El Gran Martes Santo en los himnos poéticos de la Iglesia
Nicolás Pintilie
Las condiciones que se nos piden para participar en este gozoso acontecimiento son mínimas y simples: “brillar con la virtud y la fe firme”, a lo cual se agrega mantener la candela de nuestra alma permanentemente encendida.
«Amemos al Esposo, hermanos. Alumbremos nuestras lámparas con la virtud y la fe firme, para que, preparados, podamos entrar con Él a las bodas, con las vírgenes prudentes del Señor; pues el Esposo, siendo Dios, otorga a todos la corona que perdura». (Katisma I del Oficio del Gran Martes Santo)
La santa himnografía de la Iglesia, compuesta por músicos e himnógrafos, es el modo con el cual Esta pone en los labios de los fieles la doctrina de la fe. El dogma adquiere vida en el himno litúrgico; así, cuando la verdad de la fe es dispuesta en versos, se vuelve más fácil de entender y vivir por los fieles. Verso y melodía se convierten, así, en los medios con los cuales el culto cristiano participa la alegría de la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo, así como el dolor por Su Santa Pasión.
Si el Gran y Santo Lunes nos trae en primer plano a José, hijo de Jacob, y a la Parábola de la higuera estéril, el Gran Martes Santo nos plantea otra parábola de nuestro Señor Jesucristo, la de las diez vírgenes. Cristo, quien se prepara para ser enjuiciado, golpeado, escupido, crucificado y morir voluntariamente para reconciliarnos con Dios, es considerado justamente el “legítimo Esposo”.
El simple hecho de pisar el umbral de la iglesia en este período tan lleno de tristeza espiritual, se vuelve en una verdadera participación en las nupcias. La Pasión de Cristo y la alegría de una boda, en donde todo refulge, se vuelven nociones con el mismo significado. Una paradoja, podríamos decir. Sin embargo, así es como la teología ha considerado desde siempre el encuentro con Dios en la iglesia y, especialmente, en la recepción de la Santa Eucaristía: la alegría más grande, el regocijo de unas nupcias: “para que, preparados, podamos entrar con Él a las bodas”. Las condiciones que se nos piden para participar en este gozoso acontecimiento son mínimas y simples: “brillar con la virtud y la fe firme”, a lo cual se agrega mantener la candela de nuestra alma permanentemente encendida.
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