El individualismo y la ilusión carismática
Debatiendo hoy con un amigo al que le gusta inquirir, respondo dos preguntas. Primero, ¿por qué los cristianos tradicionales llamamos “padres” a los sacerdotes? Y segundo, ¿por qué oramos a los santos (o sea, ¿por qué no vamos nosotros mismos hacia Dios?) Mi amigo está familiarizado con el cristianismo protestante carismático contemporáneo, por eso me referiré a ello luego.
Pero, ¿saben qué? Ambas cuestiones están relacionadas de múltiples formas. Hoy somos tan individualistas que es difícil imaginarnos qué quiere decir San Pablo cuando describe a la iglesia como un cuerpo con partes completamente dependientes las unas de las otras. Todos imaginamos que todo el mundo tiene acceso per se al mismo conocimiento de Dios y de los asuntos espirituales, que realmente no tenemos que depender de otras personas para conocer bien a Dios. Así es como nuestra cultura nos enseñó a pensar –siguiendo esta lógica o filosofía, podemos pensar en cómo Immanuel Kant (fallecido en 1804) argumentó que, si algo es verdadero/razonable/real, lo es para todos. Llamamos “moderna” a esta manera de pensar, lo cual significa que es algo que viene de los pensadores de la Ilustración europea. Con todo, ya entramos en una era “postmoderna”; por lo tanto, algunas de esas suposiciones sobre el conocimiento, especialmente el conocimiento espiritual, están comenzando a resquebrajarse ampliamente a nivel social; no obstante, el cristianismo evangélico y protestante como lo conocemos hoy en día está indeleblemente influenciado por la Ilustración; por eso muchos de los pensamientos protestantes de cómo alguien ha de relacionarse con Dios son extremadamente individualistas. Sin embargo, los pensamientos cristianos premodernos de cómo alguien ha de relacionarse con Dios eran mucho más comunitarios.
Pensemos, por ejemplo, en cómo San Pablo entendía la relación con sus hijos espirituales, esto es, como un padre y un hijo. Denomina a San Timoteo como su hijo (2 Timoteo 1:2) e indica a los corintios que por “engendrarlos” en la fe, él e su “padre”, y por tanto ellos deben escucharlo (1 Corintios 4:15). Además, San Pablo está continuamente pidiendo oraciones a aquellos a quienes escribe, así como también les asegura continuamente estar orando por ellos. En el mundo cristiano premoderno, esto tenía sentido. Tenía sentido que el padre espiritual (padre o madre, según el caso) orase por nosotros, puesto que, sin esas oraciones, no seríamos capaces de crecer o de ser protegidos de los enemigos espirituales. Y así, dentro de esta mentalidad, llamar “padre” a alguien era decir que, de alguna forma, esa persona era como un icono o representante del Padre. O también podemos decir que aquel a quien llamamos padre es alguien que nos lleva al Padre Celestial. El mismo principio es aplicable a un “profesor”, un “maestro” o un “doctor”. Sólo hay un Profesor, Dios (que es también el Único Padre y el Único Maestro). Pero Dios creó Su cuerpo, la Iglesia, de tal manera que Él enseña a través de maestros humanos. Y así, llamar “profesor” a un ser humano significa que este profesor humano nos trae algo de lo que alguna forma nos trae el Profesor celestial. Ahora, como Dios no se arrepiente de otorgarnos dones y de llamarnos (nunca se va de nosotros), y como nadie en Cristo –aunque haya muerto- está muerto, pues todos viven en Cristo, desde el principio la Iglesia ha puesto en práctica que los hijos y las hijas espirituales siempre se dirijan a sus padres, madres y profesores en Cristo para orientarse, así como para ayudarse y orar. Está claro que todos nosotros podemos dirigirnos (y de hecho nos dirigimos) a Dios, pero, ¿por qué no vamos a desear también las oraciones de hombres y mujeres santos que demostraron a través de la santidad de sus vidas y muchas manifestaciones de la Gracia que son dotados y llamados por Dios para enseñar, curar, orientar y de varias formas, ayudar a aquellos que se están iniciando en la vida espiritual?
La verdad es que cuando pensamos que estamos yendo hacia Cristo por nosotros mismos, podemos sufrir una especie de ilusión y no saber de verdad – y esto es precisamente lo que provoca la ilusión. ¿La ilusión es aquello que somos capaces de discernir por nosotros mismos o es lo que Dios nos está diciendo, o lo que Dios está haciendo a nuestro alrededor?
La ilusión viene porque ignoramos completamente que nos podemos equivocar muchas veces. Es ilusión porque a pesar de que nuestro criterio sea que estamos oyendo a Dios, sólo lo basamos en nuestra experiencia subjetiva – aunque esta experiencia subjetiva también incluya algunos hechos, manifestaciones o experiencias milagrosas. Jesús nos advierte seriamente cuando nos dice en los Evangelios (y en más de una ocasión) que, en el juicio final, muchos afirmarán haberlo conocido basándose en profetizar “grandes hechos” en Su nombre, pero Él les dirá que no los conoce. Los Padres y las Madres de la Iglesia nos advierten una y otra vez acerca de los peligros de la espiritualidad autodidacta. Nos han dicho muchas veces que aquel que se considera su propio guía espiritual, tiene un tonto como guía espiritual.
También hemos de contar con otro aspecto: La humildad. Es difícil comenzar a adquirirla cuando alguien toma sus decisiones espirituales sólo individualmente, pues “estoy siendo guiado por el Espíritu”… Pero en verdad, soy yo quién decide qué está diciendo e Espíritu y cómo debe ser interpretado y aplicado, esto es, yo estoy al mando. Y cuando, por la gracia de Dios, percibo alguna orientación milagrosa o manifestación poderosa, puedo decir que todo es obra de Dios, pero en alguna región de mi mente, aquello que es “todo de Dios” depende mucho de mí –lo que yo discierno, lo que siento, lo que veo o percibo. Es por eso que muchos cristianos tradicionales no se sienten a gusto con aquello que los carismáticos contemporáneos hablan y enseñan sobre los dones espirituales y cómo experimentarlos y ponerlos en práctica. Percibo que muchos carismáticos son buenas personas; puede ser que hasta sean personas santas haciendo lo mejor para enseñar, basándose en su propia experiencia y comprensión de las Escrituras. Pero desde la perspectiva del cristianismo premoderno, mucho de esto no es sino un acicate para la manipulación y la ilusión que nos lleva al orgullo espiritual o la autosuficiencia, como si “el Espíritu Santo y yo” fuéramos suficientes. Y eso es radicalmente opuesto a las enseñanzas del Nuevo Testamento y de todo el cristianismo hasta hace relativamente poco (históricamente hablando). No, nosotros necesitamos las oraciones, la orientación y las enseñanzas de todo el cuerpo y, si experimentamos algún acontecimiento personal, orientación o manifestación milagrosa, es precisamente gracias a las oraciones de nuestro padre espiritual, nuestros hijos espirituales, nuestros ángeles de la guarda y/o de todos los santos que están velando y orando por nosotros. Pero cuando fallamos, o perdemos el norte, o pensamos que Dios está diciendo algo cuando es evidente que no, entonces es porque hemos confiado en nuestro propio discernimiento, nuestra propia capacidad de escuchar, saber o entender. Es muy difícil para los evangélicos y carismáticos contemporáneos “captar” esta idea.
Cuando vamos hacia Dios, lo hacemos acompañados por todos, nunca solos. Es instructivo detenerse en las representaciones del cielo que hace el libro del Apocalipsis. El cielo es un lugar muy concurrido. No existe eso de “sólo Jesús y yo”. Hay grupos de ángeles, mártires y ancianos y un “mar” de cada tribu y lengua. Pienso que, como productos de la modernidad, nuestro concepto de Dios es muy pequeño. No podemos imaginar un Dios que pueda ser tanto íntimo como parte de nosotros. Tenemos que darle alguna forma de “yo” para que pierda el “nosotros”. Pero el “yo” forma parte del “nosotros” y necesita del “nosotros”. Pienso que tenemos miedo de aspectos como pueden ser los reflejados en la representación de los Borg en Star Trek esto es, de que perderemos nuestra personalidad si formamos parte de un todo. Pero eso no es así, puesto que, así como existe un único Dios como Tres Personas, también los seres humanos fuimos creados para ser totalmente en “su yo” personal, pues somos uno solo mas con el cuerpo de todos los que están en Cristo. Dios es nuestro Padre y nosotros somos sus hijos. Dios es nuestro marido y nosotros somos su esposa. Dios es nuestra cabeza y nosotros somos su cuerpo. La relación de Dios con cada uno de nosotros es algo íntimo y personal, pero sólo se da a nivel individual porque estamos orgánicamente ligados al concepto de “nosotros” de forma total. Estamos conectados a Dios y también estamos conectados los unos con los otros. Dios solamente se relaciona conmigo porque yo soy parte de ese “nosotros” – no una parte “autónoma” (como un tornillo en una máquina)-, es decir, una parte orgánica (como un riñón en mi cuerpo), en la cual la vida de cada parte fluye a través de la otra
Por eso, llamar a alguien “padre” o “profesor” no es sino reconocer que nuestro único Padre y Profesor viene a nosotros a través de hombres y mujeres que son padres/madres y profesores para nosotros, llevándonos hacia el único Padre y Profesor. Del mismo modo, rezar para y con los santos es reconocer que no estamos solos, que no podemos estar solos y estar con Dios al mismo tiempo. Madres, padres y profesores que aún están en esta vida terrenal oran por nosotros, nos ayudan y nos guían hacia Cristo; y ellos continúan orando por nosotros, ayudándonos y guiándonos hacia Cristo después de haber dejado este mundo caído. La única diferencia es que ahora en el cielo ellos están apartados de la carne o de las distracciones y limitaciones de las pasiones. Ellos están en Cristo plenamente; por lo tanto, dondequiera que Cristo esté, están ellos; lo que Cristo esté haciendo, ellos lo están haciendo en Él.
Fuente: pravmir.com (Inglés)
Traducido del portugués al español por Antonio Moreno Ruiz
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