Yoga o hesicasmo
Hoy en día vemos que se publican muchos artículos acerca del Yoga. Cada vez más leemos palabras como meditación, zen, armonía, Mindfulnes, y a modo de novedad, nos presentan técnicas anti-stress para lograr la armonía. Muchas de esas técnicas se basan en el método ancestral del Yoga. Y la esencia del Yoga, su filosofía, contienen conceptos tan erróneos como peligrosos en el marco espiritual. Dios, el Creador del hombre y de todo lo creado, nos mostró la oración como el camino para encontrar la paz interior. Ya que la oración es la conversación del hombre con Dios, la Fuente de la paz. El Hesicasmo es la ancestral práctica cristiana de la oración, del silencio y la quietud. Ofrecemos a nuestros lectores estos artículos que aclaran las diferencias entre el Yoga y el Hesicasmo, y explican la esencia de éste último.
del libro
CONVERSACIONES CON UN ERMITAÑO DEL MONTE ATHOS
por el Metropolita Hierotheos Vlachos
– El peregrino: Padre, permíteme una pregunta, no porque crea en ello, sino porque oigo a veces que algunas personas dicen que el medio de llegar a la “oración llena de gracia” es el yoga cristiano al estilo de las regiones del Extremo Oriente.
– El ermitaño: Los que dicen esto ignoran la condición carismática de nuestra Iglesia; por la “oración” adquirimos la gracia. No lo saben porque no lo han vivido, pero con-vendría que no acusasen a los que han hecho la experiencia. Desprecian también a nuestros santos Padres, muchos de los cuales lucharon por ella y defendieron su dignidad con empeño. ¿Se equivocó san Gregorio Palamas? Incluso ignoran la frase de la Sagrada Escritura: ‘Hijo de David, ten piedad de mí”, que significa: “Jesús ten piedad de mi” que fue pronunciada por los ciegos y encontraron luz, por los leprosos y fueron curados de su lepra, etc. La oración ‘Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí” presenta dos aspectos principales: en el plano dogmático confiesa la divinidad de Jesucristo; en el terreno de la oración pide nuestra salvación. La confesión de la fe en el Dios—Hombre está ligada a la confesión de que somos impotentes para salvarnos solos. En estos dos puntos se basa la lucha del cristiano: la fe en el Dios—Hombre y la conciencia de nuestro estado de pecado. Por eso la oración expresa en pocas líneas todo el esfuerzo del fiel, y resume todo el dogma de nuestra Iglesia ortodoxa. […]
— Padre, quisiera que desarrollases las diferencias de entre la oración y el método del yoga, y que me enseñases con tu gran experiencia, su superioridad sobre las religiones orientales.
— Esta pregunta es muy importante, hijo mío, habría muchas cosas que decir. Varios puntos son claros:
1. En la oración se expresa con fuerza la fe en Dios que ha creado el mundo, que lo gobierna y lo ama. Es un tierno Padre, que se interesa por la salvación de su obra. La salvación se obtiene “en Dios”, y por eso oramos pidiéndole “ten piedad de mí”. El atleta de la oración espiritual se encuentra lejos de la autoliberación o autodeificación, que era precisamente el pecado de Adán, el pecado que causó la caída. Adán quiso hacerse Dios fuera de lo que Dios había dispuesto. La salvación no se obtiene ‘por sí mismo y de sí mismo’ como dicen los sistemas de los hombres, sino “en Dios”.
2. En la oración, no luchamos por encontrar un Dios impersonal. No tratamos de elevarnos hacia “la nada absoluta”, sino que nuestra oración se concentra en el Dios personal, el Dios-Hombre, Jesús. De aquí la fórmula “Señor Jesucristo, Hijo de Dios”. En Dios se encuentran las naturalezas divina y humana, es decir todo Dios, el Verbo, y todo hombre. “En él habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad” (Col 29). Por eso tanto la antropología como la soteriología del monaquismo ortodoxo están estrechamente ligadas con la cristología. En cuanto a nosotros, amamos a Cristo y guardamos sus mandamientos: permanecemos en la observancia de los mandamientos de Cristo. El mismo ha dicho: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos” (Jn 14,15). Amando a Cristo y guardando sus manda-mientos nos unimos a la Trinidad.
3. Por la oración incesante, no accedemos a un estado de orgullo. Los sistemas de los que acabarnos de hablar están dominados por un cierto orgullo; por la oración adquirimos el feliz estado de humildad. Diciendo “ten piedad de mí”, nos vemos peores que todos y no despreciamos a ninguno de nuestros hermanos. El orgullo es extraño al atleta de la oración. El orgulloso es un insensato.
4. La salvación no es un estado abstracto, sino una unión con el Dios Trinitario, “en la persona” de nuestro Señor Jesucristo. Pero la salvación no borra la contribución humana y no somos asimilados, pues también nosotros somos personas.
5. En el camino que lleva a la oración, adquirimos la capacidad de discernir el error. Vemos y discernimos los movimientos de Satán así como las energías de Cristo, es decir que reconocemos el espíritu de error, que a menudo toma las apariencias de ángel de luz. Distinguimos pues el bien del mal, lo increado de lo creado.
6. La lucha por la oración esta unida a la purificación del alma y del cuerpo de la influencia destructora de las pasiones. No deseamos la impasibilidad de los estoicos, sino una impasibilidad dinámica, no la muerte de las pasiones, sino su transformación. Sin “pasión impasible”, no se puede amar a Dios ni salvarse. Ahora bien este amor ha sido corrompido y desnaturalizado, y por eso luchamos para reformar estas deformaciones que ha creado el Diablo. Sin esta lucha personal con la ayuda de la gracia de Cristo, no podemos salvarnos. “Diabólica es la teología sin ciencia de la práctica”, Según San Máximo el Confesor.
7. Por la oración, no tratamos de llevar al espíritu a la nada absoluta, sino hacerle entrar en el corazón y aportar la gracia de Dios al alma, de donde se comunicará al cuerpo. “El Reino de Dios está en nosotros”. Según la enseñanza de la Iglesia, el cuerpo no es malo. Lo que es malo es el orgullo de la carne. El cuerpo no es el “vestido del alma” como dicen los sistemas filosóficos, que deberíamos tratar de rechazar: nosotros debemos salvarlo. Por otra parte ‘salvación” quiere decir liberación del hombre (alma y cuerpo). No buscamos pues la ruina del cuerpo, sino que combatimos el culto del cuerpo. No queremos tampoco la ruina de la vida. No tratamos de no desear la vida para que cese el dolor. Nos ejercitamos en la oración porque tenemos sed de vivir, y queremos vivir eternamente con Dios.
8. No profesamos indiferencia a este mundo que nos rodea. Los diferentes sistemas de los que hemos hablado evitan pensar en los problemas de los hombres para conservar la paz y la impasibilidad. Nosotros buscamos lo contrario; intercedemos continuamente por todos. La salvación es la unión con Cristo, pero en comunión con todas las personas. No podemos salvarnos solos. Una alegría que solo nos perteneciese a nosotros, sin ser la del mundo, no sería una verdadera alegría.
9. No concedemos gran interés a los métodos psicosomáticos ni a las diferentes posturas del cuerpo. Admitimos que algunas pueden ayudar a concentrar el espíritu en el corazón. Pero no buscamos por nosotros mismos la impasibilidad (estado negativo); sino adquirir la gracia divina.
– Padre, te agradezco mucho estas explicaciones. Tienen el valor de que proceden de quien las vive pero ¿sólo la oración “Señor Jesús ten piedad de mí’ permite obtener la purificación y la salvación, es decir la deificación? ¿Las demás fórmulas no ayudan a la oración?
— Toda oración tiene un poder inmenso. Es un grito del alma. Dios ayuda según el ardor de la fe. Existe la oración litúrgica y la oración personal. Sin embargo la oración de Jesús tiene un gran valor; como dice san Isaac el Sirio, es una pequeña llave gracias a la cual podemos entrar en los misterios “que el ojo no ha visto y que el oído no ha escuchado, y que no han subido al corazón del hombre” (1 Cor. 2,9). Mantiene mejor el espíritu, le hace orar sin imaginación, sin color, sin forma y sin figura, y le aporta en poco tiempo, mucha más gracia incluso que la salmodia, porque está ligada estrechamente a la humildad y a la conciencia de nuestros pecados.
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