Hieromártir Luciano, príncipe de Antioquía

 

Nacido de padres nobles en Samosata de Siria, recibió en su juventud una amplia educación, tanto secular como espiritual, y era un hombre eminente tanto por su erudición como por su estricta vida ascética. Dando sus bienes a los pobres, se sustentaba escribiendo obras de instrucción, alimentándose así con el trabajo de sus manos. Realizó un gran servicio a la Iglesia corrigiendo muchos lugares del texto hebreo de las Escrituras, los cuales habían sido torcidos y adulterados por los herejes de acuerdo con sus perversas enseñanzas. A causa de su erudición y de su gran vida espiritual, fue ordenado presbítero en Antioquía. En tiempos de la persecución de Maximiano, en la cual san Antimo de Nicomedia y san Pedro de Alejandría fueron torturados, san Luciano también estaba en la lista de aquellos que el Emperador quería matar. Luciano huyó de la ciudad y se escondió, pero un sacerdote hereje celoso, llamado Pancracio, reveló su paradero. Aquella persecución fue terrible, ni aún los niños pequeños estaban a salvo. Dos niños que se rehusaban a comer alimentos sacrificados a los ídolos fueron arrojados a un caldero de agua hirviendo, donde, en medio de torturas, encomendaron sus santas almas en manos de Dios. Una discípula de Luciano, llamada Pelagia (cfr. 8[/21] de octubre), preservó su pureza virginal de los disolutos atacantes orando a Dios en el techo de su casa: ella [también] encomendó su alma en manos de Dios, y su cuerpo [muerto] cayó desde el techo. Luciano fue llevado a Nicomedia para ser presentado ante el Emperador. En el camino, convirtió a cuarenta soldados a la fe de Cristo mediante sus admoniciones, y todos estos sufrieron muerte de mártires. Tras ser interrogado y azotado, san Luciano fue arrojado en prisión, donde fue torturado por hambre. «Se burló del hambre», escribe san Juan Crisóstomo acerca de Luciano. «Burlémosnos también nosotros de los lujos y destruyamos el señorío del estómago, para que, mediante áscesis menores, estemos preparados de antemano cuando venga el tiempo de enfrentar tales torturas, y mostremos ser dignos de gloria en la hora de la batalla». Recibió la comunión en la cárcel en la fiesta de la Teofanía, y al día siguiente encomendó su alma en manos de Dios, el 7 de enero del 322 d. C.

Reflexión:

Los santos de Dios daban gran importancia a recibir la comunión antes de su muerte. Incluso los mártires, aunque sacrificaron sus vidas por Cristo el Señor y lavaron todos sus pecados con su propia sangre, anhelaban recibir los Santos Misterios cuantas veces les fuera posible. San Luciano estaba en la cárcel con varios de sus discípulos y con otros cristianos. Al llegar la víspera de la Teofanía, él anhelaba ser partícipe del Cuerpo y Sangre de Cristo en aquella gran fiesta cristiana, pues sabía que se acercaba su muerte. Viendo el ardiente deseo de su siervo sufriente, el Dios omnipotente hizo que algunos cristianos viniesen a la prisión con pan y vino. Al amanecer el día de la Teofanía, san Luciano llamó a todos los cristianos en la prisión para que formasen un círculo alrededor de él. «Rodeadme, y sed la Iglesia». No tenía en la cárcel ni mesas ni bancos, ni piedras ni madera sobre los cuales celebrar la Santa Liturgia. «Santo padre, ¿dónde colocaremos el pan y el vino?», preguntaron a Luciano, y este se acostó sobre el suelo en medio de ellos y les dijo que pusieran el pan y el vino sobre su pecho: «Colocadlos sobre mi pecho, que sea un trono vivo para el Dios vivo». Y así fue celebrada la Liturgia, dignamente y sazonada de oración, sobre el pecho del mártir, y todos recibieron la Comunión. Al día siguiente, el Emperador envió soldados a buscar a Luciano para torturarle. Cuando los soldados abrieron la puerta de la prisión, san Luciano exclamó tres veces: «¡Soy cristiano! ¡Soy cristiano! ¡Soy cristiano!», y encomendó su alma en manos de Dios.

Tropario (Tono 4)

Tu mártir Luciano, Señor, por su lucha, recibió de Ti la corona incorruptible, Oh Dios nuestro. Porque obteniendo Tu Poder, destruyó a los tiranos y aniquiló el poderío de los demonios impotentes. Salva, pues, Oh Cristo Dios, por sus intercesiones, a nuestras almas.

Kondakion (Tono 2)

Todos te aclamamos con himnos, San Luciano, porque eres el iluminado de Dios. Primero mostraste ser ilustre en el ascetismo y luego brillaste en tu martirio. Intercede sin cesar por nosotros.

 

Fuente: crkvenikalendar.com

 

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