Que el hombre no levante la mano en contra de su esposa
San Juan Crisóstomo
Por eso, semejante hombre —si aún puede seguírsele llamando así— es considerado como un parricida. Porque nos fue ordenado dejar a nuestro padre y a nuestra madre, al casarnos
Ya ustedes, hombres, esto les digo: no permitan que el pecado los induzca a levantar la mano en contra de sus esposas. ¿Qué digo, esposas? Ni tan siquiera en contra de su sierva debe el señor levantar la mano. Porque si golpear a su sierva es ya un pecado grave para el hombre, lo es más golpear a su propia mujer. Y esto es algo que podrían comprobar incluso los legisladores de otros países, quienes no obligan a la mujer que ha sufrido semejante vejación, a seguir viviendo con aquel individuo, indigno del vínculo que les unía. Porque es un desmán muy grave deshonrar de esta manera a tu compañera de vida, unida a ti por las cosas de este mundo y por las del Cielo.
Por eso, semejante hombre — si aún puede seguírsele llamando así — es considerado como un parricida. Porque nos fue ordenado dejar a nuestro padre y a nuestra madre, al casarnos. Y, cumpliendo con este mandato, a pesar de quedarse solos, también ellos participan de nuestra felicidad. Luego, ¿acaso no es una necedad agredir a esa (mujer) por la cual Dios nos ordenó dejar a nuestros padres? ¿No es una locura? Pero ¿quién habrá de sufrir tal vergüenza? ¿Cómo podrá explicarse, cuando los gritos y el escándalo de su propio hogar puedan oirlo hasta los vecinos y caminantes? Sería mejor que la tierra se abriera y se lo tragara, antes que presentarse ante los demás en su desfachatez.
“— Pero es que mi mujer es una insolente”, dirá alguno.
Piensa, entonces, que ella es una vasija delicada, mientras que tú eres un hombre. Para eso fuiste “ordenado” como conductor de la familia y se te dio la función de cabeza, para poder guiar a quienes te siguen. Haz, entonces, que tu gobierno sea digno. Y lo será cuando no deshonres a quienes guías.
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