El camino que lleva al Cielo no es fácil

Los antiguos ascetas, cuando por algún tiempo dejaban de sufrir tentaciones o tribulaciones, decían, con intranquilidad, que “Dios se había olvidado de ellos”.

Un grave padecimiento de los hombres contemporáneos, incluso de los mismos fieles, es la falta de coraje para levantarse y cargar con su propia cruz, para seguir a nuestro Señor Crucificado.

Queremos la bendición de Dios, queremos la paz de Dios, queremos las coronas de la salvación, queremos el Paraíso, honramos a los santos y a los mártires, pero no queremos sufrir, no queremos ayunar y refrenarnos, no podemos soportar las pruebas y las enfermedades, rechazamos ver partir de esta vida a nuestros seres queridos, no toleramos que los demás sean injustos con nosotros. El confort y el consumismo terminan influyendo decisivamente sobre nuestra vida espiritual.

Sin embargo, como dice San Isaac el Sirio: “Nadie ha subido al Cielo entre comodidades”.  También el sabio Sirácides sostiene: “¡Hijo! Cuanto quieras acercarte a Dios nuestro Señor para servirle, prepara tu alma para la tentación”.

A menudo nos hallamos ante la triste realidad en la cual, cuando Dios permite alguna enfermedad o alguna tribulación en una familia cristiana —para fortalecerlos espiritualmente y llenarlos de sabiduría—, sus miembros no dudan en acudir a magos y hechiceros, bioterapeutas, “iluminados” y “bio-energéticos”, entregando sus propias almas y las de sus hijos al maligno, en vez de demostrar una contrición más profunda y sumisión ante la volntad de Dios, santificándose en las pruebas recibidas. Es preferible, dice San Nicodemo el Hagiorita, que tu hijo muera y se vaya al Cielo, que entregarlo a las fauces del maligno e ir a parar al infierno. Lo mismo es aplicable a todas las demás aflicciones, como el hecho de no poder tener hijos y otros conflictos conyugales.

De igual manera, completamente desviado y ajeno a la Ortodoxia es el anhelo de muchos, de tener una vida más fácil, más “feliz”, y de pedirle a Dios —porque respetan algunos de Sus mandamientos: asisten a la iglesia, ayunan, comulgan, etc.— que les conceda tener éxito en todas sus actividades e iniciativas terrenales.

En los textos de los Santos Padres encontramos que los antiguos ascetas, cuando por algún tiempo dejaban de sufrir tentaciones o tribulaciones, decían, con intranquilidad, que “Dios se había olvidado de ellos”, y se sentían más seguros cuando el amor de Dios les enviaba pruebas. Resumamos: es una desviación buscar una vida cómoda, sin tristezas, que en ningún caso nos llevará al Cielo.

 

Fuente: doxologia.org

 

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