cuan trabajoso es enderezar hacia la gloria de Dios lo que el amor natural de la honra tan poderosamente llama y busca para sí.
39. No quieras, en los principios, fiarte de la abundancia de tus lágrimas, así como no se debe fiar nadie del vino recién salido del lagar.
40. Nadie hay que no reconozca como muy provechosas todas las lágrimas que derramamos según Dios; mas cuál y cuánto será ese provecho, no lo sabremos hasta la hora de la muerte.
41. El que continuamente llorando progresa en el camino de Dios, cada día tiene fiestas espirituales y banquetes; mas el que anda continuamente en fiestas y banquetes corporales, después lo pagará con perpetuo llanto.
42. Así como los reos no tienen alegría en la cárcel, así tampoco los monjes tienen verdadera solemnidad en esta vida. Quizás por esta causa aquel Santo amador del llanto decía suspirando: “Saca, Señor, mi alma de la cárcel” (Cf. Sal. 141:8), para que se alegre ya en tu inefable luz.
43. Procura estar en tu corazón como un alto rey, que sentado en el trono de la humildad ordena a la risa: ” ¡Márchate!,” y ella se va; y al dulce llanto: “¡Ven!,” y él viene; y al cuerpo, nuestro servidor y tirano: ” ¡Haz esto o aquello!,” y él lo hace.
44. Si alguno trabaja por vestirse con este bienaventurado y gracioso llanto, como de ropa de fiesta, éste sabrá muy bien de la risa espiritual y de la alegría del alma.
45. ¿Existirá alguien tan dichoso que haya gastado todo el tiempo de su vida tan piadosa y religiosamente en la conservación de la vida monástica, que jamás se le haya pasado un día, ni una hora, ni un momento, sin haber estado al servicio de Dios y de las obras religiosas, pensando siempre con mucha atención que no es posible recobrar el tiempo pasado, ni gozar dos veces de un mismo día en ‘esta vida?
46. Bienaventurado, por cierto, es el monje que puede contemplar con los ojos del alma las potencias espirituales. Pero verdaderamente libre de toda caída es aquél que riega permanentemente sus mejillas con lluvia de aguas vivas; no dudo de que se deba pasar por este segundo estado para acceder al primero, que es de tanta felicidad.
47. Yo he visto a pobres y mendigos importunos, que con hábiles palabras movieron a compasión el corazón de los reyes; y también he visto a pobres e indigentes, en lo que concierne a los bienes del alma, los cuales, no con palabras hábiles o graciosas, sino muy humildes y plenas de dolor y confusión, arrancadas de lo íntimo del corazón, importunando y perseverando, vencieron la invisible naturaleza del Rey de los cielos, y la inclinaron a piedad.
48. Aquel que interiormente se enorgullece de sus lágrimas, y condena a los que no las tienen, es semejante al que habiendo recibido armas del emperador para usar contra sus enemigos, las usó contra sí mismo.
49. Dios, amigos míos, no tiene necesidad de nuestras lágrimas, ni quiere que el hombre llore la angustia de su corazón. Él quiere, más bien, que se regocije y ría en su alma por causa del gran amor que siente por Dios.
50. Quita el pecado y serán ociosas todas las lágrimas que se derramen por los ojos del cuerpo: no es necesario el cauterio donde no hay llagas podridas. No había lágrimas en Adán antes del pecado, como tampoco las habrá después de la resurrección, cuando el pecado haya sido destruido, porque entonces huirá el dolor y la tristeza y el gemido.
51. Yo he visto a algunos afligirse, y a otros vi afligirse por carecer de aflicción, los cuales en verdad no carecían de ella, pero se lamentaban como si carecieran; y con esta hermosa castidad de su alma estaban a cubierto de los ladrones de la vanagloria. Estos son aquellos de quien está escrito: “El Señor hace sabios a los ciegos” (Cf. Sal. 145:8).
52. Porque algunas veces suelen las lágrimas elevar a los que son más livianos: por divina compensación les son quitadas, para que viéndose privados de ellas las busquen con mayor diligencia, y se consideren miserables, y se aflijan con gemidos, dolor y confusión del alma. Todas estas cosas suplen seguramente la falta de lágrimas, aunque ellos, por su progreso, no lo entiendan.
53. Si observamos atentamente, veremos que los demonios se burlan de nosotros de la siguiente forma: cuando estamos hartos, nos resuelven en lágrimas, y cuando estamos en ayunas nos secan las fuentes de los ojos, para que engañados con esto nos entreguemos a los deleites de la gula — madre de todos los vicios — viendo que cuando estamos hartos somos en apariencia más devotos. Es conveniente no obedecerlos, sino, más bien, resistir con todas nuestras fuerzas.
54. Al considerar la naturaleza de esta sagrada compunción, no puedo dejar de maravillarme al ver que aquello que por una parte se llama llanto y tristeza, lleva consigo tanta alegría y tanto gozo, del mismo modo que él panal a la miel. Pues ¿qué se nos da a entender con esto, sino tener por cierto que así como esta es una gran maravilla, así también es una gran misericordia y obra de Dios?
Porque entonces está dentro de nuestra alma un dulce deleite, con el cual Dios secretamente consuela a los tristes y desconsolados por su amor.
55. A fin de que no falte ocasión para este eficacísimo llanto y saludable dolor, he de contar ahora una dolorosa historia para edificación de las almas:
Un monje, llamado Esteban, que moraba en este lugar, deseó mucho la vida eremítica y hesicasta; el cual, después de haberse ejercitado en los trabajos de la vida monástica durante muchos años, y habiendo alcanzado el don de las lágrimas y el ayuno, como así también el privilegio de otras virtudes, edificó una celda al pie del monte donde Elías, en tiempos pasados, contempló aquella sagrada y divina visión. Este padre de vida tan religiosa, deseando un rigor mayor aún y trabajo de penitencia, pasó de allí a otro lugar llamado Sides, habitado por los monjes anacoretas que viven en soledad. Y después de haber vivido de ese modo con grandísimo rigor, por estar ese lugar apartado de toda consolación humana, y fuera de todo camino, y apartado setenta millas del poblado, al fin de su vida volvió de allí, deseando morar en la primera celda de aquel sagrado monte. Tenía él dos discípulos muy religiosos, de la tierra de Palestina, los cuales guardaban la mencionada celda. Y después de haber vivido Esteban unos pocos días en ella, cayó enfermo y murió de esa enfermedad. Un día antes de su muerte quedó súbitamente atónito y pasmado, y con los ojos muy abiertos miraba hacia uno y otro lado del lecho; y como si allí hubiera algunos que le pidieran cuentas, respondía él en presencia de cuantos estaban presentes, diciendo algunas veces: “Sí, es cierto; mas por eso ayuné tantos años.” Otras veces decía: “No es así, no es cierto, mentís, no hice eso.” Otras decía: “Sí, es verdad, así es; mas lloré y serví tantas veces al prójimo por eso,” Y otras veces decía: “Verdaderamente me acusáis, así es, y no tengo qué decir, sino que en Dios hay misericordia.” Y era por cierto un espectáculo horrible contemplar aquel invisible y rigurosísimo juicio, en el cual, lo que es aún más para temer, le hacían cargo de lo que no había hecho. ¡Miserable de mí! ¿Qué será de mí, si aquel gran seguidor de la soledad y la quietud, en algunos de sus pecados decía que nada tenía para responder, el cual hacía cuarenta años que era monje, y había alcanzado el don de las lágrimas? ¡Ay de mí ¡ ¡Ay de mí! ¿Dónde estaba entonces la palabra de Ezequiel: “En cualquier día que el pecador se convirtiere de su maldad, no tendré más memoria de ella”? (Cf. Ez. 18:22). Y aquella que dice: “En lo que te hallare, en eso te juzgaré (Ez. 33:13-20) dice el Señor. Nada de esto pudo responder. ¿Por qué causa? Gloria a aquel Señor que solo lo sabe. Hubo algunos que me afirmaron que estando este padre en el yermo, daba de comer a un león pardo de su mano. Y fue así como partió de esta vida dejándonos inciertos sobre cuál fue su juicio, cuál su fin, y cuál la sentencia y determinación de su causa.
56. Así como la viuda una vez que ha perdido su mando, si le queda sólo un hijo, descansa toda sobre él y no tiene otro consuelo después de Dios, así al alma, después de haber caído y perdido a Dios por el pecado, uno de los mayores consuelos que le queda hasta el momento de su partida, son las lágrimas y la abstinencia.
57. Tales almas no cantan jamás, ni se regocijan en sí mismas por los himnos, porque estas cosas interrumpen y alejan el llanto. Si tú por este medio lo piensas alcanzar, ten por cierto que está muy lejos de ti.
58. Porque el llanto es el precursor de aquella beatísima quietud que se halla en Dios; y en muchos este llanto preparó el alma para Dios, y la limpió y consumió en ella todas las espinas y malezas de los vicios.
59. Un varón de Dios, ejercitado en esta virtud, me habló de sí, diciendo: “Habiendo yo determinado muchas veces trabarme en combate contra la vanagloria, contra la lujuria, contra la ira y contra la gula, la virtud del llanto, dentro de mí mismo, me decía en secreto: ‘No te ensalces con vanagloria, porque me alejaré de ti’; y lo mismo me decía también en las otras tentaciones. A lo cual yo respondía: ‘Nunca te seré desobediente, hasta que tú me presentes a Cristo.”
60. La grandeza del llanto merece consolación-, y la pureza del corazón recibe la iluminación: y esta iluminación es una secreta operación de Dios, entendida sin entenderse y vista sin verse. Esto es: la iluminación es una secreta obra de Dios en el alma, mediante la cual le da un sobrenatural conocimiento de la verdad; y se dice que es conocida sin conocerse, porque el hombre siente su presencia en el alma, pero no sabe de dónde le viene: según está escrito: “El Espíritu sopla donde quiere, y oyes su voz; mas no sabes de dónde viene ni adonde va” (Cf. Jn. 3:8). Y del mismo modo está escrito en Job: “Si viniere a mí, no le veré; y si se fuere, tampoco lo entenderé” (Cf. Job. 9:11).
Consolación es alivio del alma afligida, que en medio de los dolores se anima dulcemente, como se alegra el niño cuando después de haber perdido de vista a su madre, la vuelve a ver, el cual ríe y llora al mismo tiempo. Porque es costumbre de nuestro Señor, cuando ve a las almas afligidas y derribadas por la consideración de sus pecados, y peligros, y tentaciones, recrearlas con nuevo espíritu y aliento, convirtiendo las lágrimas de tristeza en lágrimas de paz y de alegría.
61. Las lágrimas cansadas por el pensamiento de la muerte producen el temor; y una vez que el temor ha engendrado la falta de temor, la clara luz de la alegría desciende sobre el alma; y tras esta alegría, le sigue luego la flor de la bienaventurada caridad.
62. Debo avisarte, sin embargo, que no debes fiarte de cualquier gozo, aunque fuera interior; antes, mejor, apártalo de ti, como indigno, con la mano de la humildad, porque si fácilmente lo recibes, fácilmente recibirás, por ventura, al lobo en lugar del pastor.
63. No corras apresuradamente hacia la contemplación cuando no es tiempo de contemplación (o sea cuando el estado en que estás y la obligación que tienes llama a otro ejercicio), para que después esa misma contemplación (tomada en su tiempo) perpetuamente se una a ti con castísimo vínculo de matrimonio.
64. El niño, cuando al principio comienza a conocer a su padre, recibe gran alegría al verlo; mas si él por alguna razón se ausenta, y después regresa, entonces el niño se llena de alegría y tristeza juntamente: de alegría por ver a quien tanto deseaba; y de tristeza, acordándose de cuánto tiempo careció de su compañía. Así también el alma devota se alegra con la dulce presencia y la experiencia de Dios, y se entristece cuando le falta. Al serle ella restituida, se regocija por haber recobrado el bien deseado; y se entristece porque ve que puede perderlo otra vez por el pecado.
65. También la madre del niño algunas veces se esconde, y se alegra si lo ve andar solícito y acongojado buscándola; y con este dolor le provoca a un nunca apartarse de ella y a quererla más. Pues del mismo modo lo hace aquella eterna sabiduría con el alma devota; de la cual algunas veces, sin culpa de ella, se aparta; y viéndola entristecida y afligida por pensar que perdió esta presencia por su culpa, se alegra de verla de esta manera, y estrechándola después suavemente, le enseña a caminar de allí en adelante más cuidadosa de esta gracia. “El que tiene oídos para oír, que oiga” (Cf. Lc. 14:35) dice el Señor.
66. El que ha sido sentenciado a muerte no se inquietará por saber como se administran los teatros ni por ordenar entradas para un espectáculo; del mismo modo, al que está todo entregado al llanto, tampoco se le dará por los deleites o por la gloria del mundo.
67. La aflicción es un sufrimiento perseverante que se ha vuelto como natural para el alma penitente, el cual añade cada día tristezas a tristezas, y dolores a dolores semejantes a los que padece la mujer que pare. Por esto dijo un sabio doctor: “Veo que algunos lloran; mas si esas sus lágrimas saliesen del corazón, no se moverían tan presto a risa”
68. Justo y santo es el Señor, el cual, así como otorga la compunción a los que razonablemente viven la vía del hesi-casta, también alegra cada día a los que viven razonablemente en la obediencia. Mas el que no vive sinceramente una de estas vías, téngase por privado de esta gracia.
69. Ten cuidado, cuando estés en lo más profundo de la aflicción, de alejar de ti al perverso can que te representa a Dios como cruel y riguroso; pues si bien lo consideras, también te lo pinta como muy blando y misericordioso cuando estás en el pecado.
70. El ejercicio asiduo engendra la continuidad, y esta continuidad se hace hábito y da gusto por el ejercicio. El que ha llegado a este grado de virtud difícilmente caerá de ella. Por lo cual dijo un doctor que, comúnmente, cuando caen los perfectos no suelen hacerlo súbitamente, sino poco a poco, y aflojando en el fervor.
71. Aunque hayas subido a un altísimo grado de vida, todavía lo debes tener por sospechoso si no te acompañan la tristeza y el dolor. Porque es necesario, absolutamente necesario, que los que después de aquel saludable bautismo ensuciamos nuestras almas, sacudamos la pez de nuestras manos con el fuego incesante del corazón y con el óleo de la misericordia de Dios.
72. Yo pude contemplar en algunos el más alto grado adonde podía llegar esta gracia del llanto, los cuales tenían tan herido y traspasado su corazón con el cuchillo del dolor, que echaban sangre por la boca. Y viéndolos recordé al Profeta, que dice: “Fui herido, y así como el heno, el corazón se rne secó” (Cf. Sal. 101).
73. Las lágrimas que engendra el temor del juicio divino, hacen al hombre prudente, y diligente, y vigilante de sí mismo; mas las que proceden del amor, cuando no han llegado a su perfección, son fáciles de perder — por vanagloria, por negligencia, por disolución o por demasiada seguridad — si aquel divino fuego no encendiere nuestro corazón y no nos hiciere obrar con gran fervor, porque es así como crece la caridad. Y no deja de ser admirable ver cómo lo que por su propia naturaleza es más bajo, a veces suele aventajar a lo que es más alto a saber: las lágrimas del temor a las del amor imperfecto.
74. Hay algunos vicios que ciegan las fuentes de las lágrimas (como ser los vicios de la carne, los juegos, las risas y la charlatanería), y hay otros que traen mayores males; se trata de los vicios espirituales (como ser, la soberbia, y la ambición y el deseo de la propia alabanza), por los cuales suele caer el hombre en vicios sucios y bestiales. Así, por los primeros, vino Lot a cometer incesto con sus propias hijas, provocado por los deleites de la gula y la lujuria. Más por los segundos vinieron a caer los ángeles del cielo.
75. Grande es la astucia de nuestros enemigos, los cuales hacen que las fuentes de las virtudes sean fuentes de vicios, y las que son materia de humildad lo sean de soberbia, incitándonos a usar mal las virtudes principales (que son madres de las otras), presumiendo vanamente de ellas, o jactando-nos y gloriándonos de ellas, y haciendo de los beneficios de Dios (que eran incentivos para la humildad y la caridad) motivos de soberbia, vanagloria, estimación de nosotros y desprecio de los otros.
76. Ciertos sitios suelen mover a compunción, como son las celdas y monasterios pobres, puestos entre montes y breñas en lugares solitarios. De lo cual tenemos ejemplos en Elías, en San Juan Bautista y en nuestro Salvador, que sin necesidad suya, sino para ejemplo nuestro, se apartaban a los montes para orar.
77. He visto también que algunas veces en medio de las plazas y ciudades suele acompañarnos el llanto, lo cual puede ser producido por los demonios, a fin de que viendo nosotros que no recibimos daño del estruendo y desasosiego del mundo, no tememos permanecer en él.
78. Una sola palabra basta algunas veces para perder el llanto que se recogió en mucho tiempo, y sería una gran maravilla si una sola bastase para restituir lo que otra destruyó.
79. No seremos acusados, oh hermanos, cuando nuestra alma abandone este mundo, por no haber hecho milagros, o por no haber tratado altas materias de la teología, ni tampoco por no haber alcanzado las alturas de la contemplación, sino por no habernos dolido y por no haber llorado después de haber pecado.
Octavo Escalón: de la Mansedumbre.
1. Así como el agua arrojada poco a poco sobre el fuego termina por extinguirlo, así las lágrimas de una verdadera aflicción extinguen todas las llamas de la cólera y el furor. Por eso es conveniente que, habiendo tratado ya del llanto, tratemos ahora de 1? mortificación de la ira, que es el efecto que sigue a esta causa.
2. Mortificación perfecta de la ira es un insaciable deseo de desprecios e ignominias, así como por el contrario la ambición es un apetito insaciable de honras y alabanzas. De modo que así como la ira es apetito de venganza, así la perfecta mortificación de la ira es victoria y señorío de la naturaleza, virtud esta que se alcanza con grandes sudores y batallas.
3. Mansedumbre es un estado constante e inmutable del alma, que persevera de una misma manera ante vituperios y alabanzas, entre la buena y la mala fama.
4. El principio de la mortificación de la ira consiste en cerrar la boca estando el corazón turbado; el progreso está marcado por el silencio de los pensamientos ante todas las turbaciones; y su perfección reside en la imperturbable serenidad del alma frente al soplo de todos los vientos impuros.
5. Ira es la disposición para el odio secreto, la cual procede del recuerdo de las injurias, arraigada en el corazón. Ira es deseo de hacer mal a quien nos ofendió.
6. Furia es un fuego arrebatador, un movimiento del corazón que dura poco.
7. Amargura del corazón es una desabrida pasión que se instala en el alma.
8. Furor es una inestabilidad del humor y una deformidad del alma que descompone y desordena todo el hombre, dentro y fuera de sí.
9. Así como cuando sale el sol huyen las tinieblas, así, cuando comienza a cundir y a expandirse el suavísimo olor de la humildad, se destiefra todo furor y toda amargura.
10. Algunos, que están muy sujetos a esta pasión, son negligentes para curarla, sin entender aquellas palabras de la Escritura que dicen: “El momento de su ira, es el de su caída.”
11/12. Así como la piedra del molino muele más trigo en un momento que la mano en un día, así esta furiosa pasión puede hacer más daño en un momento que otras en mucho tiempo. Así, vemos que un fuego soplado por grandes vientos, cuando se suelta en el campo, hace mayor daño que otro pequeño aunque dure más tiempo. Por lo cual conviene poner gran recaudo en tan desaforada pasión.
13. También debéis saber, hermanos, que algunas veces los demonios se esconden y astutamente dejan de tentarnos, para que nos descuidemos y nos tornemos negligentes con el ocio y la falsa seguridad; y para que habituándonos a esta vida floja y descuidada, venga a ser incurable nuestro mal.
14. Así como una piedra llena de aristas, si se la envuelve y refriega con otras piedras, se despunta y se suaviza y pierde aquella aspereza y los filos que tenía, así también el hombre áspero y airado, si se junta con otros hombres ásperos, y vive en compañía de ellos, ha de terminar en una de dos cosas: o por el uso y el ejercicio del sufrimiento vendrá a despuntarse, a amansarse y a perder los filos y asperezas de la ira; o al menos, buscando el remedio huyendo de las ocasiones del mal, esta huida le servirá de espejo en que verá más claro su debilidad, y con esto ganará en humildad de corazón.
15. Un hombre irascible es un endemoniado voluntario, el cual tomado por la pasión del furor, contra su voluntad cae y se hace pedazos. Y digo, contra su voluntad, porque el furor de la pasión, cuanto disminuye el uso de la razón, tanto impide la libertad de la voluntad.
16. Ninguna cosa conviene menos a los penitentes que el furor de la ira, porque la conversión ha de estar acompañada por la máxima humildad, y este furor es máximo argumento de soberbia.
17. Si es cierto que el término de la suprema humildad es no alterarse teniendo presente al que nos ofendió, sino antes amarlo con sosegado y quieto corazón; así también es cierto que el término del furor será embravecernos con palabras y gestos furiosos contra aquél que nos ofendió.
18. Si el Espíritu Santo es llamado la paz del alma, y la ira es su perturbación, con razón también se dirá que una de las cosas que más cierran la puerta al Espíritu Santo, y que más rápidamente le hacen huir después de venido, es esta pasión.
19. Muchos y crueles son los hijos de la ira; uno de ellos, sin embargo, (aunque adúltero y malo) ocasionalmente vino a ser provechoso. Porque vi algunos que habiéndose enfurecido con la pasión de la ira, y vomitando la causa del furor que hacía muchos días habían concebido en sus entrañas, acaeció que se curaron cuando el que los ofendiera (entendida la causa de su indignación) los aplacó con penitencia, y dándoles satisfacción con humildad. Y de este modo, lo que el furor había dañado, la humildad y la mansedumbre lo remediaron, conforme a lo que está escrito: “El varón airado levanta las contiendas, y el sufrido las apaga después de levantadas” (Cf. Prov. 14:17) y en otro lugar: “La respuesta blanda calma la ira; una palabra áspera enciende la cólera” (Prov. 15:1).
20. Vi también algunos que mostrando por fuera una aparente longanimidad y mansedumbre, llevaban arraigado el recuerdo de la injuria en lo íntimo de su corazón, a los cuales tuve por peores que los que manifiestamente estaban furiosos, pues así oscurecían la blanca paloma de la simplicidad y de la mansedumbre con malicioso disimulo.
21. Es conveniente, entonces, armarnos con gran cuidado contra esta serpiente de la ira, pues ella tiene por ayudantes a nuestra propia naturaleza y a la injuria.
22. He visto algunos que por estar inflamados con el furor de la ira, de puro enojo dejaban de comer, los cuales ninguna otra cosa hacían con esta desaforada abstinencia sino añadir un veneno a otro veneno. Vi también a otros que al ser tomados por esta pasión, encontraron ocasión para entregarse a los deleites de la gula, procurando en ella el consuelo que no podían hallar en la venganza. Lo cual no fue otra cosa que de un despeñadero caer en otro. Y vi a otros más prudentes que como sabios médicos templaron lo uno con lo otro, tomando la refección más moderada, ayudándose con esta natural consolación juntamente con la razón, para despedir de sí la pasión. De donde sacaron mucho fruto, aprendiendo a regirse de allí en adelante, y a no entregarse a la ira.
23. También el canto y la suave melodía de los Salmos amansan el furor, como lo hacía la música de David cuando era atormentado Saúl. Asimismo el deseo y el gusto de las consolaciones divinas destierran del alma toda amargura y furor, así como también destierra (el deseo de) las consolaciones y de los deleites sensuales; porque no menos aprovecha este gusto celestial contra el .furor de la ira que contra los deleites de la carne, de los cuales muchas veces el furioso no quiere gozar por mantenerse en su pasión.
Conviene también para esto tener perfectamente ordenado y repartido nuestro tiempo, y determinado lo que hemos de hacer en cada momento, para que de este modo no encuentre lugar en nosotros la ociosidad y el hastío por las cosas espirituales, que dan entrada al enemigo.
24. Estando yo por otro asunto durante un cierto tiempo junto a la celda de unos solitarios, oí que estaban altercando entre sí como urracas, con gran furor y saña, enfureciéndose contra una tercera persona que los había ofendido, y riñen-do con ella cual si estuviera presente. Yo los amonesté fiel y caritativamente, instándolos a que no viviesen más en soledad si no querían de hombres hacerse demonios, tornándose crueles y pudriéndose entre sí con semejantes pasiones. Vi también otros, amigos de comer, de beber, y de regalos, los cuales por otra parte parecían blandos, amorosos y mansos de condición (como algunas veces suele suceder con los tales) por lo que habían alcanzado renombre de santidad. A estos, por el contrario, les aconsejé que se pasasen a la soledad — que como una navaja suele cortar todas las ocasiones propicias a estos deleites y regalos — , si no querían, de criaturas racionales hacerse brutos, dándose a vicios que son propios de ellos.
25. Otros vi más miserables que éstos, que ni cabían en la compañía ni en la soledad, a los cuales aconsejé que de ningún modo se gobernasen a sí mismos; y a sus maestros benignamente sugerí que condescendiesen con ellos, dejándolos a tiempos en la soledad y a tiempos en la compañía, y ocupándose ya en unos ejercicios ya en otros, y con la condición de que, baja la cerviz, en todo y por todo, obedeciesen a su director.
26. El que es amigo de deleites se hace daño a sí mismo, y puede hacerlo a otro con su mal ejemplo; mas el furioso y airado, a manera de lobo, muchas veces perturba a toda la manada, y revuelve toda una comunidad, hiriendo y mordiendo muchas almas. Cosa grave es llevar el corazón turbado por la ira, según se quejaba el Profeta cuando decía: “Se turbaron con el furor mis ojos” (Cf. Sal. 6:8). Pero más grave cosa es cuando a la turbación del corazón se añade la aspereza de las palabras. Y muchísimo más grave es, y muy contrario a la vida monástica, y angélica, y divina, es querer satisfacer con las manos al furor.
27. Si quieres quitar la paja del ojo del otro, o te parece a ti que la quieres quitar, no la quites con una viga en la mano sino con un instrumento más delicado. Quiero decir: no quieras curar el vicio del prójimo con palabras injuriosas y gestos desagradables, sino con suave y mansa reprensión. Porque el Apóstol no dijo a su hijo Timoteo: “azota y hiere,” sino “arguye, ruega y reprende con toda paciencia y doctrina” (Cf. 2 Tim. 4). Y si fuera necesario castigo de manos, que sea pocas veces, y no lo debes hacer por ti, sino por mano ajena.
28. Si observamos atentamente, veremos algunos que siendo muy propensos a la ira, son por otra parte muy dados al ayuno, a las vigilias y al recogimiento, todo lo cual es obra de la astucia del demonio, que bajo el color de la penitencia y el llanto les lleva a cumplir estos ejercicios desordenadamente, llenándose de melancolía y acrecentando el furor.
29. Si un lobo, como ya dijimos, ayudado por el demonio, basta para revolver y destrozar todo un rebaño, también un religioso muy discreto, como un vaso de óleo, ayudado por el Ángel bueno, mudará la furia de la tempestad en serena tranquilidad y pondrá el navío a salvo. Y siendo de este modo ejemplo de todos, recibirá de Dios tan gran corona por esta pacificación como gran castigo recibirá el otro por aquella perturbación.
30. El principio de este bienaventurado sufrimiento consiste en sufrir ignominias con dolor y amargura en el alma; el medio, en sufrirlas sin esta tristeza y sin esta amargura; y el fin, en tenerlas por suma gloria y alabanza. Gózate tú en el primer grado, y alégrate mucho más en el segundo; mas tente por dichoso y bienaventurado en el tercero, pues te alegras en el Señor.
31. Noté una vez una cosa miserable en los que están sujetos a la ira, la cual les procedía de una secreta soberbia. Porque habiéndose airado en una oportunidad, venían después a mirarse al verse vencidos por la ira; y mucho me asombro de ver cómo enmendaban una caída con otra caída, y tuve mucha lástima de ellos, viendo como perseguían un pecado con otro pecado. Y tanto me espanté ante la gran astucia de los demonios, que faltó poco para desesperar de mi propio remedio.
32. Si alguno al verse vencido cada día por la soberbia, por la malicia y por la hipocresía, desea tomar las armas de la mansedumbre y de la paciencia contra estos vicios, que trabaje por ingresar en algún monasterio como quien entra en una lavandería; y si quiere ser perfectamente curado, busque la compañía de los monjes más rigurosos y rudos que hallare, para que siendo allí humillado y probado con injurias, y trabajos, y disciplinas, y pisado y acosado por aquéllos, quede su alma como un paño batanado y limpio de todas las inmundicias de pecados que tenía. Y no es mucho decir que las injurias y los oprobios son como un lavadero espiritual para las almas, pues también en el lenguaje común se dice, cuando hemos injuriado a uno, que lo hemos enjabonado muy bien.
33. Una es la mortificación de la ira que procede del dolor y la penitencia de los principiantes, y otra es la de los perfectos; porque en la primera ella está atada con la virtud de las lágrimas como con un freno, pero en la segunda es como una serpiente degollada con un gran cuchillo, o sea con la tranquilidad del alma, que cual reina y señora tiene sojuzgada todas las pasiones.
34. Vi yo una vez tres monjes que habían sido ofendidos e injuriados, de los cuales, uno reprimía la ira del corazón con el silencio de las palabras; el otro se alegraba en lo que a él concernía, aunque se dolía por la culpa del ofensor; mas el otro, sin considerar otra cosa más que el daño de su prójimo, derramaba muchas lágrimas. Y así era muy dulce espectáculo contemplar a estos tres santos obreros espirituales: a uno de los cuales movía el temor de Dios, al otro el deseo de recompensa, y al otro solamente la sincera y perfecta caridad.
35. Así como la fiebre de los cuerpos enfermos, siendo una no procede de una sola causa, sino de muchas y diversas, así el ardor y el movimiento de la ira — como en las otras pasiones — procederá también de muchas causas. No será conveniente, entonces, señalar una sola regla para cosas tan variadas. Por tal razón doy por consejo que cada uno ordene la medicina conforme a la disposición del enfermo. Según esto, el primer paso del tratamiento será que cada cual se esfuerce por entender la causa de su pasión; y cuando ella hubiera sido hallada, las enfermedades recibirán, de la Providencia de Dios y de sus médicos espirituales, el remedio eficaz.
36. Según esto, los que deseen filosofar con nosotros sobre esta materia, penetren en un tribunal semejante al que se usa en el mundo, donde los jueces examinan y sentencian a los reos, y allí procuren inquirir las causas y efectos de las pasiones y el remedio para ellas. Que el tirano de la cólera sea atado con las cuerdas de la mansedumbre, azotado con la paciencia, por la caridad presentado ante el tribunal de la razón mientras le son hechas estas preguntas: “Dinos, insensato e imprudente, los nombres de los padres que te engendraron y los de tus malvados hijas e hijos, y no solamente esos sino indícanos también quiénes son los que te combaten y te matan.” A esto, creemos nosotros que la cólera nos responderá: “Numerosos son los que me han engendrado, yo tengo más de un padre. Mis madres son la vanagloria, el amor al dinero, la gula y muchas veces la lujuria. El nombre de mi padre es ostentación. Mis hijos son el rencor, la enemistad, la tozudez, el desamor. En cuanto a mis adversarios, los que ahora me tienen preso, son la mansedumbre y la dulzura; y aquella que me tiende la trampa se llama humildad y si deseáis saber quien es su padre, preguntádselo a ella misma.
Noveno Escalón: del Resentimiento.
1. Las santas virtudes se comparan con la escalera de Jacob, y los vicios con la cadena que cayó de las manos de San Pedro. Pues las virtudes, enlazadas unas a otras (por casualidad o consecuencia natural) forman una perfecta escalera que nos conducen hasta el cielo; pero los vicios, unidos entre sí como eslabones, forman una escalera espiritual que tiene a los hombres presos en el pecado y los lleva hasta el infierno. Y como ya hemos comprendido que la cólera tiene como hijo al resentimiento, es hora que nos ocupemos de él.
2. El resentimiento acrecienta el furor, es guardián de los pecados, odia la justicia, destruye las virtudes, envenena el alma, confunde en la oración, es ruina para la caridad, es como clavo hincado en el corazón, dolor agudo, amargura voluntaria, pecado perpetuo, maldad que nunca duerme y malicia a todas horas.
3. Esta oscura y triste pasión es de las que son engendrados por otras, y a su vez es progenitor de otros vicios. Es por esto que tenemos la intención de tratar más largamente sobre él.
4. El que desterró de su alma la ira, ha desterrado también el resentimiento que de aquella proviene; si el padre ha muerto no puede engendrar más hijos.
5. Aquel que conserve la caridad desterrará la venganza, mas el que cultive la enemistad por sí mismo se obliga a grandes trabajos.
6. La mesa de la caridad concilia a los desavenidos y ablanda sus corazones. Pero muchas veces, se llega al hartazgo. Por eso debemos obrar de manera que los males no penetren.
7. Yo vi como el odio lograba separar a los que hacía tiempo convivían. El recuerdo de las injurias rompía así el fuerte vínculo de la fortificación. ¡Qué espectáculo sorprendente! ¡Un demonio pelear con otro demonio! Más puede ser que todo esto haya sido disposición divina y no obra del demonio.
8. El resentimiento está muy alejado del verdadero y sólido amor, mas la fornicación se le aproxima fácilmente. Porque de esta manera el amor sencillo se transforma en sensual.
9. Dirige todo tu resentimiento contra los demonios, y todo tu odio sobre tu propio cuerpo, que es un enemigo muy engañoso, ya que cuanto más nos regala tanto más nos daña.
10. Los rencorosos tuercen las Escrituras para defender sus malos propósitos. Sin embargo, bastaría recordar la oración que Jesús nos enseñó, la cual no podríamos repetir si estuviéramos llenos de resentimientos.
11. Si aún después de ardua lucha no pudieses desterrar del todo esta pasión, al menos trata con palabras y con el rostro de mostrar a tu enemigo que te pesa lo hecho. Así, por lo menos, aunque simules, te avergonzarás de no tenerle el amor que le debes; tu propia conciencia te acusará y remorderá.
12. Tú sabrás que te has desembarazado de esta enfermedad, no por los ruegos a tus enemigos, ni por los presentes que les ofrecieras, ni cuando les convides a tu mesa, sino solamente, cuando viéndolos padecer de algún mal espiritual o corporal, sufras o llores como si te ocurriera a ti.
13. El monje solitario que guarda resentimiento dentro de su alma, es como un reptil que está dentro de su cueva, pero que lleva su veneno donde quiera que vaya.
14. El recuerdo de los sufrimientos de Jesús extirpa el rencor del alma, ya que se sentirá avergonzado el hombre cuando considere tal paciencia y mansedumbre.
15. Los gusanos se engendran en el madero podrido, y el resentimiento se encierra en hombres que parecen mansos y dulces. El que desterró de sí la ira, alcanzó el perdón, pero el que lo retiene queda excluido de la compasión divina.
16. El trabajo y la rudeza de la vida son medios para obtener el perdón de los pecados, pero mucho mejor es perdonar las injurias. Porque está escrito: “Perdonad y seréis perdonados.”
17. El olvidar las ofensas es señal de sincera penitencia. Pero aquel que guardando las enemistades piensa que hace penitencia, se asemeja al que durmiendo sueña que corre.
18. Yo he visto hombres lleno de resentimiento exhortar a otros a olvidar las ofensas y confortados por sus propias palabras terminaron ellos mismos perdonando.
19. Nadie debe creer que esta pasión es un vicio pequeño y simple, porque muchas veces llega a alterar a los hombres más espirituales.
Décimo Escalón: de la Maledicencia.
1. Ningún hombre sensato negará que del resentimiento nace la maledicencia. Es por eso conveniente poner fin a este vicio después que lo engendramos.
2. La maledicencia es hija del odio, una enfermedad sutil pero grave; una sanguijuela que no sentimos pero que chupa el jugo de la caridad; es una simulación de amor, la causa de un corazón corrompido, la ruina de la pureza.
3. Hay mujeres que son desvergonzadas y públicamente malas, y otras que aparentando gran modestia cometen los mayores pecados. Así sucede con las pasiones y los vicios: unos son públicos y notorios (gula y lujuria) y otros más secretos y simulados, pero mucho peores (hipocresía, malicia, la tristeza mundana, el resentimiento y la murmuración) Estos vicios, recubiertos con un color virtuoso, encubren veneno.
4. Oí una vez a ciertas personas que criticaban a otra y las reprendí. Para defenderse, estos obreros del mal me respondieron: “Es por caridad, y por el bien de aquel de quien así hablamos.” Pero yo contesté: “Cesad de practicar tan especial caridad, de otro modo desmentiríais a aquél que dijo: “Persigo yo al que denigra a su prójimo en secreto” y “no hables mal de ese hombre.” Ésta es la manera de amar que le es agradable a Dios.”
5. Tú que pretendes juzgar y enmendar al otro, piensa cuan diferente es el juicio de Dios. Recuerda que Judas estaba entre los apóstoles y el ladrón entre los homicidas, y que en un instante se produjo el cambio.
6. Si alguno desea vencer al espíritu de la maledicencia, no debe culpar al que cometió la falta, sino al demonio que se la sugirió.
7. Conocí un hombre que había pecado a la vista de todos pero se había arrepentido en secreto. Y aquél al que yo había condenado por lujurioso era casto a los ojos de Dios, porque su penitencia era una real conversión.
8. No respetes a quien delante de ti habla mal de tu prójimo; antes dile: “Deténte, hermano, pues aunque tú no hagas lo que aquél hace, puedes hacer cosas peores. ¿Cómo entonces le vas a condenar? Con esta sola medicina te curarás y curarás al prójimo. No juzguéis si no queréis ser juzgado.”
9/10. Aunque veas a alguien pecar en el mismo instante de tu muerte, no le juzgues, pues el juicio de Dios es impenetrable para los hombres.
11. Algunos pecan públicamente, pero en secreto hicieron grandes actos de virtud. Así se engañan los que juzgan la vida de los otros: siguen más al humo que al fuego.
12. ¡Escuchadme! ¡Oídme todos los malos jueces de los otros! Si es verdad — como lo es — que según la vara con que medimos seremos medidos, todos los pecados entonces, del alma o del cuerpo de que acusemos al prójimo, se volverán contra nosotros. Esto es seguro.
13. El motivo por el que con tanta facilidad juzgamos los delitos ajenos, es porque no ponemos cuidado en enmendar los propios. Porque si alguno dejando de lado su amor propio, reconociera todos sus pecados, ni cien años de vida, ni si todas las aguas del Jordán manasen de sus ojos, le alcanzarían para enmendarse.
14. He examinado esta aflicción y no encontré rastro alguno de maledicencia o condena de nadie.
15. Los demonios procuran siempre que pequemos, o que juzguemos los pecados de los demás. El fin es destruir nuestra inocencia.
16. Fácilmente critica al prójimo el que conserva en su memoria las injurias recibidas o tiene su corazón lleno de envidia. La causa de esto es el espíritu de odio en que ha caído el hombre.
17. Conocí algunos que cometían secretamente grandes pecados. Pero como aparentaban pureza hacían parecer grandes los pecados veniales de otros hombres.
18. Juzgar no es más que usurpar una prerrogativa divina. El condenar es la ruina de nuestra propia alma.
19. Así como el orgullo puede por sí solo condenar al que lo posee, lo mismo ocurre al juzgar y condenar a otros. Es lo que le ocurrió al fariseo del Evangelio.
20. El buen vendimiador coge las uvas maduras y no las vende; un espíritu prudente y sensible nota siempre las virtudes de los otros. Por el contrario, el necio escudriña sus defectos. Está escrito: “Se pusieron a escudriñar maldades, perdiéndose en esa búsqueda.”
21. Aunque veas pecar con tus propios ojos, no condenes, pues aun ellos te pueden engañar.
Decimoprimer Escalón: de la Locuacidad y del Silencio.
1. Ya hemos visto cuan peligroso es juzgar al prójimo y cómo este vicio alcanza aun a los de apariencia espiritual; aunque se puede agregar que ellos son juzgados y atormentados con su propia lengua. Ahora me resta decir que ella es la causa de este vicio y explicar rápidamente que por esa puerta es por donde entra y sale.
2. La locuacidad es la silla de la vanagloria, sobre la que ella se descubre y se muestra. Es la marca de la ignorancia, puerta de la calumnia, madre de la villanía, servidor de las mentiras, reina de la contrición, artífice de la pereza, destierro de la meditación y destrucción de la plegaria.
3. Por el contrario, el silencio es madre de la oración, reparo de la distracción, examen de los pensamientos, atalaya de enemigos, incentivo de la devoción, compañero perpetuo del llanto, amigo de las lágrimas, recordatorio de la muerte, pintor de tormentos, inquisidor del juicio divino, sostén de la santa tristeza, enemigo de la presunción, esposo de la quietud, adversario de la ambición, auxiliar de la sabiduría, obrero de la meditación, progreso secreto para un secreto acercamiento a Dios.
4. El que conoce sus pecados cuida su lengua, pero el charlatán aún no se conoce como debe.
5. El amante del silencio se acerca a Dios, y en lo secreto de su corazón reconoce Su luz.
6. El silencio de Jesús confundió a Pilatos: “La voz baja y humilde conforta el alma, mientras que la vanagloria la destruye.”
7. San Pedro dijo una sola palabra, por la que luego lloró al recordar lo que está escrito: “Observaré mis caminos para no pecar con mi lengua” y “Caer por la propia lengua es como caer de lo alto.”
8. No quiero detenerme mucho en este punto, aunque las artimañas de este vicio incitan a ello. Hablaba yo con un gran hombre (cuya opinión tenía mucho valor para mí) de la paz de la vida solitaria. La murmuración, me decía, conviene recordar que se engendra en el hábito de la charlatanería, o en la vanagloria, y finalmente en la gula, porque el mucho hablar siempre anda junto al mucho comer.
De allí que muchos que consiguieron refrenar su apetito, lograron también refrenar su lengua.
9. El que se ocupa de la muerte acorta las palabras; y aquél que alcanza la virtud de la aflicción del alma, huye de la murmuración como del fuego.
10. El que ama la soledad, permanece callado; pero aquel que se complace en el trato con los hombres, es sacado de su celda por su pasión.
11. El que ya sintió el ardor del fuego del Espíritu Santo, huye del trato de los hombres mundanos como la abeja del humo, pues como el humo daña a los insectos, asila compañía de los hombres es perjudicial al recogimiento. El agua de un río no corre derecho si no tiene un cauce por donde hacerlo ni riberas que lo detengan. Pocos hombres pueden sofrenar su lengua y afrontar a tan peligroso enemigo.
Decimosegundo Escalón: de la Mentira.
1. El fuego nace del pedernal, la mentira de la locuacidad y la murmuración.
2. La mentira es la destrucción de la caridad, el perjurio es la negación de Dios.
3. Ningún hombre bueno tendrá por pequeño el pecado de la mentira si recuerda de qué forma la condenó el Espíritu Santo al decir: “Destruirás a todos los que dicen mentiras.”
4. He visto a algunos que se preciaban de decir mentiras, y hasta acrecentaban su maldad confirmándoles con juramentos.
5. Cuando los demonios ven que luego de mentir nos volvemos y huimos, tratan entonces de enlazarnos convenciéndonos de no entristecer al hermano al querer mostrarnos más santos y más espirituales que el otro. No aceptes este mal pensamiento, de otra manera llevarás tu corazón lleno de imágenes que te inquietarán en la oración. Trata de recordar la muerte y el juicio divino; y si al lograrlo te vanaglorias un poco, no importa; peor sería si hicieras caso y así te dañaras y dañases a otros.
6. El fingimiento y’ la simulación engendran la mentira. Simular es mentir artificiosamente y se hace más pernicioso cuando se le anexa el juramento.
7. El que teme a Dios está muy lejos de la mentira, ya que tiene un juez muy severo: su propia conciencia.
8. Hemos señalado que todas las pasiones tienen diversos grados de malicia; lo mismo acontece con la mentira. Juzgamos de una manera a la mentira que se dice por temor al tormento y de otra a la que se dice por decir. Así, uno siente por placer, otro por costumbre, otro por hacer reír, otro por calumniar y otro por dañar a su prójimo. Según el motivo y carácter es más o menos grave esta falta.
9. Las penas que los magistrados imponen a los mentirosos sirven para combatirlas; pero es el ejercicio del llanto el que las suprime completamente.
10. Muchas veces nos incitan a mentir so pretexto de necesidad y nos quieren hacer creer que es justicia lo que sólo es perdición para nuestra alma. Estos fabricantes de mentiras pretenden imitar a Raab y salvar a los otros a costa de su propia ruina.
11. Así como un niño no sabe qué es mentir, tampoco lo sabe un alma exenta de malicia.
12. Un hombre animado por el vino dice involuntariamente la verdad; el que está embriagado por el vino del arrepentimiento, en cambio, no sabe mentir.
Decimotercer Escalón: de la Pereza.
1. La pereza es una de las ramas que nacen de la locuacidad, por eso es conveniente darle un lugar en esta cadena espiritual.
2. La pereza es relajación del alma, muerte del espíritu, menosprecio por la vida monástica, odio de la propia profesión. Ella hace bienaventurados a los hombres del mundo y a Dios áspero y riguroso. Es pobre para cantar salmos, enferma para orar, de hierro para servir y pesada para obedecer.
3. El hombre obediente está lejos de la pereza.
4. Es la constante compañera del monje, que deberá luchar contra ella todos los días hasta su muerte. Cuando pasa por la celda de un solitario sonríe y determina morar allí.
5. El médico visita a los enfermos a la mañana temprano, la pereza visita a los monjes al mediodía.
6. La pereza nos sugiere recibir huéspedes; y nos aleja del trabajo manual para pedir limosna. Ella nos exhorta con ardor a visitar a los enfermos, recordándonos el Evangelio: “Estaba enfermo y viniste a mi.” Nos aconseja consolar a tristes y pusilánimes.
7. Cuando oramos nos recuerda hacer algo indispensable, para así alejarnos de la oración con razones justas.
8. Todo esto lo hace, no con espíritu de caridad ni de virtud, sino para apartarnos de los ejercicios espirituales.
A los que oran los fatiga con sueno, y con inoportunos bostezos les quita la oración de la boca.
9. Cada una de las otras pasiones puede ser destruida por una virtud determinada, pero la pereza es la muerte de toda vida religiosa.
10. Un alma valerosa puede resucitar un espíritu valeroso, pero la pereza y la desidia disipan toda riqueza.
11. Como éste es uno de los siete vicios capitales, conviene tratarlo como a los otros, más lo que diré ahora.
12. Cuando no es hora le salmodiar, la desidia no aparece, pero sí lo hace llegando el momento del oficio divino.
13. Es en la hora de la pereza cuando se notan los que son fuertes ante ella, ya que nada procura más coronar al monje que su trabajo incansable.
14. Presta atención, y verás que si estás de pie ella te incitará a que cambies de posición y si te sientas, a apoyarte contra el muro; ella te convidará a hacer ruido con los pies sólo por no tener quieto el cuerpo.
15. El principal remedio contra este mal es el llanto, porque el que llora por sí mismo no conoce la pereza.
16. Encadenemos a este tirano con los recuerdos de nuestros pecados, azotémoslo con el trabajo manual, arrastrémoslo con el deseo de la gloria eterna e interroguémoslo: “¿Quién es el padre que tal mal hijo engendró? ¿Quiénes son tus hijos? ¿Quién te combate? ¿Quién te destruirá?” El te responderá: “Entre los verdaderos obedientes no encuentro lugar donde reposar mi cabeza, pero habito entre los que buscan la soledad sin gran modestia. Los que me engendraron son muchos: la insensibilidad, el olvido de las cosas celestiales, y también los trabajos en demasía. Mis hijos son los cambios de lugar que yo inspiro, la desobediencia al padre espiritual y a veces también el abandono de la vida espiritual. Mis enemigos: el cantar salmos, el trabajo manual y el pensamiento de la muerte. Mas quien me destruye, es la oración con la firme esperanza de bienes futuros.”
Decimocuarto Escalón: de la Gula.
1. Ya que decidimos tratar de la gula, necesariamente vamos a filosofar contra nosotros mismos, pues me sorprendería encontrar algún hombre totalmente libre de ella, si no contamos a los que están en la tumba.
2. La gula es la hipocresía del vientre, el que ya harto, nos hace creer que necesita más, y que lleno hasta reventar, nos dice que padece hambre.
3. La gula es creadora de sabores y potajes y descubridora de nuevos regalos.
4. Si le cierras una ventana, sale por otra; si apagaste una llama, prende otra y otra para vencerte.
5. La gula obnubila la razón, de manera que nos hace creer en la necesidad de comer cuanto nos ponen delante, y junto con eso se traga el hombre la templanza, la penitencia, la compasión.
6. La Gula es la madre de la fornicación; la mortificación del vientre engendra la castidad.
7. El que trata con mano blanda al león, lo amansará, mas el que lo halaga lo vuelve contra sí.
8. El judío se regocija con la fiesta del sábado, pero el monje dado a la gula, con el sábado y con el domingo, con la víspera y con la fiesta.
El que es siervo de su estómago piensa siempre en los manjares con que se regalará, pero el siervo de Dios lo hace en las gracias con que se enriquecerá.
9. Si llega un huésped a su casa el esclavo de su vientre es impulsado por la gula a practicar la caridad, y estimando que consuela a su prójimo, se daña a sí mismo.
10. Sucede a veces que la gula y la vanidad pelean entre sí dentro del monje. La gula le incita a que quebrante el ayuno mientras su orgullo le dice que no pierda prestigio comiendo demasiado. Pero el sabio huirá de ambos, y con el tiempo vencerá a uno con el otro: para no dar mal ejemplo ayunará, y para conservar su cuerpo comerá con moderación.
11. Como la carne está llena de energía, guardemos la abstinencia en todo tiempo y lugar. Cuando esté apagada -aunque no creo pueda serlo totalmente- puede ser más moderada nuestra abstinencia.
12. He visto a monjes avanzados en edad, permitir a jóvenes que no eran sus discípulos festejar los días de fiesta, bebiendo vino y relajar así su abstinencia. Si estos padres fueran buenos testimonios del Señor, darían moderadamente cierta relajación; pero, si son negligentes, no se debe hacer caso a su bendición, sobre todo si aún estamos combatiendo contra el fuego de la carne.
13. Cuando nuestra alma desea y se procura manjares variados y delicados, entendamos que este apetito es natural; y por esto es necesario velar y trabajar intensamente peleando contra esa astuta picara, que de otra manera nos dará grandes batallas y creará trampas para que caigamos en ellas.
14. Para esto conviene abstenernos de manjares que engordan, especialmente si son calientes (no echemos aceite sobre la llama); también de los suaves y deliciosos; procuremos comer viandas livianas y sencillas como las legumbres, que al hinchar el estómago apagan nuestro insaciable apetito, y que al ser digeridas fácilmente, nos dejen pronto libres del calor. Pues si prestamos atención, todos los manjares calientes y delicados ayudan con su calor a despertar en nuestros cuerpos estímulos y movimientos carnales.
15. Mófate del demonio que te sugiere prolongar tu ayuno después de la refección, pues no te haces bien al no seguir el horario de comidas de la comunidad.
16. Es de hacer notar que hay dos maneras de abstenerse, una la de los inocentes y otra, la de los culpables. Aquellos no tienen más tentaciones que las propias de los hombres; mas estos deberán luchar sin tregua. Aquellos pueden conservar moderación y tranquilidad, y su moderación los hace aparecer como moradores del cielo, donde no llegan las tormentas de este mundo. Más, a los segundos, les conviene trabajar para aplacar a Dios con perpetuo arrepentimiento y mortificación del cuerpo y del alma.
17. El varón perfecto puede vivir sin zozobras y libre de los cuidados de las cosas mortales; pero el vicioso y sensual, que anda de fiesta en fiesta, está aún en medio de la batalla.
18. Domina tu vientre, no dejes que él te domine, a fin de que no quieras luego, avergonzado, guardar la abstinencia que no guardaste en su momento. Esto lo entienden bien los que cayeron, pero los puros lo saben, no por experiencia propia, sino por iluminación divina.
19. Circuncidemos el pecado de la lujuria con el cuchillo del fuego eterno, ya que algunos que cayeron por no haberlo utilizado terminaron cortando después sus propios miembros, lo que no fue cortar el pecado sino doblarlo.
20. Si nos fijamos, hallaremos que la mayor parte de nuestras pérdidas nacen del vicio de la gula.
21. El que ayuna ora con sobriedad y atención, mas el goloso está lleno de imágenes impuras.
22. La gula seca las lágrimas pero la abstinencia puede producir nuevas fuentes de agua.
23. El que obedeciendo a su estómago pretende vencer el espíritu de la fornicación, se asemeja al que pretende apagar el fuego con aceite.
24. Si el estómago conoce la tribulación, el corazón se torna humilde; gozoso el vientre, se envanece el corazón.
25. Mírate a lo largo del día y notarás la utilidad del ayuno, pues por la mañana está más vivo el apetito de la carne. Al aproximarse la hora sexta está más aplacado y a la puesta del sol se ha vuelto humilde.
26. Atormenta tu estómago y refrenarás tu lengua, porque esta toma fuerzas con la abundancia de manjares. Pon toda tu energía en luchar contra tu apetito; si así lo haces el Señor te ayudará.
27. En los odres blandos cabe más, en los apretados la capacidad disminuye. Del mismo modo el vientre se dilata al recibir manjares, aumentando su capacidad; pero se estrecha con la dieta, y al contentarse con poco, ayuna sin dificultad.
28. La sed se apaga a veces con la paciencia, pero jamás el hambre con el hambre se ha calmado.
29. Si la gula trata de dominarte, dómala trabajando; y si flaqueas en ello trata de dominarla con oraciones y vigilias. Si tus ojos se cerrasen de sueño, emprende una tarea manual. Hazlo sólo si estás muy fatigado, pues no es posible aplicar el intelecto a un mismo tiempo a Dios y al trabajo manual.
30. Cuando el demonio de la gula domina el estómago, hace que el hombre nunca se sienta harto — aunque haya comido todo Egipto y bebido todo el Nilo.
Una vez satisfecho, el espíritu de la gula se retira dejando lugar al espíritu de la fornicación, y enterándolo previamente de sus actos, le dice: “hechízalo, tiéntalo y enardécelo, lleno está su estómago y no demorarás en inflamarlo.” El espíritu de la fornicación, entonces, se acerca sonriendo, nos ata de pies y manos y hace de nosotros lo que quiere, ensuciándonos el cuerpo y el alma con sueños, imágenes y poluciones.
31. Es cosa notable ver cómo nuestro espíritu inmaterial es mancillado por el cuerpo y cómo, sólo luego de la abstinencia, le es restituida su delicada y natural condición.
32. Si has prometido a Cristo seguir por el camino áspero y estrecho, mortifica el vientre, porque si lo adulas y deleitas, ten por seguro que has quebrantado tu acuerdo con Dios. Permanece atento y oye al Señor que dice “Ancho y amplio es el camino del estómago que lleva a la perdición de la fornicación, y muchos son los que lo caminan; por el contrario cuando se transita por el angosto camino del ayuno, se lleva una vida casta.”
33. El príncipe de los demonios es Lucifer, y príncipe de los vicios es la gula, ya que los incentiva a todos.
34. Cuando te sientes a una mesa llena de manjares, adviértete con la evocación de la muerte y del juicio final, así podrás resistir la fuerza de la concupiscencia. Cuando te lleves el vaso a la boca, piensa en la hiel que le fue dada a tu Señor, así beberás con moderación; piensa siempre en lo poco que haces comparado con lo que El hizo por ti.
35. No te engañes hermano, nunca estarás libre del Faraón, ni celebrarás la pascua celestial, si no es comiendo verduras amargas y pan sin levadura. Las primeras son la aflicción y la rudeza del ayuno, el pan es el alma libre de toda soberbia.
36. Imprime en tu corazón las palabras del Salmo: “Cuando los demonios me molestaban me vestía con el cilicio y mortificaba mi alma con el ayuno, llorando en lo íntimo de mi corazón.
37. Ayunar es violentar a la naturaleza, cercenar los deleites del gusto, mortificar la carne, librarse de los sueños, purificar la oración, iluminar el alma, desterrar la ceguera; es la puerta del arrepentimiento, humilde suspiro, contrición alegre, muerte del palabrerío, portadora de quietud, guardián de la obediencia, alivio en el sueño, pureza en el campo, motivo de tranquilidad, perdón para los pecados, puerta de entrada a los deleites del paraíso.
Todo esto es el ayuno, porque en todo ayuda y dispone para combatir a su enemigo, la gula.
38. Interroguemos a este tirano como a los otros, y más aún, pues es el maestro de nuestros enemigos, puerta de los vicios, caída de Adán, perdición de Esaú, muerte de los israelitas, deshonra de Noé, perdición de los de Gomorra, crimen de Lot, destrucción de los hijos de Helí, adalid y precursor de la depravación, preguntémosle, digo, quién lo engendró, quiénes son sus hijos, quiénes le combaten y, finalmente, quién lo mata.
Que nos diga esta tirana y fanática señora, que nos hace sus siervos y que nos compra con el precio de la insaciabilidad, ¿por dónde penetra en nosotros?, ¿qué hace luego? ¿Por dónde sale?, y ¿cómo podemos escapar de ella?
Ella nos preguntará a su vez: “¿Por qué me insultáis, siendo mis siervos por el pecado? ¿Cómo presumís que podéis apartaros estando yo tan ligada a vuestra misma naturaleza concebida en el pecado? La puerta por donde entro es el buen sabor y calidez de los manjares, y la costumbre de comer es el motivo de mi insaciabilidad. Los nombres de mis hijos son tantos como las arenas del mar, pero diré los de los más queridos. Mi primogénito es quien provoca la fornicación, el segundo es el autor de la dureza del corazón, el tercero es el sueño, mar de los pensamientos, olas de pasiones, abismo de secretas torpezas.
Mis hijas son la pereza, la murmuración, la confianza en sí mismos, las groserías y las risas, la porfía, la apatía para escuchar la palabra de Dios, la insensibilidad para las cosas espirituales, la prisión del alma, las expensas superfluas y excesivas, la soberbia, la osadía y la afición a las cosas mundanas. A ellas les siguen la oración impura y todo tipo de calamidades y desastres no previstos, anticipos de la desesperación, que es el mayor de los males.
Quien me combate es la memoria, pero no me vence. Mi constante enemigo es el recuerdo de la muerte, pero nada tienen los hombres que me pueda destruir.
Sólo aquel que5 amado por el Espíritu Santo, le ora, me deja libremente; pero los que no conocen este espíritu divino son mis prisioneros y se someten a mis deleites, pues donde faltan los deleites espirituales no pueden faltar los sensuales.
Decimoquinto Escalón: de la Castidad.
1. Ya hemos visto que la concupiscencia era uno de los hijos de la gula. Un ejemplo lo tenemos en nuestro padre, el viejo Adán, que al no conocer la gula no conocía de modo lujurioso a su mujer Eva. Éste es el motivo por el cual los que observan el primer mandamiento de la abstinencia, no suelen quebrantar el segundo y permanecen como hijos de Adán (antes de su caída); son un poco menos que ángeles, ya que no son inmortales como ellos.
2. La castidad nos aproxima a la naturaleza incorpórea de los ángeles. La castidad es el aposento de Cristo. La castidad es escudo celestial del corazón. La castidad es abnegación de la naturaleza humana y vuelo maravilloso del cuerpo mental y corruptible hacia lo inmortal e incorruptible. Casto es el que con un amor venció otro amor; el que, con el fuego del espíritu, venció al de la carne.
3. Abstinencia es un término general que se aplica a todas las virtudes, porque toda virtud se puede llamar abstinencia y freno del vicio opuesto. Casto es el que ni en sueños altera de algún modo su estado, y el que permanece insensible a la presencia de cualquier cuerpo o figura.
4. Esto rige la perfecta castidad: debemos mirar, con la misma simplicidad, tanto los cuerpos animados como los inanimados, tanto los racionales como los irracionales.
5. El que trabaja por alcanzar la castidad no debe pensar que lo logrará con su propio esfuerzo (nadie vence su propia naturaleza). Sólo con la ayuda de Él lo logrará, pues es sabido que lo débil es vencido por lo más fuerte.
6. El comienzo de la castidad reside en no permitirse ciertos pensamientos; de este modo, al sufrir de tiempo en tiempo poluciones, éstas no estarán acompañadas de imágenes. El fin es mantener controlados los movimientos sensuales.
7. No es casto solamente el que se conservó limpio del lodo de la carne, sino, mucho más, el que dominó sus miembros con la voluntad de su espíritu.
8. Feliz es aquel cuyo corazón no se altera ante la contemplación de ningún cuerpo ni belleza.
9. Feliz el que, por el amor y la contemplación de las bellezas celestiales, vence los peligros de las imágenes captadas por sus ojos.
10. El que rechaza este vicio con la oración, se asemeja al que combate contra un león; aquel que lo domina con el arrepentimiento, se parece al que aún persigue a su enemigo; pero aquel que definitivamente desarmó y aniquiló el ímpetu de esta pasión, aunque esté con vida, es como si ya hubiera resucitado de su tumba.
11. Así como es una característica de verdadera castidad no padecer ni en sueños movimientos sensuales, es ciertamente característico de la sensualidad de nuestro espíritu, sufrir poluciones estando despierto.
12. El que combate este adversario con sudores y trabajos se asemeja al que derriba a su enemigo con una honda; el que lucha con abstinencias y vigilias lo hiere con una maza; pero el que pelea con humildad, mortificando su ira y deseando los bienes celestiales, se asemeja al que mata a su enemigo y lo entierra bajo la arena. Por arena entiendo la humildad, que vence de tal forma que no da lugar a vanagloriarse después de la victoria, pues demuestra al hombre que es polvo y ceniza.
13. Así algunos tienen preso a este vicio con las cadenas de trabajos, otros con profunda humildad, otros con la luz celestial. A los primeros podemos compararlos con el lucero de la mañana, a los segundos con la luna llena y a los terceros con el sol de mediodía y cada uno tiene su lugar en el cielo. A la aurora sucede la luz y con ésta se eleva el sol. Reflexionando veremos cómo podemos aplicar esto a lo que hemos dicho.
14. La raposa se hace la dormida para cazar el pájaro, y el demonio nos permite fingir caridad para que luego, confiados, caigamos.
15. No te fíes de ti mismo antes de haber comparecido ante Cristo.
16. No confíes en que la virtud de tu ayuno pueda impedir tu caída, porque tampoco comía el que fue precipitado del cielo a los abismos.
17. Ciertos doctos varones definen así a la renunciación; es lucha perpetua contra el cuerpo y contra la gula.
18. La caída de los principiantes sucede por su entrega a los deleites y por el buen trato que prodigan a sus cuerpos. Los que algo han progresado caen por la soberbia de su espíritu. Más los que se aproximan a la perfección, si caen, lo hacen por juzgar a los otros.
19. Algunos proclaman bienaventurados a los eunucos, porque estos están libres de la tiranía de la carne; pero yo proclamo bienaventurados a los que se hicieron ellos mismos eunucos con el trabajo de cada día, pues ellos se castraron con el cuchillo de la razón.
20. Vi algunos que cayeron vencidos más por la pasión que por voluntad (aunque no pudo faltar voluntad si hubo culpa). Vi otros que voluntariamente querían caer — para mí más miserables que los que caen cada día —, y que habían llegado a tal estado que no querían desprenderse del vicio.
21. Miserable es el que cae, pero lo es más el que causa la caída de otro, porque éste lleva su carga y la ajena.
22. No esperes vencer al demonio de la fornicación discutiendo con él, ya que nuestra misma naturaleza lo ayuda en la disputa.
23. Presume en vano el que dice que por sí mismo vence su carne, pues si el Señor no destruye la morada de la carne y edifica la del espíritu, en vano se ayuna y en vano se vela.
24. Presenta ante el Señor tu flaqueza; reconoce tu miseria y así recibirás el don de la castidad.
25. Los lujuriosos sienten perpetuo apetito de gozos corporales. Así me lo confió un hombre, el cual había experimentado tanto la sensación de amor por los cuerpos como ese espíritu impúdico que se instala de manera manifiesta en el corazón haciéndole padecer dolor y tormento. También logra que el hombre no tema a Dios, que desprecie la evocación de los tormentos eternos y que aborrezca la oración, privándole así del uso de la razón por la fuerza de la concupiscencia. Y si Dios no disminuyera la fuerza y abreviara los días de este demonio, no lograrán escapar de él los humanos.
Esto no nos debe asombrar, ya que todas las cosas creadas desean unirse a su semejante: la sangre desea la sangre, el gusano al gusano, el barro al barro y la carne a la carne. Así los monjes, luchando contra la naturaleza, pretendemos alcanzar el reino de los cielos con mañas, diligencia y gracias, y engañar y vencer a nuestro embaucador. ¡Bienaventurados los que no han experimentado ese tipo de batalla!
Debemos suplicar a nuestro señor que nos libre de caer por este despeñadero, ya que aquellos que por él cayeron están muy lejos del borde, y los que desean ascender pasan por muchos dolores, aflicciones y trabajos, hambre y sed.
26. Así como en las batallas no todos pelean con las mismas armas, así también los enemigos de nuestro espíritu tienen su manera de luchar, su oficio y su puerta de entrada.
27. Hay tentaciones más fuertes que otras, pero, si no se reparan y se hace penitencia por las menores, pronto se caerá en las mayores.
28. Es costumbre del demonio atacar con todo ímpetu y malicia a quienes, viviendo la vida monástica, están en medio de la batalla. Les tienta, entonces, con vicios contrarios a la naturaleza, ignorando, el muy miserable, que no estarán libres aun cuando viesen mujeres, pues donde hay mayor caída no es necesaria la menor.
29. Así acomete este demonio; en primer lugar, porque la tentación está más a mano, y en segundo lugar porque la caída, al ser más grave, es merecedora de mayor castigo.
Ejemplo tenemos en aquel joven que, como leemos en la vida de los Padres, llegó a tan alto grado de virtud que mandaba a los asnos y les hacía servir, y a quien San Antonio comparó a un navío cargado de ricas mercancías en medio de un mar infinito. Este mozo, sin embargo, cayó miserablemente, y llorando sus pecados dijo a unos monjes que pasaban: “Decidle a San Antonio que ruegue a Dios me conceda diez días de penitencia.” Cuando oyó esto, el santo varón lloró y dijo: “Una gran columna de la iglesia ha caído hoy.”
Así, el que mandaba las bestias, fue burlado y derribado. San Antonio no quiso aclarar el motivo a su caída; él sabía que uno puede pecar corporalmente sin tocar otro cuerpo. Y ya no diré más, ya que detiene mi pluma aquel que dijo: “Lo que los hombres hacen en secreto, no debe ser dicho ni oído.”
30. Es a esta carne, que es nuestra y que no lo es, que es nuestra amiga y nuestra enemiga, a la que San Pablo llamó muerte: ” ¡Desventurado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?.” Otro teólogo la llamó “viciosa,” “esclava” y “oscura como la noche.” ¿Cuál es la razón de estos apelativos?
31. Ya que si la carne es una muerte ¿por qué se dice “el que venciera la carne no morirá?.”
32. Yo ruego sobre todo reflexionar: ¿quién es más grande?, ¿el que muere y resucita o el que nunca ha muerto del todo? Los que proclaman al segundo olvidan que Cristo murió y resucitó. Más los que tienen por bienaventurados al primero no consideran la desesperación de los que han caído.
33. El espíritu de la fornicación nos pinta a Dios como nuestro amigo, el cual perdona fácilmente esta pasión por ser natural a los hombres. Pero, si prestamos atención, veremos que estos mismos demonios, una vez cometido el pecado, nos presentan a Dios como juez justo e inexorable. Así, antes del pecado, nos muestran su clemencia para incitarnos a pecar, y después del pecado, su inviolable justicia para desesperarnos; luego nos encontramos por largo tiempo tan sumergidos en la desesperación y la tristeza, que no podemos reprocharnos nuestra falta ni hacer penitencia. Y apenas mueren esa desesperación y esa tristeza, ya vuelven esos tiranos a proclamar la clemencia divina a fin de volver a derribarnos.
34. El Señor es incorruptible e incorporal, por eso se regocija con la castidad y con la pureza de nuestros cuerpos. Por el contrario los demonios se regocijan con el cieno de nuestra lujuria.
35. La castidad hace al hombre unirse íntimamente con Dios y asemejarse a El en el mayor grado posible.
36. La tierra, rociada con agua5es la madre de los frutos; la vida solitaria y obediente es madre de la castidad. La pureza de nuestro cuerpo, alcanzada en la soledad, peligra cuando nos acercamos al mundo; pero cuando esa pureza es fruto de la obediencia, se mantiene firme.
37. He visto al orgullo conducir a la humildad, y recordé al que dijo: “¿Quién conoce los pensamientos del Señor?” La soberbia es fruto del orgullo y nos conduce al abismo. Pero esa misma caída ha servido, a quienes quisieron aprovecharla, como oración y motivo de humildad.
38. El que pretenda vencer al espíritu de la fornicación comiendo y bebiendo es como aquel que pretende apagar un incendio con aceite.
39. Quien se esfuerza por vencer con la abstinencia solamente, es como si quisiera huir nadando. Puesto que siendo la humildad compañera inseparable de la abstinencia, ésta no es nada sin aquélla.
40. Quien fuera tentado principalmente por una pasión, deberá armarse principalmente contra ésta, ya que si no la venciera, de poco le servirá luchar contra las otras. Cuando hubiera vencido a este “egipcio,” seguramente verá a Dios en la zarza de la humildad.
41. Una vez fui tentado a sentir en mi alma cierta alegría que el astuto había despertado para engañarme; pensé, como un niño, que había cogido un fruto. Después reconocí el engaño. Allí aprendí cuan abiertos debemos tener los ojos para reconocer los peligros.
42. “Todos los pecados que comete el hombre son exteriores a su cuerpo, pero aquel que se deja llevar por la lujuria peca contra su propio cuerpo,” dice el Apóstol.
Cuando los hombres cometen otros pecados decimos que fueron engañados, mas cuando pecan en éste decimos que cayeron. Ello se debe a que este vicio ahoga la dignidad esencial del hombre y lo transforma en una bestia por la fuerza del placer, que lo emborracha y empapa sus sentidos derribándolo del trono de la dignidad racional, haciéndolo caer en la bajeza de la naturaleza bestial.
43. Así como los peces rápidamente huyen del anzuelo, así huyen de la soledad los espíritus sensuales.
44. Cuando el demonio quiere ligar a dos personas con este vicio, escudriña las condiciones e inclinaciones de cada uno para saber dónde prenderá el incendio.
45. Los amigos de la sensualidad son de corazón tierno, inclinados a la compasión y a la misericordia, — y por eso caen más fácilmente- mientras que los castos son rigurosos, severos; sin embargo, no por esto la castidad pierde su valor ni aquel vicio su fealdad.
46. Un hombre sabio me propuso este difícil problema. Dime cuál es el pecado más grande de todos, dejando aparte el homicidio y la negación de Dios. “Como yo respondiera que la herejía, me replicó: “¿Cómo entonces la Iglesia recibe a los herejes una vez que han abjurado, y les permite participar en los sagrados misterios como lo ordenaran los Apóstoles?” Espantado no me atreví a responder, y la cuestión quedó sin respuesta.
47. Al tiempo que cantamos salmos y asistimos a los oficios, examinemos si la dulzura que sentimos viene del Espíritu Divino o del mal espíritu que se mezcla con él.
48. Joven, no te fíes, pues yo he visto hombres orar con toda su alma por los que querían, y que creyendo cumplir con la caridad, eran tentados por el espíritu de la lujuria.
49. A veces un roce logra que el cuerpo reaccione, ya que no hay, al parecer, cosa más delicada ni peligrosa que el sentido del tacto. Acuérdate de aquel religioso que envolvió su mano para tocar la de su madre, ejemplo que debes seguir para guardar tus manos del tacto propio o ajeno.
50. Pienso que persona alguna podrá llamarse verdaderamente santo si no ha logrado sujetar su cuerpo al espíritu, tanto como en esta vida pueda hacerse.
51. Cuando yacemos acostados es el momento de estar más atentos a Dios, pues siendo entonces cuando el espíritu lucha contra los demonios, si se hallase enlazado en deleites caerá fácilmente.
52. Que el pensamiento de la muerte se acueste siempre contigo y te despierte la oración que nos enseñó Jesús. No hallarás ayuda más eficaz que ésta para el tiempo del sueño.
53. Algunos piensan que las poluciones y los sueños sensuales proceden solamente de la ingestión de manjares, pero yo conozco a quienes gravemente enfermos o sujetos a abstinencia los padecían lo mismo. Interrogué sobre esto a un monje muy discreto y espiritual y él me dijo: “La polución durante el sueño puede proceder, tanto de la abundancia de manjares y del regalo del cuerpo, como por habernos ensoberbecido del tiempo transcurrido sin padecerlas. También sucede cuando juzgamos o condenamos a nuestro prójimo. Estas dos últimas y aún las tres pueden acaecerle a los enfermos.”
Si hay quien se halle libre de estas causas, lo es por la gracia divina. Y si lo padece sin culpa suya, es sólo por envidia del demonio. Dios permite que así ocurra para afirmar la virtud de la humildad.
54. Que nadie recuerde durante el día los sueños que tuvo por la noche, porque es así como pretenden vencernos los demonios mientras estamos despiertos.
55. Oigamos otra astucia de nuestros enemigos. Así como algunos alimentos nos hacen daño inmediatamente y otro tiempo después, así ocurre con las causas con que el demonio pretende derribar nuestro espíritu. He visto hombres que comiendo regaladamente no eran tentados, y otros que tratando con mujeres no eran acometidos por malos pensamientos. Pero que luego, en la soledad de su celda, confiados en esa paz y seguridad, caían solos en el despeñadero. Sólo el que lo ha experimentado lo puede saber.
56. En estas circunstancias puede ayudar mucho el cilicio, la ceniza, la vigilia en constante oración, el hambre y la sed, el habitar en tumbas, sobre todo la humildad de corazón y, si fuera posible, la ayuda del padre espiritual o del hermano solícito.
Pues yo me maravillaría si alguno, por sí mismo, pudiera guardar su nave en golfo tan peligroso; aunque para Dios no hay cosa imposible.
57. También es de notar que no se pena de la misma manera la misma culpa, porque aunque la culpa sea una, como las circunstancias y las personas son diferentes, así lo serán las penas. La gravedad se basa en la profesión y el estado de cada uno; el orden sacro que tiene, su vida espiritual, los lugares, las costumbres, los beneficios recibidos y otras cosas semejantes, porque está escrito: “A quién más dieren, más estrecha cuenta le pedirán.”
58. Un religioso me expuso un admirable grado de castidad. Me dijo que mirando la hermosura y gracia de los cuerpos, surgía en su espíritu una gran admiración por el artífice que los había formado, y con este espectáculo crecía su amor y lloraba. Así, lo que para otro era caída, para él era recompensa. Si los hombres perseverasen de esta manera, habrían alcanzado la gloria de la incorruptibilidad antes de la común resurrección.
59. Por la misma regla nos habremos de regir al oír música y cantos profanos. Porque los que aman ardientemente a Dios, incrementan su amor tanto con la música seglar como con la espiritual. En cambio los hombres sensuales incentivan con ellas su perdición.
60. Algunos, como ya dijimos, son tentados en lugares apartados. Cosa que no nos debe maravillar, porque allí moran mejor los demonios que fueron desterrados, para nuestro bienestar, a los desiertos y abismos por mandato del Señor.
61. El demonio de la lujuria le hace la guerra al solitario para impulsarlo a retornar al mundo con el pretexto de no encontrar seguridad en su retiro. Y, por el contrario, se aparta de nosotros cuando vivimos en el mundo para que, confiados, continuemos viviendo con los seglares.
62. Debemos siempre luchar contra nuestro enemigo, pues si no lo combatimos se comportará como amigo nuestro.
63. Cuando nos encontremos por necesidad en el mundo, la mano de Dios nos protegerá -y la oración de nuestro padre espiritual también — para que el nombre del Señor no sea blasfemado por nuestra culpa. Ocurre que a veces no sentimos las tentaciones por estar tan habituados a los males o (como dijo un santo varón) porque nuestros pensamientos ya se han hecho demonios. Otras veces los demonios se van y nos dejan para dar cabida a la soberbia que toma el lugar de todos los otros.
64. Vosotros, que habéis resuelto alcanzar y conservar la castidad, escuchad esta otra astucia y poneos en guardia. Me contó un padre (que lo había experimentado) que el espíritu de la fornicación se escondía hasta el fin, incitándole, en principio, a hablar con mujeres predicándoles sobre la muerte, el juicio y la castidad, para que ellas acudiesen a él como al lobo disfrazado de pastor. Y cuando el atrevimiento haya crecido con la costumbre, el monje será tentado y caerá en el vicio.
65. Evitemos con toda diligencia no mirar el fruto que no queremos gustar. No pretendemos ser más fuertes que el profeta David, quien tan feamente cayó.
66. Es tan alta y singular la gloria que se alcanza con la castidad, que algunos padres se atrevieron a llamarla impasibilidad, haciendo al hombre casto casi celestial y divino.
67. Otros dijeron que después de haber gustado de este vicio, era imposible llamarse casto. Mas yo digo que no solamente es posible, sino también fácil, para el que se convierte y une a Dios por verdadera penitencia. Recordemos, si no, a aquel Santo que tuvo suegra, fue casado y mereció recibir las llaves del Reino.
68. La serpiente de la lujuria es de muchos colores. A los vírgenes los incita a experimentar, a los que ya no lo son, los acomete con los recuerdos de los deleites pasados. Entre los primeros hay muchos a los que la ignorancia los hace menos pasibles de la tentación, pero los segundos son los que batallas más crueles padecen (aunque a veces puede suceder lo contrario).
69. Cuando nos despertamos bien dispuestos y en paz es porque los santos ángeles nos han consolado secretamente, y esto lo hacen cuando el sueño nos llega en pleno recogimiento y oración. Mas si nos despertamos mal dispuestos es como resultado de sueños e imágenes malas.
70. Vi al impío, furioso contra mí, como los cedros del monte Líbano, y pasé frente a él por medio de la abstinencia y su furia se aplacó; y le busqué humillando mis pensamientos y no le hallé; porque la abstinencia aplaca su furia, pero la humildad lo derriba.
71. El que venció su cuerpo ha vencido la naturaleza,· y el que lo logró es superior a la naturaleza y poco menos que los ángeles.
72. Es maravilloso que una cosa material y corpórea pueda combatir y vencer a sustancias espirituales e inmateriales como son los demonios.
73. El Señor, en su bondad, donó a las mujeres el pudor para poner freno a su atrevimiento; de no ser así, grave peligro correría la salvación de los hombres.
74. Los padres dotados de discreción diferencian varios movimientos: la tentación, la tardanza del pensamiento, el consentimiento y la lucha, el cautiverio y la pasión del espíritu.
La tentación es — para ellos — una imagen que se presenta en nuestro corazón y pasa pronto.
La tardanza es el detenerse a mirar esa imagen, con o sin pasión.
El consentimiento es inclinar nuestro espíritu hacia esa imagen con cierto deleite.
Luchar es el combate que provoca el hombre por su virtud y en el cual, por propia voluntad, vence o es vencido.
Cautiverio es cuando nuestro corazón se deja llevar por la pasión, destruyendo el buen estado del alma.
Dicen que la pasión propiamente dicha es el mal que después de un tiempo se asienta en nuestro espíritu y que por fuerza de la costumbre se transforma en hábito.
De todos estos movimientos, el primero es sin pecado; el segundo tiene algo de pecado, pero aún se puede impedir; el tercero es de mayor o menor culpa, según sea el grado de perfección del tentado; el cuarto es el causante de premios y gloria; el quinto se diferencia según se manifieste al tiempo de la oración o fuera de ella, a través de pensamientos pecaminosos o sin importancia; el sexto, sin duda, se purgará en esta vida por la penitencia o se castigará en la otra.
El que corta de raíz el primer movimiento, de golpe cortará los otros.
75. Otros padres dotados de más alto espíritu y discreción, señalan otro tipo de movimiento más sutil que los anteriores: el “impulso,” que es un movimiento momentáneo que pasa por el espíritu por brevísimo tiempo y a veces sin participación del intelecto. Si alguien, conociendo la flaqueza e inestabilidad del hombre, recibiera la iluminación divina para reconocer la sutileza de este pensamiento, podría decirnos que una simple mirada, un roce o una melodía permiten que el espíritu sufra este súbito deleite.
76. Dicen algunos que los pensamientos lujuriosos nacen de movimientos corporales. Otros, por el contrario, afirman que los sentidos del cuerpo engendran los malos pensamientos. Aquellos sostienen que si el espíritu y la razón no concuerdan no se lograrán movimientos. Los segundos alegan en su favor que la malicia (que nos vino con el pecado) nace de la visión de algo hermoso, del tacto, de un aroma o de una dulce melodía, lo que es suficiente para engendrar en nuestra alma pensamientos lujuriosos.
Sobre esto podrá enseñar más claramente el que haya sido iluminado por el Señor, ya que son cosas necesarias para alcanzar la virtud de la discreción; mas para aquellos que se apoyan en la simplicidad del corazón tiene poca importancia. Pues no todos poseen la ciencia, ni todos poseen la bienaventurada simplicidad, que es verdadera coraza contra las maldades de los malos espíritus.
77. Hay pasiones que del alma pasan al cuerpo y otras que hacen lo contrario. Esto es común a los que habitan en el mundo y lo otro a los que viven fuera de él. Sobre esto puedo decir solamente: Buscarás en los malos la prudencia y no la encontrarás.
78. Cuando luchamos con el demonio de la fornicación y lo expulsamos de nuestro corazón con el ayuno y lo cortamos con el cuchillo de la humildad, al verse desterrado de nuestro espíritu se apega a nuestro cuerpo provocando movimientos sensuales.
79. Esta tentación suelen padecerla los que están sujetos a la vanagloria, porque celebrando el verse librados de pensamientos impuros, se inclinan hacia otra pasión: el orgullo.
Así lo testimoniarán los que se recogieran en la soledad, ya que si allí hicieran examen de conciencia hallarían este pensamiento escondido en lo más secreto de su corazón, que, como serpiente en un albañal, les había dado a entender que habían alcanzado esa virtud.
Y no recuerdan los orgullosos las palabras del Apóstol: “¿Qué tienes tú que no hayas recibido por gracia de Dios, por Su mano, por la oración y la ayuda de otros?”
Que se examinen y trabajen diligentemente a fin de desterrar aquella serpiente de los escondrijos de su corazón, para que, librados de ella, puedan quitarse del todo las pieles de los afectos carnales y mortales y cantar a Dios el himno triunfal de la pureza que cantan los castos niños del Apocalipsis, por haber sido librados de la corrupción.
80. Este mal espíritu acostumbra aguardar la ocasión propicia para acometernos.
81. Por eso, los que no han alcanzado la perfecta oración del corazón, les conviene ejercitarse en la oración corporal, es decir, levantar las manos en alto, golpearse el pecho, elevar los ojos al cielo, gemir y permanecer de rodillas.
Claro está que cuando estamos en compañía no podemos hacer esto, y es entonces cuando principalmente nos ataca, y también cuando no estamos protegidos con la firmeza del buen propósito y con la secreta virtud de la oración.
Si es posible, recógete en lugar secreto y eleva los ojos interiores de tu alma, y si no puedes, por lo menos levanta tus ojos al cielo y extiende en cruz tus brazos, para que con tu modo de orar desbarates el poder de Amalee y lo confundas. Llama a gritos al que te puede salvar, no con palabras elocuentes y sabias, sino con una simple y humilde oración. Para comenzar di: “Apiádate de mí. Señor, porque estoy enfermo.” Entonces conocerás por experiencia propia el poder del Altísimo y con el socorro invisible del Señor perseguirás invisiblemente a los invisibles enemigos. Quien de este modo pelea, podrá perseguir y poner en fuga a sus enemigos. Esta forma de rápida victoria le es otorgada, y con razón, a los fieles obreros de Dios.
82. Estando en una reunión, noté a un solícito y virtuoso monje, que al ser molestado por el demonio con malos pensamientos, y no teniendo allí lugar para orar del modo arriba descrito, fingió que iba a cumplir con sus funciones naturales y allí comenzó a pelear a sus enemigos con fortísima oración. Extrañado yo por lo poco digno del lugar, me dijo: “¿Por qué te parece poco conveniente el sitio? Me perseguían sucios pensamientos y yo, en este desaseado lugar oré y supliqué al Señor me limpiase de ellos y Él así lo hizo.”
83. Todos los demonios se esfuerzan por oscurecer nuestra inteligencia a fin de poder sugerirnos lo que pretenden, ya que si el espíritu no cierra los ojos, nuestro tesoro no podrá ser robado. Pero el espíritu de la fornicación es el que más fuerza tiene para lograr esta ceguera. Cuando lo logra, induce al hombre a cometer locuras, y éste, al volver en sí, se avergüenza de sus actos, palabras y gestos, atónito al notar la gran ceguera en que cayó.
84. Arroja de ti al enemigo que después de pecar te impide obrar bien, orar y velar, acordándote del que dijo: “A causa de los pesares que me causa este espíritu tiranizado por su disposición al mal, lo vengaré en sus enemigos.
85. ¿Quién venció su cuerpo? El que quebrantó su corazón. ¿Quién quebró su corazón? El que se negó a sí mismo. Porque ¿cómo no ha de quedar despedazado y deshecho el que a su propia voluntad ha matado?
86. Existe un tipo de hombre que habiendo llegado a tal extremo de maldad, comenta con gran placer y contento sus deshonestidades y maldades.
87. Los pensamientos impuros del corazón son generalmente inspirados por el seductor demonio de la lujuria. El remedio para oponérsele es la abstinencia.
88. ¿De qué manera podría prender a este amigo mío, que es mi cuerpo para examinarlo y juzgarlo? No lo sé. Porque si lo ato, se suelta. Antes de juzgarlo, me reconcilio con él. Antes de castigarlo, pienso en su salud. Así ¿cómo ataré al que naturalmente amo? ¿Cómo me libraré del que de por vida estoy atado? ¿Cómo destruiré al que me resisto a destruir? ¿Cómo haré casta e incorrupta una naturaleza corruptible? ¿Cómo razonaré con aquel que no sabe de razones, pues tanto se asemeja a las bestias?
Si lo encadeno con el ayuno, paso a juzgar a mi prójimo y de nuevo lo libero. Y si, no juzgando logro vencer, se levanta en mí la soberbia. Él es mi aliado y mi enemigo, colaborador y adversario, defensor y traidor. Si lo complazco, me combate; si lo aflijo, me debilita, si le doy descanso se envanece y no quiere sufrir después castigos; si lo entristezco demasiado, me pongo en peligro; si lo hiero me quedo sin instrumento para alcanzar la virtud.
¿Quién puede, pues, entender este secreto que está dentro de mí? ¿Quién sabrá la causa de armonía tan extraña, que hace que yo mismo me sea amigo y enemigo?
Dime pues, compañera mía, naturaleza mía, dime cómo librarme de ti. ¿Cómo huir de ti, natural peligro, si tengo prometido a Cristo tomar armas contra ti? ¿Cómo venceré tu tiranía?
Y ella quizás me respondiera: “Voy a decirte lo que ya ambos sabemos. Mi padre es el amor natural que tiene la carne, mi hermana es la sensualidad. Tengo un ama que me obsequia, la gula (porque sin ella no hay placer corporal). Yo concibo maldades y luego doy a luz caídas y miserias que son las causantes de la desesperación.
Si con todo esto llegas a lo profundo de tu miseria y de la mía, sabrás que humillándote me atarás las manos; que si abatieras a la gula me atarías los pies, que si pusieras tu cerviz bajo la obediencia, quedarías casi libre de mí, y que si poseyeras la virtud de la humildad, me cortarías la cabeza.
Décimo Sexto Escalón: de la Avaricia y de la Pobreza.
1. Muchos doctos hombres ponen, después del tirano del cual tratamos, al espíritu de la avaricia, que tiene mil cabezas. Como no hay razón para que nosotros, pobres ignorantes, rompamos esa regla, hablaremos primero de esta enfermedad y luego de cómo remediarla.
2. La avaricia o codicia genera ídolos, es hija de la infidelidad, inventora de enfermedades, profeta de la vejez, generadora de la esterilidad de la tierra y del hambre por venir.
3. El avaro quebranta y escarnece al Evangelio. El caritativo reparte lo que tiene; pero el que dice reunir caridad y amor al dinero se engaña.
4. El que se aflige por sus pecados se olvida hasta de su propio cuerpo, y cuando la ocasión lo pide hasta lo castiga.
5. No digas que tú amasas dinero por amor a los pobres; recuerda aquella viuda que por dos pequeñas piezas compró el reino de los cielos.
7. El que ha vencido esta pasión ha llegado a la raíz de la inquietud; aquel que es cautivo de ella no logará jamás la oración pura.
8. El comienzo de la avaricia es pretender hacer limosna, y el fin es el odio a los pobres. Mientras adquiere riquezas el hombre es a veces misericordioso, pero cuando se ve rico aprieta las manos.
9. He visto a pobres de riquezas materiales, enriquecerse viviendo entre los pobres de espíritu.
10. El monje codicioso nunca está ocioso porque piensa constantemente en las palabras del Apóstol: “El que no trabaja no come” y “Estas manos ganaron de comer para mí y para todos los que me acompañan.”
11. La pobreza destierra los cuidados, la seguridad en la vida, es cambiante y libre, puerta de la tristeza y guardián de los mandamientos.
12. El monje sin bienes es señor del mundo. Él ha confiado a Dios todas sus posesiones, y por la fe todo lo posee. No tiene necesidad de revelar a los hombres sus necesidades, todo lo que le ofrecen lo toma como proveniente de la mano de Dios.
13. El trabajador espiritual sin bienes es enemigo de todo apego, tiene sus cosas como si no fueran suyas, y cuando se retira a la soledad todo lo mirará como al estiércol. Pero el que se entristece por perder algo transitorio, no sabe aún de la verdadera desnudez.
14. El hombre sin posesiones es puro en su oración, pero el codicioso ora teniendo presente las cosas materiales.
15. Los que perseveran en la obediencia, están apartados de la codicia. Porque ¿qué cosa pueden poseer los que su propio cuerpo ofrecieron por amor a Dios?
Sólo los afecta el que debe estar siempre pronto a mudar de lugar de residencia.
16. Yo he visto a monjes que alcanzaron la virtud de la paciencia por la ocasión que se les brindó al permanecer en un mismo lugar; pero tengo por más bienaventurados a los que por amor a Dios procuraron alcanzar esta virtud.
17. El que ha gustado de los bienes celestiales, fácilmente desprecia los de la tierra; mas el que no los ha probado alegrase con las posesiones terrenas.
18. El que de una manera desatinada pretende alcanzar la pobreza, sufre un doble daño: no goza de los bienes presentes y se privará de los futuros.
19. Cuidémonos., ¡Oh monjes! de no ser menos fieles y confiados que las aves, pues ellas viven, en efecto, sin afanarse y sin acumular nada.
20. Grande es aquel que por piedad renunció a lo que poseía, pero santo es el que renunció por propia voluntad. El primero recibirá cien veces más, sea en bienes temporales, sea en bienes espirituales; pero el otro recibirá la vida eterna por herencia.
21. Las olas jamás faltan en el mar, ni la ira y la tristeza en el corazón del avaro.
22. El que menosprecia los bienes materiales está libre de luchas y discordias, pero el avaro se batirá hasta la muerte por una aguja.
23. Una fe inquebrantable llega hasta las raíces, mas el recuerdo de la muerte nos hará negar nuestro propio cuerpo.
24. No hubo en Job ni rastro de amor a la riqueza, por eso al ser privado de todo, perseveró sin problemas.
25. El amor al dinero es raíz de todos los males. Las Escrituras dicen que engendra el odio, el hurto, la envidia, la muerte, las disputas, la enemistad, el rencor, la crueldad, la dureza del corazón.
26. Una chispa basta a veces para incendiar todo un bosque. Esta sola virtud (la pobreza) basta para desterrar todos los vicios mencionados. Y nace del amor a Dios y del recuerdo del juicio final.
27. Bien sabe el lector que la avaricia es la madre de muchos males, y que uno de sus hijos es la insensibilidad, porque logra que sus siervos, los avaros, sean duros como piedras ante las cosas de Dios.
Ya mencionamos que la madre de todos los vicios es la gula, y que sus hijas son la insensibilidad y la dureza de corazón; y habiendo ya tratado de aquélla y de la avaricia — que según definición de los padres ocupa el tercer lugar en la cadena de los ocho principales vicios —, hablaremos ahora de la insensibilidad, luego del sueño, de las vigilias y del temor, porque estas enfermedades suelen ser propias de los que comienzan a servir a Dios.
Decimoséptimo Escalón: de la Insensibilidad.
1. La insensibilidad, tanto si afecta al cuerpo o al espíritu, es muerte de todo sentimiento; resulta de una prolongada negligencia y lleva a la pérdida de toda sensación.
2. La insensibilidad es negligencia convertida en hábito; es negligencia calificada; porque cuando arraigó y se apoderó del alma, se convierte por costumbre en dureza y obstinación habitual, así como el agua, helada por mucho tiempo, se convierte en cristal. Es hija de la presunción, barrera del fervor, lazo de la fortaleza, atraso en la contrición, puerta de la desesperación, destierro del temor de Dios y madre del olvido, que una vez engendrado aumenta la insensibilidad, viniendo a ser, así, madre de su propia madre.
3. El insensible es un filósofo sin cordura, un predicador que se contradice, un maestro ciego que pretende enseñar a ver a los demás. Diserta sobre cómo curar las llagas mientras él mismo las irrita. Se queja de una enfermedad y no cesa de comer cosas que le perjudican. Predica contra los vicios y cae en ellos. Grita; ” ¡Hago mal!” y no por eso deja de perseverar en el mal (la boca predica contra el vicio y el cuerpo lucha por alcanzarlo). Platica sobre la abstinencia y trabaja por satisfacer la gula.
Alaba la obediencia y es el primero en desobedecer; alaba las vigilias y se deja vencer por el sueño; alaba la oración y huye de ella como de un azote. Ensalza a los que no se aferran a bienes terrenos y él disputa por un trozo de paño.
Cuando se siente ahíto, se arrepiente de haber comido, y pasado un tiempo se vuelve a hartar. Dice que el silencio es bendito y habla demasiado alabándolo. Recomienda la mansedumbre y se enfada adoctrinando sobre ella. Así añade un pecado a otro pecado.
Cuando se mira a sí mismo gime, pero vuelve de inmediato a realizar las cosas que le provocaron los gemidos. Condena la risa, y sonriendo trata de la virtud del llanto; se acusa de codiciar la gloria y la busca; polemiza sobre la castidad y mira con deshonestidad. Alaba a los seguidores de la soledad, mas permanece en el siglo.
Es su propio acusador, pero no toma conciencia, no puede decir “no puedo.”
4. Vi a muchos que, oyendo hablar sobre la muerte y el juicio final, lloraban; y mientras todavía derramaban lágrimas, corrían a comer. Y me maravilló ver cómo, a consecuencia de una profunda insensibilidad, esa tirana señora, la gula, puede prender al mismo llanto.
5. A pesar de mi poco saber, me parece haber descubierto las heridas que deja esta endurecida señora. Y si hay alguien que, ayudado por el Señor pueda curarlas, no dude en hacerlo. Porque yo confieso que sólo azotándola con dos látigos, uno el temor de Dios, y otro la infatigable oración, he logrado confesar mi flaqueza.
Y así esta tirana me ha dicho: “Mis aliados se ríen cuando ven los muertos, en la oración son duros como las piedras y están envueltos en tinieblas, y llegan a la sagrada mesa del altar como si fuesen a comer cualquier manjar. Cuando veo a alguien llorar, me burlo; de mi padre aprendí a matar los frutos de la generosidad. Soy madre de la risa, nodriza del sueño, amiga del hartazgo; el ser reprendida no me entristece, soy compañera inseparable de la falsa piedad.”
6. Espantado y asombrado por sus palabras, le pregunté el nombre de su padre: “No tengo un solo progenitor, sino que de muchos desciendo — me dijo — . El hartazgo me fortalece, el tiempo me hace crecer, los malos hábitos me afirman. Los que conservan estas costumbres no se librarán jamás de mí.”
Persevera con vigilias, medita sobre el juicio de Dios. Mira la ocasión en que nació en ti y pelea con esa madre. Entra donde están enterrados los muertos y ora, y lleva en tus ojos su imagen sin borrarla de tu memoria. Y si no dibujas con el duro pincel del ayuno, nunca vencerás.
Decimoctavo Escalón: del Sueño, de la Oración en Comunidad.
1. El sueño es el reparar las fuerzas de la naturaleza, es imagen de la muerte y descanso de los sentidos. El sueño es uno, pero tiene diversas razones. A veces procede de la naturaleza, otras del hartazgo, de la concuspicencia, y a veces también de los excesivos ayunos, pues la carne fatigada busca olvido en el sueño.
2. Así como los que beben mucho han de vencer poco a poco esta costumbre, lo mismo deben hacer los que acostumbran a dormir mucho. Por eso al entrar en la religión, los principiantes deben luchar contra esta pasión, pues es difícil curar tal hábito.
3. Prestemos atención, y notaremos que al oír la señal de la trompeta celestial llamando a las oraciones matinales, los monjes se reúnen visiblemente; pero los demonios se reúnen invisiblemente; algunos de ellos se colocan al lado de nuestra cama y nos incitan a reposar un poco más. “Espera — nos dicen — a que acaben y podrás ir a la iglesia.” Otros se ocupan de llenarnos de sueño cuando entramos en oración; otros nos traen dolores de estómago para distraernos; otros nos mueven a hablar en la iglesia; otros nos llenan de pensamientos vergonzosos; otros hacen que nos reclinemos contra la pared y a bostezar a menudo; otros nos mueven a risa en la oración; otros nos incitan a orar apresuradamente y otros a decirlas muy lentamente — no por devoción sino por el deleite que dan — , y pegándose a nuestra boca, de tal modo la cierran, que apenas la podemos abrir.
El que piensa que está en presencia de Dios y ora con verdadero sentimiento, se mantendrá inmóvil como una columna, y ninguno de los demonios de los que hemos hablado podrá escarnecerlo.
4. El verdadero obediente es ennoblecido por Dios cuando llega a la oración, y allí es maravillosamente consolado; antes de orar se prepara como un luchador para resistir pensamientos extraños, y en mérito a ello encendido y abrazado en Su amor.
5. A todos les es posible orar en comunidad; muchos prefieren hacerlo con un solo compañero animado del mismo espíritu, pero la oración solitaria es para muy pocos.
6. Cuando cantes en el coro te será imposible ofrecer una oración libre de otros pensamientos. Pero ocupa tu pensamiento en las palabras que se cantan y di una oración en espera del verso que sigue.
7. No mezcles el tiempo de la oración con otra ocupación. Da a cada cosa su tiempo. Esto es lo que el ángel enseñó al gran Antonio.
8. Como la fragua depura el oro, así la práctica de la oración descubre el celo y el amor de los monjes para con Dios.
Decimonoveno Escalón: de las Vigilias.
1. Entre los que se hallan cerca de los reyes de la tierra, están aquellos que no tienen más cargo que el de asistirles como principales; otros en cambio tienen un oficio, como el de portar insignias, escudo o espada.
Grande es la diferencia que hay entre unos y otros, ya que los primeros suelen ser parientes del rey, en tanto los segundos son siervos y ministros de su casa. Esto ocurre en casa de los reyes terrenales.
Ahora veamos la manera de comportarnos, ante nuestro Dios y nuestro Rey, en las oraciones y ejercicios espirituales que se celebran en la tarde y en la media noche.
Algunos se desembarazan de todo lo mundano y elevan las manos a Dios en perfecta oración, otros cantan salmos, otros se aplican a la lectura; otros, a causa de su debilidad se aplican a algún trabajo manual para luchar contra el sueño, otros hay que meditan sobre la muerte procurando así alcanzar el arrepentimiento.
De todos estos, los primeros y los últimos velan perseverantemente la noche entera como amigos de Dios; los segundos hacen lo que conviene a la vida monástica; los terceros son los que están en el grado más bajo, ya que Dios estima los servicios de acuerdo a la intención y fervor con que se le ofrecen.
2. El ojo que vela purifica el alma, la abundancia de sueño la embota.
3. El monje que vela es enemigo de la lujuria, mas el dormilón es su compañero.
4. Las vigilias apagan el llamado de la carne y libran de los sueños. El monje que vela, con los ojos llenos de lágrimas, con el corazón atento y en guardia, que examina los pensamientos y mantiene la palabra divina al calor de la meditación, mortifica y doma las pasiones, frena la lengua y aleja de sí las imágenes inútiles y vanas.
5. El monje que vela es un pescador de pensamientos; en la tranquilidad de la noche puede fácilmente examinarlos y juzgarlos.
6. El monje que ama a Dios, cuando suena la campana que llama a la oración dice: “¡Alegría, alegría!”; mas el negligente dice: “¡Ay de mí! ¡Ay de mí!”
7. Los preparativos de la mesa muestra quiénes son los golosos; el ejercicio de la oración muestra quiénes son los amadores de Dios. Los primeros se regocijan a la vista de los manjares, los segundos se ensombrecen.
8. El mucho dormir causa el olvido, la vigilia purifica la memoria.
9. Los labradores recogen sus riquezas de las eras; los monjes recogen las suyas de las oraciones de la tarde y de la noche, y de los ejercicios espirituales.
10. El sueño prolongado es un pesado compañero que nos roba la mitad de la vida, y a veces más.
11. El mal monje está siempre desvelado por las conversaciones; pero cuando llega la hora de la oración sus ojos se cierran.
12. El monje inconstante se distingue en el hablar; más cuando llega la hora de la lectura no puede mantener abiertos los ojos.
13. Al son de la trompeta final resucitarán los muertos; cuando suenan las palabras ociosas despiertan los que dormían.
14. El tirano del sueño es amigo traicionero, porque cuando ya hartos de él, se retira, somos presas del hambre y la sed.
15. El nos sugiere llevar trabajo manual a la oración, es su forma de impedir orar a los que velan.
16. Es el primer enemigo de los principiantes: o para volverlos negligentes o para abrir paso al espíritu de la fornicación.
17. Mientras no estemos libres de este enemigo, no dejemos de cantar en compañía, ya que nos avergonzaría dormir ante otros. El perro es enemigo de la liebre, y el orgullo lo es del sueño.
18. Cuando la jornada finaliza el comerciante se sienta y cuenta sus beneficios; lo mismo hace el buen monje al terminar el oficio de los salmos.
19. Después de la oración vigila, y verás cuadrillas de demonios, que por haber sido combatidos en la oración, nos asaltan luego con pensamientos e imágenes. Vela, pues, a fin de reconocer a los que en un instante nos pueden robar lo ganado en mucho tiempo. Así es como hacen andar a los monjes cual cangrejos, ya hacia adelante, ya hacia atrás.
20. Puede suceder que aún en sueños repitamos por costumbre los versos de los salmos; pero también es posible que los mismos demonios los provoquen, para que nos enorgullezcamos. Hay un tercer tipo de sueño, que yo no mencionaría si no me viera compelido a ello: el alma que medita continuamente la palabra del Señor, también en sueños la ejercita. Es una recompensa ya que evita imágenes y malos sueños.
Vigésimo Escalón: de la Pusilánime.
1. Los que se acogen a la vida monacal no suelen ser presa del temor; mas, los que moran en lugares apartados y solitarios, deben afanarse para que no se apodere de ellos ese necio temor, que es fruto de la vanagloria e hijo de la infidelidad.
2. El temor es una disposición pueril del alma que ya no es joven y que está llena de vanidad.
3. Temor es imaginar un peligro antes de que ocurra; es una pasión que entristece y desmaya nuestro corazón con la sospecha de los males que nos pueden acaecer, privándonos de toda confianza y seguridad.
4. El alma orgullosa es esclava del temor, ya que, plena de vanidosa confianza en sí misma, no merece el favor de Dios.
5. Los que lloran y los que se desesperan carecen de temor. Aquéllos porque conscientes de sus pecados, ya no prestan atención a temores; éstos porque, teniendo en cuenta los males presentes, no temen los futuros. Y es justo que así sea, ya que el Señor en su justicia abandona los orgullosos mientras ampara a los que se humillan.
6. Todos los pusilánimes son vanidosos, pues, en castigo de su soberbia, Dios permite que sean presa de esta vil pasión. Pero esto no significa que todos los que carecen de temor sean humildes, puesto que los ladrones y los violadores no son humildes y sin embargo carecen de temor.
7. No dudes en pasar de noche por lugares donde has sentido temor, pues si lo haces esta pasión se afirmará con la edad. Y cuando vayas, acorázate con la oración; y cuando llegues, levanta las manos y defiéndete con el nombre de Jesús, ya que no hay armas mejores en cielo y tierra. Ya libre de ese mal, alaba a Aquel que te ha liberado. Si tú eres agradecido, Él siempre te protegerá.
8. Así como uno no puede llenar su vientre con un solo bocado, así tampoco puede despedir de golpe ese temor. Cederá más rápidamente si grande es tu aflicción; el que más llora menos teme.
9. “Cuando el espíritu pasa delante de mí, se erizan los pelos de mi piel,” dice Elifas (Job 4), cuando describe los artificios de este demonio.
A veces el cuerpo, y otras veces la razón, se estremecen ante el temor. Si la razón se impone, cerca está la cura. Sólo si la contrición y el dolor por nuestros pecados es grande, estamos preparados para recibir los males que nos acaecen: entonces sí estamos libres en verdad de esta pasión.
10. No es la oscuridad ni la soledad la que arma a los demonios contra nosotros, sino la pobreza de nuestras almas.
11. A veces es Dios mismo quien nos procura esta flaqueza para aleccionarnos, ya que quien sirve al Señor sólo a Él teme. Y el que no teme es librado al miedo de su propia sombra.
12. Cuando un espíritu malo se presenta, el cuerpo se atemoriza; mas en presencia de un ángel bueno, se alegra el corazón de los humildes.
Así pues, reconozcamos esta presencia; recurramos a la plegaria, porque nuestro protector viene a orar con nosotros y a ayudarnos.
Vigésimo primer Escalón: de la Vanagloria en sus Múltiples Formas.
1. Algunos teólogos prefieren distinguir la vanagloria del orgullo, y le consagran un capítulo aparte. Ellos afirman que hay ocho vicios principales. Pero otros, entre ellos Gregorio el Teólogo, no describen más que siete.
Yo me inclino por estos, ya que ¿quién conserva el orgullo después de haber vencido la vanagloria?
La diferencia es la misma que existe entre un niño y un hombre; entre el trigo y el pan, porque la vanagloria es el principio y el orgullo el fin.
Es entonces la ocasión para hablar brevemente del comienzo y final de todos los vicios: la impía vanidad; ya que el que lo quiera tratar en extenso, se asemejará al que pretendiera pesar el viento.
2. La vanagloria es, en cuanto a su esencia, cambio del orden natural, corrupción de costumbres, descubridor de defectos ajenos: los orgullosos hacen estragos con sus “buenas obras” y acusan a los otros de defectos para engrandecerse ellos.
Según su calidad, la vanagloria es perversión del trabajo, pérdida de sudores, dispersión de tesoros, precursor de la soberbia, hija de la infidelidad, naufragio en el puerto, hormiga que, aunque pequeña, daña los frutos y el trabajo del labrador. Como la hormiga aguarda a que el trigo esté en el granero, así la vanagloria espera a que el hombre acopie riquezas espirituales. Aquélla goza hurtando, ésta destruyendo.
3. El espíritu de la desesperación se alegra cuando ve multiplicarse los vicios, y la vanagloria cuando ve crecer las virtudes; las múltiples llagas permiten la entrada a la primera, y la riqueza de nuestros trabajos introducen a la segunda.
4. Mira atentamente y verás que esta peste no deja al hombre sino hasta su muerte; la encuentras en sus vestiduras, en sus perfumes, en su ostentación y en todas sus cosas.
5. Como el sol que brilla para todos por igual, así la vanagloria se regocija en todas nuestras actividades. Por ejemplo: si ayuno me alabo, y cuando suspendo el ayuno, para que no me señalen, pondero mi prudencia. Si visto bien me lleno de orgullo, si me visto mal exalto la pobreza de mis vestiduras. Cuando hablo, ella me domina, y lo hace también si callo. Es como un abrojo, de cualquier forma que le tome para librarme de él, siempre me punzará.
6. El vanidoso es adorador de ídolos; aparenta honrar a Dios, pero lo que busca es complacer a los hombres, y no a Dios.
7. Todo amigo de la ostentación es vanidoso, su ayuno no tendrá recompensa ni su oración fruto, ya que lo hace por contentar a los hombres.
8. El monje vanidoso se perjudica dos veces: mortifica su cuerpo con trabajos, y no recibe recompensa.
9. Quién no observará al siervo de la vanagloria durante los cánticos, si, movido por ella unas veces ríe y otras llora.
10. Dios esconde algunas veces a nuestros ojos las virtudes que poseemos. Pero ese que nos halaga, o mejor dicho nos engaña, abre nuestros ojos con sus alabanzas, y abiertos éstos, nuestro tesoro se disipa.
11. El lisonjero es un servidor de los demonios, introductor del orgullo, destructor de la compunción, ruina de las virtudes, guía ciego; porque como dijo el Profeta Isaías:
“Los que te llaman bienaventurado son los que te engañan.”
12. Un espíritu elevado soporta con coraje y alegría las injurias, y puede llegar a ser santo y elegido si huye de las alabanzas.
13. He visto hombres llorar por sus pecados e inflamarse de cólera al sentirse elogiados, y así cambiar una pasión por otra.
14. “Nadie conoce los pensamientos de un hombre sino su propio espíritu, que está dentro de él” — dice la Biblia-. Por esto avergüéncense y enmudezcan los que son llamados bienaventurados.
15. Si tu prójimo o tu amigo te critica, estando tú presente o no, es el momento de mostrarte caritativo y alabarlo.
16. Es un gran mérito sacudirse las alabanzas de los hombres, pero es mayor cuando rechazamos las de los demonios que solapadamente intentan hacernos ereer que somos algo.
17. No es humilde el que se desprecia a sí mismo y hace gala de humildad -porque ¿quién no se soporta a sí mismo? — sino aquel que a pesar de ser maltratado e injuriado guarda caridad hacia los demás.
18. Cierta vez noté que el demonio de la vanidad reveló a un monje los malos pensamientos con que había hecho prisionero a otro, para que éste, por boca del otro, oyendo lo que pasaba en su corazón, lo tuviera por profeta y lo alabase. Este es un espíritu tan poderoso que hasta puede imprimir movimiento a nuestros miembros.
19. No prestes oídos cuando este enemigo te sugiera aceptes un obispado, magisterio o doctorado, ya que es difícil ahuyentar al perro del patio del carnicero.
Vigésimo Segundo Escalón: del Orgullo.
1. El orgullo es una negación de Dios, una invención de los demonios, el desprecio de los hombres, la madre del enjuiciamiento al prójimo, el rechazo de las alabanzas, un indicio de esterilidad, el alejamiento de la ayuda divina, el precursor del desorden del espíritu, el agente de las caídas, una disposición a la epilepsia, la fuente de la cólera, la entrada a la hipocresía, el apoyo de los demonios, el guardián de los pecados, el agente de la ausencia de misericordia, la ignorancia de la compasión, un inquisidor amargo, un juez inhumano, un adversario de Dios, la raíz de la blasfemia.
2. El comienzo del orgullo es la vanagloria consumada; su estado intermedio es el desprecio por el prójimo, la impúdica ostentación de sus propios trabajos, la complacencia en la alabanzas, el odio a los reproches; y la consumación es el renunciamiento a la ayuda divina, la exaltación de sus’ propios esfuerzos. Todas ellas son costumbres diabólicas.
3. Los que no queremos caer en esta fosa, escuchemos esto: a menudo, esta pasión encuentra su alimento en la acción de gracias, pues desde el principio posee la desvergüenza de aconsejarnos negar a Dios. Vi personas que, con la boca, daban gracias a Dios, pero interiormente se glorificaban a sí mismas. Tenemos un testimonio de ello en el fariseo que decía solamente con palabras: “Oh Dios, te doy gracias” (Lc 18:11).
4. Allí donde sobrevino una caída, el orgullo ya se había dirigido, pues uno es índice del otro.
5. Un hombre venerable me dijo: “Supongamos que existieran doce pasiones deshonrosas; si amas una de ellas — y me refiero al orgullo — deliberadamente, ocupará el lugar de las otras once.”
6. El monje soberbio contradice con vehemencia; pero el humilde ni siquiera se opone con la mirada.
7. El ciprés no se inclina hacia el suelo para que sus ramas corran por él; el monje con el corazón soberbio no lo hace más para adquirir obediencia.
8. El hombre de corazón soberbio tiene sed de mando; de otra manera, en efecto, no puede, o mejor aún, no quiere, perderse a sí mismo enteramente.
9. “Dios resiste a los orgullosos” (St 4:6), ¿Quién, pues, podría tenerles piedad? “Yahvé abomina al de corazón altivo” (Pr 16:5). ¿Quién podría volver puro a un hombre semejante?
10. Lo que corrige a los orgullosos es la caída; quien los aguijonea es un demonio; el efecto de esa actitud hacia Dios es el desorden espiritual. En los dos primeros casos, a menudo el hombre puede ser curado por hombres; pero el último es humanamente incurable.
11. Aquel que rechaza la reprimenda manifiesta su pasión; quien la acepta se libera de esa atadura.
12. Si esta única pasión, sin el concurso de ninguna otra, pudo hacer caer del cielo, podemos preguntarnos si no sería posible ascender al cielo, por medio de la humildad solamente, sin la ayuda de ninguna otra virtud.
13. El orgullo es la pérdida de todas nuestras riquezas y de todos nuestros afanes. “Claman, mas no hay salvador” (Sal 17:42), sin ninguna duda porque lo hicieron con orgullo. “Se volvieron hacia el Señor, pero él no los escuchó” (íbid.), seguramente porque no cortan de raíz las faltas contra las cuales imploran auxilio.
14. Un anciano dotado de un gran conocimiento espiritual reprendió a un hermano orgulloso; pero éste, en su ceguera, le respondió: “Perdóname, Padre, no soy orgulloso.” El tan sabio anciano le dijo: “¿Qué mejor indicio de esta pasión podías darnos mi pequeño, que responder: “No soy orgulloso’?”
15. A tales hombres conviene enteramente la práctica de la sumisión, una vida más rigurosa y más humillante y la lectura de tratados de virtud sobrenatural de los Padres. Pero, incluso entonces, sólo existirá una pequeña esperanza de salvación para esos enfermos.
16. Es ridículo enorgullecerse de un adorno prestado; pero la locura máxima es hacer ostentación de los dones de Dios. ¡Enorgullécete solamente de las ventajas que poseías antes de nacer! Pero todo aquello que te acaeció después de tu nacimiento, incluso tu mismo nacimiento, te lo ha dado Dios. Solamente te pertenecen las virtudes que alcanzaste sin la ayuda de tu intelecto. Pero tu intelecto te lo ha dado Dios. Todas las victorias que ganaste sin la cooperación de tu cuerpo, solamente ésas son el resultado de tus esfuerzos. Pero tu propio cuerpo es obra de Dios y no tuya.
17. No estés tranquilo antes de haber recibido tu sentencia, pensando en el invitado que ha entrado ya en la sala de bodas, y échalo a las tinieblas exteriores, atado de pies y manos (cf. Mt 22:13).
18. ¡No levantes altivo la cabeza, tú que eres tierra! Pues muchos que eran santos e inmateriales fueron expulsados del cielo.
19. Cuando el demonio ocupa su lugar en aquellos que trabajan para sí, se les aparece tanto durante el sueño, como cuando están despiertos, bajo la apariencia de un ángel santo o de algún mártir y les revela misterios o los gratifica con carismas para que estos desdichados, seducidos de esta manera, pierdan completamente la razón.
20. Incluso si miles de personas murieran por Cristo, no podríamos pagar toda nuestra deuda. Pues una es la sangre de El y otra la sangre de los servidores; quiero decir en cuanto a la dignidad, no en cuanto a la sustancia.
21 Constantemente debemos escrutar y examinar la vida de los Padres, esos iluminados que nos precedieron; y descubriremos que no seguimos de ninguna manera las huellas de su manera de vivir tan rigurosa, y que no mantuvimos con santidad la profesión monástica, sino que continuarnos llevando una vida completamente mundana.
El monje verdadero es un ojo interior al que nada distrae, cuyos sentidos corporales están inmóviles.
El monje es quien llama a sus enemigos al combate como bestias salvajes y quien los provoca cuando huyen.
El monje es quien se encuentra continuamente fuera de sí mismo y se entristece por permanecer en la vida.
Para el monje, las virtudes llegan a ser tan naturales como para otro los placeres.
Al monje, una luz indefectible le ilumina el ojo del corazón.
El monje es quien sumergió y ahogó cualquier espíritu malvado en el abismo de la humildad.
22. Olvidar nuestras faltas es obra del orgullo; en efecto, su recuerdo procura humildad.
23. El orgullo es una pobreza extrema del alma que imagina que es rica y toma las tinieblas por luz. Esta pasión impura no sólo traba cualquier progreso, sino incluso nos precipita desde las alturas de la virtud.
24. El orgulloso es una granada que está podrida en su interior, aunque reluce exteriormente de belleza.
25. El monje orgulloso no necesita del demonio; él ha llegado a ser para sí mismo un demonio y un enemigo.
26. Las tinieblas no son compatibles con la luz y el orgullo no puede conciliarse con las virtudes.
27. En el corazón de los orgullosos germinan palabras de blasfemia, pero en el alma de los humildes se alzan contemplaciones celestiales.
28. El ladrón se oculta del sol y el orgulloso desprecia a los mansos.
29. La mayor parte de los orgullosos, y no sé cómo se hace esto, se ignoran a sí mismos y creen que han llegado a ser impasibles; sólo a la hora de la muerte descubren su pobreza.
30. Quien ha sido capturado por el orgullo necesita ayuda de Dios, pues “vano es el socorro del hombre” (Sal 107:13).
31. Sorprendí a ese seductor insensato, cuando acababa de penetrar en mi corazón, llevado sobre la espalda de su madre, la vanagloria. Luego de haberlos encadenado con las ataduras de la obediencia y flagelado con el látigo de la humildad, les pregunté cómo habían penetrado en mí. Por medio del látigo obtuve de ellos esta respuesta: “No tenemos ni comienzo ni nacimiento; somos, efectivamente, el principio y la generación de todas las pasiones. La contrición del corazón, fruto de la obediencia, es nuestro enemigo declarado; no podemos soportar que alguien, no importa quién, nos dé órdenes; por eso, caímos del cielo aunque ejercíamos nuestra autoridad en él.
En una palabra, somos los creadores de todo lo que se opone a la humildad; pues todo lo que la favorece a ella está en contra de nosotros. Si incluso en el cielo teníamos tanto poder, ¿a dónde podrías huir de nuestra presencia? Acompañamos a menudo, en los que están humillados, la obediencia, la ausencia de cólera, la mansedumbre y el servicio al prójimo. Nuestros vástagos son los pecados de los hombres espirituales: la cólera, la maledicencia, la acritud, el rencor, la irascibilidad, los gritos, las blasfemias, la hipocresía, el odio, la envidia, el hábito de manejarse a sí mismo, la contradicción, la desobediencia.
Sólo existe una cosa contra la cual no podemos emprender nada y te la decimos, presionados por tus golpes: si no cesas de reprenderte sinceramente ante el Señor, nos encontrarás tan débiles como una tela de araña. Pues, tú lo ves, el caballo del orgullo es la vanagloria; está montado sobre ella. Pero la santa humildad y la reprobación de sí mismo se burlan tanto del caballo como del jinete, cantando alegremente el himno de la victoria: ‘Canto a Yahvé pues se cubrió de gloria arrojando en el mar caballo y carro’ (Ex 15, 1), en el abismo de la humildad.”
Quien supere, si es posible superarlo, el vigésimo segundo escalón estará lleno de fuerza.
Vigésimo tercer Escalón: de las Blasfemias.
1. De lo anterior aprendimos que de una raíz y una madre funestas, surge un retoño más funesto todavía; quiero decir que la blasfemia es engendrada por el orgullo impuro. Es necesario encaminarlo hacia la luz, pues no es un agresor corriente, sino el más cruel de nuestros adversarios y de nuestros enemigos. Y lo peor es que es difícil formular, reconocer o confesar estos pensamientos ante un médico espiritual. Por eso, esta enfermedad nefasta ha llevado a muchos al desaliento y a la desesperación, aniquilando toda esperanza.
2. Incluso a la hora indudable de los misterios, este vil enemigo se complace en blasfemar contra el Señor y los hechos santos que se llevan a cabo. Esto demuestra claramente que no es nuestra alma la que pronuncia esas palabras incalificables, impías e incomprensibles, sino ese demonio enemigo de Dios que desertó del cielo por haber proferido allí también, parece, blasfemias contra el Señor. Pues, si esas palabras irrespetuosas e inconvenientes provinieran verdaderamente de mí, ¿cómo podría adorar el don que recibo? ¿Cómo podría bendecir y maldecir al mismo tiempo?
3. Ese engañador, ese corruptor de almas condujo, a menudo, al desorden espiritual. Ningún otro pensamiento es tan difícil de confesar como éste. Algunos lo dejan envejecer con ellos. Pero nada le otorga más poder contra nosotros al demonio y a esos pensamientos que alimentarlos y ocultarlos en nuestro corazón sin confesarlos.
4. Nadie piense que es la causa de pensamientos blasfemos, pues el Señor conoce el secreto de los corazones y sabe que esas palabras y esas ideas no provienen de nosotros sino de nuestros enemigos.
5. La ebriedad hace titubear y el orgullo es la causa de pensamientos inconvenientes. El ebrio no se censurará por titubear, pero será castigado ciertamente por haberse embriagado.
6. En el momento de la oración, estos pensamientos impuros e incalificables nos asaltan; pero si perseveramos hasta el fin en la oración, se retiran inmediatamente, pues no acostumbran combatir con aquellos que se les resisten.
7. Este enemigo impío no se contenta con blasfemar contra Dios y contra todas las cosas divinas, sino que incluso profiere en nuestro espíritu las palabras más vergonzosas e indecentes, para hacernos abandonar la oración o ceder a la desesperanza. Separó a muchos de la oración y a muchos alejó de los misterios.
8. Este tirano cruel e inhumano destruyó por medio del disgusto los cuerpos de ciertas personas y a otros los consumió a través del ayuno, sin darles ninguna tregua. Actuó de tal manera no sólo con los seglares, sino también con hombres que llevaban una vida monástica, sugiriéndoles que no había para ellos ninguna esperanza de salvación y persuadiéndolos de que se encontraban en un estado más lastimoso y más miserable que el de los infieles y los paganos.
9. Quien se encuentra atormentado por el espíritu de blasfemia y quiere librarse de él, debe comprender que su alma no es la fuente de tales pensamientos, sino que provienen del demonio impuro que un día le dijo al Señor: “Todo esto te daré, si postrándote me adoras” (Mt 4:9). Así, pues, llegado el momento, despreciémoslo y digámosle, sin prestar ninguna atención a sus sugestiones: “Apártate, Satanás, porque está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a Él darás culto” (Mt 4:10). Tu trabajo y tus conversaciones se volverán contra ti y tus blasfemias caerán sobre tu cabeza (cf. Sal 7:17), desde ahora y en el mundo que vendrá. Amén.
10. Quien quiere combatir de otra manera al demonio de la blasfemia, se asemeja a un hombre que intenta retener un relámpago en sus manos. En efecto, ¿cómo asir, o contradecir, o combatir lo que penetra violenta y repentinamente en el corazón, como el viento y más rápido que un relámpago profiere palabras y se desvanece inmediatamente? Todos los otros enemigos hacen un alto, combaten, se demoran y le dejan tiempo a aquel que lucha contra ellos. Pero no éste: apenas aparece, ya se marchó; acaba de pronunciar una palabra y ya no está más allí.
11. A este demonio le agrada, a menudo, atormentar el espíritu de las personas simples y sin malicia; ya que se trastornan y se perturban más que con otros. Podemos asegurarle a esas personas que todo esto les ocurre, no a causa de su orgullo sino de la envidia de los demonios.
12. Dejemos de juzgar y de condenar a nuestro prójimo y no temeremos más los pensamientos blasfemos; pues el primer vicio es la causa y la raíz del segundo.
13. Quien se encuentra encerrado en su casa escucha las palabras de los que pasan sin intervenir en su conversación; de la misma manera, el alma recogida en sí misma, al escuchar las blasfemias del demonio se perturba por lo que dice el demonio al pasar a través de ella.
14. Quien desprecia a este enemigo se liberó de la pasión (de la blasfemia). Pero quien pretende combatirlo de otra manera, terminará ciertamente por dejarse dominar. Quien quiere oponerse a los espíritus con palabras se parece al que pretende poner el viento bajo llave.
15. Un monje ferviente que estaba atormentado por este demonio consumió su carne durante veinte años con ayunos y vigilias. Pero no obtuvo de ello ningún beneficio. Entonces, escribió su tentación en una esquela, fue a encontrar a un hombre santo, se la entregó y se prosternó con la cara hacia la tierra, sin osar elevar sus ojos hacia él. El anciano, habiendo leído la carta, sonrió y, levantando al hermano, le dijo: “Pon tu mano en mi cuello, hijo mío.” El hermano lo hizo y el gran anciano agregó: “Que este pecado esté en mi cuello tanto tiempo como el que te atormentó o podría todavía hacerlo; pero tú, desde ahora, no tendrás ninguna preocupación.” Y este hermano me aseguró que incluso antes de dejar la celda del anciano, su pasión había desaparecido. El mismo que había experimentado esta tentación me lo contó, dándole gracias a Dios.
Quien obtuvo una victoria sobre esta pasión, se desembarazó del orgullo.
Vigésimo Cuarto Escalón: de la Simplicidad.
1. La luz de la aurora precede al sol y la antesala de toda humildad es la dulzura. Escuchemos, pues, a la luz decirnos en qué orden los dispuso: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11:29). También, antes de contemplar el sol, debemos ser iluminados por la aurora; entonces, podemos sostener la vista del sol. Pues es imposible, completamente imposible, mirar el sol antes de conocer primero esta luz, como nos lo enseña el lugar respectivo de cada una de las dos virtudes, en la Palabra del Señor.
2. La dulzura es un estado inmutable del intelecto, que permanece siempre igual tanto en los honores como en las humillaciones.
3. Cuando estamos atormentados por el prójimo, la dulzura nos hace rezar por él sin ser sensibles y sinceramente.
4. La dulzura es una roca que domina el mar de la irascibilidad y contra la cual se estrellan todas las olas que rompen allí, sin que ella se conmueva jamás.
5. La dulzura es el sostén de la paciencia; la entrada, o mejor, la madre, de la caridad, el fundamento de la discreción; en efecto, está escrito: “Conduce en la justicia a los humildes” (Sal 24:9). Procura el perdón de los pecados, da confianza en la oración, es la residencia del Espíritu Santo: “¿En quién voy a fijarme? En el dulce y humilde” (Is 66:2).
6. La dulzura es la colaboradora de la obediencia, es la guía de la comunidad fraterna, el freno del furioso, el obstáculo del colérico, una fuente de alegría, la imitación de Cristo, una cualidad propia de los ángeles, la traba de los demonios, un escudo contra la amargura.
7. En los corazones dulces reposa el Señor; pero el alma agitada es el asiento del diablo.
8. Los mansos recibirán en herencia la tierra (cf. Mt 5:4) o mejor aún, dominarán sobre ella; pero los hombres violentos serán expulsados de su tierra.
9. Un alma dulce es el trono de la simplicidad; el espíritu colérico produce la maldad.
10. El alma apacible está plena de palabras de sabiduría pues “conduce en la justicia a los humildes” o, mejor, en el discernimiento.
11. El alma recta es la compañera de la humildad; el alma llena de maldad es hija del orgullo.
12. El alma de los mansos está plena de ciencia; el espíritu colérico habita entre las tinieblas y la ignorancia.
13. Un hombre encolerizado y un bribón se encontraron; era imposible descubrir una palabra sincera en su conversación. Si pusieras al desnudo el corazón del primero, encontrarías en él la locura; mira en el alma del segundo y verás allí la maldad.
14. La simplicidad es un hábito del alma que excluye todo artificio y la inmuniza contra la malevolencia.
15. La ausencia de malicia es un estado feliz del alma exenta de toda segunda intención.
16. La primera prerrogativa de la infancia es una simplicidad exenta de artificio; en todo el tiempo que la conservó, Adán no vio la desnudez de su alma y la indecencia de su carne.
17. Bella y bienaventurada es la simplicidad que algunos poseen por naturaleza, pero lo es menos que aquella que, a fuerza de penas y sudores, pudo injertarse sobre un tallo perjudicial. La primera está al abrigo de muchos artificios y pasiones; pero la segunda procura una humildad muy profunda y una extrema dulzura. La primera casi no merece recompensa; pero la de la segunda, será infinita.
18. Todos los que deseamos conseguir el favor del Señor, acerquémonos a Él como discípulo del maestro, con toda simplicidad, sin hipocresía, sin maldad ni artificio ni complicaciones. En efecto, Él mismo es simple y sin complejidad y quiere que las almas que se le acercan sean simples e inocentes. Pues la simplicidad no se encontrará jamás separada de la humildad.
19. El malo es un falso vidente que cree poder sorprender las intenciones ocultas en las palabras y las disposiciones del corazón a través de las actitudes exteriores.
20. He observado que algunas almas rectas aprendieron maldad al estar en contacto con los malvados y me sorprendía que pudieran perder tan rápidamente su propiedad natural y su excelencia. Pero a esas almas les resulta tan fácil perder la gracia como a las malvadas les resulta difícil corregirse. Sin embargo, el verdadero exilio, la obediencia y el prestar atención a las palabras, a menudo tienen una gran eficacia y curan maravillosamente a los incurables.
21. Si la ciencia ensoberbece en la mayoría de los casos (cf. 1 Co 8:1), la falta de instrucción y la ignorancia ¿no podrían, a la inversa, traer aparejada la humildad? Sin embargo, algunos, aunque escasos, se enorgullecen de su ausencia de saber.
22. Pablo, el Simple, tres veces bendito, es un ejemplo sorprendente y un modelo perfecto de la bienaventurada simplicidad. Absolutamente nadie vio jamás tal progreso en tan poco tiempo ni tuvo conocimiento de ello ni podrá verlo jamás.
23. El monje con el corazón simple es una bestia de carga que razona y que descarga el fardo sobre su conductor. Un animal no resiste a aquel que lo ata; un alma recta obra de la misma manera con su superior: lo sigue dócilmente adonde quiere conducirla; aunque la enviara al matadero, no sabría resistir.
24. La ausencia de maldad es la pureza natural de un alma que se comporta en toda ocasión según el modo como fue creada.
25. La rectitud es un pensamiento sin complicaciones, un carácter leal, un lenguaje franco y sin disfraz.
26. Dios es Amor y también Rectitud. Por eso, al dirigirse al corazón puro, el sabio dice, en el Cantar de los Cantares: “¡Con qué razón eres amado!” (Ct 1:4); y David afirma también: “Bueno y recto es Yahvé” (Sal 24:8); y de aquellos que llevan su nombre, dice que serán salvados: “Es el salvador de los de recto corazón” (Sal 7:11). E incluso: “Es justo Yahvé y lo justo ama y los rectos contemplarán su rostro” (Sal 11:7).
27. La malignidad es una perversión de la rectitud, un pensamiento tortuoso, una falsa complacencia, falsos juramentos, palabras capciosas, un corazón impenetrable, un abismo de artificio, la mentira convertida en hábito, el orgullo que ha llegado a ser natural, un enemigo de la humildad, una simulación de la penitencia, repulsión por la compunción, odio por la confesión, atadura a su propio sentido, una fuente de caídas, lo opuesto a la elevación, una sonrisa burlona ante las ofensas, una gravedad simulada, una falsa piedad, una vida diabólica.
28. El hombre malo es semejante al Diablo y es su amigo; el Señor nos enseñó a llamar al Diablo así, como dijo el evangelista (Mt 6:13): “Líbranos del mal” (o del Malo).
29. La malignidad es una ciencia diabólica o mejor aún una perversión que, como no posee la verdad, espera engañar a todo el mundo.
30. La hipocresía es una contradicción entre la actitud del cuerpo y la del alma, plena de todo tipo de pensamiento con doble intención.
31. Huyamos del precipicio de la hipocresía y del abismo de la duplicidad, escuchando estas palabras: “Serán extirpados los malvados” (Sal 36:9). “Pues aridecen presto como el heno, cual la hierba tierna se marchitan” (Sal 36:2), ya que de tal naturaleza son los pastos de los demonios.
32. Es difícil para los ricos entrar en el Reino (cf. Mt 9:23) y es igualmente difícil para los sabios entrar en la simplicidad.
33. A menudo una caída vuelve sensatos a los débiles, confiriéndoles, a pesar de sí mismos, ausencia de malicia y salvación.
34. Esfuérzate por perder tu propia sabiduría; al hacerlo encontrarás la salvación y el camino directo hacia Jesús, Nuestro Señor. Amén.
Vigésimo Quinto Escalón: de la Humildad.
1. Quien quiere describir, por medio de palabras, el sentimiento y la operación del amor del Señor de una manera clara, la santa humildad de forma apropiada, la bienaventurada pureza con veracidad, la iluminación divina con claridad, el temor de Dios sin mentiras, la certeza íntima del corazón sin error; quien se imagina que la explicación de cosas de esta naturaleza puede instruir a aquellos que no tuvieron jamás esta experiencia, parece un hombre que quiere, por medio de palabras y de comparaciones, hacer conocer la dulzura de la miel a quien jamás la ha gustado. El segundo habla en vano, por no decir parlotea; y el primero da la impresión de no saber de qué habla o bien de haber llegado a ser juguete de la vanagloria.
2. Este escalón nos presenta un tesoro encerrado para que podamos reconocer su valor en vasos de arcilla, es decir, en nuestro cuerpo. Ningún discurso puede hacer conocer sus cualidades. La inscripción misma que lleva en la parte de arriba no puede ser asida y les da un trabajo inmenso y sin fin a aquellos que intentan explicarlo con la ayuda de palabras.
Ésta es la inscripción: “La santa humildad.”
3. Que todos aquellos que son conducidos por el Espíritu de Dios, se unan a nosotros en este consejo espiritual y pleno de sabiduría, que tiene en sus manos espirituales las tablas de la ciencia grabadas por Dios mismo. Nosotros estamos reunidos; juntos buscamos y escrutamos trabajosamente el sentido de esta preciosa inscripción. Uno dijo: “Es el constante olvido de las virtudes adquiridas.” Otro: “Es estimarse como el último de los más grandes pecadores.” Y otro: “Es reconocer en su espíritu su propia debilidad y su propia impotencia.” Incluso otro: “En las disputas, es adelantarse al prójimo poniendo primero fin a la cólera.” Otro: “Es el reconocimiento de la gracia divina y de la divina misericordia.” Otro todavía: “Es el sentimiento de un alma contrita y la renuncia a su propia voluntad.” Pero yo, después de haber escuchado todo esto y después de haber reflexionado con circunspección y en calma, descubrí que no había sido posible, para mí, aprender a sentir esta virtud bienaventurada escuchando hablar de ella. Por eso, a lo último de todo, habiendo recogido lo que caía de los labios de esos padres bienaventurados y dotados de conocimientos, como un perro que recoge las migajas que caen de la mesa, di esta definición: “La humildad es una gracia inefable en el alma, cuyo nombre sólo es conocido por aquellos que lo aprendieron a través de la experiencia. Es una riqueza indecible, un nombre del mismo Dios y un don que proviene de Él, pues ha dicho: Aprended, no de un ángel, ni de un hombre, sino de mí, es decir, de mí que estoy y permanezco en vosotros con mi luz y mi gracia, pues soy manso y humilde de corazón, de pensamientos y de espíritu; así hallaréis descanso para vuestras almas” (Mt 11:29).
4. El aspecto de esta santa viña es uno durante el invierno de las pasiones; otro, en la primavera, cuando se forman los frutos; y todavía otro, en el tiempo de la cosecha de las virtudes. Y, sin embargo, todas estas frases concurren a una única alegría y a una única fructificación; por eso, cada uno, a su manera, posee signos y presagios seguros de los frutos que vendrán. En efecto, desde que empieza a florecer en nosotros el racimo de la santa humildad, comenzamos a odiar, no sin trabajo, toda gloria y toda alabanza humana y a desterrar de nuestra alma la irritación y la cólera. A medida que esta reina de las virtudes progresa en nuestra alma y crece espiritualmente, comenzamos a considerar como nada, o mejor aún, como una abominación, todo el bien que hemos llevado a cabo, y estimamos que nuestra culpa se agranda al dilapidar nuestros bienes sin saberlo; en cuanto a la abundancia de la gracias divinas que nos son otorgadas, consideramos que agravan nuestro castigo, pues no somos dignos de ellas. Nuestro espíritu permanece exento de todo pillaje, pues descansa en lugar seguro en el cofre de la modestia; escucha sólo los golpes y las bromas de los ladrones, sin poder ser ofendido por ellos de ninguna manera, pues la modestia es un asilo inviolable.
5. Nos aventuramos a disertar en pocas palabras sobre el florecimiento y el rápido crecimiento de este fruto inmarchitable. Pero ¿cuál es la perfecta recompensa de esta virtud santa? Pregúntenle al Señor mismo, ustedes, los familiares del Señor. Es imposible apreciar la cantidad de esta santa riqueza, más imposible todavía expresar su calidad. Intentaremos, sin embargo, decir lo que llega a nuestro espíritu sobre estas propiedades.
6. El arrepentimiento trabajoso, la aflicción que purifica de toda mancha y la santa humildad de los principiantes son tan diferentes una de otra como la levadura y la harina, del pan. El alma es triturada y refinada por el verdadero arrepentimiento; por medio del agua de una aflicción sincera, es conducida a una unión cierta con Dios y amasada, por así decir, con Él; sometida, luego, a la acción del fuego del Señor, llega a ser pan, y la santa humildad toma consistencia exenta de la levadura del orgullo. También, cuando esta santa cuerda de tres hebras, o mejor aún este arco iris, se resuelve en una sola entidad, que tiene una misma fuerza y una misma operación, adquiere caracteres y cualidades propias, y lo que designas como el signo de uno de sus elementos, es también la marca de los otros. Intentaré confirmar lo que acabo de decir a través de una breve demostración.
7. La primera y más eminente propiedad de esta excelente y admirable trinidad es la aceptación, plena de alegría, de la humillación, que el alma recibe y acoge, con las manos extendidas, como un remedio que alivia y cauteriza sus enfermedades y sus faltas graves. La segunda propiedad es la pérdida de toda irritabilidad y la modestia que acompaña a este apaciguamiento. El tercer grado, el más elevado, es una sincera desconfianza de lo que se posee de bueno y el continuo deseo de instruirse.
8. “El fin de la Ley y de los profetas es Cristo para justificación de todo creyente” (Rm 10:4). Y el fin de las pasiones impuras es la vanagloria y el orgullo para cualquiera que no esté atento. Pero esta cierva espiritual (cf. Sal 41:2) es la destructora de ellos y mantiene invulnerable de todo veneno mortal a aquel que la tomó por compañera. ¿Puede aparecer el veneno de la hipocresía en la humildad? ¿Y el veneno de la detracción? ¿Cómo una serpiente hará en ella su nido para ocultarse en él? ¿No será que ha sido sacada del corazón, a la vista de todos, para que muera y sea aniquilada? En aquel que tiene humildad, jamás se da ninguna apariencia de odio, ningún indicio de contradicción, ninguna veleidad de desobediencia, excepto si la fe está en duda.
9. Quien la tomó por esposa es dulce, inteligente, pleno de compunción, compasivo con todos, apacible, radiante de alegría, dócil, vigilante, activo y, para decir todo, impasible, pues “en nuestra humillación se acordó de nosotros y nos libró de nuestros adversarios” (Sal 135:23-24), de nuestras pasiones y de nuestras manchas.
10. El monje humilde no se introduce en los secretos inefables; por el contrario, el orgulloso quiere penetrar en los juicios de Dios.
11. Los demonios se aparecieron visiblemente a uno de los hermanos más dotados de conocimiento y le dirigieron alabanzas. Pero este hombre y sabio les dijo: “Si dejan de alabarme por los pensamientos de mi corazón, cuando partan, llegaré a la conclusión de que soy grande; pero si continúan alabándome, su propia alabanza me hará tomar conciencia de mi impureza, pues ‘Yahvé abomina al de corazón altivo’ (Pr 16:5). Váyanse, pues, y yo llegaré a ser grande; o bien diríjanme alabanzas y, gracias a ustedes, obtendré una humildad más grande.” Sacudidos de estupor por este discurso embarazoso, desaparecieron inmediatamente.
12. Que tu alma no sea para esta agua vivificante una cisterna, por momentos, desbordante, y por momentos, seca, por el calor abrasador de la gloria y la elevación; pero que llegue a ser una fuente de impasibilidad de donde brote siempre el río de la pobreza.
13. Debe saber, amigo, que los valles producen abundancia de trigo y de frutos espirituales. El valle es el alma que permanece humilde entre las montañas, es decir, entre las virtudes espirituales, sin orgullo e inquebrantable.
14. No fue dicho: “Hice ayuno,” “Hice vigilia” o “Dormí sobre la tierra desnuda,” sino “Estaba yo postrado y el Señor me salvó” (Sal 114:6).
15. El arrepentimiento eleva, la aflicción golpea a la puerta del cielo y la santa humildad la abre. Proclamo y venero la trinidad en la unidad y la unidad en la trinidad.
16. El sol ilumina todo lo que vemos y la humildad fortifica todo lo que la razón nos incita a hacer. En ausencia de la luz todo está oscuro; donde falta la humildad, todo lo que poseemos se marchita.
17. En toda la creación, sólo uno es el lugar que vio el sol una sola vez; y uno solo, a menudo, el pensamiento que engendró la humildad. Uno solo fue el día en que el mundo se regocijó de alegría; y esta virtud es la única que permanece inimitable para los demonios.
18. Una cosa es ensalzarse; otra, no ensalzarse y otra, humillarse. En el primer caso se juzga cada día a los otros; en el segundo no se juzga a los otros ni se condena a uno mismo; en el tercero, uno se condena a sí mismo, aunque sea inocente.
19. Una cosa es ser humilde; otra esforzarse por llegar a serlo, y otra, alabar a aquel que es humilde. Los perfectos están en el primer caso; al segundo pertenecen los verdaderos obedientes, y al tercero, todos los fieles.
20. Si alguien se humilló en su corazón, sus labios no dejarán escapar palabras orgullosas; pues la puerta no puede dar paso a lo que el tesoro no guarda.
21. Cuando el caballo está solo, a menudo se imagina que galopa; pero cuando corre con otros, descubre su lentitud.
22. Cuando nuestro pensamiento no se eleva más hacia los dones naturales, comienza a recobrar la salud. Pero mientras sienta la hediondez, no podrá percibir el agradable olor del perfume.
23. Mi amado, — dice la santa humildad —, no censurará, no juzgará, no será autoritario, no hará ostentación de su sabiduría, hasta que esté unido a mí. Después de nuestra unión, ninguna ley nos será impuesta (cf. 1 Tm 1:9).
24. Los demonios malvados sembraron alabanzas en el corazón de un asceta que se esforzaba por adquirir la bienaventurada humildad; pero gracias a una inspiración divina, encontró el medio de vencer la malicia de los espíritus por medio de una piadosa artimaña. Escribió en la pared de su celda los nombres de las virtudes más sublimes: el amor perfecto, la humildad angelical, la oración pura, la castidad incorruptible y otras semejantes. Y cuando los pensamientos comenzaron a alabarlo, les dijo: “Vamos al juicio.” Y, dirigiéndose a los nombres escritos, los leía y se gritaba a sí mismo: “Cuando poseas todas esas virtudes sabrás qué lejos estás todavía de Dios.”
25. No podemos describir la potencia ni la esencia de este sol; pero a partir de sus acciones y sus propiedades podemos concebir su naturaleza intrínseca.
26. La humildad es un velo divino que nos impide ver nuestras virtudes. La humildad es un abismo de desprecio de sí mismo inaccesible a cualquier ladrón. La humildad es “una torre fuerte frente al enemigo” (Sal 60:4). “No lo ha de sorprender el enemigo, el hijo de iniquidad no lo oprimirá; yo aplastaré a sus adversarios ante él, heriré a los que lo odian” (Sal 88:23-24).
27. Además de las propiedades características que acabamos de indicar, el feliz poseedor de esta riqueza todavía posee otras en su alma. Pues las primeras, excepto una, son un signo visible de esta riqueza. Reconocerás sin riesgo de equivocarte que posees en ti esta santa realidad con una abundante luz inefable, con un indecible amor por la oración. Antes de llegar a esto, el corazón no debe juzgar más las faltas de los otros; y el precursor de todo esto es el odio por toda vanagloria.
28. Quien se conoce a sí mismo con una extremada sensibilidad del alma, arroja una semilla en la tierra; pero aquellos que no sembraron así no pueden ver florecer la humildad.
29. Quien se conoce a sí mismo obtiene en su espíritu el temor de Dios y quien avanza apoyado sobre este temor alcanza la puerta del amor.
30. La humildad es la puerta del Reino, que deja entrar a todos los que se aproximan. De ella, creo, hablaba el Señor cuando dijo: “Todos los que han venido delante de mí, son ladrones y salteadores; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto” (Jn 10:8-9).
31. Los que queremos conocer nuestro estado, no cesamos de interrogarnos a nosotros mismos. Y si estimamos, con un profundo sentimiento del corazón, que nuestro prójimo es mejor que nosotros, desde todo punto de vista, es que tenemos cerca la misericordia.
32. Es imposible que la nieve arda; es todavía más imposible que la humildad exista entre los heterodoxos. Es parte de aquellos que creen con piedad y solamente cuando fueron purificados.
33. Casi todos nos consideramos pecadores y quizás lo pensamos sinceramente; pero la humillación es la que pone a prueba el corazón.
34. Aquel que se encamina hacia ese puerto tranquilo, no cesará jamás de meditar, de reflexionar y de hacer todo, por medio de sus formas de obrar, sus palabras, sus pensamientos, sus intenciones ocultas; por medio de preguntas, búsquedas, procedimientos, ingenio, oraciones, súplicas, con aplicación de espíritu y reflexión, hasta que con la ayuda de Dios, por la práctica de los ejercicios más humillantes y más viles, libera la barca de su alma del mar siempre tempestuoso del orgullo. Para el que se liberó de esta pasión, habrá, a la hora del juicio, más consideración con respecto a los otros pecados.
35. Algunos, para promover su humildad durante toda su vida, se valen del recuerdo de sus pecados del pasado, incluso de los ya perdonados y, por este medio, golpean en pleno rostro la vana estima de sí mismos. Otros piensan en la Pasión de Cristo y se consideran siempre como deudores. Otros se tienen por poca cosa, a causa de sus faltas cotidianas. En otros, las tentaciones que renacen sin cesar, las debilidades y los pecados mortificaron el orgullo. Otros, por la penuria de sus gracias, alcanzaron la madre de todas las gracias. También existen — ¿existen todavía?; no me corresponde decirlo — quienes, acerca de los propios dones de Dios y en la medida en que éstos se acrecientan, se humillan a sí mismos y pasan así su vida considerándose indignos de tales riquezas y como si, cada día, se acrecentara su deuda. Ésta es la humildad; ésta, la beatitud; ésta, la perfecta recompensa.
36. Cuando veas o escuches decir que alguien llegó en pocos años a la más sublime impasibilidad, deberás concluir que tomó este camino que es un bienaventurado atajo.
37. La caridad y la humildad forman una santa asociación: la primera eleva y la segunda, sosteniendo a los que fueron elevados, no permite que caigan jamás.
38. Una cosa es la contrición; otra, el conocimiento de sí mismo y otra, la humildad.
La contrición es engendrada por una caída. Quien cae, se quiebra y se mantiene en la oración sin confianza filial, pero con una laudable desvergüenza; como se siente agobiado, se apoya sobre el bastón de la esperanza y se sirve de él para cazar al perro de la desesperación.
El conocimiento de sí mismo es una conciencia lúcida de su propia medida y un recuerdo, que no desfallece, de sus mínimos desfallecimientos.
La humildad es la doctrina espiritual de Cristo, doctrina que se une, espiritualmente y en el secreto del corazón, a aquellos que fueron considerados dignos de ella, doctrina que las palabras humanas no pueden expresar.
39. Quien declara sentir plenamente en sí mismo el olor de un perfume de tal naturaleza, si se conmueve en su corazón, es sólo por un corto instante, en el momento en que se ve alabado; si se detiene a medir la fuerza de esas palabras, para no engañarse, ya fue engañado.
40. Escuché decir a alguien con profundo sentimiento del alma: “¡No a nosotros, Yahvé, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria!” (Sal 113:1). Pues sabía que la naturaleza humana no puede, por ser como es, recibir elogios sin perjuicio. “De ti viene mi alabanza en la gran asamblea” (Sal 21:26), es decir, en el siglo venidero; antes no puedo tolerarlo sin peligro.
41. Si el modelo terminado, la expresión perfecta y el carácter propio del máximo orgullo es fingir virtudes que no tenemos para extraer gloria de ello, el signo de la más profunda humildad es simular, a veces, para despreciarnos a nosotros mismos, defectos de los que estamos exentos. Es lo que hicieron el que tomó en sus manos pan y queso, y el otro, campeón de la castidad, que en la impasibilidad del alma, recorrió toda la ciudad despojado de sus vestimentas. Ellos no se preocuparon por el escándalo de los hombres; ya obtuvieron a través de la oración una fuerza invisible que les daba plena seguridad en todo. Quien se preocupa por el primero, demuestra que la otra le hace falta. Cuando Dios está listo para escucharnos, podemos hacer todo.
42. Vale más ofender a los hombres que a Dios. Dios, en efecto, se alegra cuando nos ve sufrir humillaciones para reprimir, golpear y aniquilar la vana estima de nosotros mismos.
43. El exilio voluntario practicado en su más alto grado hace posibles tales combates. Pues sólo los que son verdaderamente grandes pueden soportar el escarnio de su prójimo. No te sorprendas de lo que acabo de decir, pues nadie puede subir jamás una escalera de un salto.
44. Todos sabemos que somos discípulos de Dios, no por el hecho de que los demonios se nos sometan sino porque nuestros nombres están escritos en el cielo de la humildad (cf. Jn 13:35; Lc 10:20).
45. Así es el limonero que empuja sus ramas hacia lo alto cuando es estéril; pero cuanto más se inclinan hacia el suelo, tanto más se carga de frutos. Quien tenga algo de inteligencia captará el significado de esto.
46. Este grado de la santa humildad recibió de Dios el poder para hacer que subamos con un beneficio de treinta, sesenta o cien por uno (cf. Mc 4:20). Este último se presenta a quienes lograron la impasibilidad; el segundo, a los que poseen coraje; y todos pueden alcanzar el primero.
47. El que se conoce a sí mismo jamás es arrastrado a emprender lo que lo supera; sino que marcha seguro de aquí en adelante en el camino de esta bienaventurada humildad.
48. Los pájaros temen el aspecto del halcón y los que trabajan para practicar la humildad temen mucho el sonido de la contradicción.
49. Muchos obtuvieron la salvación sin predicciones, ni iluminaciones, ni señales, ni prodigios; pero sin humildad no entrará nadie en la cámara nupcial. En efecto, la humildad es guardia-na de esos dones y, sin ella, conducirán a la ruina a las almas demasiado ligeras.
50. Para aquellos de nosotros que no quieren humillarse, el Señor, en su providencia, dispuso que nadie mejor para ver nuestros defectos que nuestro prójimo. Así estamos obligados a atribuir nuestra curación con acción de gracias no a nosotros mismos, sino a él y a Dios.
51. El humilde de espíritu siempre odia su propia voluntad porque es engañosa y en las oraciones se dirige al Señor, se aplica con una fe inquebrantable a instruirse y a obedecer.
No presta atención a la conducta de los que le enseñan, sino que se dirige enteramente a Dios que se valió de un asno para hacer que Balaam supiera lo que era necesario.
Un trabajador como él, aunque se aplique en hacer pensar y decir todo lo que es conforme a la voluntad de Dios, sin embargo jamás confía en sí mismo. Para el humilde la autosuficiencia es una carga muy pesada, más pesada que la voluntad para el que es orgulloso.
52. Me parece que sólo es propio de un ángel no cometer jamás un pecado, ni siquiera por sorpresa; escuché, en efecto, que un ángel terrenal decía: “Cierto que mi conciencia nada me reprocha; mas no por eso quedo justificado. Mi juez es el Señor” (1 Co 4:4). Por eso debemos condenarnos sin cesar y hacernos reproches para rechazar las faltas involuntarias con humillaciones voluntarias. De otra manera, nos demandarán severamente que rindamos cuenta a la hora de la muerte.
53. Quien pide a Dios menos de lo que merece, seguramente recibirá más de lo que merece. Es lo que se ve claramente en el ejemplo del publicano: pedía el perdón y recibió la justificación (cf. Lc 18:10); y el ladrón pedía sólo que el Señor se acordara de él en su Reino, pero recibió el paraíso como herencia (cf. Lc 23:43).
54. No se puede ver fuego, ni grande, ni pequeño en ninguna criatura natural; de la misma manera, es absolutamente imposible encontrar algo de orden material en la verdadera humildad. Cuando cometemos faltas voluntarias, esta humildad no está en nosotros; lo opuesto es signo de su presencia.
55. El Señor, que sabe que la apariencia exterior forma a su imagen la virtud del alma, tomó un lienzo (cf. Jn 13:4) para indicarnos el camino a seguir en la vía de la humildad; el alma llega a ser semejante al comportamiento exterior; se modela en sus actividades y recibe su impronta.
56. El ejercicio de la autoridad llegó a ser para uno de los ángeles ocasión de orgullo, aunque no la había recibido para ello.
57. Las disposiciones del que preside desde el trono son unas, y otras, las del que está sentado sobre el estiércol.
Quizás, por eso, ese gran justo se sentó sobre el estiércol fuera de la ciudad; habiendo alcanzado la perfecta humildad, dijo con un profundo sentimiento del alma: “Por eso me retracto y me arrepiento en el polvo y la ceniza” (Jb 42:6).
58. Creo que Manases pecó como ningún otro hombre, mancillando con ídolos el templo de Dios y todo el divino culto. Aunque el mundo entero hubiera ayunado por él, no habría podido compensar dignamente su crimen. Pero la humildad tuvo el poder de sanar en él lo que era incurable.
59. “Pues no te agrada el sacrificio; si ofrezco un holocausto no lo aceptas,” dijo David a Dios (Sal 50:18), pues se trata de cuerpos consumidos por el ayuno. “El sacrificio a Dios” y lo que sigue en el salmo todos lo conocen.
60. “Pequé contra el Señor,” le gritó un día a Dios la bienaventurada humildad después de un adulterio y de un homicidio (cf. 2:5;12:13); y escuchó inmediatamente: “El Señor perdonó tu pecado” (íbid).
61. Los padres dignos de memoria eterna dijeron que los trabajos corporales son la vía y el sostén de la humildad. Por mi parte, agregaría la obediencia y la rectitud del corazón, porque por naturaleza se oponen al orgullo.
62. Si el orgullo pudo convertir en demonios a ciertos ángeles, la humildad, sin ninguna duda podrá convertir en ángeles a demonios. ¡Que quienes cayeron tengan ánimo!
63. Apresurémonos y luchemos con todas nuestras fuerzas para establecernos en la cabeza de la humildad; si no llegamos allí, por lo menos subamos a su espalda. Y si tampoco logramos esto, al menos no caigamos de sus brazos; pues sería sorprendente que un hombre recibiera el don eterno si acaba de caer.
64. Los nervios que fortifican la humildad y las vías que conducen a ella son: la no posesión, el exilio voluntario y secreto, el disimulo de la propia sabiduría, la simplicidad en las palabras, la demanda de limosna, el silencio sobre la nobleza de nacimiento, la renuncia a la libertad de palabra y, de paso, el alejamiento de habladurías; pero éstos no son signos de que se ha llegado.
65. Nada puede humillar tanto al alma como ese estado de privación donde se debe mendigar la subsistencia; pues solamente entonces nos mostramos amigos de la sabiduría y de Dios, cuando pudiendo elevarnos, escapamos irrevocablemente de la elevación.
66. Si tomas las armas contra cualquier pasión, escoge a la humildad por aliada, pues ella “pisoteará a la víbora y al basilisco,” es decir, al pecado y a la desesperanza; y ella “hollará al león y al dragón” (Sal 90:13), o sea, al diablo y al dragón del cuerpo.
67. La humildad es un torbellino celeste que puede sacar al alma del abismo del pecado y elevarla hasta el cielo.
68. Alguien vio un día en su corazón la belleza de la humildad y admirado le pidió que le dijera el nombre del que la había engendrado. Con una sonrisa luminosa y apacible, ella respondió: “¿Por qué deseas saber el nombre del que me engendró? No tiene nombre y no puedo decírtelo antes de que hayas alcanzado a Dios.” A Él gloria de los siglos. ¡Amén!
Vigésimo Sexto Escalón: del Discernimiento.
1. En los principiantes, el discernimiento es un conocimiento verdadero de sí mismos; en los que progresan es un sentido espiritual que distingue sin error el bien verdadero del bien solamente natural (o de su opuesto); en los perfectos, es una ciencia que proviene de una iluminación divina y que puede aclarar con su luz lo que está oscuro para los otros.
O de una manera general, quizás el discernimiento es y se define como la percepción cierta de la voluntad de Dios en toda ocasión, en todo lugar y en toda circunstancia; se encuentra solamente en los que son puros de corazón, de cuerpo y de boca.
El discernimiento es una conciencia sin mancha y una sensibilidad purificada.
2. Quien destruyó piadosamente en sí mismo las tres pasiones, destruyó también las cinco; pues el que es negligente en lo que concierne a la primera no vencerá ninguna.
3. Que nadie caiga en la incredulidad por ignorancia, al escuchar o ver cosas que sobrepasan la naturaleza de la vida monástica; pues allí donde habita Dios, que está por encima de la naturaleza, ocurren muchas cosas que sobrepasan la naturaleza.
4. Hay tres causas generales en todos los combates que libran con nosotros los demonios: la negligencia, el orgullo y la envidia de los demonios. La primera es deplorable; la segunda, muy miserable; pero la tercera es una bendición.
5. Que, después de Dios, nuestra conciencia sea nuestra dirección y nuestra regla en todo para que, sabiendo de dónde sopla el viento, podamos tender nuestras velas, en consecuencia.
6. En todo lo que hacemos según Dios, los demonios cavan para nosotros tres precipicios: al principio se esfuerzan para impedir que obremos el bien; en segundo lugar, después de su primera derrota, intentan hacer lo que río es según Dios; y cuando fracasaron también en esto, estos ladrones se presentan dulcemente en nuestra alma y nos felicitan por vivir en todo según Dios. Es necesario combatir el primero con el celo y el temor de la muerte; el segundo, con la sumisión y las humillaciones y el tercero, condenándose a sí mismo sin descanso. Debemos hacer frente a este trabajo hasta que el fuego divino penetre en nuestro santuario; entonces ya no estaremos determinados por malas predisposiciones. “Pues nuestro Dios es fuego devorador” (Hb 12:29), que consume toda fiebre de lujuria, todo movimiento de pasión, toda mala predisposición, todo envejecimiento y toda oscuridad interior y exterior, visible e invisible.
7. Los demonios generalmente producen lo contrario de lo que acaba de decirse. Cuando toman posesión del alma y apagan la luz del espíritu, no existe más en nosotros, pobres miserables, ni sobriedad, ni discernimiento, ni conocimiento propio, ni vergüenza; sino endurecimiento, insensibilidad, falta de discernimiento y ceguera.
8. Lo que acabamos de decir es claramente conocido por los que dominaron la lujuria, reprimieron su libertad de conducta y de lenguaje y pasaron del impudor a la modestia. Saben cuánta vergüenza propia sienten interiormente cuando su espíritu deja de estar embriagado y se cura de su endurecimiento, o mejor aún de su ceguera, y cuánta vergüenza por lo que dijeron e hicieron cuando vivían enceguecidos.
9. Si la claridad de nuestra alma no comienza por el ensombrecimiento y las tinieblas, los ladrones no vendrán a robarla, matarla y arruinarla. El robo es la pérdida de su riqueza; el robo es hacer lo que no está bien como si estuviera bien; el robo es el alma que está cautiva sin saberlo. El asesinato del alma es la muerte del espíritu razonable que cae en acciones infames. La ruina es la desesperación después de la trasgresión.
10. Que nadie dé como pretexto su impotencia para observar los preceptos del Evangelio, porque hay almas que cumplieron más que los preceptos. Se convencerán con el ejemplo de quien amó a su prójimo más que a sí mismo y que dio su vida por él, aunque hayan recibido el mandato del Señor.
11. Que tengan ánimo los que soportaron la humillación de estar sometidos a las pasiones. Incluso si caen en todos los precipicios, si se dejan capturar en todas las trampas o si son alcanzados por todas las enfermedades, cuando recobran la salud, llegan a ser médicos, faros, lámparas y pilotos para todos, enseñando los síntomas de cada enfermedad; su propia experiencia los vuelve capaces de impedir a los otros que caigan.
12. Si algunos todavía están tiranizados por sus antiguas predisposiciones malas y pueden, sin embargo, enseñar a los demás por medio de la palabra, simplemente que enseñen, pero que no les den órdenes. Pues podrá ocurrir que, confundidos por sus propias palabras, se pongan a practicar lo que enseñan y les ocurrirá lo que vi que se producía con los que se habían hundido en un pantano. Zambullidos en el fango como estaban, enseñaban a los que pasaban cómo se habían atascado, explicándoselo para su salvación, para que no cayeran ellos también de la misma manera. Y a causa de procurar la salvación de los otros, Dios todopoderoso los liberará también a ellos del barro. Pero los que están dominados por sus pasiones y se arrojan voluntariamente a los placeres, que enseñen solamente con su silencio, pues está escrito que “Jesús hizo y enseñó desde un principio” (Hch 1:1).
13. Peligroso, verdaderamente peligroso, es este mar que atravesamos nosotros, humildes monjes. Es un mar pleno de tempestades, de escollos, de torbellinos, de piratas, de tomados, de bajíos, de monstruos y de olas. El escollo para el alma es la cólera violenta y repentina. El torbellino es la angustia que se apodera del espíritu y se esfuerza en arrastrarlo al abismo de la desesperación. El bajío es la ignorancia que toma el mal por el bien. El monstruo es ese cuerpo pesado y salvaje. Los piratas son los más peligrosos proveedores de vanagloria que roban nuestro cargamento de virtudes laboriosamente adquiridas. La ola es un vientre hinchado y cargado que nos deja librados a los animales agresivos y salvajes. El tornado es el orgullo que, después de habernos elevado al cielo, nos hace descender al fondo del abismo.
14. Todos los que enseñan las letras saben qué estudios convienen a los principiantes, a los que progresan y a los maestros. Prestemos atención, no ocurra que después de haber estudiado por mucho tiempo, estemos todavía sólo en las lecciones de los principiantes. Pues es una gran vergüenza ver a un viejo ir a la escuela con niños.
Un excelente alfabeto que conviene a todos es éste: obediencia, humildad, cilicio, cenizas, lágrimas, confesión, silencio, humildad, vigilias, coraje, frío, fatiga, pena, humillación, contrición, olvido de las ofensas, amor fraternal, dulzura, fe simple y sin afectación, despreocupación por las cosas del mundo, ausencia de odio hacia los parientes, desprendimiento, simplicidad inocente, abyección voluntaria.
Un buen programa y una materia de examen para los que están avanzados: la fuga de la vanagloria, la ausencia de cólera, la firme esperanza, la hesiquia, el discernimiento, el constante recuerdo del juicio, la compasión, la hospitalidad, la moderación en los reproches, la oración en la impasibilidad, el desprendimiento del dinero.
Y un modelo, una regla y una ley para los que están en la carne, pero tienden piadosamente a la perfección del espíritu y del cuerpo: un corazón liberado de todo cautiverio, la perfecta caridad, la fuente de la humildad, la elevación del espíritu, la presencia interior de Cristo, la luz asegurada en la oración, abundancia de iluminación divina, el deseo de la muerte, el odio por la vida, la huida del cuerpo, la intercesión por el mundo, la violencia hecha a Dios, la concelebración con los ángeles, el abismo de la ciencia, la residencia en los misterios, el cuidado de los secretos inefables, el salvador de los hombres, el Dios de los demonios, el señor de las pasiones, el señor del cuerpo, el superior de la naturaleza, la huida del pecado, la morada de la impasibilidad, el imitador del Señor, con la ayuda del Maestro.
15. Debemos dar prueba de una gran sobriedad espiritual cuando el cuerpo está enfermo. Nos vemos extendidos en la tierra y somos incapaces temporariamente de sostener la lucha contra los demonios a causa de nuestra debilidad, y ellos, entonces, se esfuerzan en atacarnos con violencia. En torno de los que viven en el mundo, cuando están enfermos, rueda el demonio de la cólera y a veces el de la blasfemia; en cuanto a los que viven fuera del mundo, si tienen abundancia de lo que necesitan, el demonio de la gula y el demonio de la lujuria los atacan; pero los que viven en lugares ascéticos y privados de consuelo, tienen la compañía del demonio tiránico de la amargura y de la tristeza.
16. Yo remarqué que el demonio de la lujuria agregaba enfermedades a los dolores y en los dolores del alma ocasionaba movimientos de la carne y de profanación, y era sorprendente ver cómo se rebelaba y ardía en medio de violentos sufrimientos. También observé que algunos, extendidos en su cama, estaban reconfortados por el poder de Dios o por un sentimiento de compunción; gracias a este consuelo, dejaban a un lado el dolor y llegaban a una disposición del espíritu tal que no deseaban ser liberados de su enfermedad. Y observando esto atentamente, vi a otros que sufrían cruelmente y que, a través de esta enfermedad, eran liberados de las pasiones del alma como a través del cumplimiento de una penitencia, y glorifiqué al que purificaba la arcilla con la arcilla.
17. Un intelecto espiritual siempre está revestido de una sensibilidad espiritual. Como está en nosotros y, al mismo tiempo no está, jamás debemos cesar de buscarla. Y cuando aparece, los sentidos exteriores cesan por sí mismos su actividad. Sabía esto el sabio que dijo: “Entonces descubrirás un sentido divino.”
18. La vida monástica debe ser vivida con un profundo sentimiento del corazón, que anime las acciones, las palabras, los pensamientos y los movimientos. Caso contrario, no será una vida monástica y todavía menos una vida angélica.
19. Una cosa es la providencia de Dios; otra, su ayuda; otra, su protección; otra, su misericordia; y otra, su consuelo. La providencia de Dios aparece en toda la creación; su ayuda, en aquellos que tienen una fe activa; su misericordia, en sus servidores; y su consuelo, en los que lo aman.
20. A veces, lo que para uno es remedio, para otros es veneno y, a veces, lo que se le administra a una misma persona si es el momento oportuno, le sirve de remedio, pero dado en mal momento se convierte en veneno.
21. Vi a un médico torpe que, al humillar a un enfermo que ya estaba profundamente abatido, sólo logró arrojarlo a la desesperación. Y vi a un médico hábil operar un corazón orgulloso con el cuchillo de la humillación y vaciarlo así de toda su infección.
22. Vi al mismo enfermo beber el remedio de la obediencia, tomar el del ejercicio, caminar, privarse del sueño para purificarse de sus manchas y, cuando el ojo de su alma estaba enfermo, permanecer en silencio y en tranquilidad. Quien tenga oídos que escuche.
23. Algunos, no sé por qué — pues no aprendí a entrometerme presuntuosamente en los dones de Dios — de alguna manera, son llevados naturalmente a la temperancia, a la pureza, a la hesiquia, a la reserva, a la dulzura o a la compunción. Pero otros, a pesar de la resistencia que les opone su naturaleza con respecto a todo esto, se violentan con todas sus fuerzas; aunque estos últimos cometen, a veces, una falta, los prefiero a los primeros porque se violentan contra su naturaleza.
24. No te glorifiques, hombre, de una riqueza que obtuviste sin trabajo. Pues el Dador, previendo tu gran angustia, tu debilidad y tu ruina, quiso salvarte, al menos en cierta medida, a través de ventajas que, por sí mismas, no merecen recompensa. De la misma manera, la instrucción recibida en la infancia, la educación, los estudios, contribuyen, cuando tenemos más edad, a llevarnos a la virtud y a la vida monástica, o, por lo contrario, a extraviarnos.
25. Los ángeles son una luz para los monjes y la vida monástica una luz para todos los hombres. Que los monjes se esfuercen en llegar a ser buenos modelos en todas las cosas, no dando a nadie ocasión de escándalo en sus obras o en sus palabras. Pues si la luz llega a ser tiniebla, cuánto más oscuras llegarán a ser las mismas tinieblas, quiero decir, los que viven en el mundo (cf. Mt 6:23).
26. Todos los que andáis en la lucha espiritual escuchadme: no es bueno para nosotros dispersarnos y dividir el esfuerzo de nuestra miserable alma para combatir los miles de miles y las miríadas de miríadas de enemigos; pues nuestras fuerzas no bastan para conocer o descubrirlos a todos.
27. Con la ayuda de la Santísima Trinidad, combatamos tres contra tres; si no, nos ocasionaremos penas nosotros mismos.
28. Por cierto, si quien “convirtió el mar en tierra firme” (Sal 65:6) está verdaderamente en nosotros, también nuestro Israel, (quiero decir nuestro espíritu que contempla a Dios), atravesará seguramente este mar al abrigo de las olas y veremos a los egipcios zozobrar en el mar de las lágrimas. Pero si no ha hecho todavía su morada en nosotros, ¿quién podrá “acallar el estruendo de los mares” (Sal 64:8), es decir, de nuestra carne?
29. Si Dios se presenta en nosotros a través de nuestras acciones, sus enemigos serán dispersados y si nos acercamos a Él por medio de la contemplación, los que lo odian huirán ante su faz y la nuestra (cf. Sal 67:2).
30. Esforcémonos por aprender las cosas divinas más por nuestros trabajos y nuestros sudores que por simples palabras; en efecto, en el momento de nuestra muerte, hará falta presentar nuestros actos y no nuestras palabras.
31. Los que escucharon decir que, en alguna parte, hay un tesoro oculto, lo buscan y como pasaron muchos males para encontrarlo no evitan penas para cuidarlo; pero aquellos que se enriquecieron sin trabajo despilfarran fácilmente lo que poseen.
32. Es difícil superar las malas predisposiciones; y los que no cesan de agregar otras nuevas caen en la desesperación o no sacan ningún provecho de la obediencia. Pero yo sé que a Dios todo le es posible y nada le es imposible (cf. Lc 1:37).
33. Un día, se me planteó un problema difícil de resolver y que superaba la capacidad de un hombre como yo; no encontré respuesta en ninguno de los libros que tuve entre las manos. Se me decía: “¿Cuáles son los retoños particulares de los ocho malos pensamientos? O mejor, ¿cuál, entre los tres principales, es la madre de los otros cinco?”
Pero pretextando mi ignorancia, digna de alabanza, respecto a esta dificultad, obtuve la siguiente respuesta de tres santos hombres: “La madre de la lujuria es la gula y la de la apatía es la vanagloria; la tristeza y la cólera también son retoños de las otras tres y la madre del orgullo es la vanagloria.”
Como contestación a las palabras de estos hombres dignos de memoria, les supliqué inmediatamente que me dijeran cuáles eran los retoños de estos ocho vicios y de quién nace cada uno. Y estos hombres liberados de las pasiones me instruyeron amablemente: “No hay — me dijeron — ni orden ni razón en estas pasiones irracionales, sino al contrario un desorden y una confusión extrema.” Y estos bienaventurados apoyaron sus palabras en ejemplos convincentes y ofrecieron numerosas pruebas; citaremos algunas en este capítulo con el fin de aclarar esto y así poder juzgar el resto.
Así, por ejemplo: el reírse sin ningún motivo a veces es motivado por la lujuria y, a veces, por la vanagloria cuando, sin motivo, uno se glorifica a sí mismo; y a veces también por comer demasiado.
El exceso de sueño proviene ya del exceso de comida, ya del ayuno, cuando los que a ayunan se envanecen de ello, ya de la apatía o incluso de la naturaleza.
La vanagloria y la gula dan origen a la charlatanería. El buen comer y la falta del temor de Dios nos traen apatía.
La blasfemia es hija del orgullo; pero a menudo proviene de los juicios que hacemos del prójimo o de la importuna envidia de los demonios.
El endurecimiento del corazón suele provenir del exceso de comida, de la insensibilidad o de un apego. Y éste, a su vez, es originado por la lujuria, la avaricia, la gula, la vanagloria, o por muchas otras causas.
La malicia proviene del orgullo y de la cólera.
La hipocresía, nace de la propia complacencia y de la libre disposición de sí mismo.
Las virtudes opuestas engendran virtudes opuestas a estos vicios. Pero, sin extenderme sobre el tema — pues me faltaría tiempo si quisiera examinarlas una por una — diré simplemente que el remedio contra todas las pasiones de las que acabamos de hablar es la humildad. Los que alcanzaron esta virtud, vencieron todas las otras.
La voluptuosidad y la malicia engendran todos los vicios. Quien las posee, no verá al Señor; y abstenerse de la primera no aportará ningún beneficio si no se hace lo propio con la segunda.
34. Que el temor que se siente en presencia de los príncipes y de las bestias feroces, sea para nosotros un ejemplo del temor que debemos sentir por el Señor; y que el amor carnal nos sirva de modelo para nuestro deseo de Dios. Nada impide tomar, como ejemplo para las virtudes, aquello que es contrario a ellas.
35. La actual generación está gravemente corrupta, llena de orgullo y de hipocresía. En las tareas corporales, quizás alcanza el nivel de los antiguos padres, pero no es gratificada por sus dones espirituales; y, sin embargo, creo que la naturaleza no tuvo nunca tanta necesidad de dones espirituales como ahora. Pero tenemos lo que merecemos. Pues para manifestarse, Dios no toma en cuenta los trabajos, sino la simplicidad y la humildad. Y si el poder del Señor se muestra en la debilidad (cf. 2 Co 12:9), Él no rechazará, ciertamente, a un trabajador humilde.
36. Cuando vemos a uno de los atletas de Cristo, sumergido en el sufrimiento físico, no nos esforcemos maliciosamente en descubrir la razón de su enfermedad; sino, más bien, con caridad pura y sin malicia, aliviémoslo, considerándolo como un miembro de nuestro propio cuerpo y como un compañero de armas herido en el combate.
37. A veces, la enfermedad tiene por objetivo purificarnos de los pecados y, a veces, humillar nuestro espíritu.
38. A menudo, cuando nuestro Maestro y Señor, bueno y excelente, ve hermanos muy perezosos para la ascesis, humilla su carne con enfermedades, como por una ascesis que no exige demasiado esfuerzo; ésta, a veces, purifica también el alma de los malos pensamientos y de las pasiones.
39. Todo lo visible e invisible que nos ocurre puede ser tomado por nosotros con buena, mala o mediana predisposición. Vi a tres hermanos soportar un disgusto: el primero se enojó, el segundo contuvo su enfado y el tercero recibió una gran alegría.
40. Vi a agricultores sembrar las mismas semillas, pero cada uno con un objetivo particular. Uno pensaba pagar sus deudas, otro deseaba enriquecerse; otro quería honrar al Señor con sus ofrendas; otro deseaba ser alabado por los que pasaban por el camino de la vida; otro quería afligir a su enemigo, que lo envidiaba; otro no quería que los hombres lo acusaran de pereza.
Éstos son los nombres de los granos sembrados por ellos: ayuno, vigilia, limosna, servicio y otras cosas semejantes. Que los hermanos examinen sus objetivos con cuidado.
41. Cuando sacamos agua de la fuente, a veces traemos sin darnos cuenta una rana; de la misma manera, cuando trabajamos para practicar virtudes, buscamos satisfacer vicios que están imperceptiblemente entrelazados con ellas. Por ejemplo, la gula se mezcla con la hospitalidad; la lujuria con el amor; la duplicidad, la lentitud, la pereza, la contradicción, la propia voluntad y la desobediencia, con la dulzura; el desprecio de la enseñanza, con el silencio; el orgullo, con la alegría; la indolencia, con la esperanza; el juicio temerario, con la caridad; la apatía y la tristeza, con la hesiquia; la amargura, con la castidad; la libertad de la conducta, con la humildad; y a cada una de las virtudes que encontremos las recubre, como un emplasto, o mejor aún, como un veneno, la vanagloria.
42. No nos aflijamos si debemos preguntar algo al Señor durante mucho tiempo sin ser escuchados. En efecto, al Señor le agradaría que todos los hombres llegaran en un instante a ser impasibles, pero, en su presciencia, ve que no sería útil.
43. A los que piden y no obtienen de Dios el cumplimiento de su pedido, esto les ocurre siempre por una de las siguientes razones: porque su demanda es prematura; o porque está justificada o inspirada por la vanagloria; o porque se enorgullecerían de ser escuchados; o, finalmente, porque se volverían negligentes después de haber obtenido lo que piden.
44. Los demonios y las pasiones se retiran del alma por un tiempo o para siempre: pienso que nadie pone esto en duda, aunque muy pocos saben por qué razón nos dejan.
45. Ocurre que todas las pasiones se retiran de ciertos fieles e, incluso, de ciertos infieles, excepto una sola; y ésta se les deja como el más grande de todos los males que, por sí solo, ocupa el lugar de los otros; es tan pernicioso que incluso puede hacer perder el cielo.
46. La materia de las pasiones se destruye con el fuego divino. Y cuando esta materia ha sido radicalmente destruida y nuestra alma se ha purificado, las pasiones se retiran, a menos que las atraigamos nuevamente con una vida sensual y de relajamiento.
47. Los demonios nos dejan voluntariamente para incitarnos a la despreocupación y enseguida arrebatar repentinamente nuestra alma miserable.
48. Conozco otro caso en que estas bestias feroces se retiran: mientras, las pasiones llegan a ser en el alma una costumbre inveterada y casi una segunda naturaleza; esta alma se tiende trampas a sí misma y se hace la guerra. Los niños pequeños nos dan un ejemplo de lo que acabo de decir: en virtud de una costumbre prolongada y privados del seno materno, chupan sus dedos.
49. Incluso vi una quinta manera en la que la impasibilidad se establece en el alma: procediendo de una gran simplicidad y de una inocencia loable. Es justo que Dios venga en ayuda de estas almas, Él, que salva a los que tienen corazón recto (cf. Sal 7:12) y los libera de sus vicios sin que se den cuenta, como niños pequeños a los que se desviste sin que tomen conciencia de ello.
50. No existe ni vicio ni pasión en la naturaleza. Dios no es creador de pasiones. Pero existen en nosotros muchas virtudes naturales que provienen de él, entre ellas la misericordia, pues incluso los paganos son compasivos; la caridad, porque hasta animales sin razón lloran la pérdida de los suyos; la fe, pues la engendramos en nosotros mismos; la esperanza, pues incluso nosotros, los bautizados, prestamos, vendemos y sembramos esperando el más grande beneficio. Sí, como hemos mostrado, el amor es una virtud natural en nosotros y si la caridad es la ley en su plenitud (Rm 13:10), entonces las virtudes no están alejadas de la naturaleza. Que se ruboricen los que pretextan su impotencia para practicarlas.
51. Por encima de la naturaleza están la castidad, la ausencia de cólera, la humildad, la oración, las vigilias, el ayuno y la compunción continua. Algunas de esas virtudes nos las enseñan los hombres; otras, los ángeles; otras, el Maestro y el Dador que es el Verbo de Dios.
52. En presencia de dos males, debemos elegir el menor. Por ejemplo, a menudo ocurre que mientras estamos en oración, vienen hermanos a buscarnos; estamos entonces en esta alternativa: interrumpir nuestra oración o entristecer a nuestro hermano, despidiéndolo sin responderle. Pero la caridad es más grande que la oración; la oración es una virtud particular, en tanto que el amor contiene todas las virtudes.
53. Un día, hace tiempo, cuando todavía era joven, llegué a un pueblo y, al sentarme a la mesa, fui asaltado al mismo tiempo por la tentación de la gula y de la vanagloria. Rechacé la gula y preferí ceder a la vanagloria. Y esto no es sorprendente. Para la gente del mundo, la raíz de todos los vicios es el amor por el dinero; pero, entre los monjes, es la gula.
54. Por una disposición providencial, Dios deja a menudo entre los espirituales ciertas pasiones de poca consecuencia para que, al reprobarse a sí mismos sin miramientos por esas imperfecciones que no implican pecado, puedan obtener el tesoro inviolable de la humildad.
55. Para los que no vivieron desde el principio en la obediencia, es imposible obtener humildad. Cualquiera puede aprender un arte si no deja que su fantasía se ilusione.
56. Los padres hacen que la vida activa consista en dos virtudes muy generales. Y con razón. Pues la primera destruye la sensualidad y la segunda asegura esta destrucción a través de la humanidad. Y, por eso, la aflicción también tiene un doble efecto: destruye el pecado y engendra la humildad.
57. Los hombres piadosos otorgan a todos lo que les piden; los que son muy piadosos dan incluso a los que no piden; pero lo propio de los que alcanzaron la impasibilidad es no reclamar algo a quien lo ha tomado.
58. No cesemos jamás de examinarnos acerca de todas nuestras pasiones y nuestras virtudes. ¿Dónde nos encontramos? ¿En el comienzo, en la mitad o al final?
59. Todos los combates que libramos con los demonios provienen de estas tres causas: amor al placer, orgullo o envidia de los demonios. Estos últimos son combates bienaventurados; los segundos son miserables y los primeros no otorgan jamás ningún beneficio.
60. Existe cierto sentimiento o, mejor aún, cierta predisposición interior que se llama fuerza del alma; quien está animado por ella no temerá jamás la pena, ni la extraviará. Debido a esta gloriosa inclinación, las almas de los mártires despreciaron fácilmente sus torturas.
61. Una cosa es la vigilancia de los pensamientos; otra el cuidado del espíritu. El Oriente está tan alejado del Occidente como la segunda está elevada por encima de la primera y es más difícil de alcanzar.
62. Una cosa es rezar para ser liberado de los pensamientos; otra, contradecirlos y otra, despreciarlos y pasarlos por encima. De la primera actitud, tenemos el siguiente testimonio: “Oh Yahvé, corre en mi ayuda” (Sal 69: 2) y otras cosas semejantes; de la segunda, éstos otros: “Daré respuesta al que me insulta, porque confío en tu palabra” (Sal 118:42) para rechazarlos; y “Habladuría nos haces de nuestros convecinos” (Sal 79:7). También de la tercera da razón el salmista: “Me callo ya, no abro la boca, pues eres Tú el que actúas” (Sal 38:10), “Pondré un freno en mi boca mientras esté ante mí el impío” (Sal 38:2), y: “Los soberbios me insultan hasta el colmo, yo no me aparto de tu ley” (Sal 118:51). El que se mantiene en el segundo grado también deberá usar a menudo la primera forma de lucha, cuando sea tomado de improviso. Quien se encuentra en el primer grado no puede rechazar a sus enemigos por la segunda. Pero quien alcanza el tercer grado desprecia completamente a los demonios.
63. Naturalmente es imposible que lo que es incorpóreo sea contenido en los límites de lo que es corporal; pero todo es posible para quien posee a Dios.
64. Así como los que tienen buen sentido del olfato pueden descubrir a los que tienen perfumes ocultos, el alma pura discierne en los otros tanto el buen aroma que ella misma obtuvo de Dios como la hediondez de la que fue liberada, aunque esto no pueda ser percibido por los otros.
65. No es posible que todos lleguemos a ser impasibles; pero no es imposible que todos seamos salvados y que nos reconciliemos con Dios.
66. No te dejes dominar por esos extraños pensamientos: quieren penetrar indiscretamente en las disposiciones inefables y providenciales de Dios y saber por qué algunos tienen visiones, sugiriéndote en secreto que Dios hace excepciones. Son hijos del orgullo y se los reconoce como tales.
67. Hay un demonio de la avaricia que a veces simula humildad; y hay un demonio de la vanagloria que incita a la misericordia y un demonio de la sensualidad que hace lo mismo. Si estamos purificados, sin embargo, de uno y de otro, no dejemos de ejercer misericordia en toda circunstancia.
68. Hay quienes consideran que unos demonios se oponen a otros. Pero yo sé que todos buscan nuestra perdición.
69. Nuestra propia resolución y nuestro deseo santo, con la ayuda de Dios preceden siempre en nosotros cada acto espiritual, visible o interior; pues si los primeros no se ponen como fundamento, el segundo no tendrá lugar.
70. Si, como dice el Eclesiastés (3:1), “todo tiene su momento, y cada cosa, su tiempo bajo el cielo” — y por “cada cosa” debemos entender todo lo que concierne a nuestro santo género de vida —, prestemos atención, se los ruego, y busquemos en cada momento lo que concierne a este tiempo. Es cierto que para los que combaten, existe un tiempo de impasibilidad y un tiempo para el dominio de las pasiones; digo esto para los combatientes que hacen su aprendizaje; hay un tiempo para las lágrimas y un tiempo para la dureza de corazón; un tiempo para obedecer y un tiempo para dar órdenes; un tiempo para hacer ayuno y un tiempo para tomar parte de las comidas; un tiempo para combatir al cuerpo, nuestro enemigo, y un tiempo en el que el fuego está muerto; un tiempo de tempestad para el alma y un tiempo de calma del espíritu; un tiempo de tristeza del corazón y un tiempo de alegría espiritual; un tiempo para enseñar y un tiempo para escuchar; un tiempo para las faltas, quizás a causa de nuestro orgullo, y un tiempo de purificación por la humildad; un tiempo para el combate y un tiempo de tregua, lejos del peligro; un tiempo para la hesiquia y un tiempo para dedicarse sin distracciones a la actividad; un tiempo para la oración continua y un tiempo para el servicio sincero.
No nos dejemos engañar por un celo orgulloso que nos empuja a buscar anticipadamente lo que ha de venir al llegar su hora.
Es decir, no busquemos en invierno lo que vendrá en verano, o en la época de la siembra lo que debe venir en la de la cosecha; pues hay un tiempo para sembrar los trabajos y un tiempo para recoger los inefables dones de la gracia. De otra forma, incluso cuando llega el momento, no recibiremos lo que es propio de este tiempo.
71. Por una inefable economía, algunos recibieron santas recompensas por sus labores antes de haber trabajado; otros durante sus trabajos; otros, después; otros, a la hora de su muerte. Busca cuál de entre ellos llegó a ser más humilde.
72. Existe una desesperación que resulta de una multitud de pecados, de una conciencia cargada y de un enojo insoportable, cuando el alma está cubierta por múltiples heridas y, bajo este peso, se hunde en el abismo de la desesperación. Hay otra forma de desesperación que proviene del orgullo y de la autoestima, cuando pensamos que no merecíamos caer como lo hicimos. Un observador atento destacará los rasgos particulares de cada uno: el primero nos lleva a abandonarnos, de ahí en adelante, a la indiferencia; la segunda nos mantiene en la ascesis, en el seno de la desesperación, aunque parezca que esto no sirve para nada. El primero podrá curarse por la abstinencia y por una esperanza fiel, y el segundo, por la humildad y no juzgando a nadie.
73. No nos sorprendamos si vemos a algunas personas hacer cosas malas y decir cosas buenas, porque incluso en el paraíso, el orgullo empujó a la serpiente a ensalzarse y causó así su perdición.
74. En todas tus empresas y en toda tu conducta, si vives en la obediencia o si no dependes de nadie, en tus obras exteriores y en tu vida espiritual, ten por principio y por regla preguntarte si lo que haces es según Dios. Por ejemplo, cuando somos principiantes y emprendemos cualquier tarea, si esta acción no aumenta la humildad en nuestra alma, entonces sea grande o no, me parece que no la cumplimos según Dios. Pues mientras somos todavía niños en la vida espiritual, es el crecimiento en la humildad lo que nos da la certeza de que cumplimos la voluntad del Señor; para los que están más avanzados, es más bien la finalización de los combates; y para los perfectos, es el aumento y la profusión de la luz divina.
75. Incluso las pequeñas cosas pueden no ser pequeñas para los grandes; pero para los pequeños, incluso las grandes cosas no son absolutamente perfectas.
76. Cuando el cielo está libre de nubes, el sol brilla; de la misma manera, un alma liberada de sus malas predisposiciones y que obtuvo el perdón, ve perfectamente la luz divina.
77. El pecado es una cosa; la pereza, otra; la negligencia, otra; la pasión, otra; la caída, otra. Quien pueda profundizar esto en el Señor, busque su esclarecimiento.
78. Algunos consideran que el don de hacer milagros, y que se vean, está por encima de todos los dones espirituales, pero ignoran que hay muchos otros más elevados que están ocultos y que, por eso, no exponen a caer.
79. Quien está totalmente purificado ve el alma de su prójimo, no en sí misma, sino en cuanto a las disposiciones que encuentra. El que está adelantado juzgado el estado del alma a partir del cuerpo.
80. Un pequeño fuego incendia a menudo todo un bosque; de la misma manera, una pequeña falla puede corromper todo nuestro trabajo.
81. Existe un consuelo otorgado a nuestro enemigo que despierta la energía del espíritu, sin excitar el fuego de las pasiones; es una maceración del cuerpo que incluso provoca movimientos de la carne. Es para que no depositemos la confianza en nosotros, sino en Dios, quien sin que lo sepamos, mortifica la concupiscencia que vive en nosotros.
82. Cuando veamos que algunos nos aman en el Señor, cuidémonos de darles demasiada libertad, pues nada destruye tanto el amor ni engendra tanto el odio como la excesiva libertad.
83. El ojo del alma es espiritual y extremadamente bello; sobrepasa todo, excepto las naturalezas angélicas. Por eso, incluso aquellos que están dominados por las pasiones, pueden conocer a menudo los pensamientos en las almas de los otros, a causa del gran amor que les tienen, sobre todo si están inmersos en las manchas de barro.
84. Que el que lea comprenda que nada se opone tanto a la naturaleza inmaterial como la naturaleza material.
85. Para la gente del mundo, las investigaciones curiosas se oponen a la providencia de Dios; entre los monjes, a la ciencia espiritual.
86. Que aquellos cuya alma enfermiza reconozcan la visita de Dios en las afecciones del cuerpo, los peligros y las tentaciones exteriores; los perfectos la reconocen en la presencia del Espíritu Santo en ellos y en el acrecentamiento de los dones espirituales.
87. Existe un demonio que se aproxima a nosotros y nos arroja pensamientos malos e impuros cuando nos acostamos en nuestro lecho; su objetivo es obtener que, si omitimos por indolencia levantarnos para rezar y si no tomamos las armas contra él, nos adormezcamos con estos pensamientos impuros y tengamos sueños igualmente impuros.
88. Existe un espíritu malvado, que se llama precursor, que nos asalta apenas nos despertamos para mancillar nuestro primer pensamiento. Entrega al Señor las primicias de tu día, pues éste pertenecerá a aquel que primero toma posesión de ellas. Un trabajador excelente me dijo estas palabras memorables: “Desde el comienzo de mi jornada, sé cuál será todo su desarrollo.”
89. Muchos caminos conducen a la piedad y muchos también conducen a la perdición. A menudo un camino que no conviene a uno se adapta perfectamente a otro y la intención de los dos es agradable al Señor.
90. En todas las tentaciones que se nos presentan, los demonios se esfuerzan para hacernos decir o hacer lo que no conviene. Y si no logran su objetivo, permanecen sin hacer ruido, cerca de nosotros y nos sugieren que ofrezcamos al Señor una orgullosa acción de gracias.
91. Después de su partida, aquellos cuyo espíritu se dirige a las cosas de lo alto, van hacia las alturas; pero, aquellos cuyo espíritu se inclina hacia lo bajo, también descienden a lo bajo. Para los difuntos no hay lugar intermedio.
92. Hay una criatura que recibió su ser no en sí misma, sino en otra; y lo sorprendente es que puede subsistir fuera de aquella de la que recibió el ser.
93. Las hijas piadosas nacen de madres piadosas y las madres son engendradas por el Señor. Y no sería malo aplicar esta regla en sentido contrario.
94. Moisés, o mejor aún, Dios mismo, prohíbe al cobarde ir al combate, para que no caiga en un extravío espiritual peor que su primera caída corporal (cf. Dt 20:8). Y es justicia.
Del discernimiento juicioso
95. Así como el ciervo abrasado por la sed languidece cerca de las aguas vivas (cf. Sal 41:2), de igual manera los monjes desean conocer la santa voluntad de Dios; y no únicamente ésta, sino lo que sólo es parcialmente conforme a ella y lo que le es contrario. He aquí un tema del que no tenemos mucho para decir y que es difícil de explicar.
Por ejemplo, hay cosas que debemos hacer y que deben ser llevadas a cabo inmediatamente, sin demora y lo antes posible, según está escrito: “No te tardes en volver al Señor, no lo difieras de un día para otro, pues de pronto salta la ira del Señor” (Co 5:7); y a la inversa, las hay que exigen más moderación y circunspección, como invita aquel que dice: “Con sabios consejos harás la guerra” (Pr 24:6), e incluso: “Hágase todo con decoro y orden” (1 Co 14:40). En efecto, no todo el mundo puede dar un diagnóstico rápido y preciso sobre los aspectos de un discernimiento tan difícil. El mismo David, lleno de Dios y por quien hablaba el Espíritu Santo, a menudo imploraba ese don y decía: “Enséñame a cumplir tu voluntad, porque Tú eres mi Dios” (Sal 142:10), o: “Hazme saber el camino a seguir porque hacia Ti levanto mi alma” (Sal 142:8).
96. Los que desean aprender la voluntad del Señor deben primero mortificar la suya. Luego, y después de haber rezado a Dios con fe y simplicidad, sin malicia, que interroguen a los padres e incluso a los hermanos con humildad de corazón, sin ninguna duda, y que reciban entonces sus consejos como de labios del Señor, incluso si estas opiniones se oponen a sus propias aspiraciones e incluso si aquellos a los que consultaron no son muy espirituales. Pues Dios no es injusto; no inducirá al error a las almas que se someten humildemente, con fe y simplicidad al juicio y al consejo de su prójimo.
Aun cuando los consultados sean bestias sin razón, quien habla es el Inmaterial y el Invisible.
Están llenos de gran humildad los que consienten en ser guiados por esta regla sin admitir la menor duda. Pues si alguien resolvía sus dificultades con la cítara (cf. Sal 48:5), ¿no creen que un espíritu razonable y un alma espiritual podrían aportarnos una respuesta mejor que un objeto inanimado?
97. Muchos, que no recibieron este bien en su perfección y de manera cómoda a causa de su complacencia, pero que se esforzaron en descubrir en sí mismos y por sí mismos lo que complace al Señor, nos dejaron numerosas y variadas distinciones sobre este tema.
98. Algunos de los que buscaban la voluntad de Dios alejaron de su pensamiento todo apego a dos opciones que se presentaban en su alma: emprender tal acción u obrar en sentido opuesto. Durante cierta cantidad de días, en ferviente oración, presentaron al Señor su espíritu despojado de toda voluntad ya sea porque un espíritu habló espiritualmente a su alma o porque uno de los dos pensamientos desapareció completamente de la misma.
99. Otros comprendieron que su empresa era conforme a Dios por las tribulaciones y obstáculos que la acompañaron; pues está escrito: “Quisimos ir a vosotros — yo mismo, Pablo, lo intenté una y otra vez —, pero Satanás nos los impidió” (1 Ts 2:18).
100. Otros, por el contrario, reconocieron que su designio complacía a Dios en el curso inesperado que se presentó en su tarea y dijeron: “En todas las cosas interviene Dios para bien de los que lo aman” (Rm 8:28).
101. Quien logró que Dios resida en él por iluminación divina, recibe la certeza de su voluntad y sabe si la acción debe ser llevada a cabo urgentemente o si puede esperar.
102. Dudar en los juicios y permanecer por mucho tiempo en la duda sin ninguna certeza es signo de que el alma no está iluminada y ama la gloria.
103. Dios no es injusto y no cierra su puerta a los que la golpean con humildad.
104. En todas nuestras empresas, tanto las urgentes como las que es mejor diferir, que nuestra intención se remita al Señor. Pues las acciones libres de toda atadura y de toda impureza se cuentan como buenas si fueron cumplidas únicamente por el Señor, excluyendo cualquier otro fin, incluso si estas acciones no fueron completamente buenas. Pero si intentamos hacer lo que supera nuestras fuerzas, el resultado será peligroso.
105. Los juicios del Señor sobre nosotros son impenetrables. A veces, por una disposición providencial deja que ignoremos su voluntad, sabiendo que si la conocemos, la desobedecemos y deberemos luego recibir un gran castigo.
106. Un corazón recto permanece libre de preocupaciones entre la multiplicidad de asuntos y navega seguro en el barco de la inocencia.
107. Existen almas valientes que, por amor a Dios y con humildad de corazón, emprenden tareas que las superan y existen corazones orgullosos que hacen lo mismo. Pues nuestros enemigos a menudo nos sugieren cosas que superan nuestras fuerzas para que caigamos en la apatía, abandonemos incluso lo que está a nuestro alcance y lleguemos así a ser motivo de risa para nuestros enemigos.
108. Vi a algunas personas, que tenían el alma enferma y el cuerpo a punto de enfermar, que emprendían, a causa de la multitud de sus pecados, combates superiores a sus fuerzas, que no podían sostener. A ellos les digo que Dios juzga nuestro arrepentimiento a partir de nuestra humildad y no a partir de nuestros trabajos.
109. A veces la educación es la causa de graves desarreglos y otras, las malas compañías; pero lo más frecuente es que un alma pervertida sea ella misma el origen de su propia ruina. Quien está exento de los dos primeros males puede estarlo también del tercero; pero quien se encuentra en el último caso, está descalificado en cualquier lugar en que se encuentre. No hay sitio más seguro que el cielo.
110. Cuando los que pelean con nosotros tienen mala voluntad, sean incrédulos o heréticos, cesemos la discusión, luego de una primera y de una segunda advertencia (cf. Tt 3:10). Pero con los que desean conocer la verdad, “no nos cansemos de obrar el bien” (Ga 6:9). En uno y otro caso aprovechemos la ocasión para fortalecer nuestro propio corazón (cf. Hb 13:9).
111. Es irracional que pierda la esperanza quien escucha hablar de virtudes por encima de la naturaleza entre los santos. Todo lo contrario, éstas enseñan excelentemente una de estas dos cosas: despiertan en ti la emulación por su gran coraje o bien te conducen por medio de la humildad tres veces santa a un profundo desprecio de ti mismo y a la conciencia de tu debilidad congénita.
112. Entre los demonios impuros y malos, algunos son peores que otros, ya que nos sugieren no pecar solos, sino tener cómplices en el mal, para que nuestro castigo sea más severo. Conocí a uno que adoptó un mal hábito de un discípulo y, aunque recobró sus mejores sentimientos y comenzó a arrepentirse, renunciando a hacer el mal, su arrepentimiento fue ineficaz, a causa de la influencia del discípulo.
113. Grande, verdaderamente grande e incomprensible, es la maldad de los espíritus malignos; pocos la perciben, y pienso que éstos sólo ven una parte de ella. Así, ¿cómo puede ser que hartándonos de comida, podamos mantenernos en vigilia, dueños de nosotros mismos, en tanto que mientras hacemos ayuno y nos apenamos, nos sentimos miserablemente abatidos por el sueño? O ¿por qué nuestro corazón llega a endurecerse después de practicar la hesiquia mientras que viviendo con otros nos gana la compunción? ¿Por qué nos tienta el sueño cuando tenemos hambre mientras que, satisfechos, no experimentamos esas tentaciones? En las privaciones, nos invaden las tinieblas y nos falta compunción, pero si bebemos vino, nos sentimos plenos de animación y fácilmente tocados de compunción. Que quien recibió capacidad del Señor aporte luz en esta materia a los que están privados de ella; pues nosotros no fuimos instruidos en este tema. Podemos decir solamente que tales vicisitudes no siempre provienen de los demonios. Y esto me ocurre también, a veces, por el temperamento que recibí y la sórdida y glotona masa de carne que me envuelve.
114. Acerca de estas variaciones de las que acabamos de hablar y cuyo discernimiento es tan difícil, recemos humilde y sinceramente al Señor. Y si después de haberle suplicado durante un cierto tiempo, constatamos que lo mismo continúa produciéndose en nosotros, sepamos con certeza que no proviene del demonio, sino de la naturaleza. A menudo, por una disposición providencial, Dios quiere otorgarnos sus beneficios por medio de lo que nos es contrario, disminuyendo así nuestro orgullo con todos los recursos.
115. Es peligroso sondear con curiosidad en el abismo de los juicios divinos, pues los curiosos navegan en el barco del orgullo. Sin embargo, es necesario decir algo, a causa de la debilidad de muchos.
116. Alguien preguntaba a uno de los que son capaces de ver claro en esto: “¿Por qué Dios favorece a algunos, prevé sus caídas y les otorga dones espirituales y poder para realizar milagros?” Le respondió: “Para volver más circunspectos a los otros espirituales, mostrar la libertad de la voluntad humana y quitar a aquellos que caen, toda excusa a la hora del juicio.”
117. La ley es imperfecta: “Ten cuidado y guárdate bien” (Dt 4:9). Pero el Señor, que está por encima de toda perfección, nos impuso la corrección fraterna, diciendo: “Si tu hermano llega a pecar…” (Mt 18:15) y lo que sigue. Si tu reprensión, o mejor aún, tu advertencia, es pura y humilde, no debes dejar de cumplir el mandamiento del Señor. Pero si todavía no te encuentras allí, respeta al menos el precepto impuesto por la ley.
118. No te sorprendas si ves que los que amas te toman odio a causa de tus reprimendas. Los espíritus ligeros son instrumentos de los demonios, que se sirven especialmente de ellos contra sus enemigos.
119. Algo me sorprende profundamente en esto que nos concierne: ¿por qué nos inclinamos tan fácil y prontamente a las pasiones si para practicar la virtud cooperan con nosotros Dios Todopoderoso, los ángeles y los santos, y para el vicio, solamente el malvado demonio? No quiero profundizar más, porque no me siento capaz de hacerlo.
120. Si las cosas creadas subsisten en un estado conforme a su naturaleza; ¿por qué, como dice el gran Gregorio, estoy mezclado con el barro, yo, la imagen de Dios? Si alguna criatura se encuentra en un estado diferente de su naturaleza original, seguramente tendrá un deseo insaciable por Aquel a quien se asemeja. El hombre deberá valerse de todos los medios para elevarse del barro, por así decir, hasta el trono de Dios y sentarse en él. Y que nadie busque pretextos para no emprender este ascenso, pues el camino y la puerta están abiertos.
121. Los tratados de virtud de los padres espirituales revelan el celo del espíritu y del alma; escuchar sus palabras instructivas incita a sus fervientes admiradores a imitarlas.
122. El discernimiento es una lámpara en las tinieblas, un camino de regreso para los que se extraviaron, una luz para los que tienen débil la vista. Quien lo posee, recobra la santidad y destruye la enfermedad.
123. Los que se sorprenden por las pequeñas cosas lo hacen por dos motivos: por una profunda ignorancia o por humildad, alabando y realzando las acciones del prójimo.
124. Esforcémonos no sólo para luchar contra los demonios, sino también para declararles la guerra. En el primer caso, por momentos los vencemos y por momentos nos vencen ellos, pero en el segundo, se persigue al enemigo sin descanso.
125. Quien vence las pasiones, hiere a los demonios; fingiendo estar sujeto todavía a las pasiones, engaña a sus enemigos y no es más combatido por ellos. Un día, un hermano fue tratado ignominiosamente y rezó en su interior; luego comenzó a quejarse de esas injurias ocultando su impasibilidad con una pasión ficticia. Otro hermano, que no deseaba de ninguna manera el primer lugar, aparentaba trabajar para obtenerlo. ¿Cómo describir la castidad de aquel hombre que, entregándose aparentemente al pecado, se encontraba en un lugar infame, pero que dejaba a un lado el pecado por una vida de ascesis? Un día le trajeron un racimo de uvas a otro hesicasta; después que se fue el que se lo había traído, se apresuró a comerlas, pero sin tener deseos de hacerlo, para parecer goloso a los ojos de los demonios. Otro, que había perdido una hojas de palmera, fingió todo el día estar afligido por ello. Pero es necesario, poseer gran sobriedad espiritual para mantener una conducta semejante, pues de otra manera podría ocurrir que por querer jugar con los demonios, se termine jugando consigo mismo. De ellos, sin ninguna duda, dijo el Apóstol: “Tenidos por impostores, siendo veraces” (2 Cor 6:8).
126. Quien desea ofrecer a Cristo un cuerpo casto y presentarle un corazón puro, debe conservar cuidadosamente la ausencia de cólera y la abstinencia, pues sin estas dos virtudes toda nuestra labor es inútil.
127. Las luces que hieren los ojos de los hombres son diversas: así, el sol espiritual cubre el alma con su sombra de numerosas y variadas maneras. Una proviene de las lágrimas del cuerpo; otra, de las lágrimas del alma; una proviene de los ojos del cuerpo y otra, de los ojos del intelecto. Una es la exultación que proviene de oír palabras y otra se forma en el alma; una nace de la calma y otra, de la obediencia. Y además de todas éstas, existe otra que, de una forma que le es propia, pone al intelecto en presencia de Cristo, de manera inefable e inexpresable, con una luz inteligible.
128. Existen virtudes y existen madres de virtudes. El sabio se esfuerza por adquirir preferentemente estas últimas. Dios mismo es quien enseña estas madres de virtudes con su propio accionar; por el contrario, muchos son los que enseñan las virtudes hijas.
129. Tengamos cuidado de no compensar la abstinencia de comida con demasiado sueño; una conducta semejante es propia de los insensatos, igual que la inversa, por otra parte.
130. Vi trabajadores espirituales que, en una circunstancia particular, otorgaban un ligero consuelo a su estómago; pero inmediatamente después, estos valientes ascetas atormentaron al miserable haciendo vigilia toda la noche y de esa forma le enseñaron a separarse de la saciedad de ahí en adelante con alegría.
131. El demonio del amor al dinero combate violentamente a los que no poseen nada; si no puede vencerlos, les propone persuadir a los hombres no materialistas de que vuelvan a ser materialistas.
132. Cuando estemos desanimados, no dejemos jamás de recordar el mandamiento del Señor que ordenaba a Pedro perdonar setenta y siete veces al pecador (cf. Mt 18:22). Pues quien dio a otro este precepto, lo hará él mismo mucho más. Pero cuando nuestro corazón se eleve, recordemos estas palabras: “Quien cumple enteramente la ley espiritual, pero comete falta con respecto a una única pasión, es reo de todas” (St 2:10).
133. Algunos de los espíritus malvados y envidiosos abandonaron voluntariamente a los santos; como temen ser vencidos, no quieren procurarles laureles de triunfo a los que atormentan.
134. “Bienaventurados los que trabajan por la paz” (Mt 5:9). Nadie contradice esto. Pero también vi bienaventurados sembradores de discordia. Dos hermanos se habían unido por un afecto impuro. Pero un padre iluminado por Dios, un hombre de una gran experiencia, fue el instrumento por el cual llegaron a odiarse: le contó a uno que el otro hablaba mal de él, después hizo lo mismo con el otro. Y este hombre muy sabio logró descubrir la malicia de los demonios, por medio de una artimaña humana, e hizo nacer un rencor que destruyó esa unión impura.
135. Algunos dejan de lado un mandamiento a causa de otro mandamiento. He visto a jóvenes que experimentaban un sentimiento recíproco según Dios, y sin embargo, para no agraviar la conciencia del otro, se persuadieron mutuamente de separarse por un .tiempo.
136. Un matrimonio difiere de un entierro tanto como se contradicen el orgullo y la desesperación. Y sin embargo, los demonios causan un desorden tal que uno puede encontrar a los dos juntos.
137. Algunos demonios impuros interpretan por nosotros las Sagradas Escrituras, cuando comenzamos la vida monástica. Actúan de esa manera en el corazón de aquellos que son vanidosos y que ejercitan la sabiduría profana, para conducirlos a la herejía y a la blasfemia, engañándolos poco a poco. La confusión y la alegría sin moderación que se difunden en el alma durante estas explicaciones nos permiten reconocer esta teología diabólica, o más bien esta logomaquia.
138. Todas las criaturas recibieron del Creador, su orden y su comienzo y algunos también su fin. Pero la virtud no tiene término. Pues dijo el salmista: “De todo lo perfecto he visto el límite: ¡Qué inmenso es tu mandamiento!” (Sal 118:96). Si algunos buenos trabajadores espirituales ascienden de la virtud de la acción a la virtud de la contemplación (cf. Sal 83:8); si, por otra parte, la caridad no termina jamás (cf. 1 Co 13:8), y si el Señor cuida tu entrada, que es el temor, y tu salida que es la caridad (cf. Sal 120:8), se puede llegar a la conclusión de que ésta no termina. No cesaremos jamás de progresar en ella, en este siglo presente o en el futuro, agregando sin cesar luz sobre luz. Y aunque a muchos les parezca extraño lo que acabo de decir, sin embargo, lo sostengo. Del razonamiento precedente, bienaventurado Padre, saco como conclusión que incluso las substancias espirituales — es decir, los ángeles — no dejan de progresar; al contrario, agregan sin cesar gloria sobre gloria y conocimiento sobre conocimiento.
139. No te sorprendas si los demonios nos sugieren, a veces, buenos pensamientos y luego los combaten en nuestro espíritu. El objetivo de nuestros enemigos es persuadirnos así de que penetran los pensamientos de nuestro corazón.
140. No juzgues severamente a los que enseñan grandes cosas con palabras, si los ves menos apurados para ponerlas en práctica; a menudo la utilidad de las palabras compensa la penuria de las obras. No poseemos todos los bienes de igual manera: para algunos la palabra supera las obras; para otros, sucede lo contrario.
141. Dios no es ni el autor ni el creador del mal; se engañan los que pretenden que ciertas pasiones son naturales en el alma, ignorando que convertimos en pasiones las cualidades constitutivas de nuestra naturaleza. Por ejemplo: la naturaleza nos da el esperma para la procreación; pero nosotros lo pervertimos empleándolo para la lujuria. La naturaleza puso en nosotros el enojo contra la serpiente, pero nos servimos de él contra nuestro prójimo. La naturaleza nos provee de celo para emular la virtud, pero lo usamos para el mal. En el alma, por naturaleza, existe el deseo de la gloria, pero la de lo alto. Lo natural en nosotros es ser arrogantes, pero contra los demonios. También la alegría es natural en nosotros, pero a causa del Señor y del bien que le ocurre a nuestro prójimo. La naturaleza también nos dio el resentimiento, pero contra los enemigos del alma. Recibimos el deseo de una buena alimentación, pero no del exceso en la mesa.
142. Un alma generosa excita a los demonios contra ella. Pero cuando aumentan los combates, los triunfos se multiplican. Quien jamás fue golpeado por el enemigo, jamás será coronado. Al contrario, quien no se deja abatir a pesar de las caídas, será glorificado por los ángeles como buen combatiente.
143. Quien pasa tres noches en la tierra, vuelve para siempre a la vida; y quien fue victorioso en tres momentos diferentes no morirá jamás.
144. Por una disposición providencial destinada a nuestra educación, ocurre que el sol, luego de salir en nosotros, se oculta por primera vez; al esconderse, se extienden las tinieblas (cf. Sal 17:12) y llega la noche; durante ésta, los jóvenes leones, que nos habían dejado antes, vuelven a nosotros, con todas las bestias del espinoso bosque de las pasiones; rugen para arrancarnos la esperanza y piden a Dios su alimento de pasiones, en pensamientos o en acciones. Entonces, la oscuridad de la humildad hará que el sol salga de nuevo en nosotros y las bestias salvajes se reunirán y se acostarán en sus guaridas (Sal 103:20-23), es decir, en los corazones sensuales, pero no en nosotros. Los demonios se dicen entre sí: “El Señor ha hecho mucho por ellos, al darles nuevamente su misericordia”; y nosotros respondemos: “Grandes cosas hizo por nosotros Yahvé, el gozo nos colmaba” (Sal 125:3) pero ustedes fueron rechazados. El Señor está sobre una nube ligera — sin duda, el alma que se elevó por encima de todos los deseos terrenales — y va a Egipto — el corazón, antes en tinieblas — , y pulverizará a los ídolos hechos por la mano del hombre (Is 19:1), es decir, los malos pensamientos del intelecto.
145. Si Cristo Todopoderoso huyó corporalmente ante Herodes, aprendan los temerarios a no arrojarse en las tentaciones. Pues está dicho: “¡No deje Él tibubear tu pie!, ¡no duerme tu guardián!” (Sal 120:3).
146. El orgullo siempre se enlaza en torno al coraje, como una enredadera en torno al árbol. Trabajemos incansablemente para no admitir siquiera el simple pensamiento de que hemos adquirido alguna virtud. Busquemos en nosotros y veremos que estamos completamente desprovistos de ellas.
147. Busca también, sin cesar, síntomas de pasiones y descubrirás una gran cantidad en ti; como estamos enfermos, no podemos diagnosticarlas a causa de nuestra debilidad o porque están profundamente arraigadas.
148. Dios juzga nuestras intenciones; pero en su gran amor por los hombres, nos pide que mostremos nuestros actos, en la medida en que somos capaces de hacerlo. Grande es aquel que no omite nada de lo que puede hacer; pero más grande quien emprende humildemente una tarea que lo sobrepasa.
149. A menudo, los demonios nos impiden cumplir con lo que es fácil y de mayor provecho para nosotros y nos incitan a emprender cosas más difíciles.
150. Encuentro en las Escrituras que José es alabado porque huyó del pecado y no por haberse mostrado impasible. Debemos preguntarnos de qué pecados debemos huir y cuántos son, para ser alabados. Pues una cosa es huir de la sombra, y otra, correr hacia el sol de justicia.
151. Tener los ojos en tinieblas nos hace tropezar; tropezar provoca la caída y la caída entraña la muerte. Quienes tienen su vista en tinieblas a causa del vino necesitan lavarse con mucha agua; quienes se encuentran en tinieblas por las pasiones deben lavarse con lágrimas.
152. Una cosa es la deshonra; otra, la disipación; otra, la ceguera. La primera es sanada por la abstinencia; la segunda, por la calma y la tercera, por la obediencia y por Dios que, para nuestra salvación, hace que lo obedezcamos.
153. Existen dos lugares donde se limpian las cosas de aquí abajo; tomémoslos como ejemplo para comprender que también existen dos géneros de purificación para los que fijan su pensamiento en las cosas de lo alto (cf. Col 3:2). En efecto, podemos decir que una comunidad cenobítica conforme a la voluntad de Dios se parece al taller de un obrero en el que se cuelan toda la suciedad, la grasa y las deformaciones. Y la tintorería es la vida solitaria, destinada a los que dejaron ya a un lado la lujuria, el recuerdo de las injurias y la cólera y que desde entonces puedan pasar del monasterio a la hesiquia.
154. Algunos dicen que recaemos en los mismos pecados porque no cumplimos una penitencia proporcional y que no nos hemos corregido de manera que compense las faltas cometidas. Pero se puede preguntar si todos los que no recayeron en los mismos pecados hicieron penitencia como debían.
155. Algunos recaen en los mismos pecados porque olvidaron profundamente sus primeros pecados, pues su amor al placer los hizo presumir de la misericordia de Dios o perdieron la esperanza de su salvación. Si no temiera que se me reprochara, diría que de ahí en adelante son incapaces de encadenar al enemigo que pelea contra ellos, debido a la tiranía de la costumbre.
156. Deberíamos buscar por qué el alma, aunque es inmaterial, no reconoce la naturaleza de los espíritus que son consustánciales con ella y que vienen a visitarla. Puede ser la consecuencia de su unión con la carne, unión que sólo es conocida por el que las puso juntas.
157. Un día, un hombre dotado de conocimiento me preguntó: “Dime, pues deseo saber, cuáles son los espíritus que corrientemente abaten el intelecto cuando pecamos y cuáles son los que lo elevan.” Por mi dificultad en esta cuestión, le juré que no sabía nada. Entonces, quien quería aprender me enseñó, pues él mismo me dijo: “Voy a darte en pocas palabras un germen de discernimiento y te dejaré para que encuentres luego el resto por medio de tu propio esfuerzo. El demonio de la lujuria, el de la cólera, el de la gula, el de la apatía y el del sueño no tienden a abatir el intelecto. Pero los de la avaricia, la ambición, la habladuría y muchos otros añaden esta malicia a su propia malicia; por eso, quien es incitado a juzgar está también muy próximo a estos últimos.”
158. Cuando un monje visita a seglares o los recibe como huéspedes, si siente disgusto cuando se separa de ellos al término de una hora o de un día, en lugar de alegrarse como si se hubiera librado de una traba o de una trampa, eso indica que llegó a ser un juguete de la vanagloria o de la lujuria.
159. Ante todo deberíamos observar de dónde sopla el viento y entonces no tenderemos nuestras alas en sentido contrario.
160. Reconforten con caridad y otorguen algún descanso a los ancianos que llevaron una vida activa y extenuaron su cuerpo en la ascesis. Pero obliguen a hacer abstinencias a los jóvenes que extenuaron sus almas por el pecado, recordándoles el castigo.
161. Es completamente imposible, como dijimos en otra parte, liberarse de un solo golpe, desde el comienzo de la vida monástica, de la gula y de la vanagloria. Pero cuidémonos de combatir la vanagloria con la buena comida, pues, entre los principiantes, ceder a la gula engendra vanagloria. Dominémosla por medio de la abstinencia. Llegará la hora, y ya ha llegado para quienes lo desean, en que el Señor la colocará también bajo nuestros pies.
162. Los jóvenes y los ancianos que ingresan en la vida monástica no son combatidos por las mismas pasiones. A menudo, son afectados por enfermedades absolutamente opuestas. Por eso es bendita, verdaderamente bendita, la humildad que asegura a jóvenes y ancianos una penitencia eficaz.
163. No se preocupen por lo que voy a decirles. De hecho, existen aunque son poco frecuentes, almas rectas y extrañas a toda malicia, vicio, hipocresía o estafa que no convienen al comerció de los hombres; ellas pueden, ayudadas por su guía, subir hasta el cielo desde la hesiquia, sin haber deseado ni experimentado los problemas y los escándalos de la vida en comunidad.
164. Los hombres pueden sanar a los voluptuosos, los ángeles a los malvados; pero a los soberbios, sólo Dios.
165. Un aspecto de la caridad es dejar que venga a nosotros el prójimo, actuando como lo desee en todo y ponerle buena cara en toda circunstancia.
166. Uno puede preguntarse de qué manera, en qué medida y en qué circunstancias, si es posible, se destruye el bien cuando uno se lamenta de haberlo hecho, como si estuviera mal.
167. Necesitamos mucho discernimiento para saber cuánto debemos resistir, en qué casos y en qué medida debemos luchar contra lo que alimenta las pasiones y cuándo conviene retirarnos de la lucha. Pues, dada nuestra debilidad, a veces es necesario reconocer que vale más huir que perecer.
168. Debemos considerar y observar con cuidado cuándo y cómo podemos evacuar bilis, dada su amargura; cuáles son los demonios que nos exaltan y cuáles los que nos deprimen; cuáles nos endurecen y cuáles nos aportan consuelo; cuáles nos envuelven en tinieblas y cuáles fingen iluminarnos; cuáles nos vuelven indolentes y cuáles, estafadores; cuáles nos ponen tristes y cuáles, alegres.
169. No nos sorprendamos de vernos más sujetos a las pasiones en los comienzos de nuestra vida monástica que cuando vivíamos en el mundo. Pues es preciso que las causas de la enfermedad manifiesten su acción, para que vuelva la santidad. Las bestias feroces ya estaban allí, ocultas, pero no se mostraban.
170. Cuando los que se acercan a la perfección son vencidos accidentalmente por los demonios, deben emplear todos los medios inmediatamente para arrancar esta falta y repararla cien veces.
171. Cuando el tiempo está en calma, los vientos sólo agitan la superficie del mar; pero, a veces, lo sacuden hasta las profundidades; así, me parece, actúan los vientos tenebrosos del mar. Sacuden a quien está sujeto a las pasiones hasta el punto más sensible del corazón. Pero sólo actúan superficialmente en el espíritu de aquellos que están cerca de la perfección. Por eso, estos últimos sienten rápidamente que retorna a ellos la calma acostumbrada, pues su corazón no ha sido alcanzado por las faltas.
172. Corresponde a los perfectos discernir en su alma, sin error, qué pensamiento proviene de su propia conciencia, cuál de Dios y cuál, de los demonios; los demonios sólo sugieren, desde el comienzo, cosas malas. Por eso existe allí un oscuro problema, difícil de resolver.
173. Gracias a la sensibilidad de los dos ojos, el cuerpo se encuentra en la luz y gracias al discernimiento de lo que es visible y espiritual, los ojos del corazón se encuentran iluminados.
Breve Recapitulación de Todo lo que Precede.
1. Una fe firme es madre del renunciamiento; lo opuesto es evidente.
2. Una esperanza inquebrantable es la puerta del desprendimiento; lo opuesto es evidente.
3. La caridad hacia Dios es el fundamento del exilio voluntario; lo opuesto es evidente.
4. La obediencia se origina en la condena de sí mismo y el deseo de santidad.
5. La madre de la abstinencia es el pensamiento de la muerte y el recuerdo constante de la hiél y del vinagre de nuestro Señor.
6. La auxiliar de la castidad es la hesiquia. La extinción del fuego de la carne es el ayuno. El adversario de los malos pensamientos es la contrición del corazón.
7. La fe y el exilio voluntario son la muerte del amor por el dinero. Pero la compasión y la caridad hacen que el cuerpo se sacrifique.
8. La oración continua es la ruina de la apatía, el recuerdo del juicio devuelve celo.
9. El amor a la abyección es el remedio de la cólera.
10. La salmodia, la compasión y la pobreza sofocan la tristeza.
11. El desprendimiento de las cosas sensibles produce la contemplación de las cosas espirituales.
12. El silencio y la hesiquia son los enemigos de la vanagloria. Y si vives en comunidad, busca la humillación.
13. El orgullo visible se sana por medio de una situación oscura; pero el orgullo invisible sólo Aquel que es eternamente invisible puede sanarlo.
14. El ciervo es el destructor de todas las serpientes visibles; pero la humildad destruye las serpientes espirituales.
15. Por medio de las cosas naturales podemos recibir enseñanzas muy claras sobre todas las cosas espirituales.
16. Así como la serpiente no puede despojarse de su vieja piel, a menos que pase por un orificio muy estrecho, así nosotros no podremos despojarnos de
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nuestras viejas predisposiciones, de nuestra vieja alma y de las túnicas del antiguo hombre a menos que emprendamos el camino estrecho y pleno de ayuno y de humillaciones.
17. Un pájaro gordo no puede volar hacia el cielo; esto le ocurre a aquel que se alimenta y adula su carne.
18. Un pantano seco no tiene atractivo para los puercos, y en una carne extenuada, los demonios no encuentran dónde descansar.
19. Al igual que una gran cantidad de leña ahoga y extingue el fuego, produciendo demasiado humo, así un pesar que sobrepasa la medida vuelve el alma oscura y la llena de humo y seca la fuente de las lágrimas.
20. Un ciego no está capacitado para ser arquero, y un discípulo que contradice está perdido.
21. Así como el hierro templado puede afilar al que no lo está, así, a los perezosos, salva un hermano ferviente.
22. Los huevos de pájaro recalentados en la basura rompen el cascarón; así rompen el cascarón y producen sus obras los malos pensamientos que no se manifestaron.
23. Los caballos al galope se excitan mutuamente en la carrera; de la misma manera una comunidad ferviente se estimula a sí misma.
24. Así como las nubes ocultan el sol, así oscurecen y arruinan el espíritu los malos pensamientos.
25. Quien ha sido condenado y camina al suplicio no habla de espectáculos; tampoco adulará su vientre el que se aflige sinceramente de sí mismo.
26. Así como los pobres toman más conciencia de su pobreza cuando contemplan el tesoro real, así el alma que lee las narraciones de las grandes virtudes de los padres, concibe muchos más sentimientos humildes.
27. El hierro es atraído hacia el imán, aun contra su voluntad, por una fuerza secreta de la naturaleza; igualmente las malas predisposiciones se convierten en costumbres que tiranizan.
28. Así como el aceite calma el mar, aunque éste haga resistencia, así el ayuno extingue los ardores involuntarios del cuerpo.
29. El agua con presión se precipita hacia lo alto, y el alma presionada por el peligro se eleva a menudo hacia Dios por la penitencia y encuentra su salvación.
30. El que lleva consigo perfumes es descubierto por el aroma, a pesar de sí mismo; de modo semejante, quien posee al Espíritu del Señor es reconocido por sus palabras y su humildad.
31. Así como el sol vuelve visible el oro, haciéndolo centellear, así la virtud señala a quien la posee.
32. La cólera perturba la inteligencia más que cualquier otra pasión, tal como los vientos agitan las profundidades del mar.
33. Así como cuando se escucha hablar simplemente de algo, no se lo desea con ansia por no haberlo visto, similarmente los que son puros de cuerpo encuentran en esto un gran consuelo.
34. Los ladrones no atacan una plaza donde ven depositadas las armas reales; tampoco quien ha ligado la oración a su corazón será despojado fácilmente por los ladrones espirituales.
35. El fuego no engendra nieve, ni los que buscan la gloria aquí abajo gozarán de ella en lo alto.
36. Así como una sola chispa prende fuego, a menudo, a una gran cantidad de leña, así una buena acción puede borrar una multitud de grandes pecados.
37. Es imposible destruir sin armas a una bestia feroz; también lo es, sin humildad, liberarse de la cólera.
38. Naturalmente no es posible conservar la vida del cuerpo sin comer, por eso quien quiere ser salvado no puede dejarse llevar por la negligencia ni siquiera un segundo.
39. Un rayo de sol que penetra a través de una hendija ilumina todo el interior de una casa, de manera que se ve volar incluso el polvo más fino; también el temor de Dios, cuando entró en el corazón de un hombre, le revela todos sus pecados.
40. Los cangrejos son fáciles de atrapar porque caminan tanto para adelante como para atrás; igualmente el alma, que tanto ríe como se aflige, no hará ningún progreso.
41. Es fácil robar a los que duermen, y eso les ocurre a los que buscan la virtud cerca del mundo.
42. Quien pelea con un león está perdido si le quita los ojos de encima un instante; lo mismo le ocurre al hombre que combate su carne, si le da algún respiro.
43. Quien sube por una escala podrida corre el riesgo de caer; así todo lo que es honor, gloria y poder se opone a la humildad y hace caer a quien lo posee.
44. Es imposible que un hombre hambriento no piense en el pan; y también lo es que quien desea su salvación no piense en la muerte y el juicio.
45. El agua borra lo que está escrito; las lágrimas tienen el poder de borrar los pecados.
46. Algunos, a falta de agua, borran lo que está escrito por otros medios; ciertas almas que no tienen lágrimas hacen desaparecer sus pecados con su pesar, sus gemidos y una profunda tristeza.
47. La abundancia de basura produce abundancia de gusanos; así la abundancia de alimento engendra abundancia de caídas, de malos pensamientos y de sueños impuros.
48. Un ciego no ve para caminar, el perezoso no puede ver el bien ni hacerlo.
49. Quien tiene los pies encadenados no puede caminar; aquellos que acumulan bienes, no pueden ascender al cielo.
50. Una herida reciente se cura fácilmente; a la inversa, las heridas inveteradas del alma difícilmente sanan, si es que sanan.
51. Un muerto no puede caminar; tampoco es posible que se salve quien perdió la esperanza.
52. Quien posee una fe verdadera, pero continúa pecando, parece un rostro que no tiene ojos.
53. Quien no tiene fe, pero realiza el bien, parece un hombre que saca agua y la vierte en un tonel agujereado.
54. El barco con un buen piloto llega al puerto, sin peligro, con la ayuda de Dios; así, el alma que tiene un buen pastor sube al cielo fácilmente, incluso si cometió innumerables faltas.
55. Quien no tiene guía se sale fácilmente del camino, aunque sea prudente; así, quien recorre la vida monástica guiándose a sí mismo se pierde fácilmente aunque posea a toda la sabiduría del mundo.
56. Si alguien débil de cuerpo cometió grandes faltas, debe retomar la senda de la humildad y de las cualidades que la caracterizan: no encontrará otra salvación.
57. El que sufrió una enfermedad prolongada no podrá recuperar la salud en un instante; de la misma manera, es imposible dominar, de un solo golpe, las pasiones, o incluso una sola pasión.
58. Considera cada pasión y cada virtud en toda su extensión, y conocerás tus progresos.
59. Los que cambian oro por arcilla son perdedores; así ocurre con los que discuten con ostentación de las cosas espirituales por una ventaja material.
60. Muchos obtuvieron rápidamente el perdón, pero nadie obtuvo del mismo modo la impasibilidad; se necesita mucho tiempo, ganas y la ayuda de Dios.
61. Busquemos qué animales y qué pájaros nos perjudican más en el tiempo de la siembra, en el tiempo en que el trigo está creciendo y en el tiempo de la cosecha, para poner las trampas que convengan.
62. El hecho de tener fiebre no es una razón para suicidarse; así, hasta nuestro último suspiro, no debemos perder la esperanza.
63. No es conveniente que un hombre que acaba de enterrar a su padre se case al salir del funeral; así, los que se afligen por sus pecados no deben buscar entre los hombres, en esta vida, el honor, el reposo y la gloria.
64. Los alojamientos de los ciudadanos libres y los de los condenados son diferentes; así el género de vida de los que se afligen por sus pecados debe ser enteramente diferente del de los inocentes.
65. Un rey no ordena que den de baja a un soldado que recibió en su presencia numerosas heridas, más bien lo hace ascender de grado; así, el rey del cielo corona al monje que afrontó numerosos peligros de parte de los demonios.
66. La sensibilidad del alma es una cualidad que le es propia. Pero el pecado le da una bofetada a ese sentido espiritual. Cuando este sentido se despierta, cesa o disminuye el mal. Es un fruto de la conciencia. Y la conciencia es la palabra y el reproche del ángel guardián que nos fue otorgado desde el momento de nuestro bautismo. Por eso constatamos que los que no están bautizados no sienten tan intensamente, en su alma, el aguijón del remordimiento por sus malas acciones.
67. La disminución del mal produce la abstención del mal, y esta abstención es el comienzo de la conversión; el comienzo de la conversión es el inicio de la salvación y este inicio es una buena resolución, y una buena resolución es la madre de los trabajos. El comienzo de los trabajos son las virtudes, las virtudes tienen su flor y en esta flor está el principio de la vida activa. El retoño de la virtud es la perseverancia, y el fruto de una práctica perseverante es la costumbre, que genera una manera de ser constante. La orientación hacia el bien que llegó a ser constante es madre del temor; el temor da origen al respeto por los mandamientos celestiales y terrenales; y este respeto es signo de caridad; el comienzo de la caridad es la abundancia de humildad; y esta abundancia es hija de la impasibilidad; la adquisición de esta última es la plenitud de la caridad, es decir, la perfecta presencia de Dios en los que, practicándola, llegaron a ser puros de corazón. Pues verán a Dios (cf. Mt 5:8). A El gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Vigésimo Séptimo Escalón: Hesiquia.
1. Somos como esclavos comprados y ligados por contrato a las pasiones impías; por eso conocemos en cierta medida las mañas, la conducta, la tiranía y las estafas de los espíritus que dominan nuestra alma miserable. Pero hay otros que, por la acción del Espíritu Santo y por estar liberados de la dominación de esos espíritus, están plenamente instruidos acerca de sus procedimientos. Uno es el que, a partir del sufrimiento que le causa su enfermedad, puede conjeturar qué consuelo aporta la salud, y otro el que, a partir del bienestar de la salud, se forma una idea de la enfermedad y se representa sus miserias. Por eso en nuestra debilidad, dudamos tratar en nuestro discurso el tema de la hesiquia: sabemos, en efecto, que en torno a la mesa de una buena comunidad vagabundea siempre algún perro que busca arrancar un pedazo de pan, es decir, un alma, y escapar llevándolo en su garganta para devorarlo con tranquilidad. No queremos que nuestras palabras permitan la entrada a este perro y den la ocasión a los que la buscan; por esa razón no creemos lícito hablar ahora de paz a los valientes guerreros de nuestro rey que están combatiendo. Nos contentaremos con decir que las coronas de paz y de serenidad están trenzadas por aquellos que no desfallecen en el combate. Sin embargo, a título de ejemplos que permitan juzgar el resto, si así lo desean, diremos algunas palabras sobre la hesiquia, para no entristecer a nadie al abandonar este tema sin haberlo tratado.
2. La hesiquia del cuerpo es la disciplina y el estado apacible de las costumbres y de los sentimientos; la hesiquia del alma es la disciplina de los pensamientos y es un espíritu inviolable.
3. El amigo de la hesiquia es aquel cuyo pensamiento, siempre despierto, se mantiene con valor e intransigencia en la puerta del corazón para destruir o rechazar los pensamientos que sobrevienen. Quien practique la hesiquia con sentimiento de corazón comprenderá lo que acabo de decir; pero quien todavía es un niño no tiene experiencia de ello y lo ignora. El hesicasta dotado de conocimiento no necesita palabras, pues está iluminado por sus actos acerca de lo que quieren decir las palabras.
4. El comienzo de la hesiquia es alejarse del ruido, porque el ruido perturba las profundidades del alma. Y su perfección es no temer ninguna inquietud y permanecer insensible.
5. Quien sale al exterior sin dejar el silencio interior es amable y llega a ser completamente una morada de la caridad.
6. Quien no deja fácilmente de hablar, tampoco se aleja nunca de la cólera. Lo contrario es evidente.
7. El hesicasta es aquel que aspira a circunscribir lo incorporal en una morada corporal — paradoja suprema.
8. El gato vigila al ratón y el espíritu del hesicasta acecha al ratón espiritual. No consideres que este ejemplo es fútil, pues ello indicaría que todavía no has conocido la hesiquia.
9. No es un solitario el monje que vive con otro monje. El solitario necesita una gran vigilancia y un espíritu que no se deje distraer. A aquel que no está solo lo ayuda su hermano; pero un ángel da su ayuda al solitario.
10. Los poderes espirituales concelebran con el que es hesicasta en el fondo de su alma y les agrada-morar con él. De lo que es contrario a esto, no te hablaré.
11. El abismo de los dogmas es profundo; pero el espíritu del hesicasta se sumerge en él sin peligro. No es prudente nadar completamente vestido, ni mezclarse con la teología cuando uno está sujeto a las pasiones.
12. La celda del hesicasta está constituida por los estrechos límites del cuerpo; dentro, contiene una casa de conocimiento.
13. El que sufre una enfermedad del alma y abraza una forma de vida hesicasta se parece a un hombre que salta al mar desde un barco y se imagina que puede alcanzar la orilla sobre una tabla, sin correr peligro.
14. A todos aquellos que combaten contra la arcilla de su carne, el hesicasmo les conviene en su momento, con tal de que tengan un guía; pues quien lleva una vida solitaria necesita la fuerza de los ángeles. Hablo aquí de los que verdaderamente son hesicastas de cuerpo y alma.
15. El hesicasta relajado dirá mentiras para insinuar a los hombres que pongan fin a su forma de vida. Y cuando haya dejado la celda, acusará a los demonios. No ve que él es su propio demonio.
16. He visto a los hesicastas tratando de saciar, sin conseguirlo, su ardiente deseo de Dios, engendrando fuego con fuego, amor con amor, deseo con deseo.
17. El hesicasta es la imagen terrestre de un ángel; con el pergamino del deseo y las letras del fervor, liberó su oración de la negligencia y de la indolencia.
18. El hesicasta es aquel que declara abiertamente: “A punto está mi corazón, oh Dios” (Sal 56:8). Hesicasta es aquel que dice: “Yo dormía, pero mi corazón velaba” (Ct 5:2).
19. Cierra la puerta de tu celda a tu cuerpo, la de tu lengua a los discursos, y la puerta interior a los malos espíritus.
20. El calor del mediodía y la gran calma prueban la paciencia del marino; y la falta de lo que es indispensable prueba la resistencia del hesicasta. Cuando el primero se desanima, se arroja al mar a nadar, si la apatía domina al segundo, se mezcla con la muchedumbre.
21. No temas, ni tomes en serio los ruidos que escuches, pues la aflicción ignora la cobardía y no se espanta de ella.
22. Aquellos cuyo espíritu aprendió a rezar, verdaderamente hablan al Señor cara a cara, como si lo hicieran al oído del emperador; aquellos que rezan con la boca se postran ante él como en presencia de toda su corte; los que viven en el mundo dirigen sus requerimientos al emperador en medio de los clamores de todo el pueblo. Si llegaste a ser sabio en el arte de la oración, comprenderás lo que digo.
23. Instálate en una altura y vigílate; verás cómo entran los ladrones para robar tus racimos de uva, verás cuántos son, de dónde vienen, de qué forma son y cuándo lo hacen.
24. Cuando el que vela está fatigado, se levanta para rezar, después se sienta nuevamente y retoma con ánimo su primer trabajo.
25. Un hombre que tenía experiencia de todo esto quería hablar de ello con precisión y en detalle; pero temía volver indolentes a los trabajadores espirituales y hacer huir por el ruido de las palabras a los que estaban abocados a esto.
26. Quien habla con precisión y por experiencia de la hesy-chía, excita a los demonios en su contra; pues ningún otro sino él puede triunfar sobre sus vergonzosos procedimientos.
27. Quien llegó a la hesiquia conoce el abismo de los misterios; pero no hubiera descendido jamás hasta allí, de no haber visto o escuchado antes el tumulto de las olas y los espíritus malvados y si no hubiera sido mandado con barro. El gran apóstol Pablo confirma lo que acabo de decir; pues de no haber sido arrebatado hasta el paraíso como en la hesiquia, no habría escuchado las palabras inefables (cf. 2 Co 12:4).
28. El oído del hesicasta recibirá de Dios palabras extraordinarias; por eso, en el Libro de Job, decía este hombre tan sabio: “A mí me ha dicho furtivamente una palabra, mi oído ha percibido un susurro” (Jb 4:12).
29. Algunos corren hacia los hombres por falta de coraje, mientras que el hesicasta huye de los mismos sin odio, pues no se quiere privar ni un momento de la suavidad de Dios.
30. “Anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en los cielos, luego, ven y sígueme” (Mt 19:21). Dónalo a los monjes pobres para que, a través de sus oraciones, te acompañen hasta la hesiquia. Y toma tu cruz, llévala por medio de la obediencia, soporta valientemente el peso de tu voluntad restringida; luego ven y sígueme hacia la unión de la muy santa hesiquia (cf. Mt 16:24) y te enseñaré la actividad visible y el género de vida de las fuerzas espirituales. Éstas no se hartan jamás de alabar a su Creador, de la misma manera como no cesa jamás de alabar a su Creador quien ha llegado al cielo de la hesiquia.
Los espíritus inmateriales no tienen ninguna preocupación por lo material; y los que han llegado a ser inmateriales en un cuerpo material no tienen necesidad de estar seguros de que lo recibirán. Los primeros no se preocupan ni por el dinero, ni por las posesiones y los otros no se inquietan más por la malicia de los espíritus.
Entre los habitantes del cielo, no se encuentra ningún deseo de la creación visible y entre los de aquí abajo, ningún deseo de lo que se ve a través de los sentidos. Los primeros no cesan de progresar en la caridad y los segundos hacen otro tanto, rivalizando cada día con los ángeles. Los primeros tienen plena conciencia de la riqueza de sus progresos; los segundos, de su amor apasionado por la ascensión. Los primeros no se detendrán antes de haber alcanzado a los serafines y los segundos, hasta llegar a ser ángeles. Bienaventurado quien lo espera, tres veces bienaventurado quien está punto de alcanzarlo, y quien ha llegado es un ángel.
Los diferentes aspectos de la hesiquia y cómo distinguirlos.
31. Con respecto a todas las ciencias, todos lo sabemos, hay diversas opiniones y diferentes pensamientos. Pues la perfección no se encuentra en nosotros, ya sea por falta de celo o por falta de aptitudes. Por eso, algunos entran en este puerto, mejor aún, en este mar, o quizás en este abismo, porque no pueden controlar su lengua o a causa de una mala predisposición de la carne; otros, porque no dominan su cólera y no pueden controlarla en medio de los hombres; otros, por orgullo, decidieron navegar a su modo y no bajo la conducción de otro; algunos lo hacen porque se hallan apegados a las cosas materiales y no pueden abstenerse de ellas, otros, para llegar a ser fervientes gracias al retiro; otros, para castigarse secretamente por sus pecados; otros, para asegurarse, por este medio, la gloria, otros, incluso — ¡pueda el Hijo del hombre encontrar hombres semejantes cuando venga nuevamente! — han contraído nupcias con la santa hesiquia porque aspiran a las delicias del amor y a la oscuridad de Dios; pero no habrían sabido hacerlo antes de haber repudiado toda apatía, pues cualquier unión con esta última parecería un adulterio con respecto a la primera.
32. Según la medida de la ciencia simple que me fue otorgada, como un arquitecto poco habilidoso, construí una escala para la ascensión. Cada uno debe examinar en qué escalón se encuentra. ¿Qué buscamos? ¿La libre disposición de nosotros mismos? ¿La gloria humana? ¿Un remedio contra la ausencia de control de las palabras, contra la ausencia de dominio de la cólera o contra el exceso de inclinaciones apasionadas? ¿Es para expiar nuestras faltas, para llegar a ser más fervientes o para agregar llama sobre llama? Los últimos serán los primeros y los primeros, últimos. Los siete primeros son las obras de la semana del mundo presente, unos aceptables, otros no. Pero es evidente que el octavo lleva el signo del mundo por venir.
33. Observa monje solitario, los momentos en que rondan las bestias salvajes; de otra manera, no serás capaz de ponerles las trampas convenientes. Si la apatía que repudiaste, te abandonó completamente, la tarea será superflua. Pero si todavía se muestra, no sé cómo podrás vivir en la hesiquia.
34. ¿Por qué los santos padres de Tabennisi no contaron entre ellos con tantos hombres iluminados como los de Scété? No puedo hablar de ello, o mejor aún, no deseo hacerlo.
35. Entre aquellos que pasan su vida en este abismo, algunos se esfuerzan en disminuir sus pasiones; otros cantan salmos y pasan la mayor parte de su tiempo rezando, en tanto que otros se dedican a la contemplación.
36. Existen almas perezosas que viven en los monasterios cenobíticos y que llegan a una ruina completa pues se dejan llevar por lo que puede halagar su indolencia. Pero también existen almas que se despojan de su indolencia cuando están en contacto con otras, lo que no les ocurre solamente a los negligentes, sino también a los fervorosos.
37. Podemos aplicar la misma regla a la hesiquia; muchos, que parecían estar calificados, llegaron a ella, pero fueron descalificados en seguida a causa de su independencia, que los impulsaba a ser amigos del placer; otros, en cambio, abrazaron este género de vida por temor a ser condenados y esto los volvió fervorosos y dedicados.
38. Quien está todavía perturbado por la cólera y el orgullo, por la hipocresía y por el recuerdo de las injurias, jamás debería tomar el camino de la hesiquia, pues sólo ganará que su espíritu se extravíe, y ninguna otra cosa. Pero aquel que está purificado de estos sentimientos, sabrá qué es lo mejor; y no obstante, quizás ni siquiera él mismo podrá saberlo.
39. Los signos característicos, los ejercicios y las marcas de los que practican la hesiquia son: espíritu siempre despierto, pensamiento puro, éxtasis en el Señor, recuerdo de los tormentos eternos, deseo apremiante de la muerte, hambre insaciable por la oración, vigilancia sin desfallecimiento, extinción de la lujuria; así como el ignorar las inclinaciones apasionadas, el morir a lo mundano, la pérdida de la gula, la aptitud para la teología, la fuente del discernimiento, el don de las lágrimas, el cercenar las habladurías y muchas otras cosas semejantes a las que la mayoría de la gente prefiere permanecer completamente ajena.
40. Las marcas de los que practican el hesicasmo de una manera no razonable son: la penuria de las riquezas espirituales, el acrecentamiento de la cólera, la acumulación del resentimiento, la disminución de la caridad, el aumento del orgullo; y me callaré el resto.
41. Pero, puesto que nuestra exposición ha llegado a este punto, es necesario que consideremos el caso de aquellos que viven en la obediencia; pues esta exposición está dedicada especialmente a ellos. En concreto, y siguiendo las enseñanzas de los padres, los signos de los que desposaron legítimamente, sin adulterio y en toda su pureza, a esta bella y graciosa obediencia, signos que alcanzarán la perfección a su tiempo, si cada día nuestros progresos los desarrollan y los hacen crecer, son: el aumento, desde el comienzo, de la bondad, disminución de la cólera — ¿cómo no va a ser así, si se ha consumido la bilis? — , la iluminación de las tinieblas, el acceso a la caridad, la liberación de las pasiones, la liberación del odio, la disminución de la impureza gracias a la propia condena, la ignorancia de la apatía, el acrecentamiento del celo, el amor compasivo, la expulsión del orgullo. Ésta es la perfección que buscamos todos, pero que pocos alcanzan. Una fuente sin agua no merece ese nombre. Y lo que se sigue de ello, cualquiera que esté dotado de inteligencia lo sabe ya.
42. Una joven que no vela por su cama, mancilla su cuerpo; y el alma que no guarda su promesa, mancilla su espíritu. Los reproches, el odio, los golpes, y lo que es más deplorable de todo, el divorcio, son las cosas que espera la primera. Y la segunda, los pecados, el olvido de la muerte, el ser insaciable en las comidas, la inmodestia de los ojos, la búsqueda de la vanagloria, la irresistible inclinación al sueño, el endurecimiento del corazón, la insensibilidad, la acumulación de los pensamientos y la multiplicación del consentimiento, el corazón cautivo, la agitación en la acción, la desobediencia, la contradicción, la desconfianza, la incertidumbre del corazón, la locuacidad, el apego a los objetos y, más temible que el resto, la libertad de palabra y de acción; y, lo que es más lastimoso todavía, un corazón sin compunción que, en los que no están atentos, engendra el letargo, madre de los demonios y de las caídas.
43. Cinco de los ocho espíritus malvados atacan a los hesicastas y tres, a los que viven en la obediencia.
44. El hesicasta a menudo sufre un gran perjuicio aunque combata la apatía, pues pasa el tiempo que debería estar consagrado a la oración y a la contemplación, inventando estratagemas y luchando contra aquélla.
45. Un día, me encontraba descorazonado en mi celda y soñaba con dejarla. Pero vinieron a verme unos extraños que me alabaron mucho por mi vida de hesicasta. Inmediatamente se retiró el pensamiento desalentador, dominado por el pensamiento de vanagloria. Me sorprendí al ver cómo este demonio de tres puntas se opone a todos los otros espíritus.
46. Debes observar a cada hora del día los golpes y los impulsos que te da tu compañero, sus inclinaciones y sus variaciones; debes ver cómo se producen y adonde tienden. Sólo quien ha alcanzado la calma por medio del Espíritu Santo, posee ese discernimiento.
47. La primera obra de la hesiquia es la falta de preocupación con respecto a cualquier asunto. La segunda obra es la oración diligente. Y la tercera, la actividad inviolable del corazón. Es físicamente imposible para quien no sabe el alfabeto estudiar con libros. Es todavía más imposible para quien no ha cumplido la primera obra, pasar de manera conveniente a las dos últimas.
48. Me encontré, mientras me hallaba comprometido con una de estas obras; con seres que se encuentran entre Dios y los hombres. Uno de ellos, me iluminó. Pregunté: “¿Qué era el Príncipe antes de tomar una forma visible?” Pero el ángel no pudo enseñármelo, pues no le estaba permitido. Entonces le pregunté: “¿En qué estado se encuentra ahora?” Me dijo: “En el estado que le es propio, pero no en el tuyo.” Pregunté: “¿Qué significa mantenerse o estar sentado a la derecha del Padre?” Me dijo: “Es imposible, para el oído humano, ser iniciado en esos misterios.” Entonces, le rogué que me condujera, desde ese momento, a donde me arrastraba mi deseo; me dijo: “No ha llegado la hora, porque el fuego de la incorruptibilidad no arde suficientemente en ti.” ¿Estaba sobre esta tierra? No lo sé. ¿En otra parte? Soy completamente incapaz de decirlo.
49. Es difícil sacudir la somnolencia del mediodía, sobre todo durante el verano; sólo entonces no debe desdeñarse el trabajo manual.
50. Constaté que el demonio de la apatía prepara el camino al demonio de la lujuria. El primero debilita violentamente el cuerpo y lo sumerge en el sueño para que el segundo pueda producir poluciones en los hesicastas, como en ciertos ensueños. Si los resistes vigorosamente, te combatirán con violencia, para obligarte a dejar tus labores como si no te sirvieran para nada. La violencia de esos ataques de los demonios prueba claramente su derrota.
51. Cuando sales, debes velar por lo que has atesorado. Cuando la puerta está abierta, los pájaros vuelan de la jaula. Entonces, no obtendremos ningún beneficio de la hesiquia.
52. Un pequeño pelo perturba al ojo y una leve preocupación arruina la hesiquia, que implica la expulsión de todo pensamiento y de toda preocupación, aunque sea loable.
53. Quien verdaderamente ha alcanzado la hesiquia no se preocupa más por su propia carne; pues no miente Aquel que nos ha hecho la promesa (cf. Tt 1:2; Mt 6:25-34).
54. Quien desea presentar a Dios un intelecto puro, pero que está agitado por preocupaciones, se parece a un hombre que se ata fuertemente los dos pies juntos y pretende caminar rápidamente.
55. Son raros los que poseen un conocimiento muy profundo de la filosofía profana; pero afirmo que más raros todavía son aquellos que poseen esta ciencia divina que es la filosofía de la verdadera hesiquia.
56. Quien todavía no conoce a Dios no está calificado para la hesiquia y se expone a numerosos peligros. La hesiquia sofoca a los inexpertos; como no han gustado todavía la dulzura de Dios, pierden su tiempo en cautiverios, vuelos, apatías y divagaciones.
57. Quien ha tocado las bellezas de la oración, escapará de las multitudes como un asno salvaje; ¿qué, si no la oración, le permitirá estar libre de todo contacto con los hombres, como el asno salvaje?
58. Quien es atacado por las pasiones en todas partes y vive en el desierto, tiene su atención cautivada por la charlatanería de aquéllas. Un anciano santo me hablaba de ello un día para instruirme; me refiero a Jorge Arsilaíta que no es completamente desconocido para su Reverencia. Él, que formaba mi alma indigna y me guiaba hacia la hesiquia, me dijo: “He notado que, a la mañana, los demonios que nos atacan, de ordinario son los demonios de la vanagloria y de la concupiscencia; a mitad del día, los demonios de la apatía, de la tristeza y de la cólera; y a la noche, los tiranos indecentes del miserable vientre.”
59. Más vale un cenobita pobre que un hesicasta distraído.
60. A quien ha abrazado la hesiquia de una manera razonable y no constata sus frutos cada día, le sucede que o no lo practica de una manera razonable o se deja robar por el orgullo.
61. La hesiquia es un culto y una constante presencia ante Dios.
62. El recuerdo de Dios debe ser lo mismo que tu respiración; entonces conocerás la utilidad de la hesiquia.
63. Las caídas del cenobita provienen de la propia voluntad; las del hesicasta, de una interrupción de la oración.
64. Si te alegras por la llegada de visitantes, debes saber que es la apatía, y no Dios, quien promueve tu ocio.
65. Que el modelo de tu oración sea la viuda perjudicada por su adversario (cf. Lc 18:1-8) y el de tu hesiquia, el gran Arsenio, igual a los ángeles. En tu soledad, recuerda la conducta de este hesicasta y observa cómo despedía a sus visitantes, para no perder la mejor parte.
66. He comprobado que los demonios persuaden a falsos monjes peregrinos para que visiten a los verdaderos hesicastas, para molestar el camino de estos buenos trabajadores. Ten cuidado con esas personas, mi amigo; y no temas entristecer piadosamente a esos perezosos; quizás esta tristeza haga que cesen en su vagabundear. Pero ten cuidado; no entristezcas, actuando de esta manera, a un alma alterada que viene a pedirte agua. En todas las cosas necesitas luz.
67. La vida de los hesicastas, y sobre todo de los que viven completamente solos, debe ser regida por la conciencia y el sentido íntimo de las cosas. Quien prosigue la carrera como es conveniente y cumple todo lo que emprende, sus palabras, sus pensamientos, sus proyectos y sus movimientos, según el Señor, trabaja con un verdadero sentimiento del alma y en la presencia del Señor. Si no es así, todavía no vive según la virtud.
68. “Al son de la cítara descubriré mi enigma” dijo alguien (Sal 48:5), a causa de su discernimiento todavía imperfecto. En cuanto a mí, ofreceré al Señor mi voluntad en la oración y recibiré de Él la certeza.
69. La fe es el ala de la oración; sin ella, mi oración volvería a mi seno (cf. Sal 34:13).
70. La fe es la firmeza inquebrantable del alma, que no se conmueve ante ninguna adversidad.
71. El hombre de fe no es aquel que cree que Dios lo puede todo, sino aquel que cree que puede obtener todo.
72. La fe pone a nuestro alcance lo que parece no tener esperanza; esto lo prueba el propio ladrón.
73. La madre de la fe es la pena y la rectitud del corazón; la segunda hace constante a la fe y la primera la construye.
74. La fe es la madre del hesicasta; pues si no vive de la fe, ¿cómo puede permanecer en la hesiquia?
75. Quien está encadenado en una prisión teme al que va a castigarlo; y el ermitaño, en su celda, experimenta el temor de Dios. El tribunal no es tan temible para el primero como el trono del Juez para el segundo. Para vivir en la hesiquia, hombre excelente, es necesario que tengas un gran temor, pues nada es tan eficaz para dominar la apatía.
76. El condenado está al acecho constantemente para ver cuándo viene el juez a la prisión; y el verdadero trabajador espiritual se pregunta cuándo se lo llamará de urgencia. Una pesada tristeza oprime al primero; pero el segundo posee una fuente de lágrimas.
77. Si tomas el bastón de la paciencia, los perros perderán rápidamente su atrevimiento.
78. La paciencia hace que el trabajo no abrume al alma y que ésta no vacile jamás ante los golpes justos o inmerecidos.
79. La paciencia es un límite puesto a la tribulación; de hecho la acoge día tras día.
80. El hombre paciente es un trabajador que no se abate con nada y que convierte en victorias hasta sus faltas.
81. La paciencia cercena todo pretexto y nos vuelve atentos sólo a nosotros mismos.
82. El trabajador necesita paciencia más que alimento, pues la falta de éste le vale una corona; la ausencia de aquélla lo conduce a su perdición.
83. El hombre paciente está muerto antes de ser enterrado en la tumba, pues ha hecho una tumba de su celda.
84. La esperanza engendra paciencia y lo mismo ocurre con la aflicción; pero aquel a quien le faltan una y otra es esclavo de la apatía.
85. El atleta de Cristo necesita saber qué adversarios deberá combatir a distancia y con cuáles deberá medirse de cerca. A veces la lucha consigue la corona, el negarse a combatir es causa de descalificación. Es imposible enseñar tales cosas por medio de palabras pues todos nosotros no tenemos las mismas inclinaciones ni las mismas disposiciones.
86. Existe un espíritu que debes vigilar: aquel que te ataca sin descanso, al comienzo, en el camino, sentado o en movimiento, cuando descansas, cuando rezas o cuando duermes.
87. Los panes amasados con el trigo del cielo, que nos alimentan espiritualmente, no son todos de la misma clase. Algunos de los que se encuentran en el camino de la hesiquia y ponen en acción, sin cesar, este pensamiento son: “Pongo a Yahvé ante mí sin cesar” (Sal 15:8); “Con vuestra perseverancia salvaréis nuestras almas” (Lc 21:19); “velad y orad” (Mt 26:41); “Ordena todos tus trabajos” (Pr 24:27); “Estaba yo postrado y me salvó” (Sal 114:6); “Los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros” (Rm 8:18); “No sea que yo arrebate y no haya quien os libre” (Sal 49:22). En efecto, todos corren, pero sólo uno consigue el premio.
88. Quien progresa, trabaja no sólo cuando está despierto, sino también durante el sueño; por eso, incluso cuando duermen, algunos injurian a los demonios que se les acercan y exhortan a la castidad a las mujeres de mala vida.
89. No esperes visitas y no te prepares de antemano para recibirlas pues la hesiquia es un estado de simplicidad perfecta y libertad.
90. Quien desea edificar una torre — y esto vale para la celda del hesicasta — no emprenderá nada sin calcular primero y sin examinar en la oración si posee los medios necesarios para llevarlo a cabo, para que después de haber construido los cimientos, no llegue a ser motivo de burla para sus enemigos y obstáculo para otros trabajadores (cf. Lc 14:28-30).
91. Examina cuidadosamente la suavidad que sientes en tu alma, pues puede haber sido preparada fraudulentamente por médicos crueles o por traidores.
92. Consagra la mayor parte de la noche a la oración y una mínima parte a la salmodia. Y durante el día, disponte a hacerlo de nuevo, según tus fuerzas.
93. La lectura ilumina el intelecto y lo ayuda a recogerse, pues estas mismas son las palabras del Espíritu Santo y reglan la vida de los que se aplican a ello.
94. Si eres un verdadero trabajador, debes poseer lecturas que conciernan a la acción; esta actividad vuelve inútil cualquier otra lectura.
95. Busca adquirir la inteligencia de las palabras de salvación, a través de tus obras mejor que a través de los libros.
96. No abordes obras cuyas palabras posean un sentido oculto, antes de haber recibido fuerza espiritual; pues su lenguaje es oscuro y envuelven con tinieblas a los débiles.
97. A menudo una sola copa revela la calidad de un vino; una sola palabra de un hesicasta manifiesta toda su actividad interior y el estado de su alma a aquellos que son capaces de sentir su sabor.
98. El ojo del alma debe vigilar constantemente al orgullo, pues ninguna trampa es tan asesina como la que pone él.
99. Cuando dejes tu celda, sé avaro con tus palabras, pues pueden dilapidar en un momento el fruto de mucho trabajo.
100. Esfuérzate para no mezclarte en los asuntos ajenos; pues esto puede mancillar la hesiquia más que cualquier otra cosa.
101. Provee lo necesario para el cuerpo y para el espíritu a aquellos que vienen a visitarte. Si son más sabios que nosotros, mostremos nuestra sabiduría a través del silencio. Y si son hermanos semejantes a nosotros, abramos moderadamente la puerta de las palabras. Incluso es preferible considerarlos a todos superiores.
102. Hubiera querido prohibirles completamente a los jóvenes el trabajo manual, pero quien durante toda la noche llevó arena en su manto me lo impidió.
103. Quien enseña el dogma acerca de la Santísima Trinidad adorable e increada, parece contradecir la doctrina de la economía de la Encarnación de una de las tres Personas, pues lo que es plural en la Trinidad, es singular en Cristo y lo que es singular en Él, es plural en la Trinidad. De igual manera, unos son los ejercicios que convienen a los hesicastas y otros, los que convienen a los cenobitas.
104. El divino Apóstol dijo: “¿Quién conoció el pensamiento del Señor?” (Rm 11, 34). Y yo diré: “¿Quién conoció el intelecto del que es hesicasta de cuerpo y espíritu?
105. La fuerza de un rey reside en sus riquezas y en la gran cantidad de súbditos; la fuerza del hesicasta, en la abundancia de su oración.
Vigésimo octavo Escalón: de la Oración.
1. La oración es, en cuanto a su naturaleza, la conversación y la unión del hombre con Dios y, en cuanto a su eficacia, la madre y también la hija de las lágrimas, la propiciación para los pecados, un puente elevado por encima de las tentaciones, una muralla contra las tribulaciones, la extinción de las guerras, la obra de los ángeles, el alimento de todos los seres incorpóreos, la alegría futura, la actividad que no cesa jamás, la fuente de las gracias, el proveedor de los carismas, el progreso invisible, el alimento del alma, la iluminación del espíritu, el hada que cercena la desesperación, el destierro de la tristeza, la riqueza de los monjes, el tesoro de los hesicastas, la reducción de la cólera, el espejo del progreso, la manifestación de nuestra medida, la prueba del estado de nuestra alma, la revelación de las cosas futuras, el anuncio seguro de la gloria. Para el que reza verdaderamente, la oración es la corte de la justicia, la sala del juicio y el tribunal del Señor antes del juicio futuro.
2. Levantémonos y escuchemos lo que nos grita en voz alta esta santa reina de todas las virtudes: “Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11:28-30). Es un remedio soberano para los grandes pecados.
3. Si queremos permanecer ante nuestro rey y nuestro Dios y conversar con Él, no podemos ponernos en camino sin preparación, pues si nos ve, desde lejos, desprovistos de las almas y de las vestimentas que convienen a los que permanecen ante Él, ordenará a sus servidores y a sus esclavos que nos carguen de cadenas, nos lleven lejos de su presencia, rompan nuestros petitorios y nos los arrojen a la cara.
4. Cuando vayas a presentarte ante el Señor, la túnica de tu alma debe estar totalmente tejida con el hilo de la ausencia de rencor. De otra manera, no obtendrás ningún beneficio de la oración.
5. La tela de tu oración debe ser de un solo color. El publicano y el hijo pródigo se reconciliaron con Dios a través de una sola palabra.
6. Permanecer ante Dios es común a todos los que rezan; pero la oración presenta muchas variedades. Algunos se dirigen a Dios como a un amigo y a un maestro, ofreciéndole sus alabanzas y sus súplicas, no para ellos, sino para otros. Algunos piden un acrecentamiento de riqueza espiritual, de gloria y de confianza filial. Algunos le suplican que los libre completamente de su adversario. Otros, que les sea otorgado algún favor y otros piden ser liberados de toda preocupación con respecto a sus faltas. Algunos piden la liberación de la prisión, el perdón de sus crímenes.
7. Escribamos, en el pergamino de nuestra oración, antes que cualquier otra cosa, la acción de gracias sincera. En segundo lugar, la confesión de nuestras faltas y una contrición del alma sentida profundamente. Luego, presentemos nuestra demanda al Rey del Universo. Es la mejor manera de rezar, como se lo reveló un ángel del Señor a uno de nuestros hermanos.
8. Si has tenido que comparecer ante un juez terrenal, no necesitas otro modelo para tu actitud ante la oración. Pero si jamás has sido juzgado o si no has asistido al proceso de otros acusados, instrúyete, en todo caso, acerca de cómo los enfermos que van a ser amputados o cauterizados imploran a los cirujanos.
9. Cuando reces, no busques palabras complicadas, pues el simple balbuceo, sin variedad, de los niños, ha tocado a menudo al Padre de los cielos.
10. No hables demasiado cuando reces, para que tu espíritu no se distraiga buscando palabras. Una sola palabra del publicano apaciguó a Dios y un solo grito de fe salvó al ladrón. La locuacidad en la oración dispersa al espíritu y lo llena de imágenes, mientras que la repetición de una misma palabra le permite concentrarse.
11. Si una palabra de tu oración te llena de dulzura o de compunción, permanece en ella, pues nuestro ángel guardián está allí, rezando con nosotros.
12. No confíes demasiado, si crees que has adquirido cierta pureza; acércate mejor con profunda humildad y recibirás una confianza todavía más grande.
13. Reza por el perdón de tus pecados, incluso si has trepado toda la escala de las virtudes. Escucha lo que dice Pablo, al hablar de los pecadores: “El primero de ellos soy yo” (1 Tm 1:5).
14. El aceite y la sal sazonan la comida; la templanza y las lágrimas dan alas a la oración.
15. Si estás revestido de dulzura y libre de todo enojo, no penarás mucho para librar tu espíritu de su cautiverio.
16. Mientras no adquiramos la oración verdadera, nos pareceremos a aquellos niños que comienzan a caminar.
17. Esfuérzate para elevar tu pensamiento o mejor para encerrarlo en las palabras de tu oración; y si, a causa de su estado infantil, se debilita y cae, condúcela allí de nuevo. La inestabilidad es característica del intelecto, pero Dios tiene el poder de volver todo estable. Si perseveras infatigablemente en este combate, Aquel que puso los límites al mar de tu intelecto vendrá y te dirá durante tu oración: “Llegarás hasta aquí, no más allá” (Jb 38:1). El espíritu no puede estar encadenado; pero todo está sometido al Creador del espíritu.
18. Si has contemplado como se debe al sol, también podrás conversar con él como conviene. Si no, ¿cómo puedes relacionarte sin mentiras con aquel que no has visto?
19. El comienzo de la oración consiste en rechazar por medio de una sola palabra los pensamientos en el mismo momento en que se presentan. El estado intermedio consiste en mantener nuestro pensamiento en lo que decimos o pensamos. Y su perfección es el éxtasis en el Señor.
20. La exultación que sobreviene en el tiempo de la oración en los que viven en comunidad es una; y otra es la que se produce en los que oran en el hesicasmo. La primera puede estar un poco mezclada con la imaginación pero la segunda está totalmente llena de humildad.
21. Si ejercitas continuamente tu intelecto para que no divague, estará cerca de ti incluso durante las comidas. Pero si vagabundea sin ser detenido, no permanecerá jamás a tu lado.
22. Un gran trabajador de la oración perfecta y sublime dijo: “Prefiero decir cinco palabras con mi mente…” (1 Co 14:9). Pero una oración de tal naturaleza es extraña para las almas que se encuentran todavía en la infancia. Nosotros, que además somos imperfectos, necesitamos no sólo la calidad, sino una cantidad abundante de palabras para nuestra oración; mediante la cantidad se consigue la calidad. Se ha dicho, en efecto: “Él da una oración pura a aquel que reza asiduamente, incluso si su oración está llena de distracciones y es pesada.”
23. Una cosa es lo que envicia la oración; otra, lo que la extingue; otra, lo que nos la roba, lo que la vuelve defectuosa. Lo que la envicia es mantenerse ante Dios y dejar que la imaginación forme pensamientos extraños. Lo que la apaga es dejarse cautivar por preocupaciones inútiles. Lo que nos la roba es dejar que nuestro pensamiento divague insensiblemente; lo que la vuelve defectuosa es toda mala sugestión que nos ataca en ese momento.
24. Si no estamos solos en el momento de la oración, adoptemos dentro de nosotros la actitud de la súplica. Si no hay nadie con nosotros que pueda alabarnos, adoptemos incluso exteriormente la actitud del que suplica. Pues en los que son imperfectos, a menudo el intelecto adopta la forma del cuerpo.
25. Para todos, pero especialmente para aquellos que van al Rey para obtener de Él la remisión de sus faltas, es necesaria una inexpresable contrición.
26. Mientras estamos todavía en prisión, escuchemos a Aquel que habló así de Pedro: “Levántate aprisa, y cayeron las cadenas de sus manos,” cíñete a la obediencia, aleja de ti tu voluntad y así despojado acércate al Señor en la oración. Entonces recibirás al Dios que gobierna tu alma (cf. Hch 12:).
27. Resucita del amor del mundo y de los placeres, sepárate de las preocupaciones, despoja tu pensamiento, renuncia a tu cuerpo; la oración no es otra cosa que el olvido del mundo visible e invisible. “¿Quién hay para mí en el cielo? Estando contigo no hallo gusto ya en la tierra” (Sal 72:5). No deseo otra cosa que unirme continuamente a ti en una oración sin distracción. Unos desean la riqueza, otros, la gloria, y otros, grandes bienes, pero mi bien es estar junto a Dios; he puesto en el Señor la esperanza de la impasibilidad de mi alma (cf. Sal 72:8).
28. La fe da alas a la oración; sin ella no podemos volar al cielo.
29. Nosotros, que estamos sujetos a las pasiones, recemos al Señor con insistencia; pues todos los impasibles pasaron de la sujeción de las pasiones, a la impasibilidad.
30. El juez no teme a Dios porque es Dios, pero si el alma se convierte en viuda de Él por sus pecados y sus caídas y lo importuna, Él hará justicia de su adversario, el cuerpo, y de los espíritus que combaten contra ella (cf. Lc18:7).
31. Nuestro Dios, pleno de bondad y sabiduría, atrae con su amor a las almas agradecidas, escuchando sus demandas con prontitud; pero a las almas ingratas, como a perros, los deja rezar mucho tiempo ante Él intencionadamente, con hambre y sed de ser escuchados; pues un perro ingrato deja a su benefactor en cuanto ha obtenido su pan.
32. Después de haber perseverado por mucho tiempo en la oración no digas que no has llegado a nada; pues ya has obtenido un resultado. ¿Qué mayor bien, en efecto, que el de unirse al Señor y perseverar sin descanso en esta unión con Él?
33. Un criminal tiene menos temor ante la sentencia de su condena que un hombre que sabe lo que es la oración en el momento de rezar. Por eso, si es sabio, el recuerdo de este temor lo llevará a soportar injurias, a rechazar la cólera, toda preocupación, toda tribulación, toda satisfacción de su apetito, todo pensamiento malo y todo lo que distrae.
34. Prepárate para una oración incesante del alma en los momentos en que te consagras a la oración, y harás rápidos progresos. He visto a algunos que brillaban por su obediencia y que se esforzaban tanto que podían conservar en su intelecto el pensamiento de Dios; en el momento de la oración, podían recoger en seguida su espíritu y derramar torrentes de lágrimas porque estaban preparados de antemano para la santa obediencia.
35. Cuando la salmodia es comunitaria, está acompañada de distracciones y divagaciones; lo que no ocurre si es individual; pero entonces la apatía nos hace la guerra, mientras que en comunidad viene a ayudarnos la emulación.
36. La guerra hace conocer el amor del soldado por su rey; el tiempo y la práctica de la oración revelan el amor que el monje tiene por Dios.
37. Tu oración te hará conocer el estado de tu alma. Los teólogos, en efecto, llaman a la oración el espejo del monje.
38. Quien está realizando cualquier tarea y continúa haciéndolo cuando llega la hora de la oración, es un juguete de los demonios. Pues el objetivo de estos ladrones es cambiamos una actividad por otra.
39. No te niegues cuando alguien te pida que reces por su alma, incluso si no posees la oración; pues, a menudo, la fe del que pide salva al mismo tiempo al que reza por él con contrición.
40. No te enorgullezcas si tu oración por otro es escuchada; pues es su fe la que fue poderosa y eficaz.
41. Todo niño es interrogado cada día infatigablemente por su maestro acerca de lo que le enseñó; de la misma manera, el intelecto es interrogado con razón cada vez que reza, acerca de lo que ha hecho con la fuerza que recibió de Dios. Estemos, pues, atentos.
42. Una vez que hayas rezado con atención, apréstate a combatir los movimientos de cólera. Pues allí quieren conducirnos nuestros enemigos. Debemos practicar todas las virtudes siempre y, sobre todo, dedicarnos a la oración con profundo sentimiento interior. El alma reza con este sentimiento cuando domina su irascibilidad.
43. Lo que se obtuvo por una oración frecuente y prolongada es a prueba del tiempo.
44. Quien ha encontrado al Señor, ya no se propondrá más ese objetivo en su oración pues el propio Espíritu intercede por él en su corazón con gemidos inefables (cf. Rm 8, 26).
45. Durante la oración no admitas ninguna imagen sensible para no caer en el extravío.
46. La certeza íntima de que todas nuestras demandas son escuchadas se nos presenta claramente en la oración. La certeza íntima es la resolución de nuestras dudas. La certeza íntima es una manifestación indudable de lo que no es manifiesto.
47. Debes ser extremadamente misericordioso, tú que te dedicas a la oración. Pues en la oración los monjes recibirán cien por uno; el resto, lo tendrán en la vida eterna (cf. Mt 19, 29).
48. Cuando el fuego reside en el corazón, resucita la oración y cuando ésta se despierte y suba al cielo, descenderá el fuego en el cenáculo del alma (cf. Hch 2, 3).
49. Algunos dicen que la oración es mejor que el recuerdo de la muerte; pero yo alabo a las dos naturalezas en una sola persona.
50. Un excelente caballo, a medida que avanza en la carrera, se enardece y se anima más y más. Por carrera, quiero decir salmodia y por caballo, un intelecto valiente. Él olfatea de lejos el combate (cf. Jb 39:5), se encuentra preparado y se muestra enteramente convencido.
51. Es cruel quitarle el agua de la boca al que tiene sed; pero todavía es más cruel para un alma que reza con compunción, el ser arrancada de esta oración tan deseable antes de que termine completamente.
52. No abandones la oración antes de que hayas visto cesar el fuego y el agua por una disposición divina. Pues quizás no se presente más en toda tu vida una ocasión parecida para obtener la remisión de tus pecados.
53. A veces, quien ha recibido el sabor de la oración mancilla su intelecto al dejar escapar una sola palabra desconsiderada, y cuando regresa inmediatamente a la oración suele ocurrir que no encuentra en ella lo que deseaba.
54. Algunos vigilan asiduamente el corazón y otros hacen que el corazón vigile al intelecto, gobernador y gran sacerdote que ofrece a Cristo sacrificios espirituales. Cuando el fuego santo y celestial viene y permanece en el alma de los primeros, como dice uno de aquellos que fueron denominados teólogos, los quema porque no están perfectamente purificados, en tanto que ilumina a los segundos según la medida de su perfección. Pues el fuego es sólo uno: fuego que consume y luz que ilumina. Por eso, algunos concluyen la oración como si salieran de una hoguera ardiente, y se sienten aliviados de todo lo que es material y de toda mancha mientras que los otros resplandecen y están revestidos con i manto doble: el de la humildad y el de la alegría. Pero los que concluyen la oración sin haber experimentado ninguno de estos dos efectos, rezaron sólo con la boca, por no decir hipócritamente
55. Si un cuerpo ve modificada su propia manera de obrar cuando está en contacto con otro cuerpo, ¿cómo podría permanecer igual el que toca el cuerpo de Dios con manos puras?
56. Vemos que nuestro Rey tan bondadoso, como un rey de la tierra, distribuye sus dones a sus soldados: lo hace él mismo, a través de un amigo, a través de un esclavo o de una manera secreta. Esto siempre se producirá en proporción a la túnica de humildad que llevemos.
57. Un rey de la tierra se sentiría profundamente descontento al ver a un hombre que, en su presencia, da vuelta su rostro y conversa con sus enemigos. De la misma manera, merece la aversión del Señor quien acoge pensamientos impuros en el momento de la oración.
58. Cuando se aproxime el perro, domínalo con tu bastón y, aunque se presente a menudo, no cedas jamás.
59. Pide a través de la aflicción, busca a través de la obediencia y llama a través de la paciencia. Pues quien pide así, recibe; quien busca, encuentra y a quien llama, se le abrirá (cf. Mt 7:8).
60. No multipliques tus intercesiones en la oración por una mujer, para no ser sorprendido
61. No intentes confesar en detalle y tal como son, las faltas carnales, para no tenderte emboscadas a ti mismo.
62. No emplees el tiempo de la oración reflexionando acerca de cosas necesarias o asuntos de orden espiritual, pues perderás la mejor parte.
63. Quien mantiene sin descanso el bastón de la oración, no tropezará. E incluso si cae, su caída no será definitiva. Pues la oración es una piadosa violencia ejercida por Dios (cf. Lc 11:5-8; 18:1-8).
64. No podemos juzgar la utilidad de la oración por las embestidas que nos libran de los demonios y juzgar sus frutos por la derrota del enemigo. “En esto sabré que eres mi amigo: si mi enemigo no lanza más su grito contra mí” (Sal 40:12). “Invoco con todo el corazón,” dice el salmista (Sal 118:145), es decir, con la boca, con el alma y con el espíritu. Pues allí donde están dos reunidos, allí está Dios en medio de ellos (cf. Mt 18:20).
65. No todos tienen las mismas necesidades, ni en lo que concierne al cuerpo, ni en lo que concierne al espíritu. Para algunos es conveniente ir más rápidamente; para otros, tomar su tiempo para la salmodia. Los primeros luchan contra las distracciones, los otros, contra la ignorancia.
66. Si hablas al Rey constantemente de tus enemigos, ten confianza cuando te ataquen. No tendrás que penar, pues se retirarán rápidamente por sí mismos. Esos espíritus malvados no quieren verte obtener un premio por los combates que libras contra ellos a través de la oración. Es más, flagelados por tu oración, huirán como del fuego.
67. Ten ánimo y tendrás al propio Dios como maestro de oración. Es imposible aprender a ver por medio de palabras, porque ver es un efecto de la naturaleza. Es completamente imposible también aprender la belleza de la oración a través de la enseñanza de otro. La oración sólo se aprende en la oración y tiene a Dios por maestro, “que enseña al hombre el saber” (Sal 93:10), que otorga el don de la oración a aquel que reza y “guarda los pasos de sus fieles” (Sal 2:9). Amén.
Vigésimo Noveno Escalón: de la Impasibilidad.
1. Y ahora, aunque estamos inmersos en el profundo foso de la ignorancia, en las tinieblas de las pasiones y en la sombra de la muerte, tenemos sin embargo, la audacia de comenzar a discurrir acerca de ese cielo que esa en la tierra. Así como las estrellas son la belleza del firmamento, las virtudes son el ornamento de la impasibilidad; y por impasibilidad no entiendo otra cosa que el cielo del intelecto establecido en el corazón, donde los artificios de los demonios no aparecen más que como un juego irrisorio.
2. Es verdaderamente impasible, y puede ser reconocido como tal, quien volvió incorruptible su carne, elevó su intelecto por encima de las criaturas y sometió todos sus sentidos y mantiene su alma en presencia del Señor, tendiendo incesantemente hacia Él con un impulso que supera sus propias fuerzas.
3. Algunos dicen que la impasibilidad es la resurrección del alma antes que la del cuerpo; otros, que es el conocimiento perfecto de Dios, sólo inferior al de los ángeles.
4. Así, esta perfecta perfección de los perfectos que siempre se perfecciona (así me lo dijo alguien que gustó de ella), santifica el espíritu y lo desprende de la materia, de manera que, durante la mayor parte del tiempo que tiene que vivir en la carne, quien ingresó en este puerto celeste se encuentra como extasiado en el cielo y elevado a la contemplación. Un hombre que experimentó esto dijo en alguna parte: “De Dios son los escudos de la tierra” (Sal 46:10). Así estaba el egipcio que mantenía sus manos extendidas en la oración cuando rezaba con sus hermanos.
5. Algunos son impasibles y otros poseen una impasibilidad todavía más grande. Los primeros odian el mal, pero los otros poseen un impenetrable tesoro de virtudes.
6. La castidad también es llamada impasibilidad, y con razón, pues es el preámbulo de la resurrección general y de la incorruptibilidad de lo incorruptible.
7. Quien decía: “Nosotros tenemos la mente de Cristo” (1 Cor 2:16) mostraba su impasibilidad. Y mostraba su impasibilidad ese egipcio que decía no temer más al Señor. Mostraba su impasibilidad quien rezaba para que regresaran sus pasiones. ¿Quién mejor que el sirio recibió el honor de la impasibilidad antes que la gloria futura? David, ilustre entre los profetas, decía al Señor: “Retira tu mirada para que respire” (Sal 38:14); pero este atleta de Dios escribía: “¡Deja allí las olas de tu gracia!”
8. El alma posee la impasibilidad cuando las virtudes han llegado a ser una segunda naturaleza, como lo son los placeres para aquellos que están sujetos a las pasiones.
9. Si el colmo de la gula es forzarse a comer cuando no se tiene hambre, el colmo de la templanza es dominar la naturaleza cuando se tiene hambre y ella no es culpable. Si el colmo de la impureza es apasionarse por las criaturas sin razón y sin alma, la cima de la castidad es experimentar por no importa qué persona la misma sensación que por las cosas inanimadas. Si la cima de la avaricia es no cesar jamás de acumular y permanecer insaciable, la de la pobreza es privarse incluso de su propio cuerpo.
Si el colmo de la apatía es no poder conservar la paciencia cuando se goza de una tranquilidad perfecta, la cima de la paciencia es estimar que uno posee tranquilidad en medio de las tribulaciones. Si el peor exceso de la cólera es encolerizarse cuando nadie está presente, la mayor paciencia es mantener, en presencia de aquellos que nos insultan, la misma calma que cuando están ausentes.
Si el colmo de la vanagloria es continuar representando nuestro personaje, incluso cuando nadie está allí para alabarnos, un ejemplo de la virtud que se contrapone es no dejarse seducir de ninguna manera cuando nos dirigen alabanzas.
Si una marca de orgullo, esa pérdida del alma, es sentirse superior incluso en una condición miserable, un índice de la saludable humildad es tener sentimientos humildes sobre nosotros en las más altas tareas que emprendamos y en el éxito.
Si un signo de completa esclavitud a las pasiones es ceder inmediatamente a todas las sugestiones sembradas en nosotros por los demonios, considero como señal de santa impasibilidad el poder decir: “El corazón perverso está lejos de mí, no conozco al malvado” (Sal 100:4); no sé cómo vino, ni por qué, ni cómo es que se fue, pero soy completamente insensible a todo esto, pues estoy enteramente unido a Dios y siempre lo estaré.
10. Aquel a quien se le otorgó ese estado, aunque se encuentre todavía en situación carnal, llega a ser morada de Dios y Dios gobierna todas sus palabras, sus obras y sus pensamientos. Así, iluminado interiormente, percibe la voluntad del Señor como una voz interior. Está por encima de toda enseñanza humana y dice: “¿Cuándo podré ir a ver la faz de Dios?” (Sal 41:3); “porque no puedo soportar más la violencia de mi amor; deseo ávidamente esta belleza inmortal que me habías dado, en lugar de esta arcilla.”
11. Pero, ¿qué más decir? El impasible no vive, sino que es Cristo quien vive en él (cf. Ga 2:20), como dijo el que peleó en el buen combate, llegó a la meta en la carrera y conservó la fe (cf. 2 Tm 4:7).
12. La diadema de un rey no está hecha de una sola piedra preciosa; la impasibilidad no alcanza su perfección si descuidamos una sola virtud, no importa cual sea.
13. A la impasibilidad se la considera como el palacio celeste del Rey de los Cielos; las numerosas moradas (cf. Jn 14:2) son los diversos estados espirituales que se encuentran allí y el muro de esta Jerusalén celestial es la remisión de los pecados. Corramos, hermanos míos, corramos para entrar en la cámara nupcial de ese palacio. Si nos detiene una carga pesada, una predisposición contraria o la falta de tiempo, ¡qué desastre! Pero, al menos, ocupemos una de esas moradas que se encuentran alrededor de la cámara nupcial. Sin embargo, si nos sentimos demasiado débiles para esto, asegurémonos de todas maneras un lugar en el interior de los muros. Pues quien no entra o no escaló ese muro antes de su muerte, tendrá por morada el desierto de los demonios y de las pasiones. Por eso, alguien decía en su oración: “Con mi Dios escalo la muralla” (Sal 17:30). Y otro, estas palabras: “Vuestras faltas os separaron de vuestro Dios” (Is 59:2). Mis amigos, derribemos este muro de separación que nosotros mismos construimos para nuestro mal, por nuestra desobediencia; y recibamos el perdón de nuestros pecados, pues en el infierno no hay nadie que pueda rebajar nuestras deudas.
Así, mis hermanos, tomemos tiempo para consagrarnos a esta tarea. Ya no nos está permitido poner la excusa de nuestras caídas, de la falta de tiempo o del peso con el que estamos cargados. Pues a todos los que recibieron al Señor por el baño de la regeneración, Él les dio poder de hacerse hijos de Dios (cf. Jn 1:12) y les dijo: “Basta ya, sabed que yo soy Dios” (Sal 45:11) y yo soy la impasibilidad. A Él, gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Trigésimo Escalón: de la Caridad, la Esperanza y la Fe.
1. Después de todo lo que hemos dicho, sólo nos resta ahora hablar de estas tres virtudes que unen a todas las otras y aseguran su unión: la fe, la esperanza y la caridad; de todas, la más grande es la caridad (cf. 1 Co 13:13); ella es el nombre mismo de Dios (cf. 1 Jn 4:8-16).
2. A medida que puedo comprender, comparo la primera con el rayo, la segunda con la luz y la tercera con la esfera (todo de un mismo sol), que juntos forman una sola claridad y un solo esplendor.
3. La primera puede hacer y crear todas las cosas; la divina misericordia envuelve a la segunda, que no puede ser confundida; la tercera no acaba nunca (cf. 1 Co 13:8), no se detiene y no abandona a aquel del que se ha apoderado.
4. Quien desee hablar del amor de Dios, hable de Dios mismo. Pues hablar de Dios con palabras es difícil y peligroso para los que no están en guardia.
5. Los ángeles saben hablar de la caridad, pero ellos mismos no pueden hacerlo sino en la medida en que reciben la luz.
6. Dios es caridad (cf. 1 Jn 4:8) y quien intente definirlo es un ciego que quiere contar los granos de arena del mar.
7. La caridad, en cuanto a su naturaleza, es similar a Dios, tanto como es posible a los mortales parecerse a Él; en cuanto a su actividad, es la embriaguez del alma; en cuanto a su propia virtud, es la fuente de la fe, un abismo de paciencia, un océano de humildad.
8. La caridad es ante todo la expulsión de todo pensamiento de enemistad, pues la caridad no piensa en el mal (1 Co 13:5).
9. La caridad, la impasibilidad y la adopción filial sólo se distinguen por el nombre. Como la luz, el fuego y la llama concurren a un solo efecto, ocurre lo mismo con esas tres realidades.
10. El temor aparece en la medida en que desaparece la caridad; pues quien no siente temor está pleno de caridad o está muerto en su alma.
11. No hay ningún inconveniente en pedir imágenes de las cosas humanas para representar el deseo, el temor, el ardor, los celos, el servicio y el amor apasionado de Dios. Bienaventurado aquel que obtuvo de Dios un deseo semejante al que recibe de la que ama un amante apasionado. Bienaventurado quien teme al Señor tanto como los acusados a su juez. Bienaventurado aquel que está animado por un ardor tan sincero como el de un servidor fiel hacia su maestro. Bienaventurado aquel que ha llegado a ser tan celoso por las virtudes como esos maridos que vigilan a sus mujeres. Bienaventurado aquel que se mantiene en oración ante el Señor como lo hacen los servidores ante su rey.
Bienaventurado aquel que se esfuerza sin tregua en complacer al Señor como otros buscan complacer a los hombres.
12. Una madre no estrecha a su recién nacido junto a su pecho más de lo que uno que tiene caridad se une al Señor en todo momento.
13. Quien ama verdaderamente, se representa siempre el rostro del ser amado y siente placer al abrazarlo en su imaginación. Un hombre semejante, no encuentra ningún descanso para su deseo, ni siquiera durante el sueño y continúa ocupándose del ser amado. Esto es habitual tanto para las realidades corporales como para las incorporales. Un hombre herido de amor decía acerca de sí mismo (y yo admiraba sus palabras): “Yo dormía, pero mi corazón velaba” (Ct 5:2) a causa de la grandeza de mi amor.
14. Hermano venerable: el alma, como el ciervo, después de haber destruido las serpientes, se consume de deseo y languidece por el Señor (cf. Sal 41:2 y 83:2), herida por el fuego de la caridad como por una flecha.
15. El efecto del hambre es algo latente e impreciso; pero el efecto de la sed es intenso y evidente y muestra a todos el ardor que nos quema. Por eso, quien desea a Dios, grita: “Tiene mi alma sed de Dios, del Dios vivo” (Sal 41:3).
16. Si el rostro de un ser amado produce en todo nuestro ser un cambio manifiesto y nos vuelve alegres, jocosos y despreocupados, ¿qué no hará el rostro del Señor en un alma pura, cuando venga invisiblemente a morar en ella?
17. Cuando el temor se hace sentir en lo íntimo del alma, destruye y devora toda impureza, pues está dicho: “Por tu terror tiembla mi carne” (Sal 118:120). La santa caridad consume a algunos, según estas palabras: “Me robaste el corazón” (Ct 4:9). A veces, a otros, los llena de alegría y de luz, como está dicho: “En Él confió mi corazón y he recibido ayuda; mi carne de nuevo ha florecido” (Sal 27:7) y “Corazón alegre hace buena cara” (Pr 15:13). Por eso, cuando un hombre está completamente unido a la caridad divina, incluso el aspecto exterior de su cuerpo, como un espejo, refleja el esplendor de su alma. Así fue glorificado Moisés, favorecido por la visión de Dios (cf. Ex 34:29; 2 Co 3:14).
18. Los que han llegado a este grado que los vuelve semejantes a los ángeles, olvidan a menudo el alimento del cuerpo. Pienso que incluso no sienten deseo de él. En esto no hay nada sorprendente, porque, frecuentemente, el pensamiento del alimento es dominado por un deseo más fuerte que se opone a él.
19. Pienso que el cuerpo de esos hombres incorruptibles no está sujeto ni siquiera a las enfermedades habituales; ha llegado a ser incorruptible y está purificado por la llama de la castidad que extinguió la otra llama.
20. Reciben incluso, sin ningún placer, el alimento que se les presenta. Pues un fuego celestial alimenta sus almas como el agua subterránea las raíces de las plantas.
21. El aumento del temor es el comienzo de la caridad y la pureza perfecta es el fundamento de la teología.
22. Aquel cuya sensibilidad profunda ha sido unida perfectamente a Dios, es iniciado por Él en el misterio de sus palabras; pero sin esta unión es difícil hablar con Dios.
23. La palabra sembrada en ti (cf. St 1:21) perfecciona la castidad y aniquila a la muerte con su sola presencia; y cuando la muerte ha muerto, el discípulo de la teología es iluminado.
24. La palabra de Cristo, que nos fue dada por el Padre, es casta y permanece eternamente. Pero quien no conoce a Dios habla sólo por conjeturas.
25. La castidad vuelve teólogo a su discípulo, capaz de aprehender los dogmas de la Trinidad.
26. Quien ama al Señor comenzó por amar a su hermano, pues este segundo amor es la prueba del primero.
27. Quien ama a su prójimo no puede soportar a los que hablan mal de él; huye de ellos como del fuego.
28. Aquel que dice amar al Señor pero se enoja contra su hermano, es semejante a aquel que corre en sueños.
29. Lo que da fuerza al amor es la esperanza, pues por ella esperamos la recompensa del amor.
30. La esperanza es un tesoro hecho de tesoros que todavía no han aparecido.
31. La esperanza es un tesoro que se posee ya, antes del otro tesoro.
32. Es un alivio en nuestras labores, es la puerta de la caridad, el antídoto de la desesperación y la imagen de los bienes ausentes.
33. El desfallecimiento de la esperanza es la desaparición del amor. De ella dependen nuestros trabajos; sobre ella reposan nuestras labores; la misericordia la rodea.
34. Un monje lleno de esperanza es el matador de la apatía, a la que rechaza armado con esa espada.
35. La experiencia de los dones del Señor engendra la esperanza; quien no tiene esta experiencia, permanece en la incertidumbre.
36. La cólera destruye la esperanza, y la esperanza no falla (cf. Rm 5:5) y no causa vergüenza; pero el hombre irascible no es digno de honra (cf. Pr 11:25).
37. La caridad procura el don de la profecía y otorga el de los milagros; es un abismo de iluminación, una fuente de fuego; cuanto más brota, tanto más se quema quien tiene sed. La caridad es el estado de los ángeles; la caridad es un progreso eterno.
38. “Indícame, amor de mi alma, dónde apacientas el rebaño, dónde lo llevas a sestear a mediodía” (Ct 1:7). Acláranos, apaga nuestra sed, guíanos, tómanos de la mano, porque queremos de ahora en más llegar hasta ti. Pues reinas sobre todas las cosas. Y ahora “me robaste el corazón” (Ct 4:9) y no puedo contener tu llama.
Así, seguiré cantándote: “Tú dominas el poder del mar, cuando sus olas se encrespan las reprimes. Tú machacaste a Ráhab lo mismo que a un cadáver, a tus enemigos dispersaste con tu potente brazo” (Sal 88:10-11) y has vuelto invencibles a tus amantes. Pero deseo vivamente saber cómo Jacob te vio apoyado sobre la escala. Satisfecho mi deseo, dime cómo se realiza una ascensión semejante, de qué manera están reunidos, cómo se componen los grados que tu amado dispuso como subidas en su corazón (cf. Sal 83:6). Tengo sed de conocer su número y también el tiempo que demanda esa ascensión. Pues aquel a quien enseñaste la lucha y la visión, nos ha revelado cuáles son los guías que nos tomarán de la mano; pero no quiso, o no pudo, aclararnos los otros puntos.
Y me parecía ver a esta reina (pienso que sería más exacto decir este rey) aparecer en lo alto del cielo y hablar al oído de mi alma: “Oh, mi amado, me dice, si no te liberas de la materia terrestre, no podrás conocer mi belleza. Ojalá que esta escala pueda enseñarte el encadenamiento espiritual de las virtudes. En su cima, me he establecido, como dijo mi gran iniciado: Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad. Pero la mayor de todas ellas es la caridad” (1 Co 13:13).
Breve pero no menos poderosa exhortación recapitulando todo lo que se desarrolló en este libro
Suban, suban, hermanos, dispongan con ardor senderos en sus corazones (cf. Sal 83:6). Presten oídos al que dice: “Subamos al monte de Yahvé, a la casa de Dios” (Is 2:3), “que hace mis pies como de ciervas, y en las alturas me sostiene en pie” (Sal 17:34), para que con su cántico tengamos la victoria (cf. Hb 3:19).
Corran, se los ruego, con aquel que dijo: “Hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo” (Ef 4:13), quien, desde su bautismo, en el trigésimo año de su edad visible, poseía en plenitud el trigésimo grado de esta escala espiritual. Pues Dios es caridad (cf. 1 Jn 4:8). A Él pertenecen la alabanza, la dominación y el poder, a Él que es, era y será la única fuente de todos los bienes en los siglos sin fin. Amén.
Carta al Pastor (Final).
1. En este libro de la tierra, venerable Padre, te ubiqué en el último lugar de todos; pero confío en que, en aquel de lo alto, nos precedas a todos, porque es verdadera la palabra que nos dice que aquellos que son los últimos en su propio pensamiento, serán los primeros en dignidad (cf. Mt 20:16).
2. El verdadero pastor es aquel que, por su bondad, su celo y su oración, es capaz de buscar y de volver al buen camino las ovejas racionales que están perdidas.
3. El piloto es aquel que obtuvo, por la gracia de Dios y por sus propios trabajos, una fuerza espiritual que lo vuelve capaz de arrancar el barco de las olas desencadenadas y del propio abismo.
4. El médico es aquel que alcanzó la salud del cuerpo y del alma, y no necesita ningún remedio para ellos.
5. El maestro verdadero es el que lleva en sí mismo el libro espiritual del conocimiento escrito por la mano de Dios, es decir, por la obra de la iluminación que viene de Él y que no necesita ningún otro libro.
6. Es una vergüenza para los maestros enseñar copiándose de otros, como para los pintores reproducir solamente antiguas pinturas.
7. Cuando instruyes a aquellos que están más abajo que tú, enseña lo que está en lo alto, ya que tú mismo eres instruido por lo alto; y que tu posición visible te enseñe lo que es invisible.
8. No olvides estas palabras: “Yo no lo recibí ni aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo” (Ga 1:12). Pues es imposible que los que yacen en tierra curen a los otros.
9. Un buen piloto salva su barco y un buen pastor vivifica y cura a sus ovejas enfermas. Cuanto más fielmente sigan las ovejas al pastor y hagan progresos, tanto más responderá por ellas ante el Señor de la casa.
10. El pastor debe arrojar las piedras de sus palabras a las ovejas que permanecen atrás por negligencia o por gula; esto también es indicio de un buen pastor.
11. Cuando las ovejas, como consecuencia del ardor del sol o más bien del cuerpo, comienzan a tener su alma llena de torpeza, el pastor mira hacia el cielo y las vigila más. A menudo, en esos momentos de gran calor, muchas de ellas llegan a ser presa de los lobos. Por lo demás si inclinan la cabeza de su alma hacia la tierra, como se ve que hacen habitualmente las ovejas en el tiempo del calor, veremos que cumplen estas palabras: “Un corazón contrito y humillado, oh Dios, no lo desprecias” (Sal 50:19).
12. Si las tinieblas y la noche de las pasiones sorprenden al rebaño, el perro debe permanecer inmóvil, vuelto hacia Dios, montando guardia en la noche. No sin razón, debes ver en este perro a tu intelecto, a quien le gusta hacer huir a las bestias salvajes.
13. Una particularidad con que dotó nuestro buen Señor a nuestra naturaleza es que el enfermo, a la sola vista del médico, siente alegría, incluso si no recibe de él ningún alivio.
14. Venerado Padre, procúrate tú también emplastos, pociones, polvos, colirios, esponjas, lancetas, elementos para cauterizar, ungüentos, somníferos, un bisturí, vendajes y lo que se llama antináusea. Si nos falta todo esto, ¿cómo mostraremos nuestra ciencia? Será imposible, pues no son las palabras sino las obras lo que se recompensa.
El emplasto es el tratamiento de las pasiones externas, es decir corporales. La poción es el tratamiento de las pasiones internas y el medio de evacuar las manchas visibles. El polvo es la humillación, que es una acción cáustica, y limpia la purulencia del orgullo. El colirio es la purificación del ojo del alma, turbado y oscurecido por la cólera; es una reprimenda acerba que sana en poco tiempo. La lanceta es la evacuación rápida de una hediondez invisible, es una intervención enérgica y cortante por la salvación de los enfermos. La esponja corresponde a los cuidados y al alivio que después del sangrado o de la operación quirúrgica prodiga el médico al enfermo por medio de palabras reconfortantes, benevolentes y amables. Los elementos para cauterizar son una pena y un castigo infligidos por un tiempo, con intención misericordiosa. El ungüento es la confortación procurada al enfermo, después de ser cauterizado, gracias a las palabras o a un leve consuelo. El somnífero consiste en tomar sobre sí el peso del discípulo y procurarle, a través de la obediencia, el reposo, el sueño vigilante y la ceguera bienaventurada que le impide ver el bien que hay en él. Los vendajes consisten en asegurar y aferrar estrechamente por medio de la paciencia, hasta la muerte, a aquellos que habían sido debilitados por la vanagloria. Y en último lugar, el bisturí es la decisión y la resolución de cercenar un cuerpo cuya alma está muerta y tiene un miembro en-gangrenado, para que no le comunique a los otros su propia infección.
15. Bienaventurados los médicos que no están sujetos a las náuseas y los superiores que poseen la impasibilidad; pues los primeros, al no estar esqueados por nada, pueden dispensar cuidados diligentes a pesar de la gran hediondez, y los segundos tienen fuerza para resucitar cualquier alma muerta.
16. Una de las cosas que el superior debe pedir en sus oraciones es mostrar afecto por todos y tener en cuenta los méritos de cada uno y sus disposiciones. Si no, como Jacob, correrá el riesgo de perjudicar a la vez a aquel que ama con predilección y a sus compañeros (cf. Gn 37:3-4); corre el riesgo de que le ocurra si no tiene todavía perfectamente ejercitados los sentidos del alma para discernir el bien del mal y lo que está entre los dos.
17. Es una gran vergüenza para un superior obtener, a través de sus oraciones, algo para su discípulo que él mismo no posee todavía.
18. Los que vieron el rostro del rey, y ganaron su amistad, pueden reconciliar de ahora en más a los oficiales con el rey e incluso a extranjeros o enemigos, si lo desean, y obtener que gocen de su gloria; esto es así, pienso, para los santos.
19. Los amigos testimonian respeto y obediencia a sus amigos íntimos y verdaderos y se dejan, incluso, apremiar por ellos. También es bueno tener amigos espirituales; pues nada puede ayudarnos tanto a avanzar en la virtud.
20. Uno de los amigos de Dios me comentó que, si Dios colma siempre con sus dones a sus servidores, lo hace todavía más en las grandes fiestas anuales y en las fiestas del Señor.
21. El médico debe estar completamente despojado de las pasiones, para poder simularlas en ciertas ocasiones, sobre todo la cólera; si no estuviera completamente desembarazado de ellas, no podría fingir pasiones sin sentirlas.
22. Vi un caballo, que todavía no estaba suficientemente domado, caminar tranquilamente mientras se lo tenía de la brida; pero cuando se le aflojaba un poco, intentaba arrojar a tierra a su jinete. Quienes todavía están sometidos a los demonios, encuentran frecuentemente la misma dificultad.
23. El médico sabrá que Dios le dio la sabiduría, cuando pueda sanar enfermedades incurables para muchos otros.
24. No se debe admirar a un maestro que vuelve sabios a los niños bien dotados, sino a aquel que conduce a la sabiduría y a la perfección a sujetos rudos y groseros. La habilidad de los conductores de carros se destaca y es alabada cuando vencen con caballos indómitos y los conducen sanos y salvos.
25. Si has recibido ojos capaces de ver de lejos la tempestad, debes prevenir sabiamente a aquellos que están en el navío; si no tú solo serás causa del naufragio, pues ellos te confiaron la conducción del barco, abandonando toda preocupación.
26. Vi a médicos que no advertían del peligro a los enfermos y de esta manera ocasionaban a los pacientes y a sí mismos muchas penas y tormentos.
27. Cuanto más vea el superior que no sólo sus discípulos sino también los extraños tienen una gran confianza en él, tanto más deberá vigilar todo lo que hace y dice, sabiendo que todos lo observan como una imagen ejemplar, y consideran sus palabras y sus actos como una regla y una norma.
28. La caridad permite conocer al verdadero pastor, porque por caridad el gran Pastor quiso ser crucificado.
29. Confiesa que cometiste las mismas faltas que los otros; así, no estarás desprovisto jamás de una gran modestia.
30. Entristece al enfermo por un tiempo para que su enfermedad no llegue a ser crónica o para que no muera a causa de tu silencio maldito. El silencio del
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piloto hizo que muchos creyeran que navegaban bien, hasta que chocaron contra un escollo.
31. Escuchemos lo que el gran Pablo escribía a Timoteo: “Insiste a tiempo y a destiempo” (2 Tm 4, 2). A tiempo, cuando aquellos que reciben una reprimenda la soportan de buen grado; a destiempo, cuando se molestan. El agua sigue corriendo en las fuentes, aunque nadie tenga sed para bebería.
32. En algunos superiores, existe una tendencia natural a la falsa vergüenza, que les impide a menudo decir a sus discípulos lo que les sería útil. No deben negarse a obrar como maestros con los alumnos e intentarán comunicar por escrito sus opiniones saludables.
33. Escuchemos lo que las divinas Escrituras dicen acerca de algunos: “Córtala, ¿para qué va a cansar la tierra?” (Lc 13:7); “Arrojad de entre vosotros al malvado” (1 Co 5:13) y “No pidas por este pueblo” (Jr 7:16). Es necesario que el pastor sepa a quién, cómo y cuándo aplicarlo; pues nadie es más verdadero que Dios.
34. Si alguno no se ruboriza cuando es reprendido en particular, hará también de las reprimendas públicas una ocasión de mostrar su desvergüenza, tomando voluntariamente con desgano su propia salvación.
35. Destaco también otro hecho que vi, que se producía entre los enfermos de buena voluntad; conociendo su cobardía y su debilidad, rogaban a los médicos, incluso contra su voluntad, que los ataran y los curaran por la fuerza, con su consentimiento; esto, porque “el espíritu está pronto” a causa de la esperanza por venir, pero “la carne es débil,” a causa de las predisposiciones contraídas anteriormente (cf. Mt 26:41). Viendo esto, rogué a los médicos que se sometieran a sus deseos.
36. No conviene que el guía diga a todos que el camino es estrecho ni que el yugo es dulce y la carga, ligera. Mejor, debe observar y adaptar los remedios de manera apropiada. Así, conviene que diga lo segundo a los que están agobiados por el peso de sus pecados y llevados a la desesperación; por el contrario, para los que se inclinan a los pensamientos de orgullo, lo primero es un remedio conveniente.
37. Algunos que se aprestaban a hacer un largo camino interrogaron a aquellos que lo conocían. Se les respondió que era sencillo y sin peligro. Basándose en esta respuesta, emprendieron el viaje sin poner demasiada energía; pero cuando llegaron a la mitad, se encontraron en peligro y regresaron porque no estaban preparados para las tribulaciones. Conozco también lo inverso: cuando el amor divino tocó el corazón, el temor que pueden suscitar las palabras pierde todo poder; cuando aparece el miedo por el infierno, todos los trabajos son soportados con paciencia; cuando se sabe que se puede esperar el Reino, se desprecia todo lo que está sobre la tierra.
38. Un buen estratega debe conocer exactamente el estado interior y el grado de progreso de sus subordinados; puede encontrar, con un mismo rango, hombres capaces de combatir en primera línea o de luchar en combate singular, que debe ubicar a sus flancos, por encima de sus compañeros de armas o que debe establecer en la hesiquia.
39. El piloto no puede salvar el navío él solo, sin la ayuda de los marineros; el médico no puede curar al paciente, si éste no vino primero a consultarlo y no le mostró sus heridas con absoluta confianza. Aquellos que, con una falsa vergüenza se alejan del médico, contraen a menudo gangrena y muchos mueren a causa de ella.
40. Cuando las ovejas estén pastando, el pastor no debe cesar de servirse la flauta de sus palabras, sobre todo cuando el rebaño se apresta a dormir. Pues el lobo no teme a nada tanto como al eco de la flauta pastoril.
41. El superior no debe humillarse de una manera irracional, ni elevarse de forma insensata, sino mirar a Pablo que marchaba tanto por una vía como por la otra (cf. 2 Co 11:16-30).
42. A menudo, el Señor pone un velo sobre los ojos de los subordinados para ocultarles ciertos defectos de su superior; si se los revela, engendra en ellos la desconfianza.
43. Vi a un superior que, impulsado por una extrema humildad, pedía, a veces, consejo a sus propios hijos, y vi a otro que, movido por el orgullo, quería mostrarles su loca sabiduría y los tomaba a broma.
44. Aunque muy rara vez, vi a hombres sometidos a las pasiones, que habían llegado a ser superiores de hombres impasibles, pero que, poco a poco, comenzaban a sentir vergüenza ante sus subordinados y cercenaban sus propias pasiones. Pienso que esto era la recompensa de los que lograban, gracias a ellos, su salvación. Y así, lo que habían emprendido sometidos aún a las pasiones, llegó a ser la ocasión de arribar a la impasibilidad.
45. Es necesario velar para no perder en pleno mar lo que uno logró en el puerto. Comprenden esto quienes todavía no están dominados por los problemas del exterior.
46. Verdaderamente es muy bueno soportar con coraje y generosidad el calor ardiente, la calma trivial y el desánimo que a veces acompañan la hesiquia, y no buscar compensaciones o consuelos, como los marineros desanimados que quieren navegar cuando no sopla el viento. Pero es incomparablemente mejor no temer los problemas exteriores y sostenerse ante el choque con un corazón intrépido e inmóvil, conversando exteriormente con los hombres e interiormente con Dios.
47. Lo que pasa en los tribunales profanos, venerable Padre, debe ser un recuerdo de lo que son los nuestros. Algunos son culpables para nuestro temible y auténtico tribunal, en tanto que otros se ocupan activamente en la obra de Dios y en su servicio. El ingreso de unos y otros en la vida monástica es completamente diferente y cada uno necesita de un género de vida apropiado. El culpable, ante todo, debe ser interrogado, pero personalmente, sobre la naturaleza de sus acciones, y esto tiene dos motivos: por una parte, para que evite la libertad de acción al estar siempre aguijoneado por el recuerdo de esta confesión; por otra parte, para que esté incitado a amarnos, sabiendo qué heridas tenía cuando lo recibimos.
48. Venerado Padre, estoy seguro de que no ignoras que debemos tener en cuenta los motivos, el tipo de conversión y las costumbres de los culpables; pues son extremadamente diversos y variados. A menudo, el más débil resulta ser también el más humilde de corazón, y debe soportar un tratamiento más dulce de los médicos espirituales. Lo opuesto es evidente.
49. No conviene que un león haga pastar a las ovejas; y es peligroso que un hombre que todavía está sujeto a las pasiones gobierne a hombres que también lo están.
50. Es un espectáculo lamentable ver a un zorro entre los pollos; pero es más lamentable todavía ver a un pastor que se encoleriza. Uno trae inquietud y carnicería entre las aves; el otro, entre las almas racionales.
51. Vigila para que no seas un riguroso exterminador de las más pequeñas faltas; de esa manera no serás un imitador de Dios.
52. Debes tener a Dios como ecónomo e higúmeno de todo tu interior y de todo tu exterior, como un excelente piloto; cercena tu voluntad y así, exento de preocupaciones, llegarás a ser conducido únicamente por su voluntad.
53. Como todo superior, debes preguntarte si la gracia divina no actúa, con frecuencia, en nosotros a causa de la fe de aquellos que se dirigen a nosotros, y no a causa de nuestra pureza. En efecto, hombres sujetos a las pasiones hicieron milagros de esta manera. Y como está escrito: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre?” (Mt 7:22), mi afirmación es digna de crédito.
54. Quien se ha vuelto propicio a Dios puede en verdad aliviar a aquellos que sufren, haciéndolo públicamente o en secreto; de ello resultan dos cosas buenas: se preserva de la gloria humana como de la herrumbre y se induce a aquellos que fueron objeto de su misericordia y dar gracias sólo a Dios.
55. Ofrece generosamente los mejores y más nobles alimentos a los que corren con el ardor de la juventud; a los que siguen desde más lejos, como consecuencia de sus posiciones y su temperamento, dales leche, como a niños pequeños, pues todavía están en el tiempo del consuelo. A menudo, el mismo alimento procura ardor a unos y desánimo a otros. Es necesario, antes de echar las semillas, prestar atención a las circunstancias: según los momentos y las personas, según la calidad y la cantidad.
56. Para algunos no es nada el peso de la responsabilidad por los otros y emprenden irracionalmente la tarea de conducir almas; y aunque poseían antes grandes riquezas, ahora tienen las manos vacías, después de haber distribuido todo entre aquellos que tenían a su cargo.
57. Existen hijos legítimos, nacidos de un primer matrimonio; otros, de un segundo; otros, que son ilegítimos y otros que se abandonan. De la misma manera, existen diversas convenciones con aquellos que tomamos a nuestro cargo. Una manera de encargarse de los otros, y es la buena, consiste en dar la propia alma por el alma del prójimo, de una manera total. Pero existe otra que sólo incita a los pecados cometidos anteriormente; otra que incita a los pecados futuros; y otra consiste en no asumir el peso de las directivas que se dieron. Todo esto proviene de la falta de fuerza espiritual y de la ausencia de impasibilidad. E incluso en el primer caso, la responsabilidad perfecta, llevamos la carga sólo en proporción al renunciamiento a nuestra voluntad.
58. Un hijo bien nacido se reconoce en su actitud durante la ausencia del padre. Pienso que ocurre lo mismo entre los cenobitas.
59. El superior debe observar y destacar bien a aquellos que lo contradicen y se le resisten, y debe infringirles pesadas penitencias, en presencia de algunos ancianos. Para que les sirva de ejemplo, debe inspirar temor a los otros, aunque se sientan vivamente molestos por estas humillaciones. Pues la mejora de muchos prevalece sobre la contrariedad sufrida por uno solo.
60. Hay hombres que, por caridad espiritual, sobrellevan las cargas de los otros, más allá de sus propias fuerzas, recordando estas palabras: “Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15:13). Hay otros que, aunque recibieron de Dios, sin duda, la fuerza para asumir la responsabilidad por los otros, no toman voluntariamente esta carga para la salvación de sus hermanos. Éstos me dan pena pues no poseen caridad. En cuanto a los primeros, les aplico aquello de: “Si sacas lo precioso de lo vil, serás como mi boca” (Jn 15:19) y: “Como tú has hecho, se te hará (Ab 1:15).
61. Piensa que una falta interior del superior es considerada más grave que un pecado cometido por la de un discípulo, de la misma manera que la falta de un soldado tiene menos peso que un error de juicio del comandante en jefe.
62. Invita a tus discípulos a no confesar en detalle las faltas de impureza y de sensualidad, pero que repasen en su espíritu, día y noche, en detalle, todos sus otros pecados.
63. Ejercita a aquellos que son sumisos para que sean simples en todo, unos con otros; pero muy circunspectos frente a los demonios.
64. Que no se te escape a dónde pueden conducir las relaciones que las ovejas tienen entre ellas; pues los lobos tienden a relajar a los fervorosos a través de los negligentes.
65. No dudes en rezar, si se te pide, incluso por aquellos que son completamente negligentes. No intercedas para que se les haga misericordia, pues esto es absolutamente imposible en tanto no cooperen para ello, sino para que Dios despierte su celo.
66. Los débiles no deben comer con los heréticos, como lo prescriben los cánones. En cuanto a los fuertes en el Señor, si los infieles los provocan acerca de la fe y quieren responderles, que lo hagan por la gloria de Dios.
67. No te excuses por tu ignorancia; pues quien sin saberlo haya hecho algo que merece castigo, será castigado por no estar instruido.
68. Es vergonzoso para un pastor temer la muerte, porque la obediencia se define como una liberación del temor de la muerte.
69. Bienaventurado Padre, busca cuál es la virtud sin la cual nadie verá al Señor; procúrala para tus hijos más que cualquier otra y libéralos de toda apariencia imberbe o femenina. Que todos aquellos que son sumisos al Señor tengan maneras de vivir diferentes según su edad física: no convendría alejar a alguno del puerto.
70. Por la prudencia que requieren las leyes del siglo, no debemos imponer las manos demasiado rápido, para que no deserte ninguna de las ovejas hacia lo mundano, al no poder soportar el peso y el calor. No quedarían exentos del peligro aquellos que les hayan impuesto las manos prematuramente.
71. ¿Cuál será el dispensador establecido por Dios que, como no necesita para él las lágrimas, los gemidos y las fatigas, no podrá servirse de ellos para la purificación de otras almas?
72. No cesas de lavar y de purificar las almas y sobre todo los cuerpos mancillados, para poder reclamar a Aquel que preside nuestro combate, coronas no sólo para ti, sino también para otras almas.
73. Vi a un enfermo curar por medio de su fe la enfermedad de otro, empleando hacia Dios una importunidad digna de alabanza (cf. Lc 11:8) y dando su alma por el alma de su hermano, con toda humildad; y al curarlo, él mismo se curó. Y vi a otro que actuaba de la misma manera, pero con orgullo, y recibió esta reprimenda: “Médico, cúrate a ti mismo” (Lc 4:23).
74. Está permitido abstenerse de un bien en vista de un bien mejor; como aquel que huyó del martirio no por cobardía, sino por aquellos a los que debía procurar la salvación.
75. Existen personas que se exponen al deshonor por el honor de los otros, y a los que muchos consideran como amigos de los placeres e impostores, aunque son sinceros (cf. 2 Co 6:8).
76. Si aquel que puede ser útil por medio de su palabra no la difunde libremente, no estará exento del castigo. ¿A qué peligro se exponen, querido Padre, aquellos que podrían obrar con celo para ayudar a los que se encuentran en dificultades y que no quieren apenarse por ellos?
77. Tú, que has sido liberado por Dios, libra a los otros, salva a aquellos que van a la muerte; tú, que has sido salvado, haz lo que sea para rescatar a aquellos que los demonios quieren masacrar. Por esto obtendrás la recompensa suprema junto a Dios, por encima de toda acción y contemplación de los hombres y de los ángeles.
78. Coopera con los poderes espirituales aquel que, gracias a la pureza que Dios le ha dado, lava y purifica las faltas de otro y presenta a Dios como ofrendas inmaculadas lo que antes estaba mancillado. Ésta es la única y constante ocupación de las diurnas liturgias: “Los que lo rodean, traigan presentes,” a saber, almas (Sal 75:12).
79. Nada muestra mejor el amor de los hombres y la bondad de nuestro Creador como el hecho de haber dejado las noventa y nueve ovejas para buscar aquella que se había perdido (cf. Lc 15:4). Debes estar atento y ejercitar tu celo, tu caridad, tu fervor, todos tus cuidados, tus súplicas ante Dios, en favor de aquel que está completamente perdido. Pues allí donde las enfermedades y las heridas son graves, sin ninguna duda se otorgarán grandes recompensas.
80. Reflexionemos y luego obremos. No siempre conviene al superior obrar según el derecho, a causa de la debilidad de algunos. Vi a dos hermanos juzgados por un juez muy sabio: públicamente le dio la razón a aquel que estaba equivocado, porque era más débil, y dijo que estaba equivocado el que tenía razón, porque era valiente. Pero en privado, dijo separadamente a cada uno lo que le convenía y sobre todo a aquel cuya alma estaba enferma.
81. Lo que le conviene a las ovejas es una planicie verde; mucho más provechosos para las ovejas racionales son la enseñanza y el recuerdo de la muerte, que pueden sanar cualquier lepra.
82. Destaca a los generosos y humillados sin motivo en presencia de los débiles, para sanar las heridas de unos a través del remedio administrado a los otros y para enseñar a los cobardes a volverse valientes.
83. No se ha visto jamás que Dios, después de haber escuchado una confesión la haya publicado; esto es así para que los que confiesan sus faltas no se detengan por esta divulgación y que su enfermedad no se vuelva incurable.
84. Aun cuando poseamos el don de presciencia, no digamos sus faltas a los culpables antes de que las confiesen, pero incitémoslos a confesarlas, con palabras encubiertas. Pues la confesión, que nos hagan de ellas contribuye en gran medida a que obtengan el perdón. Después de la confesión, debemos sentirnos satisfechos y testimoniarles todavía más solicitud que antes: esto aumentará enormemente su confianza y su afecto hacia nosotros.
85. Todos juntos debemos mostrarles el ejemplo de una extrema humildad y enseñarles a sentir temor de nosotros. Debes mostrarte paciente en todo, excepto cuando se desobedecen tus órdenes. Ten cuidado de no humillarte más de lo necesario para no acumular brasas sobre la cabeza de tus hijos (cf. Pr 25:22).
86. Vela para que no haya árboles ocupando inútilmente tu campo, cuando podrían fructificar en otra parte; toma el consejo y no dudes en arrancarlos caritativamente para trasplantarlos.
87. En algunos casos, el superior puede practicar sin peligro la virtud en lugares poco apropiados, es decir, en ciudades de diversión.
88. Si el médico goza de hesiquia interior, necesita menos cuidados exteriores para procurársela a sus enfermos; pero si está desprovisto de aquélla, debe poner en práctica éstos.
89. El superior debe reflexionar antes de aceptar discípulos, pues Dios no desaprueba todas las negativas o todas las dimisiones.
90. Lo que más agrada a Dios de todos los dones que podemos presentarle es ofrecerle almas racionales por medio de la penitencia. El mundo entero no vale un alma, pues pasa, mientras que ella es incorruptible y permanece. No proclames como bienaventurados a los que ofrecen riquezas, sino a los que presentan a Cristo ovejas racionales.
91. Vuelve inmaculado tu holocausto; si no, no obtendrás nada de él para ti mismo.
92. Se deben tener estas palabras en el espíritu: “Ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado” (cf. Mc 14:21); de la misma manera, pienso a la inversa: “Es necesario que muchos sean salvados, es decir, los elegidos, y la recompensa será otorgada a aquellos a los que les advino la salvación, después del Señor.”
93. Venerable Padre, necesitamos ante todo fuerza espiritual para que podamos tomar de la mano y liberar de la multitud de pensamientos a los que intentamos introducir en lo santo de los santos y a los que intentamos mostrar a Cristo sobre la mesa mística y secreta, cuando los veamos atormentados y afligidos por la multitud de pensamientos que quieren detenerlos, sobre todo cuando están en el umbral, delante de la entrada. Y si algunos son todavía niños muy pequeños o muy débiles, es necesario que los pongamos sobre nuestra espalda y que los llevemos, hasta que hayan traspasado la puerta verdaderamente estrecha de la entrada. Pues es allí donde se experimenta generalmente una gran angustia y una gran ansiedad. Por eso alguien dijo sobre esto: “Ardua tarea ante mis ojos hasta el día que entré en los diurnos santuarios” (Sal 72:16-17).
94. Ya te hablé de este padre de los padres, de este doctor de los doctores y te dije cómo estaba revestido enteramente de la sabiduría de lo alto, sin disimulos, exigente, riguroso, prudente, condescendiente, con un alma plena de alegría luminosa. Lo que más sorprendía en él era que cuando veía hermanos deseosos de lograr su salvación, los formaba con extremado rigor, cuando veía hermanos que mantenían su propia voluntad o cualquier apego, los privaba del objeto de ese apego de tal manera que de ahí en adelante todos cuidaban no mostrar ninguna voluntad propia con respecto a lo que tenían.
Este hombre, por siempre ilustre, decía: “Vale más expulsar a alguien del monasterio que dejarlo hacer su propia voluntad. A menudo, expulsando a alguien, se lo vuelve más humilde y se lo incita a cercenar su voluntad de ahí en adelante. Por el contrario, si mostramos complacencia con respecto a los hermanos de este tipo, bajo una apariencia de condescendencia, nos maldecirán lamentablemente a la hora de la muerte, por haberlos extraviado en lugar de ayudarlos.”
Cuando concluían las oraciones de la noche, solía verse a este gran anciano sentado como un rey sobre un trono visible, hecho de cañas entrelazadas, a la vez que invisible, formado por un conjunto de gracias espirituales. Como abejas sabias, la hermosa asamblea de la comunidad lo rodeaba y escuchaba sus enseñanzas y sus órdenes como si fueran las de Dios. A uno le ordenaba recitar cincuenta salmos antes de dormir, a otro, treinta; a otro, cien; a éste le prescribía un determinado número de genuflexiones; a aquél, dormir sentado; a este otro, leer durante un tiempo; a otro, consagrar el mismo tiempo a la oración.
Además había nombrado supervisores a dos hermanos; durante el día, debían controlar e impedir las conversaciones y la ociosidad; durante la noche, las vigilias intempestivas y lo que no está permitido decir por escrito. Más aún, este gran anciano había asignado a cada uno su propio reglamento en lo que concernía a la alimentación; en efecto, no imponía a todos un sólo y único régimen, sino que trataba a cada uno según su manera de ser. A unos, asignaba alimentos secos; a otros, una alimentación más abundante. Y lo más sorprendente era que lo que prescribía era ejecutado sin murmurar, como si proviniera de la boca de Dios. Este ilustre padre, perfecto en todo, tenía también bajo su dependencia un monasterio, donde enviaba a los hermanos capaces de vivir en la hesiquia.
95. Te ruego que, a los más rectos, no los vuelvas artificiosos y retorcidos en sus pensamientos; por el contrario, si es posible, trata de hacer simples a los que son demasiado hábiles, aunque esto sería sorprendente.
96. Quien ha llegado a una extrema pureza, gracias a una gran impasibilidad, podrá usar el rigor, como el juez divino. En efecto, la ausencia de impasibilidad hiere el corazón del juez y no le permite castigar y purificar como sería necesario.
97. Ante todo, deja a tus hijos la herencia de una fe intacta y doctrinas sanas, así conducirás hacia el Señor por el camino de la ortodoxia, no sólo a tus hijos, sino a los hijos de tus hijos.
98. La piedad no debe impedirte extenuar a los que son jóvenes y están plenos de vigor, te alabarán en el momento de tu partida.
99. Que en esto también, sabio Padre, te sirva de modelo el gran Moisés. En efecto, no pudo liberar del Faraón a aquellos que dependían de él y que lo habían seguido voluntariamente, antes de que hubieran comido el pan ácimo con hierbas amargas. El pan ácimo es un alma que no prefiere su propia voluntad; ésta haría que se infle y se sienta engreída, mientras que el pan ácimo siempre es humilde. Por hierbas amargas entendemos tanto la acritud de las órdenes recibidas como la austera amargura del ayuno.
100. En cuanto a mí, Padre de los padres, al escribir todo esto creo entender las palabras: “Tú, que instruyes a los otros, a ti mismo no te instruyes” (Rm 2:21). Ahora, antes de concluir mi discurso no diré más que esto: un alma unida a Dios por su pureza no necesita de la palabra de otro para instruirse. Esta alma bienaventurada lleva en sí al Verbo eterno, que es su iniciador, su guía y su luz.
101. Yo sé que ésta es tu santa y luminosa Reverencia. Conozco la pureza de tu alma no sólo por rumores, sino por haberla visto en acción y a través de la experiencia. Resplandece sobre todo a través de tu dulzura, que destruye las serpientes, y tu humildad, al modo del gran legislador, Moisés. Lo sigues verdaderamente de muy cerca, Padre pleno de paciencia; has progresado sin cesar hacia las alturas y falta poco para que los iguales, a través del mérito de la pureza y de la templanza; pues, por medio de estas virtudes, más que por medio de cualquier otra, podemos acercarnos con toda pureza, a Dios que es quien nos ayuda a adquirir y nos otorga una completa impasibilidad, y quien nos hace pasar, gracias a ella, de la tierra al cielo.
Sobre estas virtudes estás subido como sobre un carro de fuego, a ejemplo del casto Elías. No sólo mataste al egipcio y ocultaste tu mérito en la arena de la humildad, sino que también escalaste la montaña y viste a Dios a través de la zarza como una manera de vivir espinosa y difícil. Escuchaste la voz de Dios y gozaste de su esplendor; te quitaste las sandalias, es decir, toda la envoltura de tu condición de mortal; tomaste por la cola, es decir, por donde termina, al ángel que se había metamorfoseado en serpiente; hiciste que regresara a las tinieblas de su guarida, en el sombrío y profundo abismo. Venciste al Faraón orgulloso e insolente, golpeaste a los egipcios e hiciste peligrar a sus primogénitos, gesto más meritorio que cualquier otro. Por eso, como a un hombre muy seguro, el Señor te confió la conducción de tus hermanos. Y tú, el más excelente de los guías, hiciste que, sin nada que temer, dejaran al Faraón y el humillante trabajo de la fabricación de ladrillos y los liberaste. Con tu gran experiencia, les mostraste el fuego divino y la nube de la castidad, que extinguen completamente la llama de la concupiscencia. No contento con esto, divisaste este Mar Rojo y ardiente sobre el cual la mayoría de nosotros estamos en peligro tan a menudo. Y con tu bastón y tu ciencia de pastor, los has conducido a la victoria y al triunfo, ahogando completamente en las aguas a aquellos que los perseguían.
Después de esta victoria sobre el mar, todavía hiciste huir al Amaice del orgullo que acostumbra a ir en contra de los vencedores. Triunfaste teniendo las manos levantadas entre la acción y la contemplación. Por tu pueblo, al que Dios iluminó, venciste a las naciones, y a todos los que te seguían, los ha conducido a la montaña de la impasibilidad y nombrado sacerdotes; les impusiste la circuncisión, pues los que no están purificados a través de ella no pueden ver a Dios.
Después subiste a las alturas, disipando todas las tinieblas, las nubes y las tormentas; quiero decir, rechazando la triple oscuridad de la ignorancia. Estuviste cerca de una luz más augusta, más brillante y más sublime que la de la zarza. Te volviste digno de oír la voz de Dios, de contemplarlo y de profetizar. Viste, en cierta manera, aun cuando vivías todavía aquí abajo, los bienes por venir, es decir, la iluminación última del conocimiento que entonces nos será otorgado. Y, en seguida, oíste a la voz divina que te decía: “El hombre no podrá verme”; por eso, después de haber visto a Dios, descendiste nuevamente al profundo valle de la humildad, llevando contigo las dos tablas de la subida a la contemplación, con el rostro radiante de luz, en tu alma y en tu cuerpo.¡Pero qué triste espectáculo el de la fabricación de un becerro de oro en nuestra comunidad! Y el romper en pedazos las Tablas de la Ley. ¿Qué pasó luego? Tomaste al pueblo de la mano y lo condujiste al desierto. Quizás, cuando se estaba quemando por su propio fuego, hiciste brotar una fuente de lágrimas, golpeando la piedra con la vara, quiero decir, crucificando la carne con sus pasiones y sus concupiscencias.
Combatiste a las naciones hostiles y las destruiste a través del fuego del Señor. Después viniste al Jordán — nada impide abreviar un poco la historia — y, cual nuevo Josué, hiciste pasar al pueblo gracias a tu palabra, dejando que corrieran las aguas inferiores hacia el Mar Muerto y salado y reteniendo las de río arriba — las de la caridad — ante los ojos de tus israelitas espirituales. Luego, ordenaste traer doce piedras para anunciar la misión de los Apóstoles o para representar la victoria sobre los ocho pueblos, es decir sobre las ocho pasiones, y la conquista de las cuatro virtudes cardinales. Dejando atrás el Mar Muerto y estéril, marchaste sobre la ciudad del enemigo; hiciste resonar la trompeta de la oración, significando a través de la cifra siete el ciclo de la vida humana.
Derrumbaste sus murallas y los venciste, para poder cantarle a tu aliado inmaterial e invisible: “Has borrado su nombre para siempre jamás y has suprimido sus ciudades” (Sal 9:7). Si quieres, iré ahora a lo más importante: subiste a Jerusalén, a la visión de la perfecta paz del alma. Allí contemplaste a Cristo, el Dios de la paz, después de haber sufrido con Él, como un buen soldado, y crucificado la carne con sus pasiones y concupiscencias. Y es justo, pues tú mismo has llegado a ser un dios para el Faraón y para todos sus ejércitos, nuestros adversarios. Sepultado luego con Cristo, descendiste con Él a las profundidades de la teología y de los misterios inefables y fuiste ungido con mirto y cubierto de perfumes por las mujeres, por tus parientes y amigos, quiero decir las virtudes.
Resucitaste. ¿Quién me impediría decir esto también, ya que estás sentado a la derecha del Padre en los cielos? Resucitaste, digo, después de tres días, es decir, tras haber vencido a tres tiranos o, para hablar más claramente, después de haber conseguido la victoria sobre el cuerpo, el alma y el espíritu, o sea, una vez purificadas las tres partes del alma, la concupiscible, la irascible y la intelectual.
Subiste al monte de los olivos — es necesario concluir y no aparentar ser sabio por más tiempo, sobre todo ahora que le escribimos a un sabio que nos supera a todos en conocimiento —, subiste a ese monte que exaltaba un excelente viajero, diciendo: “Los altos montes son para los ciervos” (Sal 103:18), es decir, para las almas que destruyen las serpientes. Acudiste allí y llegaste al pie de la montaña. Elevaste los ojos al cielo — de nuevo traspongo el relato en alegoría — y nos has bendecido a nosotros, tus discípulos. Viste la escala de las virtudes sólidamente erigida. Tú mismo construiste los cimientos de esta escala, según la gracia que te fue dada, como un sabio arquitecto; gracia que volvió a ti completamente, porque sacaste nuestra simplicidad del retiro de la humildad y nos obligaste a que te prestáramos nuestros labios mancillados para hablar a tu pueblo. En esto no hay nada sorprendente, por otra parte, porque el mismo Moisés, según la historia, utilizó el pretexto de su balbuceo y de su dificultad para hablar. Pero encontró en Aarón un ministro y un portavoz excelente. Por el contrario, tú, iniciador de los misterios inefables, no se por qué, te dirigiste a una fuente seca y llena de ranas de Egipto o mejor aún, de carbón negro.
Pero, como no conviene que vayamos dejando inconcluso el curso de nuestras palabras, oh tú que corres hacia el cielo, tejeremos todavía nuestro elogio de tu virtud diciendo que avanzaste hacia la montaña santa y levantaste tu mirada al cielo, que te acercaste a la base, que la escalaste, que subiste sobre los querubines de las virtudes, volaste y llegaste a las alturas entre aclamaciones, después de haber triunfado sobre los enemigos; y que caminaste al frente y fuiste un guía, que todavía hoy caminas en primer lugar y nos guías a todos, elevándote hacia la cima de la escala santa y uniéndote a la caridad, que es Dios. A Él, gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Esta versión es la corrección de la que se encuentra en la siguiente dirección:
http://www.fatheralexander.org/booklets/spanish/escala_juan_climaco.htm
Se le ha cambiado la introducción, se han adaptado algunas frases mejor al castellano y se han corregido gran cantidad de errores de sintaxis y ortográficos de su traducción al castellano. Sin embargo, tal vez aún necesite otra revisión, pero esencialmente creo que demuestra mayor fidelidad y se puede disfrutar mejor.
Rolando Castillo, 25 de Diciembre de 2003
www.iglesiaortodoxa.cl
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