“Yo soy la Verdad y la Vida. Yo soy la Luz del mundo”
Archimandrita Sofronio Sajarov
En su culmen, esta oración nos une completamente a Cristo.
La grandeza del mundo creado nos encanta, pero, al mismo tiempo, y quizás con más fuerza, nuestro espíritu se siente atraído por la incorruptibilidad de la Divinidad. Con una claridad extraordinaria, nuestro Señor Jesucristo nos hizo conocer la luz del Reino. La contemplación de ese resplandor nos libra de las consecuencias de la caída, y la Gracia del Espíritu Santo restaura en nosotros la imagen primordial y la semejanza con Dios, manifestadas en nuestro cuerpo por medio de Cristo. Y en este momento la invocación de Su Nombre se vuelve nuestra oración incesante: “Señor Jesucristo, Redentor nuestro, sálvanos a nosotros y a Tu mundo”.
En su culmen, esta oración nos une completamente a Cristo. Sin embargo, la naturaleza humana no se destruye, no se disuelve en el Ser Divino, como lo haría una gota de agua en el océano. La persona humana es indestructible eternamente. YO SOY, Yo soy la Verdad y la Vida. Yo soy la Luz del mundo. El Ser, la Verdad y la Luz no son conceptos abstractos o entidades impersonales. Ahí en donde no existe el carácter personal del ser, no existe la vida. De hecho, nada podría existir ahí: “Todo fue hecho por Él y sin Él nada se hizo. Cuanto ha sido hecho en Él es vida, y la vida es la luz de los hombres”. “¡Señor Jesucristo, Hijo del Dios Vivo, sálvanos a nosotros y a Tu mundo!”.
“Mi Padre me ha confiado todas las cosas; nadie conoce perfectamente al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera manifestar”. No obstante, podemos conocer al Hijo sólo en la medida en que permanecemos en el espíritu de Sus mandamientos. Fuera de Él no podríamos tener las fuerzas para levantarnos a la altura que se nos requiere, porque por medio de los mandamientos se manifiesta la misma Vida de Dios. Y es de aquí que brota el clamor que se eleva hacia Él: “¡Señor Jesucristo, Hijo conjuntamente eterno con el Padre, ten piedad de mí! ¡Ven y mora en mi interior, junto al Padre y con el Espíritu Santo, según Tu promesa! ¡Señor Jesucristo, ten piedad de mí, que soy pecador!”.
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