La fortaleza del humilde y la debilidad del soberbio
El hombre humilde no es débil, sino más bien fuerte, porque el poder de Dios obra y actúa por medio suyo. Por su parte, el orgulloso sí que es débil, porque rechaza el don todopoderoso de Dios.
El hombre humilde no es débil, sino más bien fuerte, porque el poder de Dios obra y actúa por medio suyo. Por su parte, el orgulloso sí que es débil, porque rechaza el don todopoderoso de Dios y no se queda sino con sus propias fuerzas humanas, las cuales, claro está, son mucho más débiles y menos importantes, en comparación con la Gracia de Dios. En conclusión, puede decirse que, tarde o temprano, el orgullo trae solamente deshonra, porque el orgulloso cae, perdiéndose con todo y su exagerada autoconfianza, con todo y sus planes y demás cálculos.
Entonces, para enmendar la caída en pecado de nuestros antepasados, que envenenó a toda la humanidad con la ponzoña de la soberbia y la desobediencia, nuestro Señor Jesucristo nos instruyó y nos demostró, con Su propio ejemplo, en qué consisten la humildad y la obediencia a la voluntad de Dios.
A partir de ese momento, la humildad y la obediencia se convirtieron en el nuevo ideal de la humanidad cristiana, en uno restaurado por Cristo.
Fuente: doxología.org
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