La Ascensión
Y subió a los cielos, y está sentado a la diestra del Padre
Después de Su Resurrección de entre los muertos Jesús apareció a los hombres por un período de cuarenta días después de que “fue recibido arriba en el cielo, y se sentó a la diestra de Dios”. (Lucas 24, 50 y Hechos 1, 9-11).
La Ascensión de Jesucristo es el acto final de su misión terrenal de Salvación. El Hijo de Dios “baja de los cielos” para hacer el trabajo que el Padre le encarga y habiendo logrado todo, vuelve al Padre llevando en si la humanidad mortal y glorificada que Él ha asumido. (Véase Juan 17).
El significado doctrinal de la Ascensión es la glorificación de la naturaleza humana, la Alianza restaurada del hombre con Dios, su re-unión. Es realmente, la penetración del hombre a las profundidades inagotables de la divinidad.
Ya hemos visto que “los cielos” es la expresión simbólica en la Biblia para hablar del no-creado, inmaterial “Reino divino de Dios”, como un santo de la Iglesia lo ha llamado. Decir que Jesús está “exaltado por la diestra de Dios” como predicó San Pedro en su primer Sermón Cristiano (Hechos 2, 33) significa exactamente esto: que el hombre ha sido restaurado a la Comunión con Dios, a una unión que, según la doctrina ortodoxa, es mucho mayor y más perfecta que la que había sido otorgada al hombre en su creación original. (Véase Efesios 1 al 2).
El hombre fue creado con el potencial de “entrar en comunión con la naturaleza divina”, citando nuevamente al Apóstol Pedro. (II Pedro 1, 4). Es esta participación en la divinidad, que se llama theosis (que literalmente significa deificación o divinización) en la teología Ortodoxa, que la ascensión de Cristo ha logrado para la humanidad. La expresión simbólica “sentado a la diestra del Padre” significa exactamente esto. No quiere decir que en algún lugar en el universo creado, el ser corporal Jesús está sentado sobre un trono material.
La Carta (Epístola) a los Hebreos habla de la Ascensión de Cristo tomando el símbolo del Templo de Jerusalén. Tal como los sumo sacerdotes de Israel entraban al “Santo de los Santos” para ofrecer sacrificios a Dios en nombre de ellos mismos y del pueblo, así también Cristo, el Único Eterno y Perfecto Sumo sacerdote se ofrece Él mismo a Dios sobre la cruz como el Único Sacrificio Perfecto y Eterno, no por Él, sino por toda la humanidad pecadora. Como hombre, Cristo entra (una vez y para siempre) al Único, Eterno y Perfecto Santo de los Santos: la misma “Presencia de Dios en los Cielos“.
“Tenemos un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios…”
(Hebreos 4, 14).
“Porque tal sumo sacerdote nos convenía; santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho mas sublime que los cielos; que no tiene necesidad cada día como aquellos sumos sacerdotes, de ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados, y luego por los del pueblo; porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a si mismo. Ahora bien, el punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos, Ministro del Santuario, y de aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre”.
(Hebreos 7, 26 al 27; 8, 1 al 2).
“… Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios, de ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies”.
(Hebreos 10, 11 al 12) (Salmo 110, 1).
Así se entiende la Ascensión como la primera entrada del hombre a aquella glorificación divina para la cual originalmente fue creado. Esta entrada se hace posible por la exaltación del Hijo Divino quien se anonadó a Sí mismo en cuerpo humano como un perfecto ofrecimiento de sí a Dios.
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